Capítulo 10
Aidan centró su atención en la gran variedad de flores que decoraban el jardín.
No conocía la mayoría de las plantas, pero, en realidad, sólo estaba buscando una cuya fotografía tenía grabada en la mente.
Consultó su agenda electrónica, donde había almacenadas fotos de la planta. Se había quedado extrañado después de la exhibición de artes marciales de aquella mañana. ¿Por qué se sentía molesto? Llevaba buscando a Gorrión dos años y cuando parecía que estaba a punto de capturarla, se estaba empezando a echar atrás.
No era por el hecho de que fuera una mujer atractiva. Aidan contaba con un elenco de mujeres guapas con las que disfrutar.
¿Sería porque era una persona de trato agradable? Probablemente. Porque aquella extraña reacción no se debía ni al beso ni al contacto físico que habían tenido durante la lucha.
Aidan soltó una retahíla de insultos. El mero recuerdo del cuerpo de Elizabeth sobre el suyo, le había hecho excitarse.
Echó una mirada a la casa donde todavía estaba Elizabeth. Para confirmarlo consultó su agenda, donde estaba conectado el circuito de cámaras. Con tan sólo pulsar unas teclas, tuvo a Elizabeth en pantalla, desnudándose para una ducha.
Estaba de espaldas a la cámara, sin tener ni idea de que estaba siendo espiada.
Aidan tragó saliva mientras observaba cómo se iba quitando prendas hasta dejar desnudas aquellas impresionantes piernas. Tenía un trasero perfecto.
Se limpió el sudor de la frente. Hacía calor y la chaqueta de cuero lo estaba asfixiando, pero no podía apartar los ojos de la pantalla de la agenda.
—Barman, conéctate —le dijo Lucía por el auricular.
—¿Qué pasa, Red Rover? —contestó mientras Elizabeth se quitaba el sujetador deportivo y dejaba a la vista unos pechos perfectos.
—Eres un chico malo, malo, Aidan. Se supone que tendrías que estar mirando las flores.
Aidan se dio cuenta de que Lucía lo estaba observando a él gracias a los monitores. Desconectó la conexión con las cámaras y encendió el dispositivo de cámara fotográfica. De aquella manera podría enviárselas a su compañera.
—Entendido, Red Rover. Vete preparando. En media hora podrás venir a descubrir las contraseñas, si hay quien te cubra.
—Walker tiene que estar a punto de llegar —repuso Lucía.
Aidan se dirigió al jardín delantero que también estaba repleto de plantas, pero no había ni rastro de la dedalera. Y Elizabeth estaría lista enseguida.
En una esquina del jardín divisó unas plantas que tenían una flor de color violáceo. Se acercó y apreció que las hojas tenían una especie de pelusa. Tenían la misma forma que las de las fotos, aunque los colores variaban ligeramente. Tomó una bolsa y suavemente arrancó algunas hojas de distintas plantas. También sacó alguna foto.
—¿Has encontrado algo? —le preguntó Lucía.
—Quizás sea la prueba definitiva. Cuéntaselo a Walker. Ahora mismo te envío las fotos para que alguien las examine.
Aidan guardó la bolsa en uno de sus bolsillos y envió las fotos por correo electrónico desde la agenda. Después regresó al jardín trasero y se sentó en el muro de piedra a esperar a Elizabeth.
Cuando apareció, Aidan estuvo a punto de quedarse sin aliento. Se había puesto unos pantalones blancos que resaltaban la longitud de sus maravillosas piernas. El top de lunares rosa era muy corto y dejaba al descubierto aquella tripa en la que se marcaba cada uno de los músculos. El pelo lo tenía recogido, dejando a la vista sus impresionantes ojos y aquellos labios carnosos, que tanto le había gustado a Aidan besar.
Maldición. Estaba vestida para matar, y cuando sus miradas se encontraron, Aidan supo que Elizabeth lo había hecho de forma premeditada.
Elizabeth no sabía por qué había escogido aquel conjunto. Sin embargo, la mirada de Aidan le estaba confirmando que había elegido bien.
Sacó las llaves del coche del bolso y se las mostró a Aidan.
—Tenemos que ir a por el coche. Está aparcado cerca de aquí.
Caminaron por la calle principal y pasaron por el edificio donde había estado ubicada la pescadería de sus padres. Aidan no lo dejó pasar.
—¿Ésta era la pescadería de tus padres? —preguntó.
Ella asintió.
—Después de que murieran, un primo compró el negocio. Eso ayudó a pagar algunas facturas.
—Pero no todas, ¿no?
—No todas —confirmó ella sinceramente.
Si Aidan quería sacar algo de estar con ella, era un buen momento para que se enterara de que no era rica. El restaurante le daba beneficios, pero sólo para vivir holgadamente.
Llegaron al garaje y cuando ella fue a abrir, Aidan se lo impidió.
—Déjame a mí.
Elizabeth entró mientras él sujetaba la puerta.
Allí guardaban el coche antiguo de su padre que era una reliquia. Aidan soltó un silbido.
—¡Qué bonito! ¿No?
—Es un Gaston de 1962. Era de mi padre —explicó Elizabeth acariciando el coche. Elegante y deportivo a la vez.
—Es todo un clásico. Dos plazas, motor de ocho cilindros y guardabarros de cromo. Si hasta tiene todavía la raya de las carreras —dijo Aidan con la sonrisa propia de un niño el día de Navidad.
—Era el orgullo y la alegría de papá. Decía que era el mejor de Silvershire.
Incluso yo llegué a comprarme un modelo nuevo de Gaston hace unos años. Pero al final me deshice de él para poder conservar éste.
—Hiciste bien.
—Ayúdame a quitarle la capota —le pidió Elizabeth.
Entre los dos se la quitaron y Aidan se sentó en el asiento del copiloto. Elizabeth encendió el motor, que a pesar de los años, no tuvo problema en arrancar. Solía llevarlo frecuentemente al taller para que estuviera siempre a punto. Eso hubiera sido lo que habría hecho su padre de haber estado con vida.
El coche salió a la carretera y Aidan la miró intrigado.
—¿Dónde vamos? —preguntó.
—A todas partes y a ningún sitio en concreto. Confía en mí —respondió ella pisando el acelerador. El sol iluminaba su rostro y el viento le alborotaba el pelo.
Sus miradas se cruzaron un instante. Le dio la impresión de que Aidan no confiaba en ella, pero la sonrisa que le brindó inmediatamente, borró aquella sensación.
Elizabeth escogió la carretera del interior para su excursión. Además, quería ir a hacer algunas compras para el restaurante. Después irían a comer y si todo iba bien, incluso podrían cenar juntos. Lo de desayunar juntos, iba a ser más complicado.
Llevaba mucho tiempo sin encontrar un hombre lo suficientemente especial como para invitarlo a pasar la noche.
Durante un cuarto de hora atravesaron el bosque hasta que llegaron cerca de la villa que había sido el retiro del Príncipe. Pasaron por delante de los portones de hierro.
—¿Es esto propiedad privada? —preguntó Aidan.
—Era del Príncipe. Dios lo tenga en su memoria.
—Es gracioso que tú digas eso.
—¿Por qué? —preguntó ella sin apartar la atención de la carretera. Había muchos ciervos, ya que no estaba permitida la caza.
—Según lo que me contó Kate, piensas que él fue responsable de lo que les ocurrió a tus padres.
—A la gente como él… no le importa que su forma de divertirse pueda causar daños a otras personas. Sólo lo responsabilizo en ese sentido.
—Pero la familia real no recibe el mismo trato que tú y que yo. Ni él ni sus amigos pagarán nunca el daño causado por consumir drogas.
Elizabeth se dio cuenta de que la estaba pinchando. Quería que reconociera que había deseado la muerte del Príncipe. Cuando sus padres habían muerto y la investigación había sido obstaculizada por los agentes de la familia real, había deseado que se hiciera justicia. Incluso había llegado a pensar buscarla ella misma.
Pero con el tiempo la razón había sustituido a la rabia, y había sabido que los responsables acabarían por tener su merecido.
—De una manera o de otra, el príncipe Reginald iba a tener que pagar las consecuencias de sus actos.
—Si muriera alguien a quien yo quiero, querría que el asesino recibiera su castigo. Ahora, no en la otra vida —contestó Aidan tenso. Su rostro reflejaba dolor.
Al ver de reojo aquel rostro emocionado, Elizabeth decidió parar el coche.
Aidan tenía los puños cerrados sobre los muslos y ella tomó una de sus manos.
—¿Tú has perdido a alguien cercano?
Aidan no sabía qué decir. Aquella forma de mirar y de tocarlo, hacían que pensara que no era una asesina. Se contuvo para no pronunciar el nombre de Mitch y ver cómo reaccionaba ella. Iba a utilizar la misma estrategia que estaba usando Elizabeth.
—A mi mejor amigo.
—Lo siento —dijo ella acariciándolo.
—Y si supiera quién lo hizo, lo mataría.
La mano de Elizabeth se quedó paralizada. Se quedó pensativa.
—Con ello sólo conseguirías arruinar dos vidas. La del asesino y la tuya, ¿no?
Se miraron. La barbilla de Elizabeth estaba ligeramente elevada. Aidan no podía descifrar si en realidad su mirada era desafiante o si estaba preocupada por la afirmación que él acababa de hacer.
Por lo que había leído en el informe sobre Gorrión, sabía que ella no se iba a preocupar porque él la estuviera buscando. Ya había demostrado que era una rival difícil. Si en realidad lo estaba desafiando entonces, quizás Aidan ya se hubiera descubierto y ella supiera que estaba hablando de Mitch.
Sólo había una forma de asegurarse.
—Se llamaba Mitch —dijo, alerta a la reacción de Elizabeth.
—¿Mitch? ¿El amigo al que asesinaron? —preguntó sin ningún tipo de alteración.
—Alguien lo acuchilló en una callejuela de Roma —prosiguió Aidan.
Pero no hubo reacción alguna.
—¿Fue un robo? ¿Una pelea o algo así?
—¿Acaso es importante? —repuso él.
Algo surgió en el rostro de Elizabeth. Dolor.
—No, la verdad es que no importa. La muerte es la muerte. Ya está fuera de tu vida. Nunca estará ahí para acompañarte o para reírse contigo —dijo ella antes de encender el motor y volver a la carretera.
Mientras conducía iba limpiándose las lágrimas, pero en silencio.
Estupendo. La había hecho llorar. Aidan odiaba ver a las mujeres llorar.
Aunque le pudieran llamar flojo, siempre se ablandaba ante las lágrimas de una mujer.
Nunca se hubiera imaginado que Gorrión se permitiera llorar. Se sentía realmente confuso. Las palabras y los actos de Elizabeth echaban por tierra todas sus teorías.
Se recordó una vez más que Gorrión podía ser perfectamente una psicópata y por lo tanto perfectamente capaz de simular tales cambios de humor. Walker había insistido en ello.
Aidan observó a aquella misteriosa mujer una vez más y ella debió de notarlo.
—¿Qué es tan interesante? —preguntó algo incómoda.
—Tú. Eres tan guapa —dijo Aidan. Quería acercarse más a ella para ver si así lograba obtener más información.
Aunque no era mentira que la encontrase atractiva. Y no sólo atractiva, era una mujer impresionante. Era interesante. Una persona con muchas capas y Aidan estaba Escaneado por Mariquiña y corregido por Sira
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deseando quitarlas una a una. Hasta el momento, sólo había logrado descubrir las primeras.
Elizabeth sonrió.
—Me apuesto lo que sea a que eso se lo dices a todas las chicas.
—Sólo a las bonitas —respondió él sonriente.