Capítulo 25

Elizabeth se sentó en el sofá de la habitación del hotel donde el equipo de Aidan había fijado su base de operaciones. Era un hotel de categoría, no una pensión como él le había comentado en alguna ocasión.

Había varias mesas junto a la pared, donde estaban situados múltiples monitores, ordenadores, equipos de vigilancia y teléfonos.

Aidan y Lucía estaban trabajando en un ordenador revisando una información que les había enviado por fax lord Southgate, el Duque de Carrington. Era el hombre que, tras la muerte del Príncipe, iba a subir al trono. Cuando Aidan se inclinó sobre el monitor, Elizabeth pudo ver la pistola que asomaba detrás del brazo.

Una pistola.

Si ella hubiera tenido una entre las manos en aquel momento, hubiera matado al hombre que había herido a su hermana. Ahora era capaz de comprender por qué su hermana había elegido el camino de la venganza tras el asesinato de sus padres.

Su hermana era una asesina. O al menos eso era lo que afirmaba el Grupo Lazlo.

Llevaba más de una hora sin recibir noticias, pero podía sentir que Dani todavía estaba luchando por la vida. Quizás aún hubiera esperanza.

El aire acondicionado estaba puesto y Elizabeth tenía frío. De repente, sintió el olor de la sangre y se dio cuenta de que tenía las manos y la ropa manchadas.

—¿Lizzy? —preguntó Aidan acercándose. Se dio cuenta de que ella se estaba mirando las manchas de sangre—. Lo siento. Debería haber pensado que necesitábamos ropa limpia.

Él también estaba manchado de sangre.

—Gracias —dijo Elizabeth, retirándose un mechón de pelo de la cara.

—¿Por qué me das las gracias? —preguntó él confuso.

—Por cumplir tu promesa. Por haber ayudado a Dani.

—Siento no haber podido evitar que la dispararan. Lizzy. Pero te prometo…

—No. La verdad es que por un lado, me gustaría ver muerto a quien lo haya hecho, pero por otro lado… eso sólo traería más muerte. Más violencia, ¿o no es así?

—Tienes razón —admitió Aidan.

Elizabeth se dio cuenta de que estaba pensando en Mitch.

Dani había confesado que había amado a Mitch. Algunas piezas de aquel puzzle empezaban a encajar.

—Cuando Dani y yo estuvimos en Roma, me dijo que había conocido a alguien especial. Los primeros días estaba feliz.

—Mitch también estaba muy contento —comentó Aidan poniéndose de rodillas frente a ella.

—Pero una noche llegó llorando casi tan desconsoladamente como cuando nuestros padres murieron. Yo me imaginé que la persona especial habría roto con ella.

—Quizás la relación se rompiera, pero no por los motivos que tú pensaste.

Quizás fuera porque él había muerto.

—Ella lo amaba —dijo Elizabeth.

Aidan asintió.

—Yo creo que él también la amaba. Pero…, el tipo de vida que ambos llevaban no era el ideal para tener un final feliz, Lizzy.

Elizabeth ya lo sabía. Quizás Aidan le estuviera intentando decir que a ellos les pasaría lo mismo. Él era un hombre con un trabajo peligroso que se acabaría marchando de la ciudad en cuanto terminara el caso. Un hombre que podía llegar a terminar como Mitch.

Por no decir como Dani. Pero no. No como Dani. Dani todavía estaba viva.

Todavía estaba con ella. Era su única esperanza.

La puerta se abrió y Walker Shaw entró en la sala. Posó sobre ella su mirada azul.

—Lo siento, señora Moore.

Aquellas fueron las últimas palabras que oyó antes de desvanecerse y sentir que los brazos de Aidan la sostenían.

Sintió una caricia cálida sobre la mejilla. Al abrir los ojos se encontró con el rostro de Aidan.

—Lo siento —dijo él sin dejar de acariciarla.

Elizabeth negó con la cabeza.

—Dani no está muerta.

—Lizzy.

—No lo está —insistió Elizabeth. Se dio cuenta de que alguien la había cambiado de ropa y le había lavado la sangre—. ¿Lo has hecho tú?

—¿Estás bien? —preguntó él después de asentir con la cabeza y de agarrarle la mano.

Se hubiera sentido mejor si hubiera podido ver a Dani. Quería comprobar que había fallecido ya que su instinto le decía que su gemela no estaba muerta.

—Quiero ver a Dani. Despedirme.

—Me han dicho que eso no es posible —respondió Aidan.

—Pues hazlo posible —insistió Elizabeth.

—Ahora podemos decírselo a Walker.

—¿A Walker? Ya me he dado cuenta de que no os lleváis muy bien —comentó ella.

Aidan se encogió de hombros.

—Eso es lo que ocurre cuando pones a dos hombres como nosotros a trabajar juntos en un mismo caso. Pero en el fondo, no es mal tipo.

—Espero que tengas razón —respondió ella antes de salir de la habitación de Aidan.

Él la siguió sin dejar de acariciarle la nuca. Walker y Lucía estaban sentados frente a los monitores en la sala. En cuanto los vieron aparecer, se levantaron.

—Le doy mi pésame, señora Moore —le dijo Walker.

Lucía hizo lo mismo.

—Quiero ver a Dani. Quiero despedirme de mi hermana —contestó Elizabeth alzando la barbilla.

Walker miró a Aidan.

—¿No se lo has dicho? —le preguntó.

—Se lo he dicho. Pero no estoy de acuerdo con esa decisión. Elizabeth tiene derecho a ver a su hermana —repuso Aidan.

—No es posible —intervino Lucía acercándose a Elizabeth—. Sé que debe de ser muy duro…

—¿Qué sabes tú de lo duro que resulta esto para mí? —le soltó Elizabeth interrumpiéndola—. Me decís que mi hermana ha muerto, pero ni siquiera me dejáis ver su cuerpo para despedirme.

—Señora Moore… —comenzó a decir Walker también acercándose.

—Guárdese sus palabras, doctor Shaw. Si usted no puede conseguir que yo vea a mi hermana, póngame al teléfono con la persona responsable.

Walker miró a Aidan para qué interviniera. Y Elizabeth lo miró también, así que Aidan sólo pudo encogerse de hombros.

—Tiene razón. Y todos lo sabemos. Es lo que nos gustaría hacer a todo el mundo si… —Aidan no pudo terminar la frase y sé hizo un silencio incómodo.

El silencio se rompió porque sonó el teléfono. Walker corrió a contestar.

—Señor Lazlo, la señora Moore tiene una petición para usted —dijo Walker después de una breve conversación con su jefe. Después se giró hacia Elizabeth y presionó el botón de manos libres—. El señor Lazlo.

—Señora Moore. Le presento mis condolencias — dijo el jefe.

—Si sus palabras fueran sinceras, señor Lazlo, me dejaría ver a mi hermana —

contestó Elizabeth tras haberse acercado al receptor del teléfono para que la escuchara mejor.

—Desafortunadamente, el cuerpo…

—Mi hermana, señor Lazlo, no es sólo un cuerpo —enfatizó Elizabeth mientras se aferraba a la mesa.

—Por supuesto, señora Moore. Su hermana, desafortunadamente…

—Parece un disco rallado, señor Lazlo. Y tengo que decirle que hasta ahora no se me ha dado ni una sola razón que justifique por qué no puedo ver a Dani una última vez.

Aidan se puso en pie y se acercó al teléfono. Puso su mano sobre la espalda de Elizabeth.

—Corbett, me parece que su petición no está fuera de lugar.

—Señor Spaulding, hay algunos asuntos en los que ni siquiera yo tengo poder de decisión —respondió Lazlo.

—Por favor, señor Lazlo. Estoy segura que con los contactos que usted tiene, puede conseguirlo —pidió Elizabeth.

—Está bien, señora Moore. Haré todo lo que esté en mi mano para conseguirle una última visita.

«Última visita». A Elizabeth le volvieron a temblar las piernas, menos mal que Aidan estaba detrás de ella y la sujetó por la cintura.

—Gracias, señor Lazlo —dijo ella sacando fuerzas de flaqueza.

La conexión se cortó y Walker se acercó al teléfono para colgarlo.

—Señora Moore, acaba usted de hacer una actuación excelente. Me quito el sombrero.

Cuando Elizabeth estaba a punto de responderle, una de las máquinas de la mesa emitió un pitido y comenzaron a salir papeles. Lucía corrió a revisarlos.

Cuando terminó de leer el fax se lo entregó a Walker.

—¿Qué es? —preguntó Elizabeth al ver que la expresión en la cara del psiquiatra era de tensión.

—Es un avance de lo que será la noticia del Quiz, cortesía de lord Russell Southgate —contestó mostrándoles la hoja de papel.

El titular decía: Príncipe del fraude: Se revela que Reginald no tenía derecho al trono.