Capítulo 27
Aidan sintió un escalofrío. A él tampoco le importaba.
Inclinó la cabeza y la besó en los labios. Primero suavemente, tratando de olvidar todo lo que había sucedido aquel día. Quería hacerle olvidar el dolor, aunque sólo fuera durante la noche, porque la mañana siguiente…
Aidan entreabrió los labios y sus lenguas se encontraron. Acarició aquel precioso rostro como si fuera una valiosa obra de arte. Recorrió sus facciones con los dedos mientras la besaba. Y no pudo evitar pensar que una mujer con una cara idéntica yacía muerta en alguna sala gélida de hospital.
La pasión, entonces, se convirtió en otro sentimiento más profundo. Más intenso.
Elizabeth lo notó. Se separó de él para poderle ver la cara.
—Está todo bien, Aidan. Entiendo que esto no cambia nada —dijo ella.
Aidan la besó de nuevo, sabiendo que todo había cambiado ya para siempre.
No encontraba palabras para expresar la intensa emoción que estaba sintiendo. Sólo podía demostrárselo con su cuerpo. Sólo podía hacerle el amor.
La besó por todo el cuerpo y al acariciar sus senos, Elizabeth respiró más aceleradamente. Aidan supo que le gustaba lo que le estaba haciendo. Quería que continuara.
Y así lo hizo. Tomó los pezones entre los dedos hasta que estuvieron turgentes y después se los llevó a los labios. Elizabeth lo agarró con fuerza y lo atrajo hacia ella.
Él le levantó la camiseta y le desabrochó el sujetador de color crema. Liberó sus pechos para poder besarlos mejor.
Elizabeth gimió ante el placer que sentía mientras él lamía sus pezones con detenimiento. Le agarró fuertemente la cabeza. Aquel calor que estaba sintiendo la estaba ayudando a sacar el frío que se le había quedado dentro. Volvía a sentir vida dentro de ella, dejando a un lado la muerte. Pero no a Dani.
No importaba lo que dijeran los demás, Dani todavía estaba allí.
Tal y como lo estaría Aidan cuando se marchara. Aquel pensamiento le hizo desearlo aún más. Necesitaba que su cuerpo le recordara como era sentirse amada una vez más.
Lo invitó a subirse encima de ella y lo besó profundamente. Con aquel beso quería decirle lo mucho que lo deseaba. Con un gesto decidido, le quitó la camiseta y después le bajó la cremallera del pantalón liberándolo.
Aidan soltó un gemido cuando ella empezó a acariciarlo, pero dejó de besarla y apoyó la cabeza sobre la de ella.
—Te deseo con locura… pero vamos un poco más despacio —pidió él.
—Más despacio —repitió Elizabeth—. Es sólo que quiero sentirte dentro.
Quiero que me des calor.
—Lo estoy deseando —contestó él sonriendo.
Ambos se terminaron de quitar la ropa y se metieron entre las sábanas. Sus cuerpos desnudos se encontraron. Piel contra piel.
—Me gusta que me toques —dijo ella acariciando el pecho de Aidan.
—¿De verdad te gusta? —bromeó él acariciándole de nuevo los senos para que se excitara más.
Elizabeth se acercó más al cuerpo de Aidan y pudo sentir su erección. Le acarició la espalda y lo besó ardientemente. Quería recorrer cada rincón de aquella boca, memorizarla para poder recordarla cuando él se hubiera marchado.
Cuando sintió que aquella textura ya se había grabado en su memoria, recorrió su barbilla con la lengua, ascendió hasta la oreja y mordió suavemente el lóbulo.
Pudo sentir cómo Aidan se estremecía.
Él respondió besándole también el lóbulo de la oreja, para después descender por el cuello y detenerse en los hombros. Estaba cada vez más excitada.
—Me gustas mucho, Lizzy. Tócame —pidió él.
Elizabeth lo abrazó de nuevo y enterró sus labios en el cuello de Aidan. Todavía había una marca del chupetón que le había hecho la noche anterior. Succionó en aquel mismo sitio y la erección de Aidan se intensificó. Ella le acarició el pene sin dejar de besarlo. Aidan deslizó su mano hasta los muslos de Elizabeth, hasta tocar aquel rincón húmedo y caliente.
—Eres tan cálida —murmuró.
Elizabeth abrió las piernas porque se moría de ganas de sentirlo dentro de ella.
Acercó sus caderas a las de Aidan y colocó su miembro erecto entre las piernas. Él gimió y se frotó contra ella sin dejar de sentir sus caricias. Respiraba entrecortadamente y se abrazaba a ella para tratar de no perder el control.
—Me encantaría entrar dentro de ti. Sentir tu calor. Pero…
Elizabeth también lo estaba deseando, pero no sin protección. Aidan debía de tener guardados los preservativos en la mesilla de noche que estaba al otro lado de la cama.
—De momento, disfruta de esto —le contestó ella sin dejar de mover las caderas rítmicamente.
Finalmente, Aidan se estiró y sacó un condón de la mesilla. Sus manos temblaban de tal forma que no era capaz de quitarle el envoltorio. Elizabeth lo abrió, sacó el preservativo y se lo puso con suavidad.
Aidan gimió y, cuando se quiso dar cuenta, estaba encima de Lizzy dispuesto a penetrarla. Lo hizo despacio, para que ella pudiera sentir cómo poco a poco iba introduciéndose en su interior.
La miró y fue como si le adivinara el pensamiento. La besó y continuó con su movimiento, mientras ella comenzaba a gemir.
A Elizabeth le bastaba con sentirlo dentro mientras la besaba. Pero él quería hacerla gozar más, así que se inclinó y tomó uno de sus pezones entre sus labios. Lo mordió suavemente e hizo que Elizabeth lo estrechara más fuerte aún entre sus piernas. Aidan soltó un grito de placer.
—¿Te gusta así? —le preguntó ella.
Aidan levantó la vista de sus senos.
—Sí. Y me parece que a ti también —contestó mordiéndola de nuevo el pezón.
Elizabeth cada vez estaba más excitada y empujó ligeramente a Aidan de tal manera que ella quedó encima de él. Lo sintió aún más profundamente, cosa que le hubiera parecido imposible. Se quedó inmóvil por un momento, para saborear la sensación. El calor que desprendía el cuerpo de él estaba derritiendo por fin la capa de hielo que había recubierto el corazón de Elizabeth aquel día.
Quería atrapar aquella sensación tan efímera, así que aceleró sus movimientos hasta que todo su cuerpo empezó a vibrar instintivamente. El cuerpo de Aidan también estaba temblando debajo de ella.
Elizabeth lo miró y se agarró a sus manos. Se movía cada vez más rápido hasta que se estremeció al sentir que Aidan había alcanzado el orgasmo.
Elizabeth se desplomó sobre él. Su cuerpo estaba húmedo por el sudor. Aidan la tapó con la sábana y la abrazó.
Los dos estaban tratando de recuperar el aliento. Elizabeth tenía la cabeza apoyada sobre el pecho de él y al oír los latidos acelerados, se dio cuenta de que los dos estaban aún vivos.
Aquellos latidos y el calor del cuerpo de Aidan fueron como una nana para Elizabeth, que se quedó profundamente dormida.