Capítulo 19
«Estupendo», pensó Lucía, al darse cuenta de que la señal de la cámara del dormitorio acababa de ser interceptada. Aquello, sumado a la decisión de Aidan de quedarse incomunicado, la dejaba sin forma de saber si estaba en apuros o no.
Trató de recuperar la señal una y otra vez, pero la cámara no respondía. El aparato que estaba interfiriendo la recepción debía de ser bastante potente, así que en principio ella tendría que poder localizarlo.
Pero primero…
Tomó los prismáticos y se asomó a la ventana. No había ni rastro de la señora Moore ni de Aidan. Sin embargo, había luz en la casa de ella. Con los prismáticos pudo divisar en el salón a Aidan y a Lizzy…
Bueno. Era bastante obvio que Aidan no estaba en apuros. Al menos su integridad física. Emocionalmente… era otra historia. Le había observado muy inseguro durante todo el caso. O no estaba siendo capaz, o no estaba dispuesto a dejar pasar la atracción que sentía por Gorrión. Había más cosas en juego además de la misión y eso no era positivo. Por no hablar de lo que estaba sucediendo en la casa de Elizabeth en aquel momento.
Lucía volvió a la mesa de monitores y se puso a trabajar con el portátil.
Necesitaba averiguar cómo Elizabeth estaba interviniendo la cámara, con Aidan literalmente a su lado.
Gorrión era capaz de cualquier cosa. Seguramente ya habría descubierto todo el dispositivo de vigilancia. Ojalá que Aidan se diera cuenta a tiempo.
Aidan rodeó la cadera de Elizabeth con los brazos y la atrajo contra sí. Con aquel movimiento, la camiseta de ella se levantó lo suficiente como para que sus pieles entraran en contacto. La espalda de Lizzy estaba húmeda, seguramente por la carrera que habían echado en la playa.
Todo iba demasiado deprisa. Aidan no sabía si iba a poder controlarse si no subían rápidamente al dormitorio.
En cuanto ella deslizó la mano por debajo de su camiseta, Aidan supo que no iba a aguantar. Inclinó ligeramente la cabeza y la besó en la frente, para luego descender hasta rozar sus labios.
Se fundieron en un beso y Aidan se imaginó recorriendo con la lengua cada rincón de aquel delicioso cuerpo. Soltó un gemido.
—Lizzy, no puedo…
Elizabeth le tapó la boca con un dedo y sonrió atrevidamente.
—No voy a permitir que huyas ahora de mí, Aidan.
Y, sin dejarle contestar, comenzó a lamer su barbilla, descendiendo hasta la nuez y el cuello. Allí se detuvo un largo rato. A Aidan no le habían hecho un chupetón desde el instituto. Se le había olvidado lo agradable que era, así que procedió a imitarla. Comenzó a morderla y a chuparla por el cuello y el hombro hasta que los dos empezaron a gemir de placer.
Se separaron para tratar de recuperar la respiración. Los dos cuerpos estaban en tensión por el deseo. Aidan estaba seguro de una cosa. Aquella noche iba a ser…
salvaje.
La levantó entre sus brazos de tal manera que las piernas de Elizabeth lo rodearon, presionando con fuerza su erección.
—¿Lizzy?
—Tócame, Aidan, como lo has hecho antes —le apremió.
Una de las manos de Aidan estaba sosteniendo la espalda de Elizabeth y la otra levantó su camiseta hasta llegar a tocar uno de los pechos. Sintió la excitación del pezón que acariciaba y oyó un gemido. Las piernas de Lizzy se apretaron más contra sus caderas.
Él, en aquel momento, tuvo el pensamiento fugaz de que lo que estaba haciendo no era correcto. Seguramente, Lucía estuviera vigilando las cámaras. Ojalá supiera el significado de la palabra discreción y apagara los monitores porque…
Necesitaba sentir más a Elizabeth. Saborearla más, olerla más. Lo quería todo de ella.
Había dejado uno de sus senos al descubierto. Aquel pezón parecía un caramelo dulce y él no se resistió a la tentación de chuparlo. Elizabeth volvió a gemir y, al oírla, Aidan sintió cómo crecía su erección.
Se moría de ganas de entrar dentro de aquel cuerpo y escucharlo gemir mientras se movía dentro de él.
Pero antes quería seguir saboreándola.
Volvió a tomar el pezón entre sus labios, turgente al entrar en contacto con su lengua.
Elizabeth le levantó la cara con una mano y deslizó la otra bajo su camiseta.
Aquel tacto cálido recorrió su torso.
Sin saber cómo, se encontraron junto a un sofá que estaba situado en medio de la sala. Elizabeth se recostó sobre una pila de almohadones y abrió las piernas. Él corrió a su lado y volvió a acariciar su pecho. Sin poder evitarlo, comenzó a besarla y a lamerla por todos lados, deseando que ella hiciera lo mismo. Pero tenían demasiada ropa.
Elizabeth se quitó la camiseta y se quedó al descubierto.
Aidan se quedó embobado un instante, pero reaccionó acariciando aquella cintura y los músculos perfectamente modelados del abdomen. Después tomó ambos pechos en sus manos y pellizcó los pezones, lo que llevó a Elizabeth a quitarle la chaqueta con urgencia.
Aidan se quitó la camiseta y se volvió a arrodillar frente a ella. Se abrazaron y cuando Elizabeth le acarició la espalda notó la protuberancia de una de las cicatrices de Aidan.
—Metralla. Ejército. ¿Recuerdas? —dijo él.
Ella asintió sin dejar de acariciar las cicatrices.
Las heridas eran muy viejas, no obstante, Aidan sintió un escalofrío y enterró la cabeza en el cuello de Lizzy.
Ella lo reconfortó, y cambió el rumbo de la situación. Se fundieron en un abrazo tierno y prolongado. Finalmente, él se separó y retiró un mechón de pelo del rostro de Elizabeth.
—Eres… muy hermosa.
—Gracias —contestó ella con una sonrisa preciosa.
Aidan recorrió toda su espalda hasta llegar a la nuca y a la clavícula. Allí fue donde posó sus labios, y tras acercarla más a su cuerpo le volvió a besar los senos.
Los suspiros que salían por boca de Elizabeth, le aseguraban que le estaba gustando lo que le estaba haciendo.
Ella se volvió a recostar sobre los cojines. Aidan aprovechó para deslizar su lengua por los irresistibles músculos de su abdomen hasta llegar al ombligo. Después acarició el borde de los vaqueros y Elizabeth arqueó las caderas.
—Impaciente, Lizzy. Eso no es bueno…
Elizabeth lo calló con un beso apasionado. Cuando se separó se sentó sobre el sofá con los ojos rebosantes de deseo. Aidan estaba arrodillado frente a ella. Quien lo agarró por la cintura y comenzó a desabrocharle los botones del pantalón. Después le bajó la cremallera, liberando la erección que había contenido, Elizabeth no perdió el tiempo y lo acarició.
—Muy impaciente —admitió ella.
Guiado por el deseo, Aidan se quitó los pantalones dejando a mano la cartera, donde guardaba algún preservativo.
Estaba de pie, dispuesto a volver a arrodillarse ante Elizabeth, cuando ella comenzó a besar su miembro. Aidan se quedó sin respiración.
Aquella mujer era increíble. Acarició su cabeza mientras ella lo contenía en su boca. Elizabeth mordió suavemente el extremo de su pene sin dejar de acariciarlo.
A Aidan le temblaban las piernas y tuvo que controlarse para no tener un orgasmo en aquel momento. Se separó y la tomó entre sus brazos para que se levantara. Le desabrochó la cremallera de los vaqueros e introdujo la mano para disfrutar del calor y la suavidad que escondía entre los muslos.
Estaba tan excitado, que no podía perder el tiempo en quitarle los pantalones.
Deslizó los dedos hasta que descubrió, entre los húmedos labios, su clítoris. Lo acarició mientras ella se aferraba a él.
Sus miradas se cruzaron y Aidan se dio cuenta de que ella además de sentir deseo, albergaba algunas dudas. Elizabeth lo abrazó con fuerza y entonces él introdujo uno de sus dedos dentro de ella, quien cerró los ojos. Aidan, sin saber por qué, quería que lo mirara. Necesitaba ver, a través de aquellos expresivos ojos, lo que estaba sintiendo.
—Abre los ojos, Lizzy —le pidió suavemente.
A ella le pareció muy difícil hacer lo que Aidan le estaba pidiendo. Estaba tan a gusto sintiendo el placer de los dedos de él en su interior, o el contacto de sus pezones contra aquel torso… Si abría los ojos, quizás no pudiera abandonarse a las agradables sensaciones que estaba teniendo.
—Lizzy, por favor —insistió él.
Había cierta inseguridad en su voz.
Elizabeth abrió los ojos y se encontró con aquella deliciosa mirada, tan azul como el océano en un día de tormenta. Recorrió con los dedos su mejilla y llegó a los labios. Él le mordió el dedo pulgar, lo que alimentó el fuego que se había encendido en su interior.
—¿Lizzy? —preguntó él buscando su mirada.
Ante aquel gesto, ella sólo pudo decir la verdad.
—Quiero que me beses… ahí.
Aidan soltó un gemido y rápidamente le bajó los pantalones. Ella se sentó sobre los cojines y abrió las piernas. Él se arrodilló de nuevo frente a ella, sin dejar de mirarla y acariciando sus muslos.
—¿Aidan? —preguntó ella acariciándole la cara.
—Eres una persona diferente —contestó él, besándole la palma de la mano.
—Espero que eso sea algo bueno —añadió Elizabeth. Se estaba sintiendo muy expuesta.
—Es sólo que… No sé si voy a ser capaz de parar después de esto —dijo él.
—¿Quién ha dicho que tengamos que parar?
Las manos de Aidan estaban temblando. La miró y su rostro reflejó confusión.
Finalmente se acercó a ella y comenzó a lamer su rincón más secreto. Elizabeth estaba a flor de piel. Había pasado mucho tiempo desde que no sentía aquello y Aidan… Aidan sabía perfectamente lo que tenía que hacer sin que ella tuviera que darle ninguna indicación. La recorrió suavemente con su lengua. Después introdujo un dedo en su interior, para después meter otro.
Elizabeth estaba sujetando la cabeza de Aidan y cuando él le mordió suavemente el clítoris, tuvo un orgasmo.
—Aidan.
En aquel momento, él se levantó, se puso un condón. Elizabeth no se dio cuenta ni de dónde lo había sacado. No era una mujer muy experimentada y acababa de tener uno de los mejores orgasmos de su vida. Y estaba a punto de tener otro. Quería que él la penetrara.
Elizabeth lo miró y abrió los brazos invitándolo a tumbarse sobre ella, y se sorprendió cuando él negó con la cabeza. Sin embargo, cuando Aidan sonrió se sintió aliviada. No se iba a echar a atrás.
—Tú has ganado la carrera, ¿te acuerdas? —dijo Aidan antes de tumbarse boca arriba en el suelo con la cabeza apoyada en las manos.
¿La carrera? ¡Claro! ¡La carrera! Se había ganado la mejor posición… al menos por aquella noche. Elizabeth se levantó del sillón y se puso de rodillas junto a él.
Aidan tenía un cuerpo escultural e imponente. Igual de imponente que la erección que estaba teniendo en aquel momento.
Elizabeth sintió un escalofrío al imaginar lo que iba a vivir en los siguientes instantes. Estaba húmeda. Pero primero, era el momento de las caricias.