20

 

 

 

La afilada hoja del cuchillo le rozó la garganta. Notó la gota caliente que se deslizaba por la piel de su cuello, y respiró con dificultad. La empujó con furia hacia la entrada del apartamento, pese a que ella trató de resistirse con la intención de apartarlo todo lo posible de Erik. Él presionó la navaja contra su piel, provocándole un corte poco profundo que la hizo gemir. Retrocedió asustada, empujada por el acero que le cortaba la respiración.

─Suéltala ─la poderosa voz de Erik fue rasgada por un matiz tembloroso Estaba asustado de que aquel malnacido le sesgara el cuello. Pese a todo, trató de mantener la calma para infundirle valor a Mónica. Con las manos en alto, dio un paso al frente─. Suéltala.

David la apretó por el vientre, jugueteando con el cuchillo sobre la pálida piel del cuello.

─¿No te ha explicado esta zorra que me pertenece? ─le espetó. Su voz destiló rabia. Maldad. Deslizó el cuchillo hacia los primeros botones de la camisa de ella y los rompió, mostrando sus turgentes senos─. ¡Díselo Mónica, díselo!

Erik la miró a los ojos, tranquilizándola con la mirada. Ella asintió, consciente de que él era su única oportunidad de salir ilesa. Confiaba en él con todas sus fuerzas.

Al toparse con su silencio, David la zarandeó por los brazos. Mónica cerró los ojos, dolorida por la herida abierta en su cuello.

─¡Te he dicho que se lo digas! ─le ordenó.

Ella giró la cabeza para encararlo con la intención de que perdiera a Erik de vista durante unos segundos.

─Y una mierda ─replicó.

La risa de David le heló la sangre. Con la lengua, limpió el rastro de sangre que le empapaba el cuello.

─Así que ahora te haces la digna... ─la estudió con una mezcla de curiosidad y desdén─. Reconozco que resultabas más interesante cuando te limitabas a abrirte de piernas, nena. ¿Qué voy a hacer contigo? Tal vez... sea hora de acabar con esto de una vez por todas...

Mónica contempló por el rabillo del ojo que Erik se desplazaba sigiloso hacia ellos, cercando la distancia que los separaba. Haciendo acopio de valor, mantuvo la mirada fija en David para distraerlo.

─He llamado a la policía. Se lo he contado todo. Se acabó.

El rostro del hombre se transformó en una máscara de ira y locura.

─¡Mentira! No serías capaz... ─dijo, receloso y asustado─. Quieres demasiado a tu madre... jamás la traicionarías...

─Se acabó ─alzó la barbilla para desafiarlo por primera vez en su vida─. Tú estás acabado.

─¡Mientes!

Erik se arrojó contra él cuando David alzó la mano para apuñalar a Mónica. El ataque lo pilló desprevenido, demasiado inmerso en atacar a la mujer con la que estaba obsesionado, no prestó atención al hombre que lo embistió por la espalda.  Ella cerró los ojos, esperando un golpe que nunca llegó. El cuchillo cayó al suelo. Mónica abrió los ojos. Erik lo derrumbó de un puñetazo. Enloquecido, comenzó a golpearlo una y otra vez. En el rostro, en el costado, en el pecho...; nunca le parecía suficiente. Jamás resarciría todo el daño que le había provocado a ella.

Mónica comprendió lo que iba a suceder y supo que no podía permitirlo. El rostro sanguinoliento de David resultaba irreconocible a causa de la paliza. En el suelo, Erik lo pateaba con todas sus fuerzas mientras el hombre se cubría en posición fetal.

─¡Basta! ¡Basta! ─se tiró a los pies de Erik en un intento por detenerlo, pero él se había vuelto loco. Aferrada a sus rodillas, le gritó hasta desgañitarse─. ¡Erik, mírame! Vas a arruinarte la vida por un hombre que no merece la pena, ¡Mírame! Te necesito... no me hagas esto.

Con el corazón desbocado, las palabras de Mónica consiguieron obrar un efecto mágico en su conciencia. Se miró los nudillos enrojecidos e hinchados a causa de los golpes propinados, y se detuvo de inmediato. El hombre gemía, retorciéndose de dolor en un charco de sangre.

Cayó de rodillas hasta estar a la altura de Mónica, quien lo abrazó rompiendo a llorar. Erik enterró las manos en su pelo, todavía conmocionado por lo que acababa de suceder.

─Tenemos que llamar a una ambulancia ─resolvió ella, sin dignarse a mirar al hombre que seguía despotricando insultos─. Erik... tú no eres como él.

─Por un momento pensé que lo mataría... ─tembló asustado.

Mónica sacudió la cabeza, consciente de que aquel pensamiento era surrealista.

─No, no lo habrías hecho ─le aseguró.

Confiaba en él. Por supuesto que lo hacía.

Cuando Erik fue consciente  de la mano ensangrentada que trataba de alcanzar el cuchillo, le asestó una patada para lanzarlo hacia el otro extremo de la habitación. Le pisó la muñeca con todas sus fuerzas.

─Ella te ha salvado la vida, no yo ─le advirtió asqueado─. No me pongas a prueba.

***

Mónica hizo una mueca cuando la aguja le traspasó la piel. Desde la pequeña consulta, observaba la puerta entreabierta que daba al pasillo en el que Erik le ofrecía a los agentes una versión de lo sucedido. Según él, aquel hombre había entrado a su casa a robar y había tratado de apuñalarla. Ninguno de los agentes hizo demasiadas preguntas ni puso en duda la versión del subinspector, que los despidió con un apretón de manos.

Mónica volvió a quejarse al sentir que el hilo se tensaba alrededor de la pequeña herida.  Al parecer no era tan minúscula como ella había creído en un principio, pues se necesitaron siete puntos para suturarla por completo.

─Ya está ─la médica se quitó los guantes y los arrojó a la basura─. Te quedará una bonita cicatriz.

Mónica quiso mortificarla con una sonrisa, pero curvar los labios le provocó un agudo ramalazo de dolor en la reciente cicatriz.

Al salir al pasillo, se encontró a Erik hablando con el médico que había atendido a David. Se acercó hacia ellos, escuchando a trompicones la conversación en la que era informado del estado clínico del hombre.

─Tiene algunas costillas rotas, pero se pondrá bien. Su estado mejorará en algunas semanas ─le explicó.

Por la expresión de su rostro, Mónica supo que aquella no era la información que él deseaba recibir. Ella aún trataba de discernir qué era lo que sentía tras lo sucedido.

En cuanto se quedaron solos, Erik le apartó el pelo de la cara para observarle la cicatriz con detenimiento. Mónica atisbó la cólera que lo embargó, seguida de un profundo alivio por encontrarla sana y salva. Sin previo aviso, la tomó de la cintura y la besó con profundidad. Aquel contacto provocó en ella una sensación tan extraordinaria como contradictoria. En tanto la lengua de Erik buceaba por su boca, se sintió dichosa y asustada; entregada, plena y dolorida.

─Pensé que te perdía ─musitó aterrado.

─La médica dice que me quedará cicatriz.

Erik resopló.

─Acabo de admitir que estaba jodídamente asustado ante la idea de perderte, y tú me hablas de una cicatriz que me importa un carajo ─la censuró alterado, provocando que ella sonriera.

Se llevó la mano a la herida tras un nuevo ramalazo de dolor.

─¿Cómo te encuentras? ─se preocupó.

─Conmocionada ─confesó─. ¿Y tú?

La miró a los ojos durante un largo segundo.

─Aliviado.

Volvió a besarla, tomándola por la nuca. Aquel beso, a diferencia del primero, fue tan suave como delicado. Denotaba afecto y una preocupación sincera que le acarició el alma. Algunos pacientes silbaron encantados ante la pública muestra de cariño. Ambos rieron.

─¿Por qué no le has contado la verdad a la policía? ─inquirió de pronto.

─No vamos a hablar de eso ahora ─zanjó, pasándole un brazo alrededor de los hombros─. Mírate; necesitas una ducha caliente, algo dulce y un buen masaje. Déjame cuidar de ti aunque solo sea por hoy. Te gustará. Me gustará.

Mónica se puso de puntillas para besarlo. Sin separarse de su boca, le habló con dulzura.

─Si sigues así, me enamoraré de ti.

Aquella confesión provocó que Erik se tambaleará.

─Calma, subinspector. No voy a ponerte unas esposas y encadenarte a mí para siempre ─bromeó, al percatarse de la lividez de su rostro.

Él se lamió el labio inferior, sopesando la idea.

─No... es sólo.... ─frunció el entrecejo, volviendo a atraparla entre sus brazos─, que eso sería maravilloso.

A Mónica se le aceleró el pulso.

─¿Cuál de las dos opciones?

Erik le besó la punta de la nariz.

─Sabes de sobra a lo que me refiero ─le dijo, de una forma grave y escandalosa.

No, no lo sabía. Y por algún motivo, aquello la puso más nerviosa.

─Voy al servicio ─se excusó, necesitando un minuto de soledad en el que poner en orden sus ideas.

A poder ser, alejada del único hombre que no le permitía razonar con claridad. Sabía de sobra que en su casa carecería de la distancia necesaria para ordenar sus sentimientos. Porque, ¿Qué sentía? ¿Qué necesitaba? Y lo más aterrador, ¿Qué quería?

─Rubia.

Se detuvo en cuanto aquel acento sureño y ronco la llamó. Sólo él podía aderezar aquella situación tan dramática con un poco de humor.

─Procura que nadie te mate mientras vas al servicio.

Ella lo fulminó con la mirada, pero al final se echó a reír.

De camino al baño, no fue capaz de reprimir la tentación de echar una última mirada al cuerpo malherido de David, que descansaba enchufado a un monitor. Al entrar en el servicio, tuvo la perturbadora idea de arrancar todos los cables de un manotazo. Se echó agua en la cara y se miró al espejo. Las gotas le salpicaban la barbilla, y la cicatriz oscura le confería un aspecto siniestro y poco atractivo.

Algo salvaje y perverso se apoderó de ella.

─No lo hagas ─le advirtió a su reflejo.

Tengo que hacerlo.

Era consciente de que sólo ella sería capaz de poner fin a esa pesadilla. Enfiló hacia la habitación de David sin pensarlo. Poco a poco, recortó la distancia que los separaba con el corazón latiéndole desbocado bajo el pecho. La imagen de aquel cuerpo frágil y sin escapatoria se le antojó tan repulsiva como tentadora.

¿A quién le contarás la verdad si te silencio para siempre?

Agarró una almohada con las manos y se aproximó al cuerpo moribundo cada vez más... cada vez más. Estaba tan cerca de su libertad que podía saborearla. Un paso más y sus problemas se acabarían para siempre.

Pero algo se rompió en su interior. Pensó en la persona que era y en la que se convertiría si cometía tal atrocidad. Arrojó la almohada al suelo y corrió hacia la puerta, sofocada ante lo que había estado a punto de hacer.

No, ella no era como él. Ni siquiera era como su madre, por mucho que se hubiera culpado a sí misma durante todos esos años.

Entonces lo vio. Junto al armario, enterrado en las sombras. Se llevó las manos a la boca, sabedora de que si gritaba él le dispararía con la pistola que portaba en la mano izquierda. El hombre ataviado con la máscara ladeó la cabeza, observándola con curiosidad. De nuevo, tuvo la sensación de que tras la máscara de perturbadora sonrisa él escondía una sonrisa aún más siniestra.

Y supo lo que iba a hacer. Alargó una mano para detenerlo, pero fue demasiado tarde cuando vació el cargador sobre el cuerpo de David. Mónica gritó. Con el rostro desencajado, contempló asustada como aquel asesino se acercaba hacia ella, como una serpiente sigilosa. La mano enguantada atrapó la suya, provocando que Mónica dejara de respirar. Los fríos labios de la máscara se posaron sobre el dorso de su mano. Cerró los ojos, deseosa de escapar de aquella situación. De aquel beso. De su presencia.

El hombre susurró unas palabras a su oído. Tenía una voz grave. Falsa.

Cuando los abrió, el hombre había escapado mientras la habitación comenzaba a atestarse de gente. Escuchó el sonido de la voz de Erik, lejana y carente de sentido. Todo había desaparecido, a excepción del cuerpo sin vida de David.

Recordó la palabrassusurrada. Se estremeció.

Libertad.

***

 

─Podríais dejar de presionarla ─sugirió Erik. El tono desbrido de su voz lo delató.

Mondragón le dedicó una mirada curiosa.

─Sólo estamos interrogando a la testigo ─replicó.

Erik tuvo la sensación de que si hubiera podido, le restregaría la placa por las narices. Necesitaba sacar a Mónica de las garras de aquellos ineptos antes de que la debilitaran más de lo que estaba. En menos de veinticuatro horas había hecho frente al ataque de un acosador para luego ser testigo presencial de un crimen brutal. Todavía lucía conmocionada, y el comisario se empeñaba en lanzarle una pregunta tras otra sin dejarle siquiera respirar.

─¿No le parece demasiada coincidencia que se haya encontrado dos veces con ese hombre? ─sugirió con malicia.

Mónica encontró la entereza necesaria para fulminarlo con la mirada.

─No lo sé, dígamelo usted. Se supone que ese es su trabajo ─lo atacó.

Erik le puso una mano en el hombro.

─Nos vamos.

Mónica se incorporó, deseosa de salir de aquel lugar cuanto antes.

─Rodríguez, ya sabes cómo funcionan estas cosas... ─aclaró el comisario, con la intención de retener a la testigo lo máximo posible.

─Porque lo sé, nos largamos antes de que termines con tus elucubraciones baratas.

Se despidió con un seco asentimiento de Jesús, quien le dedicó una sonrisa agria tras apartarse de su camino. El comisario trató de detenerlo, pero Erik colocó la mano en la espalda de Mónica, y haciendo oídos sordos la condujo a la salida.

Al salir del hospital, Mónica se apartó de él.

─Te daría las gracias si no supiera que me quieres toda para ti ─él enarcó una ceja. Al comprender el sentido erróneo de sus palabras, ella se apresuró a matizar─. Porque vas a llevar esta investigación por tu cuenta, ¿No es cierto?

Erik se acarició la barba, exhausto.

─¿No sientes la necesidad de concedernos una tregua tras todo lo que has vivido hoy? ─sugirió consternado.

Ella asintió derrotada.

─Sí ─respondió sin dudar. Se montó en el taxi con él a su lado, y clavó la mirada en la ventanilla. Ni siquiera la mano que asía la suya pudo devolverla a la realidad─. Lo único que quiero es que se acabe este maldito día.