Capítulo 5

Frustración.

Aquella era la única palabra que Aidan podía utilizar para expresar sus sentimientos.

Habían transcurrido varios días y todavía no había logrado entrar en la casa de Elizabeth.

Por no hablar de sus ganas insatisfechas de entrar en su cuerpo. Aquella mujer parecía que llevaba puesto un cinturón de castidad, a la vista de cómo rechazaba cada uno de sus intentos de acercarse. Había que reconocer que era la jefa.

Además, durante aquellos días, también había podido descubrir su cara amable y paciente, muy lejos de la sangre fría necesaria para matar a alguien. Frustración de nuevo.

Lo único positivo había sido que se había comportado como un camarero competente gracias a las indicaciones que le había dado Lucía a través del auricular.

Los gustos de Leonia no eran demasiado sofisticados y a final de la semana, Aidan ya había memorizado las peticiones más habituales. También había averiguado quién era el proveedor de la mayor parte del vino del restaurante. Se trataba de unas bodegas situadas cerca de la ciudad donde había vivido el Príncipe.

¿Habría comprado Gorrión el vino antes o después de matar al Príncipe?

Aidan y Lucía estaban tomando una copa de vino mientras observaban los movimientos de Gorrión en los monitores gracias a las cámaras que habían sido colocadas estratégicamente.

A pesar de que el restaurante se había cerrado y de que todo el personal se había marchado, Elizabeth seguía trabajando.

Finalmente recogió sus cosas y salió por la puerta trasera. A través de una cámara que Aidan había situado en una maceta, pudieron ver cómo entraba en su casa.

—Gorrión ya está en su nido lista para pasar la noche —murmuró Aidan.

Tomó otro trago de vino, sin dejar de pensar en cómo lograría entrar en aquella casa.

Durante las horas de trabajo, estaba demasiado ocupado. Y aquellas noches Elizabeth se había ido directa a casa después de cerrar el restaurante, así que él no había podido acceder.

Media hora después, Aidan todavía estaba dándole vueltas. Quizás entrara al día siguiente en el rato que había entre que él salía de trabajar y que Elizabeth terminaba de cerrar el restaurante. Las luces de la casa de Gorrión se apagaron.

Estaba lista para meterse en la cama.

Sin embargo, de repente la vio salir de la casa y no iba vestida precisamente con un pijama. Llevaba un traje de noche negro, ajustado y corto. Su piel era pálida y sus piernas, interminables.

—Son las once y media. ¿Dónde irá a estas horas? —preguntó Aidan tras pegar un bote.

—¿Y decías que era una mujer casera? —bromeó Lucía.

—Tenemos que seguirla.

—Tú tienes que seguirla mientras yo voy a colocar unas cámaras —dijo ella poniéndose en pie.

Aidan tomó los prismáticos. La vio caminando sinuosamente por el camino que llevaba a la carretera.

—Viene hacia el centro —dijo él.

—Es viernes por la noche, Aidan —contestó Lucía, quien ya se había vestido de negro.

—¿Vas tú a la casa?

—¿Y tú seguirás a nuestro pajarito?

En pocos minutos, Elizabeth pasaría por delante del hotel. No tenía tiempo ni para quitarse los vaqueros y la camiseta y ponerse más elegante. Sólo había tiempo para agarrar el auricular y la cartera de cuero.

—Tenme al corriente de cómo va todo —le pidió a Lucía.

—Necesitaré media hora —contestó ella.

Aidan alzó una ceja, haciendo un gesto de sorpresa.

—¿Qué pasa? ¿Acaso dudas de que la pueda mantener entretenida durante ese rato? —preguntó ofendido.

Lucía se rió y negó con la cabeza.

—Vamos, Aidan. Tienes que reconocer que en ese sentido, todavía no has hecho ningún progreso.

Lucía tenía razón y eso le molestaba. Pero no podía ir más deprisa y forzar la situación. Si Elizabeth era Gorrión, como todo parecía indicar, no podía permitirse el lujo de ir deprisa y cometer un error.

—Soy un tipo paciente, Lucía. Con algunas mujeres hay que ir muy despacio.

—Puede ser. Yo sólo te pido media hora.

Salieron de la habitación. Aidan bajó en el ascensor y Lucía caminando para no llamar la atención. Él se quedó en la puerta del hotel, esperando impaciente a que pasara Elizabeth. Ojalá no se le hubiera escapado, aunque no sería muy difícil encontrarla. No debía de haber muchos sitios abiertos un viernes a medianoche.

La vio aparecer y sonrió.

Había llegado el momento de que Gorrión se enterara de lo seductor que podía llegar a ser.

La Cooperativa de Mujeres Artistas era uno de esos lugares que podían transformarse según la ocasión. Durante la semana albergaba algunos recitales literarios, exposiciones de artistas locales y los miércoles era el lugar de encuentro para mujeres de la tercera edad. Los viernes y sábados por la noche se transformaba en una sala de conciertos donde tocaban bandas femeninas locales de distintos estilos.

No había mejor lugar al que ir para una mujer en Leonia un viernes por la noche que la CMA. Así era como llamaban las mujeres a la cooperativa. Para los hombres, las siglas CMA tenían un significado totalmente distinto. Y muchas veces no era positivo.

Muchos hombres sabían que era mejor no acercarse por allí durante los fines de semana. Las mujeres iban para liberarse de las presiones que los rituales de apareamiento entre machos y hembras. Era un lugar donde las mujeres se relacionaban entre ellas y disfrutaban sin ningún tipo de inhibición.

A Elizabeth le encantaba aquel aspecto del CMA.

Entre aquellas paredes podía pasar el rato con sus mejores amigas.

Aquella noche había quedado allí para celebrar que Natalie había aprobado su examen final. Gracias a su ayuda, Natalie había aprendido todos los secretos del souffle de chocolate y estaba muy emocionada.

Entró en el local y divisó a sus amigas, quienes estaban sentadas en una mesa cerca de la pista de baile. En el escenario, un grupo de adolescentes tocaba música muy rápida. La cantante estaba imitando bastante bien a Gwen Stefani y se había vestido y peinado como ella.

Se acercó a la mesa y abrazó a sus amigas. Pidieron una ronda de bebidas y brindaron por Natalie. Estuvieron charlando animadamente y cuando la banda empezó a tocar Cruel to be kind, Elizabeth las invitó a bailar.

—¿Alguna se anima?

Natalie y Samantha, una diseñadora con su propia tienda en la ciudad, aceptaron. Kate, la dueña de una tienda de jabones y lociones corporales, prefirió quedarse sentada.

—Yo guardo la mesa —dijo.

Las otras tres mujeres se abrieron paso por la pista hasta que encontraron un hueco. Elizabeth comenzó a bailar y a dejarse llevar por la música. Después de unos días muy ocupada, por fin tenía ocasión de relajarse y desconectar.

—Fíjate en quién acaba de entrar —le dijo Natalie devolviéndola a la realidad.

Elizabeth desvió la vista hacia donde estaba mirando su amiga. Aidan. Estaba caminando por el pasillo que conducía a la sala principal de la CMA. A medida que caminaba en dirección a la barra, las cabezas se iban girando sorprendidas.

Elizabeth se sintió aliviada al ver que no era la única que se sentía atraída ante el porte de aquel hombre.

Aquella sensación se mezcló con otro sentimiento, que apenas si conocía: los celos.

Se dio la vuelta y trató de concentrarse en el ritmo.

Quería volver a divertirse como lo había hecho hasta entonces, pero no era sencillo con Aidan sentado en la barra. Trató de relajarse, pero le resultó imposible.

Regresó a la mesa y cuando fue a beber para calmar la sed que le había provocado el baile, se dio cuenta de que la copa estaba vacía. No había ninguna camarera a la vista.

Tenía dos opciones: ir a la barra o morir de sed.

Aidan estaba muy cerca. Tenía un cuerpo estupendo con aquellas espaldas tan anchas y fuertes. Elizabeth recordó la forma en la que había nadado días atrás y trató de no perder el aliento.