Capítulo 9

A Aidan le pilló por sorpresa lo que se encontró al entrar en la tienda de Samantha. Una multitud de mujeres, muchas de las cuales habían estado la noche anterior en la CMA, se apiñaban alrededor de los mostradores en busca de las ofertas. Parecía que estaban de liquidación.

Samantha y una de sus empleadas estaban muy ocupadas atendiendo a las clientas y empaquetando las compras. Obviamente, las posibilidades de entablar una conversación sobre Elizabeth eran nulas, así que tras recibir el empellón de una de las clientas que luchaba por hacerse un sitio, Aidan decidió ir a visitar a Kate.

La otra tienda estaba muy cerca, y la decoración era tan elegante y moderada como la dueña. La mercancía estaba ordenada escrupulosamente en las estanterías y todo estaba muy limpio. Aidan observó la tienda mientras Kate terminaba de atender a un cliente.

Había todo tipo de jabones, sales de baño, perfumes y lociones. Observó las fragancias que había situadas en uno de los mostradores. Lavanda, lilas, rosas, pero ni rastro de dedalera.

Se preguntó quién prepararía las esencias florales y si lo haría la misma Kate.

Quizás fuera cómplice de Gorrión, quien le podría haber solicitado algún remedio medicinal natural.

Kate era alta, pero no estaba muy delgada. Evidentemente, era más voluptuosa que la figura vestida de negro de la bodega. Su cabello era negro, pero eso no era una pista, ya que el pelo se teñía con mucha facilidad.

Cuando Kate terminó con el cliente y se dirigió hacia él, Aidan le dedicó la mejor de sus sonrisas. Sin embargo, no surtió el efecto esperado.

—No me parece que pertenezcas al tipo de persona a quien le gustan las gardenias —dijo Kate señalando a la botella que él estaba sosteniendo.

—Estaba buscando algo para Elizabeth. ¿Sabes qué le podría gustar?

—Aidan, no me parece que la abeja Lizzy sea tu tipo —le dijo la mujer mientras lo examinaba con la mirada.

—¿La abeja Lizzy? —repitió él y se acordó de que la noche anterior la habían llamado así varias veces—. Es gracioso.

Kate se cruzó de brazos. Tenía cara de preocupación.

—¿Qué quieres de Lizzy? —le preguntó.

Aidan sonrió y dejó el bote de aceite de gardenia sobre el mostrado. Se dirigió a otro mostrador mientras Kate lo seguía.

—¿Y qué me dices de éste? ¿Crees que le gustaría a Lizzy? —preguntó con otro bote en la mano.

Kate tomó el bote suavemente de las manos de Aidan y lo devolvió a su sitio.

—Sólo sus amigas la llamamos Lizzy.

—Bueno, creo que lo que pasó anoche entre ella y yo nos ha acercado bastante

—dijo él, viendo que ser amable no le estaba dando buenos resultados.

Kate se puso frente a él, con la cara encendida de rabia y colocó su dedo índice en el pecho de Aidan. Él se dio cuenta de que las raíces de su pelo eran de distinto color, lo que indicaba que se había teñido recientemente.

—Mira, señor viajero, Lizzy ya ha sufrido bastante en su vida. No necesita tipos como tú que la hagan sufrir un poco más. ¿Entendido?

—¿Qué pasa con la familia de Lizzy?

—Seguramente si te quedas unos días en la ciudad te enteres de la historia. Su madre y su padre murieron hace mucho tiempo. Pero será mejor que no se lo menciones.

—Cuánto lo siento. ¿Fue un accidente?

—Fueron asesinados.

—Espero que atraparan al bastardo que cometiera el crimen —dijo Aidan.

Parecía que Kate había bajado un poco la guardia.

—Desgraciadamente, no. Aunque, si existen los fantasmas, han hecho que el Príncipe se haya llevado su merecido —dijo Kate antes de situarse detrás del mostrador.

—¿Por qué dices eso? —preguntó él, acercándose.

Kate lo observó detenidamente. Parecía que estaba valorando si el interés mostrado era sincero o no.

—Por lo visto, el rumor dice que los padres de Lizzy recibieron accidentalmente una partida de pescado donde había droga escondida. Cuando se dieron cuenta, los traficantes volvieron a por ella.

—¿Y se encontraron con los padres de Lizzy en su camino? —preguntó él.

—O quizás, como ya habían visto la droga, tuvieron que ser eliminados, ¿quién sabe? Altas instancias utilizaron sus influencias para obstaculizar la investigación.

—¿Porque el Príncipe estaba implicado en los asesinatos?

—Probablemente no estuviera directamente implicado. Era demasiado joven.

Pero, por lo visto, se pasaba día y noche de fiesta. La gente como él es tan responsable como los traficantes que mataron a los padres de Lizzy —concluyó Kate.

Después miró a la botella que Aidan tenía en la mano—. Elizabeth nunca lleva perfume. Será mejor que le compres algo que de verdad utilice.

Kate tomó el bote y lo colocó de nuevo en su sitio. Agarró otro tarro y regresó al mostrador.

—Aquí tienes. Es su crema de manos favorita. Tienen un leve aroma a lirio.

Trabaja mucho con las manos.

Aidan se alegró al saber que utilizaba crema de manos. Quizás hubiera dejado algún rastro en la escena del crimen que permitiera confirmar que Lizzy era la asesina.

—Gracias. ¿Lo podrías envolver para regalo? Por favor —pidió Aidan mientras sacaba el dinero—. Bueno, ¿y quién te ayuda a hacer todos estos preparados?

—Yo me encargo de la mayoría, pero a veces Lizzy me ayuda. Tiene una mano excelente para las plantas.

Elizabeth había decidido mostrarse distante con Aidan después de lo que había ocurrido aquel viernes por la noche. Sin embargo, se sintió molesta cuando fue él quien se mostró distante.

A pesar de las sospechas de Elizabeth de que Aidan iba a huir, él acudió el sábado por la mañana a trabajar. Se había comportado de forma correcta y amable.

Ningún comentario acerca de lo que había sucedido entre ellos. Era como si nada hubiese ocurrido y nada más fuera a ocurrir.

El sábado y el domingo transcurrieron sin que ninguno de los dos diera un paso adelante. Seguramente él estuviera acostumbrado a que las mujeres insistieran porque era realmente guapo. Pero Elizabeth no pensaba hacerlo.

El lunes, en uno de los descansos, bajó al gimnasio y comenzó a golpear el saco de boxeo. Estaba perdiendo la perspectiva en lo referente a Aidan Rawlings.

El sudor comenzó a cubrir su cuerpo. Siempre se las había apañado bien sin tener un hombre a su lado. Y estaba claro que no era el momento de buscarse complicaciones.

Puñetazo, puñetazo, patada.

El saco se movía de un lado a otro. Se imaginó que el saco era la cabeza de Aidan y le pegó un buen derechazo.

Sintió que alguien se acercaba por detrás. De reojo vio que el brazo de un hombre se acercaba a ella. Elizabeth agarró aquel brazo y con un rápido movimiento de cadera, envió aquel cuerpo al suelo. Una vez que lo tuvo boca abajo, retorció el brazo y presionó fuertemente con su rodilla la espalda contra la colchoneta.

Creía que era Aidan, por la anchura de los hombros y el pelo rubio. Estuvo a punto de soltarlo, pero todavía estaba enfadada porque la hubiesen intentado sorprender.

—No te vuelvas a acercar a mí por la espalda —le advirtió.

Él se giró lo que pudo sin dislocar los huesos de su cuerpo.

—Buenos días, cielo. Sólo me he pasado por aquí para ver si querías desayunar.

Pero supongo que no te apetece.

Elizabeth aflojó un poco. Y fue un error, ya que él aprovechó para darse la vuelta y ponerla a ella contra el suelo. Estaba sujetándole las muñecas con fuerza contra la colchoneta. Elizabeth tenía la respiración acelerada del entrenamiento y su pecho se movía agitadamente, lo que pareció llamar la atención de Aidan.

¡Qué típico!

Aidan aflojó y ella aprovechó para atraparlo y ponerse sobre él.

—Los lunes cerramos. No esperaba a nadie —dijo.

Aidan movió las caderas, sobre las que estaba apoyada ella. De repente, Elizabeth fue consciente de que estaban en una postura bastante íntima.

—Pues, buenos días. Ahora empiezo a estar a gusto —bromeó él pícaramente.

—No eres en absoluto un caballero —contestó ella. Finalmente, ella se puso en pie, después tomó una toalla de la taquilla.

Aidan trató de agarrarla de nuevo, pero Elizabeth se lo impidió. Un beso no le daba derecho a tocarla.

—No —le dijo.

—¿Te gusta jugar duro? —le preguntó juguetón. Estaba tanteando hasta dónde podía llegar. Estiró de nuevo el brazo para agarrarla.

Ella lo esquivó de nuevo, pero él continuó intentándolo. Elizabeth tiró la toalla al suelo y, agarrándole el brazo, se acercó más a él.

—Caballero, si quieres saber lo que es jugar duro, aquí me tienes —le dijo.

—Oooh. La cocinera salvaje…

No tuvo oportunidad de terminar la frase, ya que ella se agachó y con un rápido empujón, logró que él se desplomara sobre la colchoneta.

Aidan se apoyó sobre los codos y le sonrió. Maldito. Elizabeth no quiso acercarse, ya que sabía que él podría vengarse con facilidad.

—Son movimientos muy buenos. ¿Dónde los has aprendido? —le preguntó Aidan.

Aquel hombre siempre tenía una pregunta preparada. Kate le había contado que se había pasado por la tienda para preguntarle sobre la vida Elizabeth. Pero ella no estaba dispuesta a satisfacer su curiosidad. No confiaba lo suficiente en él.

—Digamos que las chicas necesitamos saber cómo defendernos.

Él se quedó callado unos instantes. Parecía dudar, pero estaba serio.

—¿Es por lo que les ocurrió a tus padres?

Elizabeth sabía que Kate le había contado la historia de su familia, sin embargo, no había esperado que se atreviera a sacar el tema. No había nada personal en realidad entre ellos.

Elizabeth empezó a recoger sus cosas dispuesta a iniciar su rutina de todos los lunes.

De reojo vio cómo Aidan se ponía de pie. Se acercó a ella.

—¿No podríamos empezar de nuevo? —le preguntó.

—No te entiendo —respondió ella.

—Buenos días, Elizabeth. ¿Te gustaría desayunar? —preguntó con aquel tono de voz tan típico suyo y propio de una escena de cama.

Elizabeth alzó la barbilla, decidida a no dejarse vencer por sus armas de seducción.

—Lo siento, el desayuno fue hace dos horas.

—¿Y qué me dices del almuerzo? —preguntó despreocupado tras consultar el reloj.

—Todavía faltan tres o cuatro horas para comer. He desayunado mucho hoy.

—¿Y qué piensas hacer hasta la hora de comer? Es tu día libre, ¿no?

—Yo nunca tengo un día libre —dijo Elizabeth, caminando hacia las escaleras.

Aidan la siguió sin demora. Por un instante a ella le pareció que fijaba su mirada en la caja fuerte y en las taquillas. Pero en realidad donde tenía puesta la mirada era en la malla de licra que se ajustaba a su trasero. No pudo evitar contonear ligeramente las caderas mientras ascendía por la escalera.

—Mi plan es ir de compras —confesó finalmente.

—¿De compras? Entonces te puedo acompañar si luego tú vienes a comer conmigo.

Elizabeth se detuvo y lo observó. Estaba siendo sincero y estaba tratando de impresionarla. Pero le apetecía aceptar su invitación. Aquel tipo le intrigaba, aunque pudiera resultar peligroso.

—Trato hecho. Volveré en una hora. Quiero darme una ducha.

—Te esperaré en el jardín —dijo él ya arriba, en el restaurante.

Elizabeth se dirigió hacia la casa y vio cómo Aidan examinaba algunas plantas.

Había algo extraño en el comportamiento de aquel hombre. Quizás si pasaba el día con él lo descubriera. La intuición le decía que las intenciones del señor Rawlings no eran claras. A Elizabeth no le terminaba de dar buena espina.