16
NUEVA VÍCTIMA DEL ASESINO EN SERIE QUE MANTIENE EN VILO A LA CIUDAD HISPALENSE.
Tras leer el titular del periódico online, arrojó el ipad sobre el sofá y se llevó las manos a la cabeza. No hacía ni veinticuatro horas que Roldán estaba muerto y aquel malnacido se había cobrado su cuarta víctima. En su mente vagó la escabrosa imagen del cadáver apodado con las iniciales E.M cubierto de moscas.
La cuarta víctima. La cuarta plaga. No se detendría hasta llegar al final.
No obstante, que le hubieran arrebatado la placa y el arma no impediría que él continuara sus pesquisas. Sacó el teléfono para hacer una llamada. Al cuarto tono, Gonzalo respondió con voz cansada. Al parecer, también había sido un día duro para él.
─Erik, esperaba tu llamada de un momento a otro.
─En ese caso, ya sabes lo que necesitó.
Hubo un silencio incómodo durante unos breves segundos, en el que solo se escuchó la respiración sosegada de su amigo al otro lado de la línea. Al parecer, estaba sopesando su petición.
─El comisario tiene razón. Unos días libres te vendrán bien. Descansa, tómate tiempo para pasar el duelo ─le aconsejó.
─No me vengas con esas. Hay una gran diferencia entre tomarse unas vacaciones y ser obligado a salir por la puerta de atrás. No se trata de una cuestión de orgullo, maldita sea. Roldán está muerto y nada va a devolvérnoslo, pero haré lo que sea para que ese hombre dejé de cobrarse víctimas.
Su amigo suspiró.
─¿Nada de lo que diga te hará cambiar de opinión?
─Puedes ahorrarme algo de trabajo y tiempo. Seré discreto.
─¿Tan discreto como el puñetazo que le pegaste a Jesús? ─le recordó. En su tono no existió reproche─. Que no digo que no se lo mereciera, porque es un gilipollas. Pero joder, Erik, tú no eres así. El comisario lo ha dejado en libertad tras una breve investigación. Poseía una coartada sólida para todas las fechas en las que se produjeron las muertes, incluida la de Roldán. A la salida de la comisaría estuvo charlando con un compañero que verifica su versión. Te equivocaste, Erik.
Apretó los dientes tanto que le rechinaron.
─¿Es adoptado? ─inquirió.
─¿Qué? ¡Deja ya toda esa mierda! ¿Realmente crees que Jesús tiene algo que ver en todo esto?
Erik decidió ser sincero. Con el transcurso de la noche, había tenido suficiente tiempo para aclarar sus ideas. La ira fue transformada en una fría calma que lo impelió a pensar alejado de los sentimientos que lo acuciaban, lo que le había descubierto que se había comparto como un imbécil frustrado por los acontecimientos.
─No, no lo creo. Supongo que Jesús es solo un idiota, pero alguien quiere que busque en la dirección equivocada.
─Bueno, en algo tienes razón. Los padres adoptivos de Jesús formalizaron la adopción cuando él tenía doce años. Fue dando tumbos de orfanato en orfanato.
─Pásame la lista por email ─le pidió. No se lo ordenó, pues había dejado de ser su superior. Sería un favor de un amigo a otro amigo, a no ser que Gonzalo se negara─. Un nombre. Sólo necesito el nombre. Sabes que puedo conseguirlo dentro de unas horas por mi cuenta, pero agilizarías todo el proceso.
─Porque crees que tú solo puedes encontrarlo ─finalizó resignado─. Tiene a toda la comisaría en jaque, no te lo tomes como algo personal.
Es personal desde que asesinó a Roldán. Tal vez siempre lo fue.
─Elisa Montávez, sesenta y tres años y apunto de jubilarse como trabajadora social de la Junta de Andalucía. Te pasaré la dirección por correo junto a la información que necesitas. Buena suerte.
Colgó el teléfono. Todos los fallecidos rondaban el mismo periodo vital, por lo que estuvo seguro de que perseguía la pista correcta. El asesino trataba de vengarse por algo sucedido hacía veinticinco años. Los abusos del primer párroco no eran más que el inicio de una larga lista de afrentas que iba a cobrarse con la muerte de todos ellos, hasta llegar al número diez.
Esperaba ser más rápido que él.
Descubrió a Mónica en la puerta de la habitación, con el cabello repleto de tirabuzones indomables que le caían sobre los hombros y el rostro todavía turbado por el sueño. Era tan hermosa que dolía. Mirarla dolía. Contemplarla sin poder tocarla dolía.
─Buenos días, ¿Qué tal has dormido?
─Mejor de lo que esperaba, gracias.
Estaba aturdida, como si despertar en un ambiente que no era el suyo la hubiera trastocado. Parecía ligeramente avergonzada, hecho que lo conmovió. Con movimientos perezosos, caminó hacia la cocina para tomar asiento frente a la barra americana.
─Hay café recién hecho, te serviré una taza.
─No tomo café.
Le dedicó una mueca de disculpa cuando él la escrutó con ojos sorprendidos.
─Nunca he soportado el sabor tan fuerte, prefiero el té.
─Zumo de naranja es lo que puedo ofrecerte.
─Un zumo estará bien ─aceptó ella.
Erik le sirvió un vaso, colocó un plato de tostadas frente a ella y tomó asiento a su lado. Sin poder evitarlo, enredó uno de los rizos en su dedo.
─Si vinieras más veces, podría convertir esto en una tetería. Estaría dispuesto a sacrificar mi adicción al café por complacerte un poco ─prometió solemne con una mano sobre el pecho.
Mónica esbozó la primera sonrisa de la mañana, enmarcada por unos ojos risueños. Joder, era la mujer más guapa que había visto en toda su puta vida.
─Tomado en exceso es perjudicial para la salud. Eso debería ser suficiente para disuadirte ─le dijo, hincándole el diente a una tostada.
─Ah... tú también eres perjudicial para mi salud ─musitó, jugueteando con uno de sus rizos─. Sueño contigo tantas veces que vas a volverme loco, y sin embargo soy incapaz de separarme de ti.
─Eso tiene fácil solución ─respondió con frialdad─. Haré las maletas y...
─No.
La negativa y su rotundidad provocó que Mónica se girará hacia él, algo sobresalta. La expresión de Erik emanaba tensión, disgusto ante la idea de no volver a verla. Mónica entrecerró los ojos cuando él estiró la mano libre para acariciarle el cuello. Tuvo que ahogar un suspiro de placer, pues sentir su contacto la agradaba tanto como el olor de la cama de Erik, impregnado del cuerpo del policía que la había acompañado durante toda la noche. Tal vez por eso había tenido un sueño tan reparador.
─No deberías esconder algo tan hermoso...
Mónica no supo a qué se refería, hasta que él enterró ambas manos en su cabello con cierta codicia. Sobre todo veneración.
─Detesto el pelo rizado, eso es todo.
─Eres preciosa.
─Me miras con buenos ojos ─agradeció el cumplido.
─No, no es eso. Tengo vista de lince, pero ahora solo estoy siendo sincero.
Con cierto pesar, apartó las manos de ella y comenzó a devorar su desayuno. Mónica se obligó a serenarse, pero tenerlo tan cerca le provocaba un murmullo en el estómago incapaz de ignorar. En toda su vida, jamás había compartido semejante intimidad con un hombre. Tal vez fuera una tontería, pero pisar la casa de un hombre, y mucho menos desayunar en su compañía, era algo que nunca había experimentado. Prefería mantener la distancia emocional, con sus reglas y la seguridad que le proporcionaba su hogar.
Si Erik le provocaba semejantes sensaciones con un simple desayuno, ¿Qué le quedaría cuando se acostaran? Porque estaba segura que sucedería, a menos que huyera de él lo antes posible. Tan solo estaba poniendo trabas a algo que era inevitable. Lo deseaba, con igual miedo como necesidad.
─¿Qué sucede? ─intuyó él.
Mónica se limpió la comisura de los labios con una servilleta, tratando de hacer tiempo para poner en orden sus ideas. Al final, se encogió de hombros en un intento por restarle importancia.
─Es la primera vez que despierto en la casa de un hombre.
La confesión pilló desprevenido a Erik, que no supo qué pensar.
─Bien, eso es lo que soy.
─No es gracioso ─le recriminó ella, sintiéndose como una estúpida─. Puede que para ti sea algo tan simple como habitual, pero a mí me asusta. Así que no te rías.
─¿Qué es habitual para mí? ─insinuó socarrón.
Mónica resopló. Cruzada de brazos, se negó a entrar en su juego.
─¿Meter a mujeres en mi casa todas las noches para luego invitarlas a desayunar?
Se levantó indignada.
─No sigas por ese camino.
─En general, si invito a una mujer a mi casa no es para prepararle el desayuno tras dejarla dormir en mi cama, porque solemos utilizarla juntos.
Mónica arrojó la servilleta sobre la encimera.
─¡Lo que tú hagas con tu vida no es asunto mío! ─explotó furiosa.
Erik esbozó una sonrisa.
─No grites.
─No estoy gritando... ─farfulló cohibida, aún con el corazón acelerado.
Estiró la mano para tocarla, pero Mónica se separó avergonzada por su propia actitud. Había entrado en su provocación, dejándose a sí misma en evidencia. Si él quería demostrar que a ella le importaba lo que hiciera con el amiguito que guardaba en los pantalones, acababa de hacerlo.
─No eres otra más, Mónica. Déjame demostrarte que...
─Tengo que ir a trabajar, voy a llegar tarde ─lo interrumpió asustada de escuchar lo próximo que él iba a decirle, porque si lo hacía, con toda probabilidad caería rendida a sus brazos.
***
En la oficina de Al Sur todo era caótico y frenético. Trabajaban a toda prisa para finiquitar el reportaje estrella que encabezaría la portada antes de enviarlo a imprenta. La apocada Elena se había convertido en una mujer que incluso se atrevía a tomar la iniciativa, por lo que Mónica se sentía satisfecha.
El espíritu del resto de empleados también había evolucionado a mejor. Ahora, formaban un equipo humano que no competía entre sí para tener su nombre en primera plana de la revista, sino que trabajaban en común para sacar a flote aquel proyecto.
Mónica experimentaba una profunda dicha. Su mayor temor había sido regresar a Sevilla y que las aguas volvieran a su cauce, pero comprendió que aquel equipo tan variopinto por el que no había apostado un duro podía funcionar si creían que la revista tenía posibilidades.
Y las tenía, por supuesto. Un proyecto tan ambicioso como aquel tan sólo necesitaba encontrar su voz. El reportaje de Elena sería todo un éxito porque destaparía uno de los mayores escándalos de la ciudad y sería su revista quien lo publicaría. Además, se había afanado en que el resto del contenido fuera original y atractivo para los lectores. Repleto de entrevistas a artistas independientes, problemas que acuciaban a la sociedad de hoy en día y artículos de opinión con un tono mordaz.
Elena entró en su despacho para mostrarle parte de su trabajo. Mónica leyó el resultado y soltó los folios sobre el escritorio con aire pensativo.
─Le falta un poco de agresividad ─informó a la becaria. Al contemplar la decepción que emanaba el rostro de Elena, añadió─: no está mal, de verdad. Tan sólo necesitas ser un poco más crítica. Recuerda que estuvo a punto de ponerte la mano encima y expulsa toda la mala leche que llevas dentro.
Elena enrojeció al recordar tal suceso.
─Eso está hecho ─aseguró, con una determinación que no le había visto antes.
Salió de su despacho, y Mónica se tomó un minuto para sí misma. Llevaba toda la mañana revisando, supervisando y perfeccionando los últimos detalles porque quería ofrecerle aquel regalo a Sara. Fue entonces cuando recibió un correo que trastocó todos su planes.
Temblando, leyó el email que había llegado a su cuenta personal.
¿Crees que mudarte a su casa te salvará de mí, pequeña zorra?
Yo soy tu verdugo, tu carcelero y tu propietario. Jamás olvides que tu libertad depende de mí.
¿Quieres que te destroce la vida? ¿Acaso tengo que dejar de ser benévolo para que me tomes enserio de una puñetera vez?
O quizá tengo que asesinar a ese hijo de perra para que vuelvas a ser la niña sumisa y silenciosa que acataba mis órdenes sin rechistar...
D
─No... ─suplicó en voz alta.
Hacía siete malditos años que no aparecía en su vida. ¿Por qué ahora? ¿Por qué se afanaba en reaparecer en su vida cuando había encontrado algo por lo que merecía la pena luchar?
Había sido una ilusa al fantasear con la posibilidad de una existencia apacible junto a un buen hombre. Él jamás se lo permitiría, pues vivía por y para destruirla.
Pero no a Erik, determinó rabiosa.
A Erik no le pondría una mano encima, pues ella lo abandonaría antes de que aquello sucediera. Aunque la odiara, no tenía otra opción. Prefería ser odiada que vivir con la culpabilidad de que él fuera herido por su culpa
***
Tras dejar a Mónica en el trabajo y cerciorarse de que la oficina en la que trabajaba estaba dentro de un edificio que contaba con guardia y sobradas medidas de seguridad para impedir el acceso a personas ajenas, se metió en el coche y releyó el email de Gonzalo. En la lista de orfanatos por los que había pasado Jesús, no figuraba el de las Religiosas del buen pastor, por lo que en ese aspecto pudo respirar tranquilo. No era idiota.
Tras su arrebato de ira, lo había sopesado todo con mayor frialdad. Alguien había señalado a Jesús como el verdadero culpable para distraerlo. Al parecer, el asesino lo conocía lo suficiente como para anticipar su reacción desmedida. Su intención había sido apartarlo del caso desde el momento en el que puso a salvo a la que habría sido la tercera víctima. No satisfecho con ello, había asesinado a Roldán.
¿Por qué?
Condujo hacia la dirección que Gonzalo le había facilitado con la idea de formular algunas preguntas. El dolor por la muerte de su jefe y mentor aún persistía, pero la certeza de que daría con su asesino para llevarlo ante la justicia le impedía derrumbarse.
Detuvo el coche frente a la casa de la difunta Elisa Montávez, consciente de que no podía presentarse como el subinspector Rodríguez. Si el comisario se enteraba de su investigación paralela, lo menos que podría caerle sería una sanción disciplinaria.
Salió del vehículo y cruzó la calle en dirección al edificio. Iba a llamar a la puerta cuando la voz de un hombre lo detuvo.
─¿No han tenido suficiente? Han revuelto todo la casa y nos han hecho miles de preguntas como si nosotros fuésemos los culpables. Estoy harto. ¡La menor de mis hijas se ha encerrado en su habitación y no deja de llorar! Me pregunta que si su madre se merecía lo que le ha sucedido porque ustedes aluden a algún tipo de absurda venganza.
Erik comprendió que aquel hombre, que debía ser el marido de la víctima, lo había tomado por un policía debido a su evidente estado de alteración.
─Disculpe, mi última intención es causarle molestias. Lo acompaño en el sentimiento ─le ofreció una mano que quedó tendida en el aire, pues el tipo no se la estrechó─. Soy investigador privado y solo deseo arrojar algo de luz, pues el trabajo de la policía está siendo nefasto.
Había soltado aquella mentira sin inmutarse. Ya tendría tiempo de sentirse culpable en otro momento. Ante aquel cambio, el hombre pareció pensativo.
─No he contratado a ningún investigador privado, por el momento.
─Trabajo para el resto de familias que han sufrido esta tragedia.
─La policía dice que los crímenes están relacionados, pero no lo entiendo. Ese asesino en serie... ¿Qué podría tener contra mi pobre Elisa? Ella era una buena persona, ¡Se lo aseguro! ─exclamó abatido─. Jamás le hizo daño a nadie. ¡Si trabajaba como asistente social! Su único deseo era que todos los niños tutelados por el estado fuesen adoptados por familias que los quisieran de verdad.
Erik sopesó aquella respuesta. Para cualquier persona cabal, no tenía explicación que el asesino hubiera volcado su ira contra una simple asistente social. A no ser que la culpara de no haberle conseguido una familia. Debía ser duro que todos sus compañeros de orfanato obtuvieran una segunda oportunidad, excepto él. Si eso era lo que había sucedido, para una mente maquiavélica y perturbada sí que tenía sentido.
─¿Sabe si su esposa tuvo problemas con algún niño?
─Elisa solía decir que algunos críos eran complicados. Ya sabe, acumulaban odio y rencor hacia todo lo que los rodeaba. La entristecía que a partir de los seis años, las adopciones fueran tan escasas. Pero ella poco podía hacer.
─¿Hubo algún niño del que le hablara en particular? ─insistió Erik.
─A veces tuvo problemas, pero Elisa no les concedía importancia. Le pedí que se tomara el trabajo menos en serio cuando un niño trató de apuñalarla ─el hombre se estremeció al recordarlo─. Me contó que le había conseguido una familia, pero los padres rechazaron la custodia porque el niño se mostraba violento con la hija biológica del matrimonio. Elisa trató de hacerle comprender a aquel crío que si seguía comportándose de aquella manera, jamás tendría una oportunidad. Entonces, él sacó de su bolsillo un trozo de cristal que había conseguido al romper un espejo y trató de sesgarle el cuello.
─¿Cómo se llamaba?
─No lo recuerdo. Sucedió hace más de veinticinco años, ¿Cómo iba a hacerlo? ─suspiró agotado, visiblemente tenso por aquella charla que comenzaba a importunarlo y a la que no encontraba utilidad─. Elisa tuvo que asistir a terapia psicológica durante unos días, pero al final los dos lo olvidamos. Hasta que usted me lo ha recordado.
Había alguien que no lo había olvidado. Veinticinco años después, aquel psicópata volcaba su odio contra una inocente asistente social.
─Tal vez recuerde el orfanato ─insistió Erik.
─Era religioso, o algo así ─masculló cortante─. ¿Cómo ha dicho que se llamaba?
─No se lo he dicho ─se disculpó Erik.
El hombre abrió la puerta de su casa.
─¿Sabe? Olvídelo. Todo lo que quiero es que nos dejen en paz. Elisa no se merecía lo que le ha sucedido, y a usted sólo lo mueve el dinero. Maldita sea, ¡Váyanse todos al infierno!
Cerró de un portazo. Erik se metió las manos en el bolsillo y cruzó la carretera para dirigirse hacia el coche. Tal vez, sin encontraba la denuncia que se había interpuesto contra aquel menor, consiguiera dar con su nombre. Iba a telefonear a Martina para que buscara en los archivos policiales, pues a él le resultaba imposible su situación, cuando se encontró por casualidad con Sandra, la esposa de su compañero Gonzalo.
─Erik ─lo saludó, contenta de encontrarse con él─. Gonzalo me ha comentado lo que te ha sucedido. ¿Te encuentras bien?
─Perfectamente, no te preocupes.
La mujer lo contempló con aire cabizbajo.
─No deberías tomarte el trabajo tan en serio. Es lo que suelo decirle a Gonzalo, pero con él no funciona. Incluso en nuestra situación, apenas pasa por casa. Vaga todas las noches por la calle y llega a las tantas... ─se lamentó.
─Seguro que podéis encontrar una forma de solucionarlo ─la animó.
Sandra sacudió la cabeza con pesar.
─¿Arreglarlo? Qué más quisiera yo ─suspiró derrotada─. Sus gestos demuestran que ha dejado de quererme. Es tan frío... tan distante.
Erik no comprendió lo que le contaba. Según Gonzalo, era su esposa quien se mostraba distante y constantemente a la defensiva. Supuso que toda historia tenía dos versiones, y aquel era un tema demasiado personal para que él ofreciera su opinión.
─Estoy seguro de que te quiere, Sandra ─la alentó.
Ella agachó la cabeza con tristeza.
─No lo sé. Desde hace unos meses, es como si se hubiera convertido en otra persona.