Capítulo 30

Habían pasado ya varios días desde que unos técnicos del Grupo Lazlo habían ido a casa de Elizabeth a retirar las cámaras de todas las salas del restaurante, los jardines y del cenador.

Estaba claro que Aidan se había marchado ya camino a un nuevo caso.

¿Volvería alguna vez la vista atrás? ¿Pensaría en los casos que resolvía y en las personas que había conocido?

¿Las personas con las que se había acostado y a las que había mentido?

¿Personas cuya vida había cambiado de forma irrevocable?

Elizabeth se acarició las sienes tratando de calmar el dolor de cabeza. Estaba asomada a la ventana. El mar estaba tranquilo aquella noche. Sin embargo, ella estaba inquieta. Rabiosa. Sola.

A pesar de que Dani siempre estuviera fuera, Elizabeth siempre había sabido que se volverían a encontrar. Pero eso ya no iba a volver a suceder. Jamás.

Tampoco volvería a ver a Aidan. Jamás. Él y Dani tenían demasiadas cosas en común. Los dos eran luchadores y trotamundos. Sólo le quedaba la esperanza de que la vida de Aidan no acabara como la de Dani. O como la de su amigo Mitch.

Si existía algún consuelo en aquellas dos muertes, era que ninguno de los dos había muerto en soledad. Ella y Aidan habían estado junto a Dani. Y Aidan había acompañado a su amigo.

Y un día, Aidan…

Elizabeth negó con la cabeza para deshacerse de aquel pensamiento.

No quería guardar ningún recuerdo de él. Lo mejor iba a ser olvidar lo que había sucedido entre ellos. Los recuerdos sólo le causaban dolor porque, al igual que Dani, Aidan se había marchado de su vida para siempre.

Se marchó a la playa. No era capaz de pasar más tiempo en esa habitación donde había compartido una noche memorable con él. Caminó por la orilla, hacía viento. Deseó que el aire se llevara todos los recuerdos que tenía de Aidan. Quería aligerar el peso que sentía en el corazón, doblemente castigado por haber perdido a dos personas queridas.

Dani y Aidan. Los había perdido a los dos. Una nunca iba a regresar. El otro…

Aidan les había comunicado a los técnicos la localización de todas las cámaras excepto de una. Sabía que no era lo correcto, pero se decía a sí mismo que lo había hecho por el bien de Elizabeth. Quería poder observarla por si acaso Donovan regresaba. Por si acaso Lizzy necesitaba su ayuda.

La imagen de ella iluminaba la pantalla del ordenador portátil. No le bastaba con admirarla en la pequeña pantalla de la agenda.

Lizzy estaba asomada a la ventana contemplando el océano. Se pasaba las horas muertas allí, apostada en la ventana todas las noches desde la muerte de Dani.

Sonó el teléfono.

—Spaulding —contestó.

—Aidan. La señora de Hayes me ha informado de que llegará a París en dos días. ¿Estás listo para reunirte con ella?

¿Estaba preparado? No podía evitar hacerse esa pregunta a sí mismo. Cuando Corbett le había propuesto continuar con el caso le había parecido magnífico. Tendría la posibilidad de poder capturar al asesino de Dani, que a su vez suponía una amenaza para Lizzy.

Había sido un buen motivo para alejarse de Leonia y de Lizzy. O al menos eso había creído. Sin embargo, en aquel momento, la idea de marcharse…

—¿Aidan? Ya has dejado de vigilar a la señora Moore, ¿verdad? —le preguntó Corbett como si hubiera adivinado que aún quedaba una cámara. No podía mentirlo.

—No, señor, pero…

Podría haber dicho que la iba a quitar de inmediato, pero no era cierto.

Necesitaba mantener la conexión con ella. Maldición, necesitaba a Lizzy.

Durante días se había estado engañando a sí mismo. Se había estado convenciendo de que quedarse en Leonia hubiera sido la cosa más aburrida del mundo. Que allí no había nada de su interés.

Excepto Lizzy. Y alguna gente realmente amable. Sus locas amigas. Zonas para pescar y para practicar surf. Jardines maravillosos en casas situadas en primera línea de una playa estupenda.

—¿Aidan? —preguntó de nuevo Corbett.

En esa ocasión, Aidan sí que encontró la respuesta.

—A pesar de que trabajar con Rhia debe de ser toda una experiencia, creo que ya ha llegado el momento de que deje mi puesto de trabajo en el Grupo Lazlo.

—¿Estás seguro de la decisión? —le preguntó su jefe.

Aidan miró de nuevo a la pantalla del ordenador donde aparecía Lizzy.

—Estoy seguro —admitió sin dudar un instante.

Corbett soltó una carcajada.

—Esta operación está resultando un poco costosa para mi equipo, primero Walker y ahora tú.

—Lo siento si te estoy dejando en la estacada.

—No te preocupes, Aidan. Estoy seguro de que Rhia podrá encargarse sola del caso por ahora. A pesar de la confesión de Gorrión antes de morir, no me acabo de creer que Nikolas Donovan sea el asesino —le advirtió Corbett.

—¿Qué? La Unión para la Democracia de Donovan se ha dividido en dos secciones y una de ellas violenta. ¿Qué te lleva a pensar que Donovan no pueda ser el responsable de la rama violenta y del asesinato de Dani? —preguntó Aidan confundido.

—Lord Southgate conoce bastante bien a Nikolas Donovan. Cree que es inocente tanto del caso del Príncipe como del de Gorrión —explicó el jefe.

Aidan no parecía muy convencido.

—Si Rhia me necesita, allí estaré —dijo.

Al instante se sintió culpable. Siempre le había atraído aquella mujer impulsiva y habían tenido algún que otro encuentro.

—Valoro tu oferta, pero si mi intuición no me falla, no vamos a necesitar tus músculos en lo que queda de caso. Y además, señor Spaulding, tienes una mujer a la que atender.

Aidan miró a la pantalla del portátil y se alarmó al ver que Lizzy no estaba en la habitación. Pero no había problema, sabía dónde encontrarla. Siempre iba al mismo lugar cuando se sentía inquieta.

—Adiós, Corbett. Ha sido un placer trabajar contigo.

— No me digas adiós, Aidan. Espero recibir una invitación para la boda.

—La tendrás —le aseguró, aunque sabía que no iría.

En siete años que había estado trabajando para él no lo había visto nunca.

Pero aquello era otra cuestión. Lo primero que tenía que hacer era lograr que dicha mujer aceptara su proposición.

Aidan agarró la chaqueta y salió del hotel. En cuanto llegó a la playa, la divisó.

Estaba caminando en dirección a él. Cuando Lizzy lo vio, de detuvo y se cruzó de brazos antes de volver a reanudar el paso.

Su Lizzy no era una cobarde.

Aidan no esperó, sino que se echó a correr hacia ella.

—Lizzy —dijo él cuando ya estaban frente a frente.

Se sentía muy estúpido.

—Aidan, pensaba que ya te habrías marchado de la ciudad —contestó ella frotándose las manos contra el cuerpo de forma nerviosa.

Aidan puso sus manos sobre las de ella para detenerla.

—Tendría que haberme marchado, pero… no me podía hacer a la idea de alejarme de ti, Lizzy.

—No te entiendo, Aidan —dijo Lizzy.

Aquello no le podía estar sucediendo a ella. ¿Se lo estaría imaginado?

Aidan le dedicó una sonrisa radiante.

—Yo tampoco lo entiendo. Quizás sea que esta ha sido la aventura más absorbente de mi vida.

—Una aventura —repitió ella sin terminar de comprender.

—Sí. Tú. Y si me aceptas, yo no me puedo imaginar una forma más emocionante e interesante de disfrutar de la vida —prosiguió Aidan. Le tomó de las manos y se arrodilló—. Cásate conmigo, Lizzy.

Aquello era una locura. Pero Lizzy estaba dispuesta a vivirla con el hombre que estaba arrodillado ante ella.

—Con una condición —dijo ella.

—¿Sólo una? Por lo que recuerdo, tenías varias aquella noche —bromeó Aidan.

Ella se echó a reír y lo abrazó para que se pusiera en pie.

—¿Crees que podrás ser feliz en la pequeña y anticuada Leonia?

—Yo seré feliz allí donde tú estés —contestó él con sinceridad. Entrelazaron sus dedos.

—¿Podrás ser feliz siendo mi camarero?

—Eso me llevará un tiempo, a no ser que me invente algún dispositivo —le contestó mientras sacaba su agenda y le contaba cómo se las había apañado para sobrevivir detrás de la barra.

—Bueno, déjame que te pregunte, fuiste militar, licenciado en electrónica, ¿hay algo más que deba saber?

—Que te quiero. Te amo con todo mi corazón. Todo lo demás lo irás conociendo en los próximos años. Entonces, ¿te quieres casar conmigo?

—Si lo pides así, ¿qué chica podría resistirse?