14
Regresar caminando desde aquella nave en la otra punta de la ciudad la había llevado a los Reales Alcázares, un conjunto de palacios amurallados de herencia arquitectónica árabe y gótica. Se encontraba cobijada del intenso sol de la tarde por una vereda de mirlos y naranjos que proyectaban una espesa sombra. El rumor de las fuentes y el canto de los pájaros le confería algo de la paz que había ido a buscar a aquel conjunto de palacios y castillos que armonizaba con una espesa vegetación y la constante presencia de agua en los estanques y fuentes.
Los acontecimientos de aquel día habían conseguido perturbarla, no solo por ser consciente del sufrimiento que se reflejaba en los ojos de Erik, sino porque comprendió que, pese a lo que se dijera a sí misma, seguía temiendo a la muerte. No creía en Dios ni en el Más Allá porque la vida le había demostrado cuan cruel podía llegar a ser.
Sacó su teléfono móvil, dispuesta a realizar una llamada que lograra tranquilizarla. Atrás habían quedado los años en los que su madre, con una simple mirada cariñosa, lograba sacarla del escondite que le brindaba el armario. Pero en aquel instante, se sintió tan desamparada que necesitó volver a ser la niña asustadiza con la que las palabras amables y los gestos de consuelo obraban su efecto.
─¡Cariño, qué alegría tener noticias suyas! ─la voz afable de su madre sonó amortiguada por el sonido de unas voces. Al parecer, volvía a ser la anfitriona de otra de sus queridas fiestas.
Al menos, una de las dos volvía a ser feliz. Los años de tortura y dolor silencioso de su madre habían cesado para siempre, y se prometió que jamás regresarían. Ella había decidido soportar aquella pesada carga, por lo que el sufrimiento compartido tan solo provocaría mayor dolor.
─Hola mamá, solo llamaba para saludar.
─Tú siempre llamas para saludar, ¿Pero cuándo vendrás a hacerme una visita? ¿Hace cuanto que no nos vemos?
Demasiado tiempo
─Estoy muy ocupada ─se excusó─. ¿Todo está bien en casa?
─Oh, ya sabes que Alfonso es un amor. Deberías hacernos una visita para comprobarlo con tus propios ojos.
Una visita era pedir demasiado. Una visita a una casa que le traía dolorosos recuerdos que jamás superaría. A veces, se preguntaba cómo su madre había sido capaz de sobrellevar lo sucedido junto a un nuevo hombre. En la misma casa que años atrás había pertenecido a su marido. A su odiado padre. Siendo egoísta, la respuesta radicaba en que nunca tuvo que enfrentarse de nuevo al pasado. Mónica lo había hecho por las dos, a su espalda. De haber sabido la verdad, su madre se habría entregado a la policía por ella. Pero no podía permitir tal hecho.
─Me alegro... ─tomó aire para que ella no se percatara de su necesidad de llorar. Debía ser fuerte por la dos─. Me alegro por ti.
─Cariño, ¿Te encuentras bien? ─la voz preocupada de su madre la hizo reaccionar.
─Sí, tengo que colgar. Hablamos en otro momento. Te quiero.
─¡Mónica!
Colgó porque no podía seguir mintiendo en voz alta. Se enjugó las lágrimas y caminó de regreso al hotel, asustada ante la sospecha de que volvería a encontrarse conél. Aquella pesadilla hecha hombre y acosador que regresaba tras siete años de ausencia para hacerle la vida imposible.
Ya no era la chica que accedía a sus peticiones rogando para que no la golpeara o destapara la verdad, por lo que carecía de escapatoria. Tampoco podía acudir a la policía, pues jamás gozó de aquella protección. En juego estaba su vida y la libertad de su madre.
¿Qué se suponía que iba a hacer?
Subió por las escaleras hasta la última planta porque temía que él la interceptara en el ascensor, acorralándola a su merced. Tan solo le restaba huir todo lo lejos que pudiera antes de que él persiguiera sus pasos. Lejos de todo. Lejos de Erik.
Recorrió el pasillo hacia su habitación, con el corazón acelerado y la certeza de queél la sorprendería en cualquier momento. Miraba de reojo, caminando deprisa con la tarjeta de su habitación en la mano para encerrarse dentro lo antes posible.
Diez metros.
El sudor le empapó las manos.
Cinco metros.
El pulso le martilleó las sienes.
─¡Mónica!
Soltó un grito y pegó la espalda a la pared. Se quedó tan quieta como una estatua, con el contenido de su bolso desparramado por el suelo y una mueca de terror en el rostro.
─¡Me has asustado, gilipollas! ─chilló a un perplejo Dominique.
Él puso las manos en alto en un gesto de disculpa, y sin hacer ningún movimiento que pudiera alterarla, contempló como ella metía una a una las pertenencias en su bolso mientras temblaba de la cabeza a los pies. Ni siquiera se atrevió a tocarla, consciente de que tal vez ella le daría una paliza.
Cuando se incorporó, introdujo la tarjeta en la ranura y empujó la puerta. A Dominique le pareció tan débil que sintió el irrefrenable deseo de abrazarla. Recorrió su espalda con las manos hasta que la atrajo hacia sí, reconociendo con fastidio que ella rehuía su contacto.
─No te esperaba... ─se excusó.
─Pas probleme, Monique ─al escuchar aquel apelativo, ella curvó los labios en una sonrisa débil─. Me entristece que te haya asustado porque es como si huyeras de algo...
Quiso separarse de él, pero Dominique no se lo permitió. Recorrió su nuca con los labios hasta besarle le cuello en un intento por calmarla. Mónica continuó resistiéndose, deseosa de encontrarse sola y a salvo.
─Déjame, Dominique. Los días en los que disfrutábamos el uno del otro han terminado para siempre ─tuvo que ser sincera, aunque con ello le hiciera daño.
Él rompió el contacto.
─Quiero ser tu amigo. Me preocupas.
─Y yo quiero estar sola.
Se escondió tras la puerta, pero él le tomó la mano con suavidad. La conocía desde hacía años, pero jamás la había visto tan trastornada. No era la clase de hombre que empleaba su tiempo en buscarse problemas con una mujer complicada. Disfrutaba de las relaciones esporádicas y el sexo sin ataduras, pero a ella la consideraba una buena amiga.
─Será mejor que te vayas ─insistió mientras cerraba la puerta.
Dominique interpuso el pie para impedírselo, provocando la irritación de ella.
─Cuéntame qué sucede... tal vez yo...
─¿Puedas ayudarme? ─finalizó la frase con sorna. Decidió que ser cruel era la opción perfecta para deshacerse de él, aunque le hiciera daño. Mejor alejarlo de ella que permitir queél le pusiera una mano encima─. No quiero que me ayudes, ¿Es que no te das cuenta de que me he hartado de ti? Te estoy evitando, Dominique. Así que piérdete.
El francés abrió la boca indignado para cerrarla luego de golpe. Mónica percibió el dolor en las líneas de su rostro, y cerró la puerta odiándose por aquellas palabras vertidas en un acto desesperado para alejarlo de ella. Ya tendría tiempo para odiarse a sí misma por apartar a las pocas personas que tenía en su vida y se preocupaban por ella.
Por la mirilla, comprobó que Dominique permanecía unos minutos delante de la puerta, con una mano pensativa colocada a escasos centímetros de la puerta. Hasta que decidió marcharse de allí transcurrieron unos minutos que se le hicieron interminables.
Destruida por dentro, se quitó los zapatos y se metió en la cama. Allí dentro no había nadie, pero se lo pensó mejor y regresó a la puerta para cerrar con seguro. Nunca estaría a salvo deél, por lo que todas las precauciones que tomara serían pocas.
La cámara destrozada yacía sobre la mesita de noche. En un arrebato, abrió el compartimento de la tarjeta de memoria para probarla en su teléfono móvil, y comprobó maravillada que no había perdido las fotografías de su paso por la ciudad. Sin poder evitarlo, contempló ensimismada el rostro del subinspector.
Aquella cara morena y pensativa, de facciones duras y nariz aguileña. Con dos poderosos ojos pardos que la observaban de una forma tan intensa que ella se sentía viva y desnuda al mismo tiempo.
Suspiró y dejó el móvil sobre la mesita de noche, añorando aquello que jamás podría tener. Fantaseando no con un hombre como él, sino con él. Con él en todas sus vertientes. Con el hombre honesto que no se iba por las ramas. Con el gruñón pero a la vez dulce. Con el que besaba con el alma hasta acariciarle el corazón. Con Erik.
Lo supo desde aquel instante en el que lo sintió en el hospital. Un simple vistazo a su espalda bastó para comprender que él trastocaría su vida.
El zumbido de su teléfono móvil provocó que brincara sobre el colchón. Suspiró aliviada al leer el nombre de Elena en la pantalla, y carraspeó para simular una voz tranquila al responder.
─Dime que no has vuelto a meterte en problemas ─exigió agotada.
La risilla de Elena la desconcertó.
─¿Te hace gracia que haya pasado algunas horas en un calabozo mugriento y apestoso?
La risa se cortó.
─Oh... no, por supuesto que no. Lo lamento, muchísimo ─respondió. Parecía sincera─. Tengo una buena noticia, Mónica.
─¿Y a qué estás esperando? Todo lo que necesito es una buena noticia tras este día de mierda.
─¡Lo tenemos! ─exclamó emocionada. Mónica tuvo que alejarse el teléfono de la oreja para no quedarse sorda─. ¡Oh, Dios... lo tenemos! Me escabullí mientras tú... ejem... eras detenida.
─Sí, ya me dí cuenta ─respondió con sequedad.
─Me encerré en sus archivos mientras todo el mundo estaba pendiente de ti y … ¡Conseguí meterme en su ordenador! He hecho copia de todo. El tío no era demasiado listo en cuanto a discreción, por mucho que aparentara lo contrario. Encontré emails con los que compraba al arqueólogo de la junta para que mantuviera la boca cerrada mientras expoliaban las valiosas obras de arte. Resulta que la hija de Trevor es una cazatesoros de una compañía británica que se dedica a vender antigüedades de manera ilegal a coleccionistas privados que pagan una fortuna.
─Esto será un bombazo... tenemos que adelantar el número de salida de este mes ─respondió, satisfecha de que las cosas funcionaran al menos en la revista. Podría concederle aquella satisfacción a su amiga─. Elena, encárgate de recopilar toda la información y empieza con el reportaje. Yo lo supervisaré.
─Pero... la idea fue tuya ─la voz de la joven destiló emoción ante una oportunidad semejante.
─Y tú eres quien se jugó el pellejo ─claudicó─. Haz un buen trabajo, confío en ti.
Tras aquella conversación, Mónica suspiró aliviada. Al menos, se iría de la ciudad con la satisfacción de haber trastocado las planes de Trevor Pitt. Había viajado a Sevilla con la intención de sacar a flote la revista de su mejor amiga. Por desgracia, encontrar a un hombre como Erik, que le provocaba un maremágnum de sentimientos, no entraba en sus planes.
***
Pum. Pum. Pum.
Se cubrió con las sábanas hasta la cabeza al escuchar el puño que aporreaba la puerta, pero al ser consciente de su comportamiento irracional, se incorporó para dirigirse hacia la entrada.Él era lo suficiente precavido como para no armar un alboroto semejante a aquellas horas de la noche.
─Mónica, soy yo. Abre la puerta. Ahora.
No supo si sentir alivio al escuchar la voz de Erik. En ocasiones podía llegar a ser muy parco en palabras. Además de autoritario. Tal vez su unión con el cuerpo de seguridad mantenía algún tipo de relación con aquella característica de su personalidad, si bien Mónica se sentía lo suficiente agotada para atender a sus reclamos a aquellas horas de la noche.
─Si llamar a las tantas de la madrugada a mi habitación va a convertirse en una costumbre, puedes irte por donde has venido.
─Son las nueve y media de la noche. Abre la puerta.
Ella se sobresaltó. Estaba tan agotada que se había quedado dormida tras la llamada de Elena. Sin razonar lo que hacía, abrió la puerta y él accedió a la habitación como un vendaval. La atrapó entre sus brazos hasta desplazarla contra la pared, y capturó su boca en un beso salvaje y desenfrenado. Ella notó su necesidad... y sus ganas. Apenas logró reaccionar cuando su cuerpo le tomó ventaja y actuó por puro instinto, hundiendo las manos en el cabello de Erik para responder a la urgencia de aquel beso. Él atrapó su rostro con las manos, y la separó apenas unos milímetros de su boca.
─Recoge tus cosas.
Ella lo contempló azorada, sin apenas escuchar lo que le había dicho.
─¿Por qué...?
Volvió a besarla. Un beso brusco, carente de artificios.
─Te pido disculpas. Estaba alterado, no pensaba lo que dije. Soy un imbécil, ¿De acuerdo? Estaba asustado y no medí mis palabras.
Ella asintió, acariciándole la mandíbula sin poder evitarlo.
─Me pides disculpas con un beso ─lo evaluó con dulzura.
─Puedo darte otro.
No supo si aquello era una petición o un ofrecimiento, pero sonó con un remarcado cariz sexual que la atontó.
─Tienes que recoger tus cosas. Te ayudo, ¿Por dónde empiezo?
Aturdida, visualizó como él encontraba sus maletas y las depositaba sobre la cama. Tuvieron que transcurrir unos segundos para que Mónica fuera consciente de lo que estaba sucediendo, y en cuatro pasos, le arrebatara la ropa que él había sacado del armario para introducirla sin ningún pudor en una de las maletas. Ella estaba superada por la situación. Él agobiado.
─¡Erik, no sé lo que estás haciendo! Entiendo que has estado sometido a mucha presión, a cualquiera lo trastoca perder a alguien que quiere, pero...
Él le tomó la mano, y de un tirón la atrajo hacia sí. Le rozó el pómulo con los dedos, en una caricia tan lenta y cálida que Mónica entrecerró los ojos sin proponérselo, sintiendo como su respiración se sosegaba.
─Cariño, solo voy a decírtelo una vez. No sé qué es lo que ese hombre quiere de ti, pero no voy a esperar a ver lo que sucede. Te vienes conmigo, Mónica. Chilla, pégame si quieres, pero te advierto que no vas a impedírmelo. He perdido a un buen amigo hoy, y no estoy dispuesto a perderte a ti. No podría soportarlo, ¿Es que no te das cuenta?
Apretó los labios, temblorosos al saber que no podría escapar de él.
─No soy asunto tuyo ─se resistió.
Él sonrió. Una sonrisa apagada, señal de que algo lo afligía.
─Tú no eliges lo que me preocupa.
─No quiero irme contigo ─musitó, con menor énfasis del debido.
─Qué pena; yo siempre quiero estar a tu lado.
Aquella frase provocó que todo en ella se estremeciera, incluida su resistencia. Apartó la vista de él, clavándola en un punto sobre la pared. Tenía que alejarlo de ella, por las buenas o por las malas. Pese a que deseara todo lo contrario, pues una parte de ella ─con toda probabilidad muy estúpida─ creía que a su lado no le sucedería nada malo.
─Si lo que quieres es echar un polvo, puedes tirarme sobre esa cama. Fingiré que disfruto ─soltó con veneno.
Erik la soltó de golpe. Incluso ella se sobresaltó con sus palabras. Percibió la respiración sofocada de él, con toda probabilidad debatiéndose entre dejarla allí tirada o insistir una última vez.
─Tienes cinco minutos para recoger tus pertenencias, Mónica. Te aseguro que yo puedo hacerlo por ti. ¿Por dónde empiezo, por tus bragas? ─decidió al fin.
─Tendrás que sacarme de aquí a la fuerza ─le advirtió.
─También puedo hacer eso.
Mónica se mordió los labios, asintiendo resignada. Avanzó hacia él y le propinó un empujón que lo dejó desconcertado. Haciendo gala de una templanza que no supo de donde provenía, puso las manos en alto para asegurarle que no iba a tocarla.
─Sí, estoy segura de que puedes hacer todo lo que te propongas. ¿Es eso? ¿Te gusta demostrar que tú eres el que mandas? ¿Qué puedes forzarme?
Erik le dedicó una mirada peligrosa.
─Basta. Ni se te ocurra suponer una cosa semejante.
─¿Quieres que me quite la ropa? ─insistió con malicia.
A él se le incendió toda la sangre al contemplar el tirante sugerente que caía sobre su hombro para provocarlo. Apartó la mirada con gran esfuerzo, y apretó los puños, tan tentado como dolido por la actitud de Mónica.
Al comprender que no podría sacarlo de sus casillas, ella volvió a empujarlo. Y explotó.
─¡Sólo quieres acostarte conmigo!
─No quiero acostarme contigo, quiero despertarme a tu lado todos los días de mi vida.
La sinceridad de él fue brutal. La naturalidad con la que aquellas palabras brotaron de sus labios mientras la miraba a la cara provocó que algo se rompiera en el interior de Mónica. Retrocedió conmocionada, titubeante. Erik no hizo nada por evitarlo hasta que ella se echó a llorar, rota por la necesidad de expulsar todo lo que guardaba en su interior.
No soportaba verla llorar; aquella Mónica débil y exhausta que sollozaba desconsolada lo superaba. No sabía por qué se había derrumbado, pero intuía que algo le había sucedido en la vida y no le permitía avanzar. Jamás había contemplado a nadie llorar de aquella forma, tirada en el suelo y temblando de la cabeza a los pies. Quebrada por el miedo. Aterrorizada.
Se agachó para incorporarla hasta que ella se derrumbó en sus brazos. Le susurró que todo iría bien si permanecían juntos, lo que provocó que ella llorara más fuerte. Erik la apretó contra sí, consciente de que él también tenía miedo. Tenía miedo por los dos. Lo asustaba la mujer rota de dolor que sollozaba en sus brazos.
─Te odio ─gimoteó.
─Claro que no ─la contradijo él.
Buscó el rostro de él para contemplarlo tras la mirada enturbiada y anegada de lágrimas en la que se habían convertido sus ojos.
─No quiero arrastrarte conmigo... no quiero... ─necesitó hacerle entender.
─Entonces yo te arrastraré junto a mí, Mónica. Vendrás a mí. Y en lugar de miedo, tan solo verás luz. No importa lo que temas, yo siempre estaré a tu lado. Algún día descubrirás que solo necesitas ser sincera conmigo para que las cosas funcionen entre nosotros.