7
Se apeó de la moto en el momento que su teléfono móvil volvió a sonar por tercera vez. La falta de sueño le había provocado un malhumor que amenazaba con pagar con la primera persona a la que dirigiera la palabra aquella mañana, por lo que estuvo a punto de colgar el teléfono hasta que recabó en el nombre que aparecía en la pantalla.
Podía encontrarse a miles de kilómetros de distancia, pero Sara era una mujer lo suficiente tozuda incluso para tener en cuenta tras una línea telefónica. Antes de descolgar, se hizo a la idea de que aquella llamada tendría mucho que ver con la mujer que le había robado el sueño esa noche, por lo que inspiró con pesadez.
─Qué quieres, Sara ─saludó con más frialdad de la habitual, para dejarle claro que aquel no era un buen momento.
─¡Qué manera es esa de saludar a una amiga! ─exclamó risueña. Podía escuchar el murmullo de un bebé, al que Sara ofrecía palabras cariñosas antes de volver a prestarle atención─. Parece que no te alegras de hablar conmigo. Yo por el contrario siempre lo hago.
─Siempre me alegra hablar contigo, pero hoy no es un buen momento.
─Oh ─se lamentó ella─. La cita de ayer no fue bien, ¿Me equivoco?
Erik sintió un resquemor en el estómago. Desastrosa era la palabra que utilizaría para definirla, pues todo había discurrido de forma perfecta hasta que Mónica huyó de él como si padeciera una enfermedad contagiosa.
─¿De qué hablas, Sara?
─No te esfuerces en disimular conmigo. Mónica me dijo que habíais quedado, y por tu malhumor, es obvio que las cosas no salieron como planeaste.
─Sólo fue una cena entre conocidos ─le restó importancia, pese a que todavía paladeaba el sabor amargo de aquel final─. Está sola en la ciudad y me pareció una buena idea. Me equivoqué, eso es todo.
─Sí, estás equivocado ─admitió ella─. Es evidente que los dos sentís por el otro algo más que simple curiosidad, pero...
─Sara, estoy harto de decirte que no te metas donde no te llaman ─le espetó agotado.
Ella lo ignoró.
─Mónica es una persona algo compleja a la que merece la pena conocer. Así que no tengo ni idea de lo que sucedió la otra noche, pero créeme si te digo que ella se esfuerza en apartarse de todos los que queremos ayudarla, y ahora que no estoy a su lado... ─Erik percibió el tono alarmado que desprendían las palabras de su amiga, y un murmullo inquieto le taladró la cabeza.
Pese a todo, su orgullo lo obligó a interrumpirla.
─¿Compleja? Tu amiga es la persona más volátil e histérica que he conocido en toda mi vida.
─Te conozco y sé que en este momento habla tu orgullo ─lo contradijo muy tranquila─. He visto cómo la miras.
─¿Ah sí? ─se jactó con falsa chulería─. ¿Y cómo lo hago?
─Como si quisieras comértela con los ojos, tonto.
Con los ojos, la lengua, la boca y todo lo que se terciara, para qué engañarse.
─Es una mujer muy atractiva, cualquiera se da cuenta de ello ─se justificó.
─Cualquiera no la invitaría a dar un paseo romántico por la ciudad si lo único que quiere de ella es llevársela a la cama. Sé cómo es Mónica, así que no me vengas con milongas. Estás dolido y lo entiendo.
─¿Para qué me has llamado, Sara? ─fue directo al grano porque si continuaba pensando en Mónica cometería alguna locura que lo dejaría en evidencia.
─Necesito pedirte un favor.
Él respondió sin dudar.
─No.
─¡Pero si aún no lo has escuchado! ─se quejó.
─Sospecho que tiene algo que ver con una amiga tuya de melena rubia y piernas kilométricas, y te aseguro que ya tuve suficiente con la otra noche.
─Erik... Mónica está en la ciudad por mi culpa. Le pedí que relanzara un proyecto muy importante para mí, y tal vez fui muy egoísta al hacerlo. Estoy preocupada por ella.
A Erik le dio un vuelco el corazón.
─¿Por qué? ¿Le ha sucedió algo? ─exigió saber. Su voz sonó más ronca de lo habitual.
─Si te contara lo que sé, Mónica me mataría ─se excusó algo nerviosa─. En Madrid tenía ciertas obligaciones de las que se ha apartado al viajar a Sevilla. Obligaciones buenas para ella... y me gustaría...
─Por el amor de Dios, ¡No te vayas por las ramas! ─perdió la calma─, Si le ha sucedido algo, necesito saberlo.
─Lo sabrás si ella decide contártelo, pues es muy celosa de su intimidad. De hecho, estoy segura de que a mí me oculta muchas cosas. La verdadera razón por la que es... ─se cortó de repente, y Erik adivinó lo mucho que le costaba contenerse, al igual que lo preocupada que estaba por su amiga─. Necesito que te cerciores de que acude a un lugar. Desde Nueva York no puedo estar segura de que cumple lo que me ha prometido. Tan sólo tienes que llevarla.
─¿A dónde?
Sara le relató una dirección.
─Sara, ¿Qué demonios le sucede a Mónica? ─insistió furioso.
─¿Sabes? Creo que tú mejor que nadie puede descubrir lo que de verdad le sucede. Me da la sensación de que ella acudirá a ti... ─soltó esperanzadora.
Entonces colgó.
Erik se despegó el teléfono de la oreja para contemplarlo con impotencia. No sabía a qué había querido referirse Sara con sus últimas palabras, pero dudaba que Mónica acudiera a él cuando ella misma había huido de su presencia hacía algunas horas.
De una cosa estaba seguro; descubriría lo que le sucedía a Mónica, pese al silencio de Sara y al de la propia rubia que lo traía de cabeza. Y lo haría porque, le gustara o no, estaba loco por ella. Así que mejor buscarle un remedio a su locura antes de que fuera demasiado tarde.
En cuanto llegó a las dependencias policiales, se cruzó con Jesús, que hablaba distendidamente con Martina acerca de la investigación de los dos asesinatos. Al parecer, aquel era el tema principal en la comisaría. Pero al acercarse hacia ellos, vislumbró el periódico que Jesús ondeaba frente al rostro de Martina.
─Nos tachan de incompetentes, pero es él quien dirige la investigación ─le dijo.
Martina le arrebató el periódico para arrojarlo a la papelera.
─¿Acaso crees que tú podrías hacerlo mejor? ─lo puso en duda.
Jesús hizo un ademán desdeñoso con la mano. Antes de que Martina desechara el periódico, Erik se lo arrebató para leer el titular.
Doble asesinato en la ciudad. Un asesino en serie tiene en jaque a la policía hispalense.
Arrugó el periódico mientras sentía como una ira lenta y ardiente se apoderaba de todo su cuerpo. Alguien había filtrado la información a la prensa, y como descubriera al malnacido que lo había hecho, descargaría toda su ira contra él.
─Hay ciertas personas que carecen de escrúpulos ─comentó Martina, desviando una mirada acusadora hacia Jesús
El hombre no se dio por aludido.
─¿La mujer con la que estuviste ayer no es periodista? ─sugirió al subinspector con descaro.
Erik clavó una mirada gélida en él.
─Cuidado ─le advirtió con una calma peligrosa─. Si vas a insinuar algo que me ponga en evidencia, más te vale que se lo digas a Roldán. No estoy de humor para aguantar tus gilipolleces, ¿Entendido?
Jesús asintió con cara de asco.
─Por supuesto, jefe ─remarcó la última palabra con sorna.
Ambos se batieron con la mirada, hasta que Jesús le tendió un sobre precintado que provenía de la compañía telefónica. Acto seguido se largó silbando con las manos metidas en los bolsillos, con una chulería que Erik deseó arrebatarle de un puñetazo.
─Es un idiota ─dijo Martina, pasándole una mano por la espalda─. Además de un envidioso.
Erik la miró sorprendido.
─No soy la persona idónea a la que envidiar ahora.
Ella le acarició el brazo en un gesto que denotaba cariño y ansiedad, pero él no lo notó. Martina le resultaba una mujer encantadora, compañera de trabajo y amiga sin más, por lo que percibió el contacto como un simple gesto que denotaba simpatía.
─Te exiges demasiado.
Él no estaba de acuerdo. Se excusó para adentrarse en el despacho, y en cuanto cerró la puerta, rasgó el sobre para comprobar el contenido.
Había una sola llamada entre las dos víctimas, un par de horas antes de que se produjera la muerte de la primera. El primer muerto había telefoneado al segundo.
¿Para advertirlo?, sopesó aquella posibilidad. Tal vez, ambos sabían que sus muertes estarían relacionadas, pero lo cierto era que no se habían encontrado cartas amenazadoras en la vivienda del segundo fallecido.
Alguien llamó a la puerta de su despacho.
─Adelante ─gruñó.
Gonzalo asomó la cabeza por la puerta.
─Una mujer insiste en hablar contigo ─lo informó.
Erik se levantó de golpe del asiento con la esperanza de que se tratara de Mónica.
─Dile que pase.
Gonzalo asintió, dedicándole una mirada furibunda a su gesto ansioso antes de indicarle a la mujer que accediera al interior del despacho. Erik trató de no parecer decepcionado al contemplar a la extraña morena y de avanzada edad que se introdujo como una sombra temblorosa en el interior.
─Me han dicho que es usted quien lleva la investigación de los asesinatos de los dos párrocos ─su voz era tan inestable como la agitación que le recorría el menudo cuerpo.
─Así es. Subinspector Erik Rodríguez, ¿En qué puedo ayudarla?
Le tendió una mano, y la mujer hizo algo que lo sobresaltó. Se abalanzó hacia él, aferrando su mano entre las suyas como si su vida dependiera de no soltarla.
─Quieren asesinarme ─sollozó.
***
Estaba mareada y exhausta, como si las ganas de luchar la hubieran abandonado por completo en pos de la resignación. Su cuerpo permanecía inerte, los ojos abiertos de par en par fijos en el techo blanco y la cabeza apoyada sobre el pecho de él, acatando una orden inquebrantable. La mano grande le acariciaba el cabello con calma. Tras los golpes, él siempre trataba de mostrarse delicado y cariñoso con ella, pero lo que desconocía era que Mónica prefería una paliza que la dejara moribunda a la obligación de fingir que sus atenciones la agradaban, cuando en realidad la repugnaban.
Gracias a Dios que no me ha violado.
Aquella vez, sencillamente, había permanecido a su lado sin tocarle un pelo.
De todos modos, había aprendido a fingir con el transcurso de los años. A evadirse hacia un lugar que tan solo le pertenecía ella, mientras la voz del hombre resonaba como un eco percibido desde la distancia.
Aquel día no la había tocado, lo que no implicaba que su actitud le resultara más asquerosa que de costumbre. Percibía el temblor de la mano que le acariciaba el cabello, señal inequívoca de que por un instante, él había sido incapaz de controlarse, lo que lo había aterrorizado. Sin ella no era nada, por eso la había amenazado con arrebatarle lo que más quería si ella lo amenazaba a su vez con quitarse la vida.
La necesitaba, pues le otorgaba un inmenso poder. Sabía que jamás tendría de ella más que una actitud sumisa, retraída y distante, pese a que él deseaba que ella lo contemplara con la devoción que solo le dedicaba a Erik.
Jamás.
Una lágrima recorrió su mejilla al fijar la vista en la cámara de fotos que yacía destrozada en una esquina de la habitación. Cada vez que reaparecía en su vida, la devolvía al maldito mundo real, destrozando sus ilusiones y aniquilando sus sueños.
Erik, Erik, Erik...
El hombre le secó la lágrima con el pulgar, y Mónica se revolvió furiosa. Él empezaba a percibir su resistencia, por lo que se tensó sobre su cuerpo. Incluso la propia Mónica estaba asombrada consigo misma, pues jamás había mostrado una actitud que pudiera hacerlo cumplir sus amenazas.
Pero estaba tan hastiada de todo...
─Sssssssh … ─musitó, depositando un beso helado sobre su boca.
Mónica hizo una mueca con los labios. Él gruñó.
─Jamás te haría daño, ha sido culpa tuya, ¿Lo entiendes? ─exigió alterado, tratando de convencerse a sí mismo. En general, siempre se mostraba cauto y glacial, sin que las emociones lo descontrolaran. Avasallarla en la habitación de un hotel no entraba dentro de sus planes, pero la presencia de aquel policía lo había puesto nervioso. Con Dominique todo era distinto, pues sabía que la existencia de aquel estúpido no significaba nada para ella. Pero aquel subinspector, la manera en la que lo miraba... ─. Culpa tuya, mi querida niña. Siempre me he mostrado demasiado comprensivo, e incluso he permitido que te relacionaras con otros hombres mientras tú pensabas que no te vigilaba, pero con el subinspector te has pasado de la raya...
Mónica se estremeció.
Había sido muy discreta con sus anteriores relaciones, cortándolas de raíz cuando creía que podían causarle problemas, pero jamás imaginó que él la vigilaba desde las sombras. Al fin y al cabo, llevaba más de cuatro años sin aparecer en su vida. Hasta que Erik lo inundó todo, aterrorizándolo.
Llamaron a la puerta, por lo que el hombre la zarandeó por los hombros.
─¿A quién has invitado? ─le espetó.
─¡A nadie! ─exclamó asustada─. Hice lo que me pediste... yo...
El hombre se incorporó de un salto, dirigiéndose enfurecido hacia la mirilla de la puerta. Entonces, chasqueó la lengua contra el paladar, sobresaltado ante la inesperada visita. Regresó a su lado, dedicándole una sonrisa cínica.
─Es ese franchute libertino ─desdeñó, como si no le preocupara─. Ese tipo me cae bien. Me gustan sus cuadros.
Ella lo escuchó con recelo. Sabía que tras sus palabras se ocultaba una amenaza velada.
─¿Cómo crees que reaccionaría si adivina lo que ha sucedido aquí? ─insinuó con malicia.
Mónica se tiró al suelo, abrazándose a sus rodillas en una súplica desesperada.
─¡No, por favor! ─rogó, negándose a soltarlo cuando él quiso desprenderse de ella con una patada desdeñosa─. ¡No es nada para mí, lo juro!
El hombre se rascó la barbilla, pensativo.
─Lo sé ─admitió convencido. Se inclinó para alzarla por los hombros hasta dejarla frente a su cara, dedicándole una sonrisa siniestra─. Tranquila... tranquila... le he encontrado cierta utilidad, mi querida niña.
─No le hagas daño. ¡Pídeme lo que sea, pero Dominique no tiene la culpa!
Él le puso un dedo en la boca para silenciarla, molesto por su insistencia.
─Quiero que poses para él ─le ordenó.
Mónica abrió los labios, desconcertada ante la extraña petición.
─¿Cómo?
─Desnuda ─le dio un beso en la frente, empujándola hacia la puerta─. Quiero un cuadro pintado por Dominique Anjou y quiero colgarlo sobre mi chimenea. Será un bonito recuerdo.
Ella se detuvo de golpe.
─No.
El hombre le sostuvo el rostro por las mejillas, clavándole los dedos en la tierna carne hasta hacerle daño.
─¿No? ─soltó una carcajada áspera, poniéndolo en duda─. Lo harás.
Entonces, abrió la puerta de golpe, encontrándose frente a un perplejo Dominique, que lo contemplaba con recelo. El hombre sonrió mientras Dominique se hacía a una lado para permitirle la salida, y accedió a la habitación sin quitarle la vista de encima.
Mónica forzó una sonrisa, pero la palidez de su rostro no le pasó desapercibida.
─¿Te encuentras bien, ma belle? ─se preocupó él.
─Sí, es solo que no te esperaba ─mintió.
Él trató de besarla, pero Mónica lo rechazó inclinándose hacia atrás.
─Parece que las cosas han cambiado un poco desde la última vez que nos vimos ─comentó sin rencor. Se dejó caer sobre la cama, colocando los brazos bajo la cabeza─. Supuse que algún día sucedería.
Ella se mordisqueó el labio inferior.
─Dominique, eso no es...
─Ven aquí ─pidió, haciéndole un hueco en el colchón.
Mónica se cruzó de brazos, espantada ante la idea de compartir el contacto físico con otro hombre tras lo sucedido. Creyó que en sus siete años de ausencia, no volvería a verlo. Al único hombre que necesitaba en aquel instante era a Erik, y tuvo la sensación de que un simple abrazo suyo la reconfortaría.
─Ma douce... ¿Qué sucede? ─insistió él, irguiéndose de lado.
Le había crecido el cabello, y los mechones pelirrojos se colaban en sus ojos, confiriéndole un aspecto travieso y etéreo. Dominique le atrapó la mano, atrayéndola hacia él. No intentó volver a besarla, sino que la contempló alarmado.
─Sabes que te quiero, ¿Verdad? ─le reclamó. Ella asintió distante, y él le besó los nudillos─. Deseo lo mejor para ti. Mereces ser feliz con alguien que te trate bien. No importa quien sea, pero me temo que me estás ocultando algo.
Ella lo abrazó en un impulso. El pecho de Dominique era confortable, pero nada podía equipararse a la calidez y la protección que le brindaba el cuerpo de Erik.
─El trabajo me tiene absorbida.
─Uhm... desearía creérmelo ─se resignó─. ¿Quién era ese hombre?
─Nadie en particular. Un antiguo conocido ─respondió apresurada.
Su nerviosismo fue palpable, pero él decidió no insistir.
─Si te pidiera un favor, ¿Me lo concederías?
Él asintió sin dudar, con aquella actitud risueña que enloquecía a las mujeres.
─Lo que sea. ¿De qué se trata?
Mónica se desinfló. Si le quedaba algo de dignidad, la perdería si accedía a lo que él le había exigido. Se hallaba en una encrucijada de complicado camino, pues intuía su venganza si ella no acataba sus perversos deseos.
─No es nada.
─Me quedo en la ciudad un par de días por trabajo. Si cambias de idea, sabes que siempre puedes contar conmigo ─resolvió él.
Ella asintió.
─Podríamos almorzar juntos, ¿Te parece bien?
Ella rehusó su invitación. Necesitaba estar sola. Quería estar sola.
─No es un buen momento, tengo que ir a un sitio y tomaré algo rápido por el camino.
─Puedo acompañarte.
─He dicho que no.
Dominique se incorporó de la cama, dispuesto a marcharse. En otra ocasión, ella habría intentado detenerlo, pero en aquel instante se sentía derrotada por las circunstancias. Llevaba siete años huyendo de un pasado que acababa de encontrarla, atizándole un doloroso golpe. Siete jodidos años creyendo que todo iría bien. Peroélhabía regresado.
─Dios sabe que te adoro con toda mi alma, por eso me desconcierta que en todos estos años sigas sin confiar en mí ─estaba dolido.
─Podemos almorzar mañana ─sugirió con falso entusiasmo.
Él la contempló apenado.
─Un nuevo almuerzo no cambiaría los hechos, pero lo cierto es que no estoy dispuesto a marcharme de la ciudad sin despedirme de ti. Te recojo mañana a las dos y media ─se despidió, besándole la mejilla.
¿Y qué vas a hacer mañana, pedirle que te retrate desnuda para entregarle el cuadro a un psicópata pervertido?
***
Erik tendió un vaso de agua a aquella mujer a la que los sollozos comenzaban a abandonar. Era delgada y pequeña, una de aquellas personas a la que descifrar su edad sería complicado. Tal vez cincuenta o sesenta años, a razón de algunas canas dispersas por el cabello.
Mientras que permitía que aquella extraña se tranquilizara, él desdobló el pliego de papel que ella le había entregado segundos antes de derrumbarse sobre la silla dispuesta frente al escritorio.
Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se apresura lo que les está preparado.
─Es... una cita del Deuteronomio ─murmuró, tomando otro sorbo de agua.
─¿Es usted una persona religiosa, señora García?
─Sí, lo soy ─respondió sin atisbo de duda.
Erik recabó en los dos párrocos fallecidos.
─¿Qué le hace pensar que una simple cita del Deuteronomio está relacionada con los anteriores crímenes?
La mujer se llevó las manos al rostro, ahogando un sollozo. Con un cabeceo, señaló la bolsa de tela que había dejado olvidada a la entrada del despacho. Un rastro carmesí se intuía bajo la tela, por lo que Erik se colocó dos guantes de látex antes de abrir el envoltorio. Apartó la nariz para no inspirar el olor putrefacto del miembro ensangrentado. Un oscuro vello hirsuto poblaba la mano del que estaba seguro que era el primer clérigo fallecido.
─Conocía a los dos fallecidos ─adivinó Erik.
─Tan solo al primero. Me dediqué a ayudar en las labores sociales de su parroquia durante un par de años.
Así que todo estaba relacionado con la primera víctima
─¿Dónde lo ha encontrado?
─En el buzón de mi casa. Gracias a Dios que vivo sola y ninguno de mis hijos lo ha visto.
─Señora García, ¿Qué edad tiene?
La mujer parpadeó confundida, pero en seguida respondió.
─Tengo sesenta y un años, señor.
─¿Durante qué periodo permaneció dedicándose a las labores sociales en aquella parroquia?
─Apenas un par de años permanecí por la zona, pues me mudé de vivienda y continué dedicándome a las labores sociales en una parroquia más cercana. Hace veinticinco años de aquello.
─¿Tenía algún enemigo por aquel entonces?
Vislumbró un gesto de duda en el rostro femenino, antes de que se recompusiera.
─No tengo enemigos.
─¿Los tenía el párroco?
─Me es indiferente, la verdad. Nuestra relación era cordial y poco más. Apenas sabía nada de él.
─Y sin embargo, está segura de que esa mano le pertenece.
El rostro de la mujer se encendió.
─Si pretende acusarme de algo...
─Sucedió hace veinticinco años, pues usted estaba presente. Al parecer, el asesino que andamos buscando la culpa a usted de algo que sucedió por entonces, pero me temo que no voy a poder ayudarla sino es sincera conmigo.
─¡No he hecho nada que...!
Ojeó la amenaza vertida contra la primera víctima.
Ni con mil vidas vividas lograrías resarcir el daño que me provocaste.
Tu dolor será mi venganza.
Venganza.
Hace veinticinco años sucedió algo por lo que una persona se estaba vengando, y él pretendía descubrir la razón. Aquella mujer mentía, no le cabía la menor duda.
─¿Fue consciente de un pecado cometido por su párroco y no fue a la policía, se trata de eso? El asesino la hace a usted tan culpable como a los anteriores fallecidos.
─No tengo la menor idea de lo que pudo suceder ─insistió tajante─, pero exijo que descubran a ese malnacido. Y quiero protección.
Erik empezó a impacientarse.
─¿Cree que eso va a evitar que se descubra la verdad?
─No tengo nada que ocultar.
─En ese caso, no debe preocuparse. Seguro que esas amenazas han sido una equivocación ─replicó, reclinándose en su asiento.
La mujer soltó un alarido, y el vaivén de su cuerpo provocó el destello de la cruz plateada que pendía de su cuello. Erik no era creyente; el fallecimiento de su padre lo había convertido en un cínico respecto al Más Allá. Y su intuición le advertía que aquel crimen no estaba relacionado con los fieles, sino con las personas que ocultaban secretos tales como los de aquella mujer que evitaba mirarlo a la cara.
─¿Es que no va a hacer nada? ─inquirió, aterrada y a la vez furiosa─. ¡Mi vida está en peligro!
─¿Por qué razón?
─No busque razones a las perturbaciones de un psicópata.
─Un psicópata que clama venganza. Su silencio no evitará que otras personas sean asesinadas, ¿Podrá soportar esa carga sobre sus hombros mientras le ofrezco protección policial? Lleva veinticinco años ocultando un secreto que ha acabado con la vida de dos hombres. A diario me enfrento con personas que mienten, y usted es la clase de mujer que pretende irse al infierno con un secreto que matará a más gente. No crea que su fe puede salvarla.
─Yo...
Erik la contempló expectante, convencido de que sus palabras habían obrado el efecto adecuado. Podía percibir cómo se derrumbaba entre la duda y la vulnerabilidad, demasiado hastiada por un secreto que ocultaba desde hacía años.
─Engañaba a mi marido ─dijo, en un susurro.
Erik se inclinó sobre el escritorio, para escucharla mejor.
─No entiendo qué relación guarda su infidelidad con la muerte de...
─Se suponía que el párroco debía mantener el sigilo sacramental, y yo necesitaba sincerarme con alguien porque no aguantaba más aquella carga ─confesó derrotada─. Mi marido era un hombre de familia adinerada, y poseía los contactos suficientes para arrebartarme a mis hijos si me decidía a divorciarme de él. Yo no era más que la hija de un tendero, ¿Lo entiende? Me habría destrozado la vida. No estoy orgullosa de lo que hice.
─¿Qué hizo?
─Guardar aquel secreto que me ha torturado durante veinticinco años ─buscó su mirada, clamando por un perdón que Erik no era el indicado para otorgarle─. Un día llamé a la puerta de la casa particular del párroco para entregarle la colecta de la obra social, y lo que encontré...
Se llevó las manos a los ojos, prorrumpiendo en un nuevo sollozo. Tomó un pañuelo de tela de su bolso para enjugarse las lágrimas, e inspiró para continuar con la narración de aquella historia que la torturaba.
─Lo encontré medio desnudo, abusando de un chiquillo de apenas seis o siete años.
Erik contuvo el aliento.
─Al ver aquella escena, vestí al pequeño y comencé a gritar al párroco. No podía creer lo que veían mis ojos, y le dije que lo denunciaría.
─Pero no lo hizo.
─No pude ─su voz sonó ahogada por la culpabilidad.
─Porque la amenazó con desvelar su infidelidad ─intuyó en voz alta.
La mujer asintió, resignada por un pasado que la atormentaba. Durante años, había ocultado su pecado bajo la contribución a distintas obras benéficas que ocupaban la mayor parte de su tiempo. Había sido una esposa y madre anegada, olvidándose de sus propias ilusiones.
─Todos los días me arrepiento de mi decisión. Todos los días recuerdo la mirada de aquel niño, implorando mi ayuda.
Erik se sintió asqueado.
─¿Qué sucedió con el niño?
─El momento más duro de mi vida fue cuando tuve que soltar la mano de aquel pequeño para siempre. Lo dejé a expensas de aquel abusador... ─se limpió las lágrimas que le empañaban el rostro─. ¡Qué Dios me perdone, porque yo no puedo!
─¿Recuerda el nombre del niño, algo que pudiera identificarlo?
─No lo sé. No lo había visto antes, la verdad. No lo recuerdo como uno de los niños del vecindario.
Erik asintió.
─Le colocaremos protección, señora García.
─Merezco morir, pero el Más Allá me aterra ─acarició con los dedos la cruz que pendía sobre su pecho─. ¿Usted cree en Dios?
─Creo que tarde o temprano, todos pagamos por los crímenes cometidos.
La mujer asintió, forzando una débil sonrisa.
Tras informar a su superior de lo averiguado, la mujer fue encargada a una patrulla policial que le ofrecería protección. Al cabo de unos minutos, Pepe Roldán apareció en su despacho, dejándose caer sobre la silla con enorme esfuerzo.
─Venganza ─se rascó la barbilla pensativo─. Tenemos que encontrar a ese niño que ahora es adulto, pero será como buscar una aguja en un pajar.
─Tal vez no. En la parroquia existe un registro, podemos empezar por ahí. Además, buscamos a un varón que ronda la treintena. Aunque hay algo que aún no entiendo; ¿Qué pinta en todo esto el segundo párroco?
─Buscaremos en los registros de la segunda parroquia, por si puede arrojar algo de luz al asunto.
Pepe se incorporó para marcharse, pero antes de abrir la puerta, se detuvo pensativo.
─Jamás serás un buen inspector si no eres capaz de liderar un equipo humano, hijo ─le aconsejó.
─Jesús quiere mi puesto, señor.
─Lo sé ─admitió Roldán. Abrió la puerta y dijo─: tendrás que demostrarnos que tú eres la mejor opción.