Capítulo 2
—Intento fallido —oyó Aidan a través del auricular.
Era la voz de Lucía.
Antes de salir del restaurante, no pudo evitar volver la vista atrás. Aquella mujer seguía de pie mirándolo. Cuando sus ojos se encontraron, el rostro de ella se ruborizó y entonces se metió dentro del edificio.
Aidan sonrió. No era una mujer tan fría como aparentaba.
—Cállate —susurró Aidan.
—Vaya, parece que estamos de mal humor. ¿Qué plan tienes ahora?
—Si quiere a alguien más profesional, lo tendrá —contestó Aidan sin dejar de caminar hacia el hotel donde se quedaba el equipo, muy cerca del restaurante.
—Eso te va a llevar mucho trabajo.
Aidan entró en el hotel y allí se encontró con Lucía trabajando en el ordenador portátil. Aidan se asomó a la pantalla donde había una lista.
—¿Qué es eso?
—Los contactos de Corbett —repuso ella.
—Así que los contactos de Corbett —dijo él con sorna.
Sabía que Lucía estaba muy enamorada del misterioso jefe de equipo que compartían.
—Sus contactos con el Departamento de Inteligencia Británico nos han proporcionado una lista de los asesinatos atribuidos a Gorrión. Mira esta columna.
Había más de doce intervenciones durante aquel año. Gorrión había estado ocupada. Pero había un grave error en la lista.
—El nombre de Mitch no está aquí.
—El Departamento de Inteligencia Británico no vincula la muerte de Mitch con Gorrión —afirmó Lucía con cara de preocupación.
—Pues entonces están equivocados. Fui yo quien escuché a Mitch.
Aidan se sentó en el borde de la mesa y se cruzó de brazos. Lucía le apretó la mano para reconfortarlo.
—Quizás Mitch te estuviera intentando decir algo acerca de ella.
—Gorrión fue su asesina. Fin de la discusión —declaró Aidan, quien había pensado mucho sobre ello y había llegado a la conclusión de que lo que se confesaba en una situación así, no podía ser otra cosa más que el nombre del asesino.
Lucía se dio cuenta de que Aidan se había puesto a la defensiva, así que prosiguió introduciendo datos en la lista. Eran los datos de fechas y lugares que coincidían con los asesinatos de Gorrión.
—¿Qué haces ahora? —preguntó Aidan.
—Pues parece que algo más que tú. Quien puso a Corbett sobre la pista de que Elizabeth podía ser Gorrión, no estaba completamente convencido. Así que he realizado unas indagaciones para ver dónde estaba ella durante los asesinatos.
Concursos, exposiciones, vacaciones y demás.
—Y por lo que veo, Elizabeth tiene muchos puntos para ser la auténtica Gorrión.
—Eso parece. Hay demasiadas coincidencias. Y además este fin de semana está aquí —dijo señalando la pantalla—. Estuvo en una ciudad próxima a la del Príncipe en una convención de cocina. Y justo él apareció muerto.
—Envenenado. El veneno es el método favorito de nuestra asesina.
Aunque en algunos de sus asesinatos, Gorrión había utilizado un cuchillo.
Como cuando había asesinado a Mitch. ¿Cómo podía haber sido capaz?
Aidan también había tenido que clavar su cuchillo en más de una ocasión mientras había estado en el ejército y le había resultado realmente difícil. A pesar de haber sabido que era su obligación, las miradas de los hombres que había matado, nunca lo abandonaban. Ni siquiera en sueños.
Era igual que la expresión en el rostro de Mitch antes de morir. No dejaba de aparecer en sus peores pesadillas.
—¿Aidan?
—Voy a revisar el archivo de Elizabeth Moore. ¿Me puedes pasar una copia en cuanto lo termines? ¿Y puedes añadir a Mitch en la lista y comprobar si ella estaba en Roma aquella noche?
—Aquí tienes el archivo.
Aidan se dirigió a su habitación y una vez allí, se quitó el auricular y lo dejó junto a otros aparatos electrónicos que había diseñado él mismo.
Se tumbó sobre la cama y revisó una vez más el archivo de Elizabeth Moore.
Era hija única y sus padres habían sido los dueños de un pequeño comercio.
Cuando tenía catorce años, sus padres habían sido hallados muertos en la pescadería que habían regentado. El caso nunca había llegado a resolverse. El archivo dejaba entrever que alguna persona de los servicios de seguridad de la Casa Real había eliminado partes de la investigación.
¿Habría sido aquel momento decisivo para que Gorrión iniciara su carrera criminal? Los padres de Aidan, afortunadamente, todavía estaban vivos. No quería Escaneado por Mariquiña y corregido por Sira
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ni imaginarse lo horrible que hubiera sido haberlos perdido tan joven, con tanta violencia y sin que se hubiera hecho justicia.
La foto de Gorrión que estaba a la izquierda del expediente, lo estaba mirando.
No había ni rastro de la encantadora sonrisa que le había brindado Elizabeth aquel día. Por lo visto, la foto había sido tomada en Praga cuando un miembro del Departamento de Inteligencia Británico, que estaba trabajando en otra misión, la había reconocido por casualidad en una plaza. Las características de aquella mujer seria habían coincidido exactamente con la descripción de la asesina que el Departamento de Inteligencia llevaba años buscando.
Pero quizás la mujer de la foto no fuera ella. Debían de existir millones de mujeres que encajaran con aquella descripción: metro sesenta y cinco, pelo y ojos castaños y delgada.
La verdad era que, en carne y hueso, ganaba mucho. Aquella mañana los rayos del sol le habían dado a su pelo castaño unos brillos cobrizos y sus ojos habían tenido el color de la miel. Si bien era de constitución delgada, también era cierto que no carecía de las curvas adecuadas.
Era una mujer muy atractiva, pero eso no cambiaba nada. Seguía siendo sospechosa de haber asesinado a doce personas. Y en aquella lista estaba Mitch.
En la mano de Aidan estaba acercarse a ella para confirmar si era o no Gorrión, y si había asesinado al heredero del rey Weston. Entonces podría ser castigada por sus crímenes.
Por lo tanto tenía que volver a intentar ser contratado como camarero. Corbett Lazlo había conseguido que un amigo suyo en Londres contratara al antiguo camarero de Elizabeth y el puesto seguía vacante.
Los contactos de Lazlo eran una parte importante del éxito que tenía el Grupo Lazlo en sus trabajos. Fundamentalmente se dedicaban a investigaciones bastante delicadas y peligrosas, como el caso del príncipe Reginald.
El caso de un príncipe mimado no resultaba especialmente emocionante para Aidan. Por lo que había leído en el dossier que le habían entregado, el Príncipe había sido un chico engreído y egoísta que no hubiera sido un buen rey para aquel vetusto reino.
Aidan no estaba muy interesado en política. La vida nómada no le permitía desarrollar vínculos fuertes y no tenía ningún interés en que aquello cambiara.
Y en lo referente a Gorrión, le había dicho que quería un profesional y lo iba a tener.
La parte referente a los combinados estaba resuelta gracias al auricular que llevaría en el oído para mantener la comunicación con Lucía. Se había inventado aquel artilugio después de tratar de memorizar las recetas de los combinados y de comprobar que le resultaba imposible.
Lo más complicado sería que Gorrión lo contratara. Aidan se dirigió al armario donde había guardado varios pares de vaqueros y algunos trajes. Normalmente no solía llevar traje y pajarita. Cuando se lo ponía tenía la sensación de llevar uniforme, como en el ejército. En aquel momento, que ya trabajaba en el sector privado, prefería vestir de manera informal. Era un estilo que se adecuaba mejor a su carácter rebelde.
La última vez que se había puesto un traje, había sido para asistir al funeral de Mitch dos años atrás. Y precisamente lo tenía en el armario. Era un traje de diseño de color gris, bastante apropiado para la ocasión. A Mitch siempre le habían gustado los trajes y las mujeres de diseño. Le había obligado a comprarse ese traje y le había dicho que si seguía vistiendo de forma desaliñada o deportiva, nunca encontraría a la mujer adecuada.
Aidan admitía que el traje era estupendo. Quizás fuera lo que Gorrión había tenido en mente cuando le había hablado de alguien más profesional.
«Estate atenta, Gorrión, que allá voy», pensó Aidan.
Elizabeth iba con retraso. Primero había ido a hacer las compras. Después había revisado todo en la cocina y había asesorado a sus cocineros sobre los platos especiales que ofrecerían aquella noche. Por último había salido al patio de atrás para preparar las mesas y la pequeña pista de baile al aire libre.
Era el momento de volver al interior del restaurante. Elizabeth dobló la esquina para alcanzar la puerta principal, pero se chocó con alguien. Unas manos fuertes la sujetaron para que no se cayera.
—Lo siento —dijo percibiendo no sólo la fuerza de los brazos que la sujetaban sino la suavidad de la tela del traje a la que se estaba agarrando con fuerza.
Alzó la mirada y se encontró con unos ojos azules familiares.
—No, soy yo quien lo siente. Su cocinero me ha dicho que estaba en el patio trasero.
Cuando él la soltó, Elizabeth pudo apreciar la transformación que había sufrido aquel hombre. Llevaba un traje de color oscuro, y obviamente muy caro, que ensalzaba la anchura de sus hombros. Debajo tenía una camisa de color gris perla y una corbata con unos motivos muy originales. Se había engominado el pelo y las patillas acentuaban las líneas de aquel rostro.
Se había vestido para la ocasión, pero Elizabeth echó de menos la mirada de niño malo del día anterior.
—Señor Rawlings, he de admitir que no pensaba volverte a ver.
Aidan le ofreció el brazo y ella aceptó sorprendida el galante gesto. Caminaron hasta la puerta principal del restaurante.
—No soy un hombre fácil de disuadir, señora Moore.
—¿Y si te dijera que el puesto ya ha sido ocupado?
—Un caballero como yo no dudaría de la palabra de una dama como usted, pero… —Aidan se calló y señaló al cartel que todavía estaba pegado a la ventana.
Elizabeth se ruborizó y ya era la segunda vez que le ocurría en presencia de aquel hombre. No era una buena señal. Lo último que necesitaba era alguien cerca que la distrajera de todas sus ocupaciones.
—Señor Rawlings…
Aidan dio un paso hacia ella y abrió los brazos.
—Quería a un profesional, pues aquí lo tiene.
—Eso lo dije sólo para…
—Sé trabajar detrás de una barra —la interrumpió.
—No lo pongo en duda, pero…
—¿Qué tiene que perder? —interrumpió él de nuevo.
Elizabeth se agarró fuerte a la cesta que tenía entre las manos y lo examinó de nuevo. Vestido de aquella manera se lo imaginaba perfectamente detrás de la barra atendiendo a los clientes. Incluso tenía el aspecto de cualquiera de ellos. ¿Pero sabría preparar bien un cocktail?
—Un martini —dijo Elizabeth en voz alta.
—¿Perdone?
—¿Cómo prepararías un martini? —preguntó deseando que se equivocara.
—Una parte y media de ginebra más un chorrito de vermut seco —contestó sonriente—. Se agita y nunca se remueve.
—Era demasiado fácil. ¿Qué me dices de… un B—52?
—La bebida, ¿verdad? No el grupo de música alternativa de Georgia.
—Eso es, la bebida —repuso ella sonriendo.
—Una parte de la crema irlandesa Baileys, una de licor de café y otra de Grand Marnier —contestó Aidan mientras movía las manos como si estuviera agitando la coctelera.
Aquel chico sabía mover las caderas tan bien como la receta.
Elizabeth sintió una oleada de calor y decidió darle una última oportunidad, antes de rechazarlo.
—Seguro que éste no lo conoces: Mexican Sunset —dijo, pero Aidan sonrió inocentemente.
—Es fácil. Una botella de cerveza, preferiblemente Corona, una rodaja de lima y le añadimos ginebra. Mejor si es casera, después del otoño en esta zona hay muchas bayas de enebro de las que se saca la mejor ginebra.
Elizabeth tenía que reconocer que Aidan conocía el oficio.
—No me pareces el tipo de persona que se vaya a quedar mucho tiempo —
explicó ella.
Era la última razón que le quedaba por argumentar.
El se puso serio.
—Tienes razón. Mi padre era militar así que estoy acostumbrado a estar todo el día de un lado para otro.
—Conozco a ese tipo de personas —dijo Elizabeth mientras pensaba en su hermana Dani y en sus constantes viajes.
—Así que me entiendes. Pero tal y como yo lo veo, ahora, tú necesitas a un camarero y aquí me tienes. Pretendo quedarme durante una buena temporada y te aseguro que cuando decida marcharme, cosa que ocurrirá, te avisaré con el tiempo suficiente para que busques a otra persona.
Promesas. Elizabeth sabía que se rompían fácilmente. No obstante, él tenía razón en una cosa, ella necesitaba un camarero. Las últimas noches habían sido horribles y no había dejado de correr de la cocina a la barra y de la barra a la cocina ayudando a sus camareros.
—No puedo pagar mucho, pero las propinas suelen ser muy buenas. Si llegas antes de las cinco, la cena está incluida. Empiezas mañana —afirmó Elizabeth.
Él sonrió y le tendió la mano. Ella se la estrechó.
—Por las nuevas aventuras —dijo él.
—Yo no soy una mujer aventurera, señor Rawlings —contestó tratando de dejar claro que no estaba abierta a nuevas propuestas.
—Aidan, por favor. Y, señora Moore…
—Elizabeth. Todos mis empleados me llaman Elizabeth —afirmó ella antes de retirar la mano de la de Aidan.
De nuevo estaba empezando a sentir calor.
—Elizabeth, creo que va a ser toda una experiencia trabajar juntos.
—Nos veremos a las cinco, Aidan. Y a pesar de que el traje es… bonito, bastará con que lleves una camisa blanca y pantalones oscuros —dijo ella antes de darse la vuelta y entrar en el edificio.
—Un punto a favor de Barman —oyó Aidan a través del auricular cuando ya estaba en la calle.
—Ya te dije que no se podría resistir a mis encantos —contestó él mientras apretaba el paso para llegar al hotel.
Parecía que la investigación se iba encaminando.
—Te han venido bien las recetas que te he ido contando, pero… ¿de dónde te has sacado esa historia de las bayas de enebro?
—Nunca hay que adentrarse en territorio desconocido sin realizar las investigaciones pertinentes, Cordez. Llevé a cabo algunas exploraciones por la zona y, ¿sabes lo que averigüé?
Aidan prosiguió con su relato, siempre atento a que nadie sospechara de él. En diez minutos llegó al hotel y allí se encontró cara a cara con Lucía y con Walker Shaw, el psiquiatra del Grupo Lazlo.
—¿Qué te trae por aquí? —le preguntó Aidan al médico mientras le daba una palmada en la espalda.
—Qué elegante te veo.
—Ha caído rendida a mis pies.
—Ése era el objetivo. Al menos por aquí vais progresando —dijo el psiquiatra con cara de frustración—. Por ahora hemos sido incapaces de hacer algo con la información que encontramos Zara y yo. Así que estamos a la espera de los detalles que vosotros dos podáis conseguir.
—No hay demasiado —dijo Lucía tendiéndole los informes.
Walker examinó la lista.
—Parece que estamos siguiendo una pista buena. Es demasiada coincidencia que Elizabeth Moore aparezca en muchos de los lugares y al mismo tiempo que sucedieron los asesinatos de Gorrión.
—Incluido Roma —añadió Lucia nerviosa, mirando a Aidan.
—¿Qué? —preguntó quitándole a Walker la hoja de las manos—. ¿Cuándo lo has descubierto?
—Ayer por la noche —respondió Lucía.
—¿Qué? ¿Y por qué no me lo has dicho antes de que fuera a verla?
—Porque pensé que sólo iba a servir para que te pusieras más rabioso.
—¿Rabioso? Pues claro que estoy rabioso. Eres parte de mi equipo y me has ocultado información de vital importancia —le dijo casi gritándo.
—¿Te ves capaz de controlar tus emociones para mantenerte neutral en este caso? —preguntó Walker en tono de burla.
Sabía perfectamente que Aidan se sentía culpable de la muerte de su amigo, ya que había sido él quien había decidido que se separaran para acorralar a su objetivo.
Se culpaba a sí mismo de la muerte, tanto como a Gorrión.
—No empieces con tu rollo psicológico, Walker. Entiendo perfectamente la naturaleza de este caso.
—El objetivo es encontrar al asesino del príncipe Reginald —prosiguió Walker.
En cierto modo tenía razón. Habían sido contratados para descubrir al asesino del Príncipe, no al de Mitch. Aidan tomó aire y trató de relajarse. La rabia sólo conseguiría despistarlo. Y no podía perder la concentración si estaba tratando con una asesina de la categoría de Gorrión.
—Tienes razón, lo siento. Es que a veces me resulta duro. Solamente he fallado en un caso en mi vida —dijo refiriéndose a la muerte de su amigo—. Pero esta vez no fallaré.
Walker se acercó a él y puso la mano en su hombro.
—Todos te comprendemos, Aidan. Y nos tienes aquí para lo que necesites.
—Ya veréis cómo juntos resolvemos este caso —les aseguró a sus compañeros antes de retirarse a la habitación.
Al día siguiente comenzaba a trabajar para Gorrión. Tenía que estar listo para enfrentarse a cualquier situación que se le presentara. Para ello lo mejor que podía hacer era investigar un poco más y preparar algunos dispositivos para poder vigilar a Elizabeth Moore.
También tenía que hacerse una idea más exacta de la ciudad, así que sacó el mapa que venía incluido en el dossier y lo estuvo examinando.
Salió del hotel y se dirigió a la zona de los muelles. A pesar de que era tarde, los pescadores seguían trabajando transportando las cajas de mercancías a la lonja.
Aquella escena le trajo recuerdos de una ciudad costera en la que había vivido durante un tiempo con sus padres. Debido a que su padre había sido militar y a sus cambios de destino, nunca había vivido en la misma ciudad durante mucho tiempo.
Aunque no era un tipo que estuviera buscando un lugar en el que establecerse, sabía que si algún día lo hacía, sería en una ciudad como aquélla.
A Mitch y a él siempre les había apasionado practicar el surf, la pesca y salir a navegar y lo habían hecho siempre que habían tenido algún día libre. En aquel momento, su amigo estaba muerto. Y lo había asesinado la mujer que acababa de contratarlo a él.
Aidan apretó el paso mientras exploraba las inmediaciones del restaurante de Gorrión. Era una zona residencial con algunas casas de piedra y otras más nuevas.
El restaurante estaba casi a las afueras de la ciudad y su jardín estaba perfectamente cuidado. Junto al edificio del restaurante y más cerca de la playa, Escaneado por Mariquiña y corregido por Sira
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había una casita. Era también de piedra, con el tejado de pizarra y dos plantas. La casa estaba rodeada de hermosas flores y en la parte de atrás, los juncos se agitaban con la brisa del mar.
Si no recordaba mal, había leído en el dossier que aquella era la casa de Gorrión.
Su nido.
Pronto iba a conseguir entrar allí para conseguir la información necesaria.
Estaba seguro de que lo iba a conseguir. Tenía que hacer lo que fuera para cumplir con aquella misión, ya que para él era más que un mero caso. Era la respuesta que no había podido dar aún al asesinato de su mejor amigo.
Ojalá que cuando terminara con la misión, encontrara la paz de espíritu que había perdido dos años atrás.
Sin dejar de pensar en eso, caminó rápidamente hacia el hotel. Tenía que prepararse para su primer día de trabajo.