Epílogo

Diez pasos, once pasos, doce pasos…

Allie recorría el pasillo de la enfermería con paso lento y cansino. Diecisiete pasos interminables desde la sala hasta la ventana del fondo, y diecisiete más desde la sala hasta la escalera. Le temblaban las piernas. Arrastraba las zapatillas de estar por casa como una zombi.

—¿Sigues practicando? —la enfermera se detuvo a mirarla con expresión cariñosa—. Estás mejorando mucho, Allie.

Apretando los dientes, Allie dio el paso decimoséptimo y se paró a respirar. Le sudaba la cara.

—Gracias.

Intentó sonreír pero seguramente solo hizo una mueca. No sonreía mucho últimamente.

—No te esfuerces demasiado —le recomendó la enfermera mientras se dirigía a las escaleras—. Tómatelo con calma.

Le habían quitado el vendaje del ojo izquierdo y empezaba a ver un poco con él, aunque aún lo tenía hinchado. Le dieron varios puntos junto al nacimiento del pelo, donde la habían golpeado. Todavía llevaba enyesados el hombro y el brazo izquierdos, que se sostenían alzados formando un ángulo absurdo.

—Vale —contestó. Se dio media vuelta e inició su tembloroso avance en la otra dirección.

… cinco pasos, seis, siete…

—¿Te dejan caminar sola?

Allie alzó la vista y vio a Carter, que contemplaba su lenta marcha plantado en lo alto de las escaleras.

—Siempre y cuando no me esfuerce demasiado.

—¿Y no te estás esforzando demasiado?

Carter tenía la mirada triste.

—Seguramente.

—Me lo imaginaba.

—¿Cómo estás? —Allie lo miró preocupada—. Desde que… ya sabes.

Allie solo había visto a Carter una vez desde la muerte de Jo, y lo había encontrado pálido y aturdido, pero en aquel entonces Allie estaba tan triste y desorientada por los calmantes que no había podido decirle nada amable.

—No me puedo creer que me preguntes eso. ¿Acaso no hay espejos aquí arriba?

—No —replicó Allie—. Los médicos no se reflejan. Se vuelven locos.

—Pensaba que eso solo les pasaba a los vampiros.

Ella se encogió de hombros e hizo una mueca de dolor. Había olvidado que aún no podía hacer gestos.

—Vienen a ser lo mismo.

—Bueno, no tengo nada que hacer —manifestó Carter—. Podría compartir un rato tu fascinante recorrido. Me gustan las vistas: baño, cama, escaleras, pared…

Intentaba animarla, como todo el mundo. Por desgracia, las personas que están tristes difícilmente te levantan el ánimo.

—He conocido a tus padres —el chico cogió el brazo bueno de Allie y la acompañó por el pasillo—. Me han parecido simpáticos.

—¿Estás seguro de que eran mis padres? —apretando los dientes, Allie levantó el pie—. A lo mejor te has confundido con los padres de otro.

Carter estuvo a punto de sonreír.

—Decían llamarse señor y señora Sheridan, así que estoy seguro de que eran los tuyos.

—No los creas. Son muy mentirosos —Allie tenía dificultades para respirar a causa del dolor—. En cualquier caso, ahora que estoy mejor voy a mandarlos a casa.

—Bueno, es un detalle que hayan venido a verte.

Ella no respondió.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo Carter después de dos circuitos completos—. ¿Por qué lo haces?

—No me dejarán bajar hasta que sea capaz de recorrer la sala diez veces sin caerme, desmayarme o algo por el estilo —explicó Allie—. Me muero por bajar.

—¿Cuántas veces la has recorrido hoy? —preguntó él cuando llegaron al final del pasillo.

—Ocho.

Agotada, Allie se apoyó contra la pared para descansar.

Carter la miró preocupado.

—Deberías dejarlo por hoy.

Ella se encogió de hombros e hizo una mueca.

—No, si me divierte —Allie se apartó el pelo de la cara y dijo—: Pero si tú estás cansado, podemos descansar.

De repente, Carter se acercó a ella y le rozó la coronilla con los labios.

—Lo siento muchísimo, Allie.

La muchacha apartó la vista y parpadeó para reprimir las lágrimas que amenazaban con desbordarla.

—Yo también. No me hago a la idea. No me parece real. La echo de menos.

Al darse la vuela, Allie dio un paso y de inmediato perdió el equilibrio. Como si lo hubiera presentido, Carter la sujetó y la guio hacia la cama.

—Muy bien, señorita Sheridan, creo que ya ha hecho usted suficiente ejercicio por esta tarde.

Allie se tendió en la cama sin discutir. Él le tapó las piernas y colocó la mesa en su sitio. Cuando la hubo acomodado, se encaminó a la puerta. Por un momento, ella creyó que se iría sin decirle adiós.

Sin embargo, en el último momento, Carter se volvió a mirarla.

—Sigue respirando, Allie.

Haciendo esfuerzos por no llorar, ella asintió. Contó los pasos de él mientras Carter se alejaba.

Cuando lo hubo perdido de vista, susurró:

—Eso siempre.