15

 

 

 

¿Qué hago aquí?

Se repetía una y otra vez la misma pregunta mientras deambulaba por la casa de Erik. Él había logrado destruir su coraza, y mientras ella sollozaba como una tonta, consiguió llevarla a su casa sin que opusiera la menor resistencia. Si le sucedía algo, sería culpa suya. De ella y de nadie más.

Acababa de recobrar la conciencia, provocando que la dura realidad la aplastara de nuevo. Pero algo había cambiado. Lo percibía en el ambiente, tal vez influenciada por el lugar acogedor en el que se encontraba. Ella siempre había deseado vivir en un sitio como aquel, rodeada de recuerdos que no hicieran daño. La clase de recuerdos que una siempre querría atesorar en su memoria.

Contemplaba el hogar de Erik con enorme curiosidad, cosa que a él no parecía importarle lo más mínimo. Apenas tenía nada que ver con su casa de Madrid, repleta de elementos caros e impersonales. La de Erik, sin embargo, estaba cargada de recuerdos de su infancia y fotos familiares. Se detuvo frente a la fotografía enmarcada de una sonriente Sara que abrazaba a Erik hasta estrangularlo, mientras él fingía cara de sopor. Sonrió sin poder evitarlo.

─No es el Alfonso XIII, pero espero que te sientas como en tu propia casa ─le dijo a su espalda.

Nerviosa, Mónica volvió a colocar el marco en el lugar donde se hallaba.

─Es más hogareña ─admitió.

Él se encogió de hombros para restarle importancia, pues en realidad, su casa era como las del resto de la gente. Lo que ignoraba era que el ático de Mónica ─pues nunca lo había denominado hogar─, estaba preparado para escapar de allí en el momento menos esperado.

Mónica señaló un póster de Extremoduro colocado junto a una estantería repleta de libros, captando la atención de Erik.

─Te pega ─lo evaluó.

Se colocó tras ella, le apartó el pelo hacia un lado del cuello y le rozó el lóbulo de la oreja con la boca para canturrear:

Sueña que sueña con ella, y si en el infierno le espera..., quiero fundirme en tu fuego, como si fuese de cera...

Mónica se estremeció al percibir el aliento cálido de él sobre la piel, siendo incapaz de darse la vuelta. Intuyó que él sonreía.

─Ya veo... ibas para policía, no para cantante.

Él soltó una carcajada. En un gesto espontáneo que dijo demasiado, le besó el hombro con cariño.

─¿Tú puedes hacerlo mejor que yo? ─la provocó.

Se dio la vuelta, asintiendo con convicción.

─¡Hoy te la meto de mil maneras!... Y ya anda con la lengua fuera... ¡Hoy te la meto hasta las orejas, solito con mover las cejas!

Erik abrió los ojos como platos, Mónica se echó a reír, encantada al contemplar la expresión escandalizada de él.

─Rubia...

Colocó los brazos en jarra en actitud insinuante.

─¿Qué, me vas a detener por escándalo público?

De repente, el rostro de Erik se ensombreció.

─Sería imposible, porque me han suspendido de empleo y sueldo ─se sinceró. Entonces se apresuró a restarle importancia─. Aunque si quieres que te arreste de otra forma, tengo una esposas para atar al cabecero de la cama.

Mónica ignoró el resto de su frase. Su broma no la engañaba, por que lo contempló preocupada, hasta que se sintió embargada por una extraña necesidad de consolarlo que la inquietó. En general, era ella quien necesitaba ser consolada, pero con Erik a veces cambiaban las tornas. No podía ignorar el sufrimiento ajeno si le afectaba a él. Quería decirse a sí misma que su empatía se debía a que Erik era una buena persona, aunque la verdadera razón que intuía tras sus sentimientos la aterrorizaba.

─¿Qué ha sucedido? ─entrecerró los ojos para estudiarlo─. ¿Qué... has hecho?

Erik apretó la mandíbula.

─Mi trabajo.

Ella le colocó una mano en el hombro. Entonces, algo se apoderó de ella y lo abrazó por detrás, consumiéndose con él.

─¿Estás bien?

─Perder temporalmente la placa y la pistola no es lo que me preocupa ─le restó importancia.

Mónica besó lo primero que tuvo frente a ella, que fue una atractiva porción de su musculosa espalda. Erik desprendía un calor reconfortante, de aquel que te haría remolonear a su lado en la cama porque no querrías separarte de él. Y olía... olía como recién salido de la ducha. A gel de baño y after shave. A Erik, pues no podría olvidar su olor.

Sus brazos rodearon el estómago duro, por lo que él entrelazó sus manos con las de ella para mantenerla a su espalda. Se sintió tan plena y sosegada que apoyó la mejilla en su espalda y dejó escapar un trémulo suspiro.

─Cuando viniste a buscarme no dijiste que te habían suspendido ─no fue una recriminación, mas bien una muestra de su incertidumbre. Una parte de ella seguía creyendo que él la protegía porque era su trabajo. Nadie podía quererla, ni era sencillo ni lógico.

Él se dio la vuelta hasta agarrarla por los hombros.

─Mónica, quiero dejar claro que nada de esto forma parte de mi trabajo ─la miró a los ojos, casi devorándola─. Estás aquí, tal vez por una decisión egoísta. Pero te quedarás, a no ser que decidas marcharte de la ciudad. Hoy no soy el subinspector Rodríguez, sino un hombre que se preocupa por ti.

─De acuerdo ─respondió con voz débil.

─Aquí no va a sucederte nada ─le aseguró.

Ella no estaba del todo convencida. Al fin y al cabo, él ignoraba que su verdadero captor permanecía siempre al asecho, a la espera de una oportunidad.

─¿Crees que ese hombre quiere hacerme daño?

─No, no lo creo. Me parece que tú eres su trofeo, Mónica. Podría haberte matado, pero no lo hizo.

─Me dejas más tranquila ─respondió secamente.

Él curvó los labios en una sonrisa.

─¿No eres consciente de lo que provocas en los hombres, verdad? ─le preguntó con suavidad.

Más de lo que tú te crees, por desgracia. Desde los trece años.

─Una cara bonita, un par de tetas... ─enumeró resignada─. Al parecer, todo se resume a mi cuerpo.

─No negaré que eres preciosa, pero si tan solo fuera eso lo que me atrae de ti, podría irme a la cama sin soñar todas las noches contigo. No me pidas que te mienta.

Una sensación deliciosa y desconocida le acarició el vientre.

─Porque si lo hicieras, todo sería más fácil ─añadió ella.

─Algún día descubriré qué escondes aquí ─le aseguró, dándole un toquecito en la cabeza─. Y entonces, mi sinceridad será la menor de tus preocupaciones.

─No es tu sinceridad, ni las cosas que dices.... ─arrugó la frente, incapaz de cerrar la boca─. Es lo que me haces sentir.

Él la atrajo hacia sí, besándola en la comisura de los labios. Mónica no se resistió, apenas le quedaban fuerzas para luchar contra lo que deseaba con fervor. Tenerlo a su lado era un bálsamo para sus heridas, y su parte egoísta le gritaba que lo necesitaba, ¡Qué lo merecía!

─Es un buen comienzo ─musitó él.

Volvió a besarla, esa vez en el centro de los labios. Mónica sintió calor en todo el cuerpo.

─Te equivocas, lo que tiene fecha de caducidad jamás comienza. Es mejor así.

─¿Mejor para quién? ─la contradijo irritado. Volvió a besarla, con rudeza─. Dime que no deseas esto tanto como yo... ─exigió abrumado, asiéndola de las caderas─, dime que no me necesitas, que esto es una locura─, tomó su boca para perderse con ella en un beso que exigió demasiado y lo tomó todo─. Dímelo y mírame a los ojos.

Apartó la mirada de él, porque contemplarlo dolía. Erik dejó un rastro de besos por su cuello que la enloquecieron, hasta hacerle perder la razón.

─Te odio ─se resistió todo lo que pudo.

─Hay una gran diferencia entre querer odiar a alguien y hacerlo de verdad.

Mónica ladeó la cabeza, furiosa por la verdad.

─Tú no me odias. Tú me deseas.

─El deseo es pasajero.

─Jamás me saciaré de ti ─le mordió el labio inferior, satisfecho al escuchar que ella jadeaba─. Pruébame una sola vez y demuéstrame lo contrario.

Cayeron sobre el sofá, ella encima de él. En un segundo trató de resistirse; al siguiente se encontró perdida en sus brazos, arrancándole la camiseta por la cabeza. Acarició el torso de Erik hasta que se perdió en su propio placer, en el que él le prodigaba. Echó la cabeza hacia atrás al sentir su lengua recorriéndole la garganta, acelerando su pulso.

Mareada, intoxicada por él; le recorrió lo brazos con las uñas para marcarlo. Si besarlo era catártico, probar aquella piel salada y cálida era como descender al infierno tras pecar repetidas veces. Era el puto éxtasis. Merecía la pena, pues ella deseaba llegar hasta el final.

Con un movimiento brusco, Erik cambió de postura hasta aprisionarla bajo su cuerpo. Sus manos se introdujeron por dentro de la camiseta, ortorgándole una sensación eléctrica en el vientre. No cesaba de mirarla a la cara; en sus ojos existía un brillo salvaje y hambriento. Le susurraba palabras cargadas de lujuria, halagos que nunca habían significado nada para ella, hasta que el hombre indicado las murmuraba con devoción, haciéndola sentir única y anhelada.

Volvió a besarlo, cerrando los ojos y privándose de la visión de aquel cuerpo. Se removió algo incómoda al sentir la presión que Erik ejercía sobre ella, recordándole la desagradable sensación de desamparo al antojo de alguien que la sobrepasaba en fuerza y altura.  El peso de Erik le apretaba el vientre, dificultando su respiración. Él le acarició los muslos, pero algo en Mónica cambió. La impresión de sentirse oprimida y sin escapatoria, forzada ante la voluntad de un hombre.

Colocó las manos en el pecho de él para pedirle que se detuviera, pero el deseo y las ganas del otro provocaron que confundiera su actitud como una muestra apasionada, por lo que agarró sus muñecas para colocarlas encima de la cabeza de Mónica, quien abrió los ojos de par en par, aterrada ante su propia vulnerabilidad.

Él hundió la boca en sus pechos, aspirando su aroma de manera primitiva, lamiendo la delicada piel hasta bordear la aureola con la lengua. A Mónica le picaron las muñecas, y trató de mover las piernas para quitárselo de encima, tan agobiada que no pudo reaccionar con normalidad.

─Detente... ¡Para! ─le rogó.

Ante su resistencia, Erik se inclinó sobre sus codos para liberarla, contemplándola atribulado. Parecía que se había despertado de un sueño fogoso para encontrarse en una pesadilla cruel e irónica. Sin saber qué sucedía, le acarició la mejilla para calmarla, sobresaltado al percibir que Mónica lo rehuyó encogiéndose en el sofá, como si él fuera a golpearla.

Se encontraba en estado de shock.

Trató de abrazarla en un intento por tranquilizarla, pero ella ni siquiera sintió su presencia. Parecía como si se hubiera trasladado a otra realidad en la que él había dejado de existir. Mantenía la mirada ida y lucía el rostro tan pálido que Erik temió que hubiera enfermado.

Le acarició la espalda, dolorido y asustado por su rechazo.

─Mónica, ¿Qué sucede?

De pronto, ella se incorporó de golpe y salió disparada hacia el cuarto de baño. No pudo cerrar la puerta, sino que se agachó sobre el inodoro y vomitó sin poder remediarlo. Asqueada, enferma por los recuerdos de unas manos que la tocaban sin permiso y pese a sus gritos de auxilio. Escuchó la voz lejana de Erik llamándola, preguntándole si se encontraba bien. En algún lugar de su mente, él permanecía apartado, remplazado por el hombre que le había destrozado la vida.

Desde la puerta, Erik permanecía cabizbajo, rascándose la barba de dos días con palpable nerviosismo. No supo qué se apoderó de él al dirigirse a la estantería de las toallas, tomar una y humedecerla bajo el grifo para colocarla sobre la frente de Mónica, que cerró los ojos al sentir el contacto frío.

─Déjame sola ─pidió, muerta de vergüenza.

─No puedo. Estoy asustado.

Ella abrió los ojos, dedicándole una sonrisa forzada. Le tomó la mano para que la ayudara a incorporarse, pues se sentía tan débil que las piernas se le antojaron gelatina. Logró sentarse sobre el inodoro, y se tapó la cara con la toalla.

─Quiero estar sola, por favor ─rogó abatida─. Esto ya es lo suficiente bochornoso como para que tú tengas que verlo.

Él se colocó de rodillas y tiró de la toalla para que ella cesara de ocultarse. No estaba roja de vergüenza, sino pálida y demacrada por el miedo.

─Yo también podría decir lo mismo, pero me importa un carajo que la chica a la que he besado haya vomitado después si intuyo que algo falla. Mónica, ¿He hecho algo mal? ─inquirió preocupado.

Ella se frotó la nuca con la toalla.

─No es tu culpa ─inclinó la cabeza para mirarlo con la necesidad de que él la comprendiera por una maldita vez─. No eres tú, soy yo. Estoy rota por dentro.

Algo violento se apoderó de él, que apretó los puños, furioso por lo que intuía.

─Nada se rompe solo, son otros lo que lo destrozan.

Ella rehuyó su mirada, agotada ante la verdad. Por primera vez, sintió que fingir no era el camino correcto. Huir la estaba destrozando, alertándola de que quizá no habría más sitios a los que escapar.

─Necesito darme una ducha.

Él dudó, ella le dedicó un gesto suplicante.

─Erik, por favor... necesito lavarme y quedarme sola unos minutos. Me muero de vergüenza, de verdad ─decidió sincerarse.

Él se levantó, incómodo ante la idea de dejarla sola.

─De acuerdo. Tienes toallas en ese mueble. Tómate el tiempo que necesites.

Le besó la frente, sorprendiéndolos a ambos con aquel gesto tan natural. El contacto de su boca fue el mejor medicamento que ella pudo recibir en aquel momento de incertidumbre e inestabilidad.

Erik se dirigió a la puerta, pero antes de cerrarla se detuvo con el pomo agarrado.

─Si necesitas cualquier cosa, estoy ahí fuera.

La angustia que advirtió en el tono de Erik fue tan desconcertante como deliciosa.

─Puedo ducharme sola. Siento si te he dado la impresión equivocada hace unos minutos, pero esto no suele sucederme muy a menudo ─mintió.

─Ojalá pudiera creerte, pero me temo que vas a tener que ser sincera cuando salgas por esa puerta. Tal vez tú puedas seguir fingiendo lo contrario, pero yo estoy acojonado.

Cerró la puerta con suavidad, pese a que las palabras y la convicción con las que las había lanzado consiguieron poner nerviosa a Mónica. Ella se quitó la ropa y se introdujo en la ducha, regulando la temperatura del agua hasta que consiguió que saliera tibia. Se frotó todo el cuerpo, cerró los ojos y trató de olvidar. Durante siete años los recuerdos habían permanecido ahí, intactos en algún lugar de su memoria. Sus reglas, las que imponía a los demás, lograban que el contacto físico se convirtiera en un placer pasajero e impersonal. Pero con Erik todo era distinto. Más intenso.

No podía controlarlo... ¡Ni siquiera podía controlarse a sí misma! Ambos querían más de lo que un polvo fogoso y rápido podía ofrecerles. No era el placer pasajero lo que buscaba en él, sino una sensación más profunda que a ratos la seducía y a otros la aterrorizaba.

¿Qué voy a hacer ahora?

Saldría de la ducha y trataría de rehuirlo, pero él lograría encararla  ─como siempre─, hasta sacarla de sus casillas. Ni las reglas, ni el hecho de ignorarlo o mostrarse brusca, obrarían el efecto que sí funcionaba con otras personas. Él intuía y la estudiaba en silencio hasta que formulaba las preguntas correctas, por lo que Mónica se temía que en algún momento conseguiría arrancarle todas las respuestas.

 

Erik se metió en la cocina para preparar una cena rápida. Sabía de sobra que las náuseas de Mónica poco se debían a un simple trastorno alimenticio, sino que escondían algo más grave. Nadie vomitaba tras los besos y la pasión compartida, a no ser que el contacto físico avivara en ella algún tipo de trauma.

Furioso ante la idea que le rondaba la cabeza, golpeó la encimera con el puño.

─Cualquier cosa menos eso. No se lo merece.

El rumor del agua no consiguió tranquilizarlo, pero al menos supo que ella permanecía a salvo. Si de algo estaba seguro era de que no volvería a tocarla a menos que Mónica se lo pidiera, del mismo modo que no permitiría que nadie le pusiera las manos encima.

Huía de algo; él averiguaría el motivo.

Metió los tomates, el pan y el ajo en la batidora mientras pelaba dos huevos cocidos. Aderezó el resultado con aceite, vinagre y una pizca de sal. Tras probarlo, vertió la sopa fría en dos cuencos que depositó sobre una bandeja repleta de fruta cortada que trasladó a la mesa del salón. El aire acondicionado no lograba mitigar el calor nocturno, por lo que se quitó la camiseta y la arrojó sobre el sofá. Al darse la vuelta, se encontró con ella enrollada en una toalla de algodón que le cubría hasta las pantorrillas. Algunas tentadoras gotas de agua le recorrían la barbilla. Deseó lamerlas.

Que Dios se apiadara de él, pues no podría apartar las manos de ella si no hacía acopio de valor.

─¿Puedo verlo? ─sugirió.

Se había quedado perdido en la unión de sus pechos, donde el borde de la toalla rozaba de manera peligrosa la deliciosa piel. Sin saber a qué se refería, asintió con cara de idiota.

─Sí, es salmorejo. Algo frío para mitigar este calor.

─Tu espalda, tonto. ¡El tatuaje!

A él se le desbocó el pulso, inquieto ante el hecho de ser tocado por ella. Lo último que necesitaba su voluntad era que Mónica le rozara la espalda con las yemas de los dedos. Asintió con la boca seca, y se dio la vuelta para esquivar su rostro intrigado.

─Sí.

El monosílabo cortante fue toda una invitación para que ella recorriera el salón vestida con aquel trozo de tela húmeda. Primero bordeó sus hombros, y al sentir que él no hacía nada por evitarlo, le recorrió el tatuaje de plumas negras que se extendía de un omóplato a otro y le abarcaba toda la espalda. Acarició la piel, maravillada por aquel dibujo de las alas negras de un ángel. Si le hubieran preguntado, ella habría afirmado que Erik podría echar a volar en cuestión de segundos.

─Es precioso ─susurró.

─Un tatuaje de juventud hecho en un acto de rebeldía ─desdeñó él.

─Debe poseer algún significado ─lo animó ella.

Bordeó una a una las plumas tatuadas sobre la poderosa espalda. Él ahogó la respiración, consciente de lo que ella le provocaba con un simple toque.

─A los diecisiete años creí que un tatuaje podría homenajear a mi padre.

Mónica lo comprendió. Las locuras de juventud dejaban de poseer cierto encanto con el paso de los años, sin embargo, la marca de la tinta sobre la piel de Erik ofrecía una visión sexy y cuanto menos erótica. La de una espalda fuerte a la que ella siempre desearía agarrarse, pese a sus tormentosos recuerdos.

─¿Y qué crees a los...? ─se detuvo, al no conocer su edad.

─Treinta y uno ─le aclaró.

─¿Treinta y uno? Creí que eras más joven ─admitió sorprendida.

Él ladeó la cabeza para encararla, y al hacerlo le rozó los labios.

─¿Eso sueno a decepción? ─bromeó.

─Eres un hombre muy impetuoso y ... pasional ─dejó de tocarlo, enrollando las manos en la toalla con nerviosismo─. Eso es todo.

─Así que mi impetuosidad es más un rasgo de juventud que el efecto que tú tienes en mí.

A Mónica le ardieron las mejillas, pese a que aquel comentario fue más otra muestra de su sinceridad que la intención de avergonzarla. Tal vez por eso, reconocer la fogosidad de las palabras de Erik provocó que hiperventilara a pesar de la reciente ducha.

─Voy a cambiarme.

Se giró para esconderse en la seguridad que le otorgaba una habitación que la separara de él, pero la mano de Erik aferró su antebrazo para detenerla.

─Aún no me has respondido.

─No hay nada que responder al respecto de tu... fogosidad... ¡Impetuosidad! Quería decir impetuosidad ─replicó de manera atropellada.

Erik la atrajo hacia sí, lo justo para que la nariz de Mónica le rozara la barbilla. Estaba tan cerca que tan solo tenía que inclinar la cabeza hacia abajo para capturar su boca.

─No necesito que me aclares nada respecto a las ganas que siento de devorarte, tumbarte en una cama y acabar lo que habíamos empezado. Sé bien lo que eso significa y cómo me afecta, Mónica.

A ella se le aceleró el pulso.

─Lo que quiero es saber qué te asusta, por qué huyes de mí y qué diablos puedo hacer para ayudarte.

Mónica se zafó de su agarre, reculando hacia atrás con recelo.

─Tú no puedes ayudarme. Nadie puede ─desdeñó en un susurro rabioso─. Y si insistes, tomaré el primer vuelo hacia Madrid. Puede que la actitud paternalista te sirva con otras jovencitas como Martina, pero conmigo no funciona. No necesito que cuiden de mí.

Se dirigió hacia su maleta para coger algo de ropa, y se sobresaltó al sentir que Erik se la arrebataba de las manos para encararla de nuevo. En general, agotaba la paciencia de los hombres tras un par de frases cortantes. Incluso con Dominique había funcionado.

─¿Actitud paternalista? ¿Eso llamas a mi preocupación? ─se mesió el cabello con ambas manos, lo que convenció a Mónica de que discutir con él en su estado no era buena idea─. Y una mierda, Mónica. La tuya sí que es una actitud que me desconcierta. Me buscas y al cabo de un rato cambias de opinión para rehuirme.

─Eso tiene fácil solución, querido. Si te dejo con la polla dura, no tienes más que desquitarte con Martina ─respondió con falsa frialdad.

─Qué venenosa eres.

Erik expulsó el aire lentamente por la nariz en un intento de serenarse. No comprendía que ella pudiera lanzar aquellos dardos envenenados que desdeñaban su interés a un pasajero deseo carnal. Le hubiera gustado gritarle que con gusto acataría su consejo, pero le resultaba imposible mirar a otra mujer de la forma que la miraba a ella.

─No vuelvas a repetir algo semejante ─le advirtió, con una calma peligrosa.

─Entonces deja de actuar como si tuvieras algún tipo de responsabilidad hacia mí.

Erik le arrebató la ropa que ella tomó de la maleta, y en un acto furioso, la arrojó al suelo para que ella le prestara atención. Mónica tragó con dificultad, asustada por su cambio de actitud.

─No es el sentido de la responsabilidad lo que me obliga, te lo aseguro. De lo contrario, haría tiempo que me habría alejado de ti. ¿Por qué sabes una cosa? Lo supe desde el momento en el que te conocí.

─¿El qué?

─Que me causarías problemas.

Herida por unas palabras que obraron el efecto deseado, Mónica se agachó para recoger la ropa. De nuevo, él la incorporó con una facilidad que le resultó pasmosa. La obligaría a escucharlo por mucho que ella tratara de rehuirlo.

─Que no me dejarías dormir por las noches ─le relató al oído.

Mónica se estremeció.

─Que me preocuparía por ti sin poder evitarlo.

Ella se agarró a sus antebrazos, consciente de que de lo contrario, podría caerse a suelo.

─Basta ─rogó.

─Tienes razón. ¡Basta! De ser una hipócrita que finge que mis besos la aterrorizan. Quiero ayudarte, pero no puedo hacerlo si tú no me lo permites. Ya me tienes, Mónica. ¿Es que no lo entiendes?

Desvió la mirada hacia el suelo porque si lo encaraba caería rendida. En el fondo, no deseaba otra cosa más que sentirse amparada por un hombre que tan solo exigía su sinceridad.

─Me pienso largar de aquí en cuanto concluya mi trabajo en la revista. Así que será mejor...

Él le alzó la barbilla con un dedo para que dejara de evitarlo.

─¿Qué te deje tranquila?

Su pregunta y el tono con el que la formuló provocó que Mónica se sintiera estúpida y pequeña.

─Sí ─asintió, sin convicción alguna.

─Te juro que el día que descubra quién te hizo tanto daño, será el día en el que se acaben todos tus problemas ─le prometió.

Y ella lo creyó. No fueron sus palabras, sino la forma en que las pronunció. Sin apartar su mirada de ella para que comprendiera que él también podía ser un hombre peligroso.

Mónica se estremeció, aquella vez por las razones equivocadas. Si no se sinceraba con Erik era porque en el fondo atisbaba su necesidad de cuidarla, incluso vengarla. No le destrozaría la vida permitiendo que él tomara el rol de su apuesto caballero de la justicia. Porque Erik poseía una vida, pero a ella no le quedaba nada.

─Lo siento ─susurró compungida.

─¿Qué?

─Ser una horrible complicación que llegó a tu vida en el momento más inoportuno. Olvídate de mí, Erik. Tu trabajo y tus obligaciones familiares ya son de por sí una carga suficiente. No quiero hacerte daño, pero no puedo....

─Probablemente seas la complicación más excitante que ha llegado a mi vida. No se trata de que sea fácil, sino de que merezca la pena.

La besó haciendo caso omiso a aquella promesa que se había hecho a sí mismo. La necesitaba... tan cerca que hasta resultaba doloroso. Percibía la ansiedad de Mónica, luchando entre apartarse o abrirse a él para siempre. Hundió las manos en su cabello, bañado con el champú que él siempre utilizaba, lo que le provocó una extraña sensación de pertenencia. Descubrió, conmocionado por la verdad, que ella era la mujer que había estado esperando. La que despertaría a su lado todas las mañanas y llenaría su vida de una monotonía familiar y anhelada. Tan sólo debía convencerla a ella de que estaban hechos el uno para el otro.

Que alguien me ayude, pensó consternado.

─Te marcharás ─su tono fue resignado, pero la forma de mirarla hizo que ella temblara.

Siempre lo hacía. No existía nadie en el mundo capaz de hechizarla con una simple mirada.
─Sí ─admitió, pero algo se removió en su interior al contemplar los ojos de él. Una necesidad que ya creía superada. La de recibir cariño, tal vez amor. Todos aquellos sentimientos que se había negado con el paso de los años ─. No digo que sea fácil. De algún modo que no logro comprender, todo es más bonito y complicado cuando estoy contigo.
La empujó contra la pared hasta aprisionarla con su propio cuerpo, mas ella no sintió miedo, sino un deseo irrefrenable de perderse en su piel. Sintió los dedos cálidos recorriéndole la nuca, enredándose en su cabello en un extraño acto de devoción.
─Entonces quédate. Déjame demostrarte que existe una posibilidad incluso para nosotros. Dos personas que se necesitan tanto no deberían alejarse sin ni siquiera intentarlo ─se detuvo, y ella advirtió el nudo de tensión que mostraba la nuez de su garganta. No quería dejarla marchar. Por Dios, ella tampoco quería irse a ningún lado─. Te necesito... yo... te necesito. Tú a mí también, creo.

─Sí, yo siempre te necesitaré más de lo que tú me necesitas a mí. Y no es justo. Tú no lo entiendes, pero te causaré problemas. Créeme cuando te digo que no quieres escuchar lo que oculto.

─Quiero conocer todos tus secretos ─reiteró él.

De puntillas hasta quedar a su altura, Mónica le rodeó el cuello con las manos para atraerlo hacia si.

─ Bésame Erik. Me gusta pensar que todo es mejor cuando estoy contigo.

***

Recostada sobre su pecho, Mónica contemplaba la televisión con gesto ausente mientras devoraba un trozo de melón. Habían dado buena cuenta de la cena, por lo que Erik supo que Mónica no tenía un problema con la comida, sino que pagaba sus verdaderos problemas con la comida.

Intentó alcanzar el mando a distancia para cambiar de canal, cosa que a ella no le importó. Como cada vez que compartían cierta intimidad juntos, ella volvía a abstraerse en un mundo al que le tenía la entrada vetada.

─No la cambies.

Que ella regresara de sus cavilaciones provocó que Erik ni siquiera forcejeara un poco para cambiar  de canal. Estaban retransmitiendo Desayuno con diamantes, que bien podría provocarle una úlcera de estómago. Sin embargo, tener a Mónica recostada en su pecho, con el cabello haciéndole cosquillas en la barbilla, provocó que lo que menos le importarse fuese la película que compartían juntos.

─Me gusta Audrey Hepburn ─comentó ensimismada.

Él entrelazó las manos con las suyas, atrayéndola todo lo que pudo hacia sí. Percibía su olor y la suavidad de su piel. Deseaba quedarse toda la vida con ella, ¿Podría convencerla?

─¿Y a ti?

Estaba embobado con la visión que su postura le otorgaba de los turgentes senos de ella, por lo que la pregunta le pilló desprevenido. Mónica estiró el cuello para analizarlo, y él tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar los ojos de sus pechos y mirarla a la cara.

─Eh... sí, sí.

─Mentiroso ─río.

Se dio la vuelta para recostarse sobre él, y Erik la rodeó entre sus brazos. Lo conmovió que ella suspirara delatando su comodidad, entregada a él sin reticencias. Al cabo de un rato, notó cierta humedad en el pecho desnudo, por lo que inclinó la cabeza para descubrir lo ojos llorosos de Mónica, clavados en aquella escena que decía: “No voy a dejar que nadie me encierre en una jaula” “No quiero encerrarte en una jaula, ¡Quiero quererte!

─Mónica, ¿Estás llorando?

Ella se cubrió el rostro con las manos.

─No ─gimoteó─. ¡Pues claro que estoy llorando!

─Oh...

─Tú no lo entiendes... es una película preciosa ─musitó, enterrando la cara en su pecho para que él no la viera.

─Sí... la película ─fingió creerla, pues no era el momento de presionarla.

La estrechó entre sus brazos sin decir una sola palabra hasta que ella se calmó. Al cabo de un rato, bostezó y se acurrucó en su pecho, como una gatita que buscaba cariño y protección. Erik se la brindó hasta que la película finalizó y ella se incorporó con cara de sueño.

─¿Dónde voy a dormir?

─No lo sé. En la cama, el sofá, encima de mí... qué más da ─la despeinó con afecto.

─Creo que elegiré el sofá ─decidió incómoda.

─Vete a la cama, Mónica ─la empujó con suavidad. Al ver que ella no se movió, la cogió de la mano para trasladarla hacia la única habitación del apartamento─. Te he traído hasta aquí, y no voy a ofrecerte un viejo sofá como muestra de mi hospitalidad.

Ella se tendió sobre la cama, haciéndose un ovillo.

─Eres un antiguo.

Erik se echó a reír. Incluso asustada y muerta de sueño continuaba lanzándole pullas.

─Buenas noches.

Se inclinó para besarle la mejilla, pero ella ladeó la cabeza y lo besó en los labios. Fue un beso tan dulce como efímero. Erik suspiró y la cubrió con la sábana. Cuando iba a marcharse, la mano de ella lo detuvo con ansiedad.

─Erik... cierra la puerta de la entrada con pestillo ─pidió.

Aquella petición lo desconcertó hasta provocarle un dolor agudo en el pecho.

─No sé lo que temes, pero esta noche puedes dormir tranquila. Nadie perturbará tus sueños, ni siquiera yo ─le aseguró.