24
Erik recibió aquella información como un mazazo en el estómago. Gonzalo lo observaba con cautela mientras Martina permanecía sentada a su lado sin saber qué decir. Acababan de informarlo de que el asesino se había cobrado una nueva víctima.
─¿Qué sabéis de él? ─inquirió.
─Era un tipo solitario. Un carterista y un matón. Pensándolo bien, esta vez le ha hecho un favor a la sociedad, porque el tipo acumulaba hurtos, robo con intimidación y violencia e incluso agresiones a sus vecinos. Todos se han mostrado aliviados de su muerte ─explicó Gonzalo.
─¿Cómo puedes decir eso? ─se horrorizó Martina─. Nadie merece morir de esa manera tan cruel.
─Yo sólo digo... ─trató de defenderse irritado.
Erik soltó aquella fotografía de la escena del crimen.
─Martina tiene razón, joder. Incluso se ha cargado a su perro.
─Los vecinos me comentaron que ladraba mucho.
Erik lo contempló con horror.
─De verdad, esta mañana tienes un humor muy extraño.
─La quinta plaga ─masculló Martina, que había llorado la pérdida de aquel inocente animal como si fuera el suyo─. Supongo que tuvo que darse prisa y cambió el ganado por el pobre perro.
─¿Habéis descubierto la relación que guardaba con el resto?
─Todavía no ─respondió Gonzalo─, pero sabemos que no tenía familia. Los que lo conocían dicen que era un huérfano.
Otro, pensó Erik. A saber por qué delirante razón se habría cargado a ese.
─Lo encontraremos ─determinó Erik, cada vez más convencido─. ¿Has encontrado algo en los archivos?
─Lo he intentado, Erik. Pero es una denuncia de hace veinticinco años, y ya sabes cómo andaban las cosas por aquel entonces. Además, no era más que un crío. Ni siquiera tenía responsabilidad penal. Supongo que archivarían el caso en un armario polvoriento.
Erik suspiró resignado.
─Pero seguiré buscando ─lo animó.
Erik la miró agradecido.
─Gracias. Lamentablemente, yo no puedo aparecer por la comisaría.
Martina se llevó las manos al walkie cuando le sonó un aviso. Todos escucharon el aviso acelerado, y nadie pudo detener a Erik cuando los acompañó a toda velocidad hacia el coche patrulla.
─Te quedas fuera ─le advirtió Martina.
Gonzalo soltó una carcajada, sabedor de lo que ocurriría.
─Ve más deprisa ─le ordenó Erik impaciente.
Todo había sucedido a una velocidad endiablada para detenerse a pensar con claridad. Las unidades de policía habían alertado de un sospechoso que había secuestrado a una mujer y la tenía encerrada en una vivienda. Los vecinos habían alertado a la policía, y casualmente eran ellos quienes se encontraban más cerca de la escena del crimen.
La descripción que habían ofrecido los vecinos era convincente: la noche anterior, habían visto merodear a un tipo enmascarado por la zona. Hacía unos minutos, los gritos de auxilio habían comenzado.
Nadie pudo detener a Erik cuando salió del vehículo y corrió hacia el edificio de apartamento. Resoplando, Martina lo siguió y Gonzalo se tropezó al pie de la escalera.
─¿Te encuentras bien?
─¡El puto tobillo! ─se quejó.
─Quédate frente al ascensor y bloquea ambas salidas ─le ordenó Erik, como si siguiera siendo el subinspector.
Gonzalo asintió de mala gana. Martina y Erik llegaron jadeantes al cuarto piso, y recorrieron a toda prisa el pasillo en dirección hacia el apartamento indicado. Erik detuvo a su amiga al hallar la puerta entreabierta.
─Quédate aquí. Iré delante.
─Vas desarmado ─susurró asustada.
Erik sacó la pistola que guardaba en la cinturilla de sus pantalones. Había pertenecido a su padre, y la había recuperado del cajón en el que la tenía guardada cuando le quitaron la suya.
Empujó con el pie la puerta y se coló en el apartamento con un movimiento rápido. Nada. El salón estaba desierto. Se desplazó con la espalda pegada a la pared hacia el cuarto de baño, de donde provenían las voces. Una mujer rogaba auxilio una y otra vez.
─¡Por favor... por favor!
Martina, confundida al reconocer aquella voz, se adentró en el apartamento pese a la orden impuesta por Erik. De una patada, él derribó la puerta y se encontró con un paisaje confuso y demoledor. Los habían engañado.
Una cd era reproducido a toda voz en aquella radio colocada sobre el lavabo. Junto a ella, había una máscara de Guy Fawkes.
─¿Qué coño significa todo esto?
Martina señaló la radio con amargura.
─Es la voz de Elisa ─le explicó apesadumbrada─. Lo sé porque cuando le dimos la noticia a la familia, su hija se encerró en su habitación y comenzó a ver grabaciones de su infancia en la que su madre le decía lo mucho que la quería.
Erik se frotó el rostro con ambas manos.
Aquel psicópata había tenido la osadía de grabar el sonido del asesinato de Elisa. Era ella quien suplicaba por su vida, y el asesino había querido demostrarles que siempre iría un paso por delante.
─Todavía está aquí. Lo presiento.
Salió del apartamento en el momento que escuchó como las puertas del ascensor se cerraban. Corriendo, comenzó a descender las escaleras mientras trataba de avisar a a su compañero, que se hallaba en la primera planta.
─¡Va hacia ti! ¡Cuidado!
Entonces se oyó un disparo.
***
Erik fue el primero en llegar. El rastro de sangre le indicó que algo terrible había sucedido.
─¡Gonzalo! ─gritó el nombre de su compañero, al no encontrarlo en el portal.
Salió a la calle y siguió el rastro de sangre. A escasos metros de aquel edificio, se hallaba el puente de Triana. Contra la barandilla, un cuerpo luchaba por mantenerse en pie.
─¡Aguanta!
Corrió en su ayuda.
Con una mano ensangrentada tratando de detener la hemorragia, Gonzalo le sonrió con tristeza. Cayó al agua antes de que él pudiera detenerlo.
***
Una hora más tarde, Erik mantenía los ojos clavados en el agua. Una mano se posó sobre su hombro con la intención de ofrecerle algo de apoyo.
─Dicen que la corriente ha debido arrastrar el cuerpo.
Erik sintió una tristeza desoladora. Una culpabilidad que lo embargó todo.
─Tienes que irte, Erik. Si Mondragón descubre que estabas con nosotros, te inhabilitará para siempre.
¿Pero a quién le importaba perder el empleo cuando había perdido a un amigo?
25
Mónica salió de la oficina más tranquila consigo misma, sabedora de que la pelota se encontraba en su tejado. Había llegado el momento de dejar atrás el pasado de una vez por todas. Para ello, construiría un futuro en el que los recuerdos no pudieran regresar a destruirla. En esas estaba cuando divisó a Erik en la acera contraria, que cruzó la carretera a toda velocidad y estuvo a punto de ser atropellado por un coche. Mónica se llevó las manos a la cabeza, pero el grito se atascó en su garganta al ser consciente de su rostro lívido e impaciente.
Algo terrible acababa de suceder.
Él se acercó a ella dando grandes zancadas, sintiendo que jamás la alcanzaría a tiempo. Mónica vislumbró su ansiedad, por lo que corrió hacia él para cercar la distancia que los separaba.
─Erik... ¿Qué?
Su pregunta fue silenciada con un beso cargado de dolor y pánico. Ella sintió que él se aferraba a ella, como si fuera su única tabla de salvación en aquel instante. Conmovida por su actitud, lo abrazó tan fuerte como pudo y lo besó en un intento por consolarlo, pese a que no tenía idea de lo que había sucedido.
Las manos de Erik rodearon su cintura y la apretaron más contra sí mismo. Mónica no sabía si quería protegerla a ella o a sí mismo. Susurró su nombre mientras la besaba, con la voz grave y rota por el dolor. Mónica le acarició la espalda, sin saber muy bien lo que hacer. Sin saber a qué se enfrentaba.
De pronto, la apartó tomándola por los hombros y la contempló de una forma que la aterrorizó.
─Tienes que marcharte de la ciudad. Ahora ─decidió. Mónica asintió, consciente de que algo terrible acababa de suceder─. Tu vuelo sale en tres horas. Es lo mejor que he podido conseguir.
La agarró del brazo para arrastrarla hacia la moto que había aparcada en el otro extremo, y Mónica deseó tener el valor suficiente para decirle que en su estado no debería conducir. Estaba alterado, tampoco parecía atender a razones.
Con suavidad, le acarició el biceps y se detuvo pese a que él trataba de arrastrarla.
─Erik, ¿Qué sucede?
Él se pasó la mano libre por la barbilla, todavía conmocionado. Ni siquiera fue capaz de mirarla a los ojos al decir:
─Gonzalo ha muerto. No hemos encontrado su cuerpo, pero el forense dice...
Mónica se llevó una mano temblorosa a la boca, consciente de lo que aquel hecho significaba. Estaba tan aterrada de perder a Erik que se arrojó a sus brazos, y por un instante fue él quien la consoló a ella.
─Oh... Erik... lo siento mucho... ─tomó su rostro entre las manos para besarlo con suavidad─. Por favor, vente conmigo. Vámonos de aquí ─suplicó.
Él sacudió la cabeza, apartándose con brusquedad de ella. Mónica percibió la rabia que lo carcomía, y supo que en su estado podría cometer cualquier locura que lo pusiera en peligro.
─No puedo.
Lo agarró por la camiseta en un intento porque él la tomara en consideración.
─Qué tengo que hacer para que te vengas conmigo.... ¡Qué tiene que suceder! ─explotó, a punto de echarse a llorar.
─Será mejor que nos vayamos. Tu avión saldrá dentro de dos horas, y no estaré tranquilo hasta que estés lejos de esta maldita ciudad. No soportaría que ese hombre...
─¿Y qué hay de ti? ─reclamó ella. Erik rehusó mirarla.─ ¿Qué clase de hombre le compra un billete de ida a una mujer a la que dice amar?
Aquella protesta provocó que Erik clavara los ojos en ella con dureza.
─Dicho así, haces que parezca un monstruo.
─No quiero irme a ningún sitio. No sin ti.
─Volverás. Volverás y tú misma decidirás si quieres compartir el lugar que tienes a mi lado.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, pero asintió con los labios apretados.
─Porque siempre cumples lo que prometes.
─Porque te quiero.
Mónica se llevó las manos al rostro, odiándose a sí misma por llorar delante de él cuando era Erik quien requería su consuelo. La idea de perderlo la aterrorizaba; no podía concebirla. Ahora que su vida comenzaba a poseer algún sentido, sencillamente no era justo lo que estaba sucediendo.
─Prométeme que no cometerás ninguna locura ─exigió ella.
─Te prometo que haré justicia.
─Detesto tu sinceridad.
***
Mónica vislumbraba la larga cola de personas, algunas descalzas, que aguardaban para pasar el control del aeropuerto. Todavía le quedaba más de una hora y media para embarcar. A su lado, Erik mantenía la mandíbula tensa sin murmurar una sola palabra. Acababa de perder a un amigo y compañero, y Mónica intuía que por su mente vagaban pensamientos autodestructivos. Se culpaba a sí mismo, y no cesaría de hacerlo hasta que encontrara al asesino que había convertido aquella caza en algo personal.
─Hey... ─lo llamó con suavidad, apretando su mano para que le devolviera el contacto visual.
─No estaré tranquilo hasta que estés dentro del avión, ¿Sabes?
Mónica se giró para encararlo. Enrolló las manos alrededor de su nuca y lo atrajo hacia sí. El leve roce de sus labios provocó que su estómago temblara de emoción.
─¿Por qué no dejas de preocuparte por mí y empiezas a hacerlo por ti mismo? ─sugirió con dulzura.
Él sacudió la cabeza. De su garganta brotó un sonido ronco. Quiso decir algo, pero las palabras quedaron atascadas en su garganta. Ella lo miró con cierta esperanza, creyendo que de una vez por todas él tomaría el camino más lógico. Hasta que habló.
─Me preocupo por los dos. Si tú estás a salvo, una parte de mí podrá suspirar aliviada. A mi cabeza no le viene bien que tú seas el único tema en el que puede centrarse. No razono bien cuando te tengo cerca.
─Si es un cumplido, no lo parece.
─Sólo es un hecho.
─Suena a despedida.
Las manos de Erik ascendieron sin previo aviso por los delgados brazos femeninos, hasta asentarse en sus hombros. La apretó contra su cuerpo y le estampó un beso cargado de reclamo y deseo. Uno de aquellos que marcaban el peligroso límite entre la pasión y la locura.
─¿Te parezco la clase de hombre que se despide de ti? ─exigió, con una violencia desatada.
─Me parece que deberíamos ir a un sitio en el que pudiésemos discutirlo ─respondió, excitada y confusa al mismo tiempo. Tal vez no estaba bien sentir deseo en una situación como aquella, no lo sabía. Pero lo cierto era que no estaba dispuesta a privarse de la emoción desbocada que martilleaba en su pecho. Ya no. Porque durante años, había estado más muerta que viva. Huyendo. Escapando de cualquier sensación peligrosa─. A solas ─. aseveró.
Contempló la nuez de él, tragando el pesado nudo de deseo que se había formado en su conciencia. Una parte de ella sabía que podría tomarla allí mismo. Así eran las cosas entre ellos.
─Qué..., no. Joder, no.
─Joder, sí ─insistió Mónica─. Si tengo que marcharme, que sea con un recuerdo lo suficiente bueno para que no me diga a mí misma que eres un idiota irracional. Y si vas a quedarte, quiero grabarte en la memoria que hay alguien por quien merece la pena regresar sano y salvo. Así que regresa a mí, Erik. Regresa a mí.
─Puede que sea un idiota, pero no hace falta que me convenzas de lo que siento. Estoy enamorado de ti, maldita sea. Cada parte de mí me dice que merece la pena regresar para oírtelo decir a ti. Algún día, rubia.
Ella le mordisqueó el labio inferior, extasiada.
─Algún día... ─las palabras temblaron en su boca. Río con nerviosismo. Se pegó a él y lo miró a los ojos, con una emoción apenas contenida─. Supongo que primero tendré que acostumbrarme a oírtelo decir a ti...
─Te quiero ─dijo, sin dudar.
Mónica volvió a temblar.
─Dios... dilo de nuevo.
─Te quiero ─la besó. Luego otra vez─. Te quiero.
Poco a poco, se acercaron hacia los servicios entre beso y beso. En cuanto estuvieron refugiados en la soledad de su propio deseo, cerraron el cuarto de baño con pestillo y se arrancaron la ropa como salvajes. Él le subió la falda. Ella le abrió la bragueta.
La subió sobre la pila del agua y se colocó entre sus piernas. Aquella vez no fue lenta ni suave, sino rápida y hambrienta. Se devoraron el uno al otro. Jadeantes. Excitados hasta el límite.
Mónica se aferró a la encimera, recibiendo sus embestidas con un ansia que no había experimentado jamás.
Ella pedía más. Él se lo otorgaba.
Erik enredó la mano en su cabello, obligándola a mirarla a los ojos. Existía en ellos un amor profundo que la devastaba. Que la absorbía. Una sensación plena y maravillosa que lo abarcaba todo. Y es que las cosas por fin empezaban a tener sentido.
─Esto no es una puñetera despedida ─gruñó él.
Mónica apretó las piernas alrededor de su cintura, aferrándose a él antes de marcharse.
─Algún día... ─le prometió.
Erik asintió. Pleno. Satisfecho. Entregado.
Se hundió en ella por última vez, que lo recibió sin reservas. Ella arqueó la espalda y gritó rendida a aquel placer que culminó en un éxtasis que la devoró. Erik se aferró a sus caderas, marcándola para siempre.
***
Apoyada sobre el pecho de Erik, su respiración acompasada consiguió relajarla. Ni siquiera los apremiantes golpes en la puerta lograron separarlos. Al parecer, la vejiga de alguien explotaría si no abandonaban el cuarto de baño.
Con una sonrisa ladeada, deslizó las manos por el torso de Erik, disfrutando de aquella deliciosa sensación cálida y reconfortante que la embriagaba cada vez que lo tocaba. Él atrapó sus manos para llevárselas a la boca, mordisqueándole los dedos. Soltó un gruñido de fastidio al escuchar los porrazos contra la puerta.
─Deberíamos salir de aquí.
─Deberíamos ─acordó, pero su actitud evidenció lo contrario.
El teléfono móvil de él sonó para arrancarlos de aquel letargo placentero. Mónica torció el gesto al contemplar que él rebuscaba dentro de su bolsillo para encontrar el aparato. Al descolgarlo, ella comenzó a vestirse. Mientras se adecentaba frente al espejo, escuchó con cierta inquietud la conversación acelerada que Erik mantenía por teléfono.
─Oye... oye... tranquilízate. Dame diez minutos y estaré allí, ¿De acuerdo?
La sollozante voz de una mujer se oía desde el altavoz. Mónica acertó a escuchar gemidos y sollozos que no auguraban nada bueno. Con las manos sobre la cadera, esperó a que Erik finalizara la conversación.
─Sandra, voy a buscarte. Tú sólo espérame. Y por favor, no cometas ninguna tontería ─colgó el aparato y se giró hacia Mónica.
─Voy contigo ─decidió.
Erik la detuvo por los hombros.
─Sólo está asustada. Acaba de perder a su marido, y es razonable que se encuentre tan desesperada. Tú te quedas, Mónica. No vamos a discutir sobre esto.
Ella asintió, no del todo convencida.
─Tengo que irme. Dice que se encuentra en una nave abandonada a las afueras de la ciudad─ Erik se masajeó la barbilla, como cada vez que una situación lo inquietaba─. No quiero dejarte sola, pero tampoco puedo permitir que cometa una locura. Es la mujer de mi compañero, y yo...
Mónica se apresuró a tranquilizarlo.
─Está bien ─trató de convencerlo─. Estaré bien. Voy a embarcar si eso te deja más tranquilo.
Al abrir la puerta del aseo, una airada mujer los acribilló con la mirada. El rostro de Erik, encendido por la vergüenza, no acertó a devolverle la mirada.
─¡Cochinos!
Mónica se echó a reír y lo sacó del cuarto de baño. Frente a la cola de pasajeros que esperaban la comprobación de su billete de embarque, se despidieron con un beso.
─Ten cuidado ─le ordenó.
─Lo tendré.
La atrajo por la cintura para besarla. Mónica cerró los ojos y se deshizo en un beso tan dulce como efímero. Cuando los abrió, él ya se marchaba a paso apresurado. Suspirando, se llevó las manos a la boca y sonrió como una boba. Echaría de menos aquellos labios masculinos y grandes que le habían descubierto un mundo de placer y pasión desorbitada.