Capítulo 7
Elizabeth había lanzado el guante y sabía perfectamente que él lo iba a recoger.
Aidan no dejó de sonreír mientras inclinaba la cabeza.
—Última oportunidad —dijo él cuando estaba a punto de besarla.
Elizabeth podía sentir su respiración y se moría de ganas de besarlo. Su lado más impulsivo la estaba empujando a dar el último paso. Y así lo hizo.
Salvó la pequeña distancia que los separaba y se fundió con los cálidos labios de Aidan. Entreabrió la boca y él hizo lo mismo hasta que sus lenguas se entrelazaron.
Elizabeth se agarró a la chaqueta de cuero de él, ya que estaba empezando a sentir vértigo. De repente, Aidan se retiró.
—Lo siento —dijo, aunque sin saber muy bien por qué. Llevaba toda la semana ansiando aquel momento. A pesar de la oscuridad, se dio cuenta de que Elizabeth se había sonrojado de nuevo.
—¿Lo sientes? —preguntó ella.
—Sí, quiero decir no. Quiero decir que sabía que no querías que llegáramos tan lejos —contestó él a modo de excusa.
Ella se cruzó de brazos y lo miró enfadada.
—¿Ya estás huyendo, Aidan?
—Creo que los dos nos alegraremos mañana por la mañana de haber parado en este punto —dijo y sin dar tiempo a una respuesta, se marchó.
Aidan caminó deprisa porque se moría de ganas de ver lo que había hecho Elizabeth cuando la había dejado sola. Lucía ya habría colocado las cámaras.
Se dijo a sí mismo que era puro interés profesional, pero en cuanto la vio por el monitor en su habitación, supo que se estaba mintiendo.
Estaba sentado al lado de Lucía mientras observaba cómo Elizabeth se desabrochaba la cremallera de aquel vestido negro que tan bien se ajustaba a sus curvas. Con un suave movimiento de los hombros, el vestido resbaló hasta el suelo, y Elizabeth quedó tan sólo cubierta por un conjunto de lencería negro, muy femenino y provocador.
Aidan tragó saliva.
—Una mujer no lleva lencería negra a no ser que quiera que alguien la vea.
Sobre todo negra y tan provocativa —bromeó Lucía dándole con el codo.
—Ella no sabía que yo iba a aparecer —contestó sin dejar de mirar por si se quitaba aquel conjunto. Fue entonces cuando Elizabeth agarró algo del borde de la cama y salió de la habitación. Aidan buscó en otro monitor.
—No he puesto ninguna cámara en el baño porque no tiene más salida que la ventana —dijo y señaló a otro monitor—. No puede salir por ahí sin que la veamos
—indicó señalando la ventana iluminada del baño en una vista exterior de la casa.
—Quizás debamos hacer turnos de vigilancia lo que queda de noche. Yo haré el primero —indicó Aidan.
Lucía aceptó, le dio las buenas noches y se fue a dormir.
Aidan se concentró en los monitores. Rebobinó hasta llegar al momento en el que se habían besado. Aquel beso delicioso, pero que lo había dejado confuso. Se avergonzaba de haber perdido la objetividad. La había besado y había disfrutado.
Quizás no fuera tan buen espía como había pensado. Podía encargarse de la vigilancia y de los enfrentamientos cara a cara después de tantos años en el ejército, pero el resto…
Del resto siempre se había ocupado Mitch. Había sido capaz de manejar a todo el mundo, salvo a Gorrión. Aunque ella aquella noche…
¿Eran imaginaciones suyas o ella había respondido a su beso? ¿Habría engatusado también a Mitch antes de clavarle el cuchillo?
Consultó el reloj y pensó en qué estaría haciendo Elizabeth en el baño tanto tiempo. Observó un movimiento en uno de los monitores. Estaba muy oscuro, pero podía distinguir un cuerpo en movimiento. Pulsó el dispositivo de visión nocturna y la imagen se aclaró un poco. Era un cuerpo vestido de negro que llevaba una máscara.
¿Gorrión? En el dormitorio no había ni rastro de Elizabeth.
¿Cómo había llegado de la casa a la bodega del restaurante? ¿Habría un túnel entre los dos edificios? Siguió con la mirada a la figura vestida de negro, quien se dirigió a la caja fuerte. Una vez allí introdujo la contraseña y sacó una caja de dentro que estaba también cerrada. Gracias a una cámara, Aidan pudo ver qué había en el interior cuando la caja se abrió. Era un conjunto de cuchillos y algunas botellas.
«No toques los cuchillos», le había dicho Elizabeth.
Fue entonces cuando Gorrión sacó también una pistola y comprobó su mecanismo. Era una Hecker & Koch Mark 23. Aidan reconoció el arma instantáneamente.
Aquel modelo de pistola había sido utilizada por el comando de operaciones especiales del Pentágono durante mucho tiempo. Un amigo se la había recomendado a Mitch y a Aidan y a los dos les había encantado aquel arma, a la que se le podía acoplar un silenciador. La pistola de Mitch había desaparecido la noche de su muerte.
Cada vez había más pruebas que vinculaban la muerte de Mitch con Gorrión.
Sin embargo, el caso en el que estaban trabajando no era la muerte de su amigo. El Escaneado por Mariquiña y corregido por Sira
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objetivo era descubrir al asesino del Príncipe. Quizás alguna de aquellas botellas contuviera el veneno que había acabado con la vida del Príncipe.
Gorrión tomó la pistola y se la enfundó. Después recogió la caja y la metió en la caja fuerte. Se dio la vuelta como si hubiera sentido que la estaban mirando. Se detuvo y examinó la habitación. Se dispuso a abrir una de las taquillas que estaba junto a la caja fuerte. Con unos cuantos giros, la taquilla se abrió.
Aidan no sabía qué era lo que estaba haciendo. Gorrión apartó unas ropas que había en la taquilla, se introdujo dentro, cerró la puerta y desapareció.
Maldición. Aidan se puso en pie y corrió hacia la habitación de Lucía.
—¡Lucía! Gorrión ha volado del nido.
—Más vale que tengas razón —le contestó su compañera medio dormida al abrir la puerta. Fueron a los monitores.
—Gorrión está armada y vestida para matar. Ha salido de la bodega a través de un pasaje secreto al que ha accedido por una taquilla.
—Entonces tú tienes que salir también armado —dijo Lucía.
Aidan se agachó y le mostró la pequeña pistola que llevaba en el tobillo. Era una Glock 36 de seis balas.
—Si de verdad es Gorrión, no te bastarán seis balas.
Lucía sacó del cajón su Glock 34 y se la entregó.
Aidan la guardó y se dispuso a salir del hotel.
—Mantén la bodega vigilada. Llámame si ves algo —dijo antes de marcharse.
—¿Adónde vas?
—A la playa. Me parece que es el lugar más probable para que acabe el túnel.
Desde allí podré ver hacia dónde se dirige.
Aidan corrió hasta llegar a la orilla. La corriente estaba alta. Cuando quiso llegar a la parte trasera del restaurante se había mojado hasta las rodillas.
La luz del baño de Elizabeth todavía estaba encendida. Sacó la pistola y caminó despacio por el camino de piedra. Todo estaba en calma. La brisa marina agitaba los matorrales de las dunas. Se quedó apostado junto al jardín del restaurante que con tanto mimo cuidaba Elizabeth. No parecía que hubiera nadie.
Habían pasado más de quince minutos desde que Gorrión se había introducido en la taquilla. Si se había echado a correr, podía haber llegado bien lejos porque, por lo que había visto días atrás, estaba bien entrenada.
Miró en otra dirección, maldiciéndose porque parecía que le había perdido el rastro. De repente, oyó el ladrido de un perro. Aidan caminó sigilosamente en la Escaneado por Mariquiña y corregido por Sira
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oscuridad en dirección al ladrido. Vio moverse algo al borde del agua, junto a un edificio de piedra que era la lonja de pescado de Leonia. Observó concentrado.
¿Había una sombra moviéndose junto a la lonja?
—Vuelve a casa, Barman. Gorrión está en su nido —le dijo Lucía por el auricular.
Aidan no le hizo caso y siguió observando la sombra. Allí había algo, quizás fueran dos personas.
—Red Rover, confirma, Red Rover. Creo que tengo algo aquí.
—Gorrión acaba de salir del baño. ¿Qué es lo que estás viendo?
Aidan soltó una palabrota porque había olvidado los prismáticos, pero recordó que Lucía tenía unos en la habitación.
—Red Rover, enfoca en dirección a la lonja de pescado, la parte trasera.
Mientras recibía respuesta intentó acercarse.
—Nada a la vista. ¿Estás seguro de que la has visto?
—No estoy seguro —le dijo.
Se guardó el arma y fue hacia el hotel atravesando el jardín de Elizabeth.
Al llegar, observó los monitores con Lucía. Elizabeth aparecía dormida plácidamente en uno de ellos.
—No lo entiendo. He visto cómo alguien salía de la bodega.
—No lo dudo. Pero quizás no haya salido por mucho rato o quizás fuera otra persona —contestó Lucía. Él le devolvió la pistola y se sentó abatido—. Creo que ha llegado el momento de que descanses un rato. Mañana tienes que trabajar.
—A las diez. El restaurante abre a las once para el brunch.
—Yo continuaré con la vigilancia. Mañana informaré a Walker.
Aidan tenía una cosa más que decir antes de despedirse.
—La pistola que tenía era…
—Una Sigma SW9F. Al menos eso era lo que indicaban las pruebas de balística de todos sus asesinatos —le interrumpió Lucía.
Aidan la miró.
—Era una HK Mark 23 —corrigió él.
—La pistola de Mitch. Cuanto lo siento, Aidan.
—Pues yo no lo siento. Quien fuera que estuviera en la bodega es la asesina.
Todo indica a que es Gorrión. Quiero probar que también mató al Príncipe. Cuando hables con Walker, pregúntale si tiene nueva información.
—Lo haré —contestó Lucía sin levantar la vista de los monitores. Aunque lo único que allí ocurría era que Elizabeth estaba durmiendo.
Aidan se preguntó cómo podía dormir tan tranquila. ¿Acaso los asesinatos que había cometido no le quitaban el sueño, como a él se lo quitaba la muerte de Mitch?
Aquel tipo de personas no eran como la gente normal. Sin embargo, aquella misma noche ella se había comportado como una mujer normal y corriente. Y el beso…
Quizás a través de sus amigas pudiera llegar a conocer a la verdadera Elizabeth.
Antes de entrar al restaurante, a las diez, tendría una hora para visitar a Kate y Samantha en sus respectivas tiendas.
Quizás ellas le desvelaran algún punto débil de Gorrión, porque por el momento estaba completamente perdido.