21

 

 

 

En cuanto salieron del taxi, Mónica recibió un golpe de aire caliente. Detestaba la idea de encerrarse en el apartamento de Erik cuando su mente se encontraba atestada de pensamientos que ya de por sí la acorralaban. Era extraño; se sentía tan culpable como liberada.

¿Era una mala persona por experimentar alivio tras la brutal muerte de David? No podía negar que el fallecimiento de aquel hombre le facilitaba mucho las cosas. El misterioso enmascarado que le producía una mezcla de fascinación y repulsión había acabado con todos sus problemas para siempre. Había silenciado a David. No sentía agradecimiento alguno hacia un ser tan sádico y despreciable, pero en su mente continuaba bullendo aquella palabra: libertad.

─¿Damos un paseo? Me parece que no quieres estar encerrada tras todo lo que ha sucedido hoy ─sugirió Erik.

Mónica asintió, acompañándolo por una calle solitaria y empedrada. La luz de las farolas se reflejaba en la fachada de las casas, dibujando las siluetas de sus cuerpos en la soledad de la noche. Era extraño, pues pese a los trágicos acontecimientos experimentados, se sentía reconfortada y segura al estar acompañada por él en mitad de la noche en una calle abandonada.

─Deberías dejar de hacer eso ─respondió.

─No sé a qué te refieres.

─Leer mi mente. Se te da bastante bien, ¿Sabes? ─lo estudió durante unos segundos─. Ni siquiera yo sé lo que quiero en este momento.

─No es de extrañar. Si yo estuviera en tu lugar...

─Me siento aliviada ─lo interrumpió, deseosa de sincerarse con él. La reconfortó no encontrar rastro de censura en su expresión─. Que haya muerto facilita muchas cosas.

Erik no dijo nada. Mónica volvió a sentir la necesidad de justificarse.

─No sé en qué clase de persona me convierte eso.

─En una que, después de todos estos años, tiene la posibilidad de vivir su propia vida. Sin esconderse. Sin miedo ─aclaró él─. Después de todo, el karma funciona.

─No me has preguntado qué hacía en la habitación de David.

Erik la analizó con cautela. Por su expresión, Mónica supuso que él ya había sacado sus propias conclusiones.

─Quería matarlo ─reflexionó en voz alta. Aquella vez, su voz no sonó como un pretexto, sino como un hecho─. Fui a su habitación porque, por un momento, sentí el deseo de matarlo. Pero no pude. Sencillamente no fui capaz de hacerlo. Solté la almohada y eché a correr hacia la puerta, consciente de que yo no era como él. Entonces lo vi, con esa horrenda máscara y la determinación que yo jamás tendría para hacer algo semejante. Apretó el gatillo y disparó tantas veces que no pude contarlas. Creo que disfrutó.

─Mi padre solía decir que son nuestras decisiones las que nos definen  ─comentó él─. Tú tomaste una decisión, Mónica. Los sentimientos son incuestionables. Están ahí y no podemos hacer nada para cambiarlos. Son las acciones las que nos convierten en buenas o malas personas.

Mónica lo escuchó sin decir una sola palabra, pues tuvo la impresión de que él también hablaba sobre sí mismo.

─Me preguntaste por qué no le conté la verdad a la policía ─recordó, sin dejar de mirarla─. No pude hacerlo.

─¿Por qué?

─Porque hacer lo correcto carece de sentido cuando traicionas a quien te importa. ¿De qué me habría servido lavar mi conciencia si te hubiera perdido, Mónica? Mientras estabas en aquella consulta fui consciente de que todo lo alejado que podría vivir de ti serían los escasos metros que nos separaban en aquel momento ─curvó los labios en una sonrisa. Ella tembló de la emoción─. Tomé la decisión adecuada. Lo correcto puede irse al infierno si no te incluye a ti en mi vida. Llevo demasiado tiempo esperándote. No te haces una idea de lo que deseaba encontrar a alguien como tú.

Muda de la impresión, Mónica se dejó llevar lentamente hacia él. Porque si aquello no era amor, se le parecía demasiado. Se sentía dichosa y acojonada. Tenía tantas cosas por decir que no sabía por dónde empezar.

El graznido de un pájaro que pasó volando por encima de su cabeza la hizo gritar. Trastabilló y su pie quedó encajado entre dos adoquines. De no ser por el fuerte apretón de Erik, se habría precipitado al suelo, lo que no impidió que el tobillo le ardiera de dolor.

─¿Te has hecho daño?

Ella asintió, con la boca formando una mueca tensa y afligida.

─Ha sido una tontería, pero me he asustado ─explicó avergonzada. Se apoyó en el hombro de él para arrastrarse cojeando hacia el apartamento de Erik, pero al escucharla gemir, él pasó un brazo por su cintura y la alzó sin aparente esfuerzo. Mónica no se resistió. Hacerlo hubiera sido una estupidez cuando disfrutaba de veras de su contacto. La incipiente barba de Erik le hacía cosquillas en la mejilla, y sus manos se entrelazaban alrededor de un cuello robusto y moreno─. Deberías dejar que te afeitara.

El ofrecimiento lo tomó por sorpresa, pues enarcó una ceja para mirarla con cierta reticencia.

─Estás más guapo cuando la barba no te cubre la mitad del rostro ─le explicó sin tapujos.

No pudo resistirse a bersarlo en la comisura de los labios cuando él sonrió. De nuevo, aquel hoyito sexy apareció en su barbilla. También lo besó. Tuvo la impresión de que podría pasar horas besando cada parte de su cuerpo.

─Erik, no sé qué voy a hacer cuando termine mi trabajo en la revista ─le dijo, sin venir a cuento. No tenía sentido, o en realidad poseía uno tan intenso que la asustaba. Después de todo lo que había experimentado, sentía que necesitaba un momento de paz e intimidad consigo misma. Para saber lo que quería y hacia donde se dirigía. Para tomar las riendas de su vida de una vez por todas. Por tanto, tenía mucho sentido que fuera sincera con una persona con la que las cosas estaban yendo tan deprisa. Tan intensas─. Quiero decir..., no sé si me quedaré, o haré un viaje para aclararme las ideas.  Puede que regrese a Madrid para empaquetar mis cosas. Supongo que dejaré el trabajo en Musa. A Sara no le gustará, pero es lo que hay. Necesito sentir que mi vida me pertenece de una vez por todas. Es extraño, porque no tengo ni idea de lo que quiero hacer. Supongo que es lo que sucede cuando te has pasado la mitad de tu vida huyendo... escondiéndote y viviendo con miedo. Un día leí que los presos que pasan una larga estancia en la cárcel al ser excarcelados no saben como enfrentarse a su recién estrenada libertad ─chasqueó la lengua contra el paladar, sintiéndose como una tonta─. No quiero sentirme como alguien que no puede volver a reinsertarse en la sociedad. Dios, sé que suena estúpido. Es sólo... que me gustaría que todo volviera a tener sentido, como aquellos años en los que estudiaba en la universidad y soñaba con ser una gran historiadora. Supongo que sabes que algo va mal cuando ni siquiera tienes sueños. Ilusiones. Yo quiero volver a tenerlos. Quiero..., no sé lo que quiero.

Él la escuchó durante todo el tiempo hasta que llegaron a la fachada de su edificio, sin decir una sola palabra. Mónica percibió que los brazos de él se habían tensado en torno a ella, como si la idea de soltarla cuando todo empezaba a ser más sencillo y fácil entre ellos le resultara injusta. Tal vez lo fuera, pero no podía ignorar sus sentimientos.

Necesitaba experimentar aquella ansiada libertad de hacer lo que le viniera en gana. Necesitaba encontrarle un nuevo sentido a su vida porque antaño se la habían arrebatado.

No dejaba de preguntarse, ¿Y ahora qué? ¿Y ahora qué? Las expectativas le resultaban excitantes.

─Supongo que puedes afeitarme ─dijo él al fin.

Al cerrar la puerta de la entrada, ninguno de los dos fue consciente del hombre que los espiaba desde las sombras. Agazapado tras un árbol, su rostro se congeló en una mueca de repulsión. Aquella zorra ingrata había sido incapaz de agradecer lo que había hecho por ella. Simplemente había huido a los brazos de aquel miserable, renegando de la ayuda brindada. Dentro de aquel apartamento, retozarían como salvajes mientras él la deseaba en silencio. No era justo. Había esperado un poco de conmiseración. Un agradecimiento tan poderoso que la lanzara a sus brazos. Porque acababa de ofrecerle el bien más preciado de quien había sido agraviado: la venganza, o lo que era los mismo; la libertad espiritual.

¿Es que no se daba cuenta de que ambos eran iguales? Dos almas a la que la vida las había tratado con tamaña injusticia. Dos personas heridas por la crueldad de terceros. Dos seres hechos el uno para el otro.

No, por supuesto que ella no tenía la culpa. Era aquel subinspector arrogante y moralista quien la había apartado de él. Erik. Él pagaría por todo.

Con su muerte, la haría comprender que eran dos personas iguales. Emprenderían un nuevo camino juntos porque lo merecían tras tanto sufrimiento. Pero primero tenía que asesinar a Erik.

***

Mónica masajeó el rostro de Erik con la espuma de afeitar. El cosquilleo eléctrico que la invadió al rozar aquella mandíbula fuerte le provocó un suspiro. Sin embargo, no pudo evitar sentirse entristecida al percatarse de que los músculos de su rostro estaban tensos mientras que su mirada se clavaba en el espejo con un sentimiento que no pudo descifrar. Tal vez desilusión.

Así que trató de sonar animada por los dos.

─Supongo que también debería hacer algo con tu pelo... ─bromeó, dándole un leve tirón. Con la mirada que él le dedicó, ella lo soltó de inmediato y cogió la cuchilla para afeitarlo. Sería mejor que no volviera a hacer tal cosa─. No importa, te queda bien de todas formas. Eres muy atractivo.

Comenzó a afeitarlo con movimientos precisos y cortos, muy segura de sí misma. Era la primera vez que hacía tal cosa, pero había sido testigo numerosas veces de cómo los estilistas afeitaban a los famosos que ella iba a entrevistar. En sus manos tenía a Erik, por lo que nada podía salir mal. O eso creía hasta hace escasos minutos.

La apatía de él la estaba matando. Comprendía que él no quería escuchar lo que ella acababa de descubrirle; que se largaría durante algún tiempo para aclarar sus ideas. ¿Pero es que acaso podía hacer otra cosa? Necesitaba pensar con claridad, a poder ser alejada de un hombre que había llegado a significar demasiado para ella cuando ni siquiera era dueña de sus propias decisiones.

Tras afeitarlo, retiró los restos de espuma con un paño húmedo, deleitándose durante más tiempo del debido en cada porción de piel. Su pulgar acarició la boca de él sin poder evitarlo, y un sentimiento profundo y angustiante le encogió el pecho.

¡Dios, qué le estaba sucediendo!

Erik le agarró la muñeca para detenerla. Arrebatándole el paño húmedo, lo arrojó al lavabo y se incorporó de la silla. Dolida por su rechazo, Mónica retrocedió unos pasos.

─Has hecho un trabajo fantástico. Gracias.

No fue un halago. Ni siquiera sonó como un verdadero agradecimiento. 

─No hay de qué ─ella forzó una sonrisa y salió del cuarto de baño.

No la siguió. Durante varios minutos, Mónica sólo escuchó silencio en aquel cuarto de baño, hasta que al final oyó el agua de la ducha correr. No supo si esperarlo sentada en el sofá o tumbada en la cama, porque al fin y al cabo, ¿Qué eran? Con todo lo sucedido, le pareció una ridiculez tumbarse en su cama como si ella fuera alguien en su vida. Como si tuvieran algo.

Se sentó en el sofá y esperó. Encendió el televisor, pero no pudo concentrarse en la película que se retransmitía. Se sentía inquieta y apesadumbrada. Todo giraba alrededor de Erik.

 

Erik se metió bajo la ducha, con la intención de refrescarse tanto el cuerpo como las ideas. No se sentía orgulloso de lo que acababa de suceder, pues no tenía ningún derecho a culpar a Mónica de tomarse un tiempo para pensar, por mucho que lo fastidiara que no lo incluyera a él en sus planes. Al fin y al cabo, ¿Qué se suponía que iba a recriminarle? ¿Qué se había enamorado de ella?

Hacía pocos minutos había estado a punto de decírselo. O gritárselo. Pero el miedo y la vergüenza se apoderaron de él, lo que no lo hizo sentir orgulloso. Tampoco era justo exponerle su amor así, sin más, cuando ella sólo necesitaba aclarar sus ideas. Sabía que debía ofrecerle tiempo; todo el que necesitara. La vida la había tratado de manera cruel y ella pretendía emprender su propio camino.

Sólo que él quería ser incluido en el mismo...

Todo el mundo tenía razón. El amor era egoísta. Él estaba siendo egoísta, no podía evitarlo. Egoísta con Mónica y con sus necesidades. Pero joder, no podía evitarlo. Tampoco es que hubiera buscado enamorarse de ella, pues había sucedido sin más. De manera precipitada, vertiginosa y sin retroceso.

Él quería salvarla. Ella necesitaba salvarse de sí misma. Sabía que lo que menos necesitaba en este momento era un puñetero príncipe azul que la guiara paso a paso.

De todos modos, no es que él quisiera ser el príncipe azul de nadie. Se conformaba con alguien a quien amar. Tal vez una vida en común con el paso del tiempo. Compartir el desayuno todas las mañanas y salir a correr juntos. Pasar horas en la cama; debajo y encima... a todas horas. La clase de cosas que con cualquier otra persona no habrían tenido un significado especial, pero con ella lo significaban todo.

Se envolvió la toalla alrededor de la cintura. Puede que Mónica tuviera razón. Puede que cada uno necesitara centrarse en sus problemas. Él, para empezar, tenía que hacer frente a la suspensión de empleo y sueldo. Al asesino que continuaba cobrándose vidas. A la enfermedad de su madre.

Sí, tal vez ella estuviera en lo cierto.

Al abrir la puerta del cuarto de baño, lo primero que vio fue el cuerpo de Mónica tendido en el sofá. El rostro plácidamente dormido la hacía parecer más receptiva, terrenal. Acababa de conocer todos sus demonios, pero a veces lo sobrecogía la entereza de aquella mujer.

Durante un segundo, pensó si despertarla o cogerla en brazos para trasladarla hacia la cama. Al final, optó por la segunda opción y se inclinó para auparla. Entreabrió los labios y murmuró una queja, pero continuó dormida. No era de extrañar teniendo en cuenta toda la presión a la que ambos se habían visto sometidos aquel día. Finalmente, ella había caído rendida.

Aquella boca rosa y tentadora no dejó de atormentarlo hasta que la depositó sobre el colchón. Ella se dio la vuelta con el entrecejo fruncido, como si estuviera teniendo una pesadilla. Erik se sentó en el borde de la cama para observarla intrigado. Le apartó el pelo de la cara, y jugueteó con un bucle dorado durante unos segundos. Pareció que ella sonreía, o eso quiso creer él. Como no quería despertarla, se incorporó para salir de allí. No pudo resistirse a plantar un beso sobre su frente arrugada. Ella volvió a sonreír.

─Te haría tantas cosas que esta cama se nos quedaría pequeña ─susurró, sin poder evitarlo.

Se largó de allí antes de que ella lo descubriera observándola como un idiota embobado.