Trece
Después de la pesadilla, Allie solo consiguió dormir a ratos. Aún no había amanecido cuando se levantó. Abandonó su habitación antes de las siete y se sentó en el comedor, donde el personal de cocina todavía no había terminado de disponer las bandejas calientes y los termos de café. Con la mirada perdida ante sí, vio llegar a Rachel pocos minutos después. No habían coincidido mucho últimamente; Allie estaba muy ocupada con la Night School.
—Tienes un aspecto horrible —declaró Rachel mientras dejaba caer los libros sobre la mesa—. Cuéntame lo que te pasa mientras nos ponemos las botas.
Se acomodaron en el comedor casi desierto con sendas tazas de té caliente y un montón de huevos revueltos y tostadas que a Allie no le apetecían pero que devoró de todos modos. Por alguna razón, el mero hecho de tener a Rachel cerca la hacía sentir mejor. Era tanto lo que no podía contarle… cosas que ansiaba compartir con ella. Pese a todo, le sentó bien charlar con su amiga durante el desayuno.
Como en los viejos tiempos.
—Me muero de hambre —dijo Rachel—. La cena de ayer me pareció demasiado rara como para comerla. Deberían haberla, no sé, enmarcado. Habría colado como arte moderno. En fin, ¿qué haces levantada a estas horas?
—No podía dormir —bostezó Allie—. He tenido una pesadilla muy desagradable en la que huía de algo y luego un zorro me comía.
Tomó un sorbo de té ardiendo.
—¿Un zorro te comía? —Rachel parecía impresionada—. ¿Había sangre? ¿Te ha dolido?
Recordando el horror que había sentido mientras temblaba a solas en el cuarto, Allie dijo:
—Me he despertado cuando me iba a morder la cara.
—Ñam, comida —Rachel tomó un bocado de huevo revuelto. Al ver que Allie no se reía, ladeó la cabeza—. Los zorros no suelen atacar a las personas, ¿sabes? En realidad, jamás devoran seres humanos. No tengo ninguna duda al respecto. Los zorros no comen personas. La Allie del sueño debía de tener tan buena pinta que el pobre no ha podido resistirse. Solo significa que le gustas.
Pese a lo deprimida que estaba, Allie sonrió.
—¿El pobre? ¿Y si era un zorro hembra?
—Un sueño de zorras lesbianas. Vaya con la zorrita… Me pregunto qué opinaría Freud de eso —se burló Rachel.
—Ojalá hubiera sido un sueño erótico —refunfuñó Allie mirando el plato. Enseguida alzó la vista para mirar a Rachel—. Y hablando de sexo… Lucas y tú. ¿No tienes nada que contarme? ¿Hay algo entre vosotros? Porque a mí me parece que sí.
Rachel se sonrojó. Aunque parezca increíble.
Allie abrió los ojos de par en par.
—Hay algo… ¡Lo veo en tu cara! Cuéntamelo todo ahora mismo.
Rachel levantó los ojos con timidez.
—Bueno, pues Lucas y yo… estamos juntos. Ya es oficial.
—Oh, Dios mío —las palabras degeneraron en un gritito mientras Allie se levantaba de la silla y abrazaba a su amiga.
Muerta de risa, Rachel la empujó.
—Suéltame. Me estás aplastando la tostada.
—Oh, Rach, cuánto me alegro por ti. ¿Y desde cuándo?
—Desde el fin de semana pasado. ¿No te fijaste en que me esfumé después de la cena? —preguntó Rachel—. ¿Y no viste que el domingo no paraba de reírme como una boba? Fue lamentable. Espero que no te dieras cuenta.
Allie notó que le ardían las mejillas. No lo había advertido. Para nada.
El fin de semana anterior Allie había estado muy ocupada entrenándose con la Night School y viéndose con Carter y con Zoe. No había reparado en las risillas bobas de Rachel porque llevaba varios días sin coincidir con ella.
¿El fin de semana pasado? Hace siglos de eso. ¿Y no me lo había contado?
Le parecía impensable que su amiga no hubiera corrido al cuarto de Allie para sentarse en su cama y contárselo todo.
Escuchando a Rachel, que se derretía hablando de besos a la luz de la luna, Allie asentía y sonreía cuando tocaba, pero en realidad estaba pensando que la Night School las estaba separando.
Aunque el desayuno con Rachel se había alargado más de la cuenta, Allie llegó a clase de Historia con un buen rato de margen. Jo ya estaba allí y le hizo gestos desde la otra punta del aula, por lo demás vacía.
Con aquel pelo rubio cortado a lo chico, Jo parecía demacrada. O quizás, sencillamente, estaba demacrada. Mientras se sentaba, Allie observó a su amiga con suspicacia.
—¡Venga! Deprisa, antes de que llegue alguien —susurró Jo—. ¿Quién te ha tocado?
—¿Que quién me ha tocado? ¿A qué te refieres?
Jo parecía agitada, sobreexcitada. Los ojos le brillaban demasiado.
—Ya sabes.
—No… —la voz de Allie se apagó cuando comprendió, con un nudo en el estómago, a qué se refería Jo.
La miró fijamente.
—¿Cómo sabes qué…?
—Oh, Allie —se rio Jo, traviesa—. Tengo contactos por todas partes. Lo sé todo. Cuenta. ¿A quién vas a entrevistar?
La risa de la muchacha sonaba demasiado estridente, la respuesta excesivamente frívola. Allie trató de ocultar la sospecha que se había alojado en su pecho como una esquirla de hielo.
—No puedo… —Allie estaba horrorizada—. Yo no… No te lo puedo decir, Jo. Ya lo sabes.
—¿Qué? ¿En serio? —Jo parecía ofendida—. No se lo diré a nadie.
Con la palabra «expulsión» en mente, Allie negó con la cabeza, tajante.
—Jo, no puedo —insistió.
Y por más que fuera verdad, en su fuero interno sabía que no quería decírselo a Jo. No confiaba en ella. Si se lo decía y llegaba a oídos de Zelazny…
—Cuánto me alegro de ver que alumnos tan ansiosos por aprender llegan a clase antes de tiempo.
La voz gélida de Zelazny interrumpió los pensamientos de Allie.
Las dos chicas dieron un respingo a la vez que se volvían a mirarlo. El profesor estaba plantado junto a su escritorio en postura militar, los pies algo separados, las manos rectas a los costados, la mirada alerta.
¿Cuánto tiempo lleva ahí?, se preguntó Allie.
Por suerte, Jo no era de las que se quedan sin palabras.
—Solo queríamos estudiar un poco antes de clase, señor Zelazny —esbozó una sonrisa encantadora—. Creímos que no le molestaría.
Por muy enfadada que estuviera con Jo en aquel momento, Allie no pudo sino admirar su mano izquierda.
—Dios me libre de privar a mis alumnas de un lugar de estudio —destilando sarcasmo, el profesor sacó unos libros de su maletín y procedió a arreglar el escritorio—. Por favor, sigan trabajando. No quiero interrumpirlas.
Escupía la última palabra de cada frase.
Jo y Allie intercambiaron otra mirada de circunstancias antes de bajar la vista hacia sus propios libros. Al cabo de un minuto, Jo se puso en pie.
—Voy a buscar algo de comer antes de que empiece la clase —declaró mientras corría hacia la puerta—. Enseguida vuelvo.
—Si llega tarde, considérese castigada —le gritó Zelazny. Luego añadió en un tono casi asustado—: ¡Y no traiga comida a mi clase!
Tras la salida de Jo, Allie se entretuvo leyendo el breve trabajo de Historia que debía entregar aquel día, pero era muy consciente de la presencia de Zelazny a menos de un metro de ella. El mero sonido de su respiración la crispaba. Se dio cuenta de que estaba leyendo la misma frase una y otra vez. Pese a todo, no alzó la vista.
Cuando el profesor le habló, Allie estuvo a punto de dar un respingo.
—¿Tiene algo que preguntarme?
Despacio, Allie levantó los ojos del papel y descubrió que Zelazny la estaba mirando fijamente.
—¿Pe… perdone?
—He dicho que si tiene algo que preguntarme.
Lo dijo en un tono casi amenazador. Allie sintió escalofríos.
¿Cuánto habrá oído de nuestra conversación?
Negó con vehemencia.
—No… señor.
—¿Seguro?
Zelazny se inclinó hacia ella apoyando la punta de los dedos en el pupitre.
Allie palideció, pero no perdió la compostura. Se estaba enfadando, pero sabía que él solo pretendía ponerla nerviosa.
¿Por qué está tan cabreado? No puede haber oído nada, solo que me negaba a hablar de la Night School. ¿Por qué es tan gilipollas?
Allie respondió con frialdad, demostrando una seguridad que no sentía.
—En este momento no tengo nada que preguntarle, señor Zelazny. Gracias.
Devolvió los ojos al libro y fingió no darse cuenta de que el profesor resoplaba ni de que cerraba un cajón de golpe.
Justo cuando empezaba a considerar la idea de abandonar el aula, entró Sylvain.
—August —le dijo a Zelazny sin esperar a que el otro lo saludase—. Tengo una consulta de última hora sobre el trabajo…
Pareció advertir la presencia de Allie y la tensión que reinaba en el ambiente al mismo tiempo. Su voz se apagó.
Desesperada, Allie buscó la mirada del chico para pedirle ayuda. Se le aceleró el corazón cuando las miradas de ambos se encontraron.
Sylvain tenía los ojos del azul acuarela más alucinante que había visto en su vida.
—¿Qué consulta es esa, Sylvain? —se impacientó Zelazny—. Estoy ocupado.
El comentario no consiguió arredrar al chico.
—El trabajo que tenemos que entregar mañana… ¿Me puede explicar exactamente qué tenemos que hacer? No acabo de entenderlo.
—Me parece que lo dejé muy claro —dijo Zelazny—. Lo tengo aquí mismo.
Mientras el profesor revolvía los papeles amontonados en el escritorio, Sylvain volvió a buscar la mirada de Allie. Y le guiñó un ojo.
Allie se pasó todo el día esperando a que la persona que debía interrogarla se diese a conocer. Cada vez que alguien pronunciaba su nombre o le tocaba el hombro, se disponía a oír una pregunta que seguramente no sabría cómo responder. Todo el mundo estaba preparándose para las entrevistas, pero nadie había contactado con ella.
Elaboró varias y muy diversas teorías de la conspiración para explicar aquel silencio. A lo mejor, sabiendo lo que sabía acerca de su familia, Isabelle había decidido mantenerla al margen. O puede que hubiera decidido entrevistarla ella misma.
En cualquier caso, no pensaba comentarlo con nadie que no fuera Isabelle. Y no tenía prisa en hacerlo.
Tras el incidente del aula, evitó a Jo. Toda la conversación había tenido un punto extraño. No le habló a nadie de ello porque no quería que la tomasen por una paranoica. Sin embargo, seguía sin entender por qué Jo la había colocado en aquella posición.
A la hora de la cena, se aseguró de sentarse entre Lucas y Carter. Ambos de la Night School. Ambos personas seguras.
Cuando Lucas propuso que jugaran al tenis nocturno, lo miró poco convencida.
—Voy muy retrasada con los deberes…
—Venga.
Al otro lado de la mesa, Jo intervino.
—Yo digo que sí. Hace siglos que no jugamos. ¿Quién se apunta?
Todo el mundo levantó la mano excepto Allie y Carter.
—Yo no puedo —Carter se encogió de hombros—. He quedado con Zelazny para hablar de un trabajo. No puedo escaparme —miró brevemente a Allie—. Pero tú sí puedes. Te va a encantar.
—Sí, venga Allie —intervino Rachel—. Juega con nosotros. Será divertido.
Era difícil negarse cuando todos parecían tan entusiasmados, así que poco más tarde Allie salió al parque en compañía de Rachel, aunque seguía sin estar muy convencida.
Mientras sacaban los accesorios del cobertizo, Allie se estremeció.
—Me estoy helando. ¿Por qué tenemos que jugar fuera?
—No seas aguafiestas —Jo le tendió a Lucas una raqueta y una caja de pelotas—. Tenemos que jugar fuera porque es alucinante.
Sintiéndose culpable, Allie se preguntó si Jo se había dado cuenta de que intentaba evitarla. Incluso en aquellos momentos, procuraba dejar un mínimo de tres personas entre las dos.
—Sí, Allie —Lucas le lanzó una pelota de tenis, pero ella andaba lenta de reflejos y la pelota le rebotó en el hombro antes de rodar de vuelta hacia el chico—. ¿No se supone que eres una tía dura? No me puedo creer que tengas tanto frío.
Allie resopló, y su irritación se condensó en forma de vapor. No obstante, no quería quedar como una mema.
—Yo no he dicho que sea mala idea.
Agitó la raqueta con torpeza.
Todos abuchearon aquella verdad a medias, y Rachel le pasó el brazo por los hombros.
—Hace frío. Pero así es aún más divertido —dijo—. Espera y verás —cuando se daba media vuelta para coger una red, pareció recordar algo—. Ah, una cosa. Se me había olvidado decirte que…
—Y bien, ¿vamos a jugar o nos vamos a quedar aquí como pasmarotes? —la voz cristalina de Katie Gilmore precedió su aparición sobre la hierba helada. Se había recogido los rizos rojos en una coleta alta y llevaba orejeras, como si fuera a esquiar.
Allie se volvió a mirar a Rachel con cara de sentirse traicionada.
—¿Me tomas el pelo?
—Se ha autoinvitado.
Rachel se encogió como disculpándose y echó a correr cargada con su equipo. Allie se quedó allí plantada, sin dar crédito.
—Oh, Allie. ¿Tú también juegas? —Katie la miró con desdén mal disimulado—. ¿Y dónde has aprendido a jugar? ¿Juegan al tenis en Brixton?
—Vete a la mierda, Katie.
Allie se dio media vuelta para seguir a Rachel, pero Katie echó a correr tras ella.
—No hace falta que seas borde, aunque me parece que ser borde es tu especialidad.
La otra la asesinó con la mirada. La coleta de Katie rebotaba en su coronilla, tenía las mejillas sonrosadas del frío y parecía muy complacida.
Se lo está pasando en grande.
—¿Por qué me sigues, Katie? ¿Por qué no estás comiendo sesos con tus amigos?
Los labios perfectos de Katie esbozaron una sonrisa.
—Oh, Allie. Eres adorable. Sabes, he oído el rumor, seguramente falso, de que te han admitido en la Night School. No es verdad, ¿a que no?
—Admiro tu optimismo —la respuesta de Allie fue tan gélida como la noche—. Pero si has pensado, siquiera por un momento, que voy a compartir esa información contigo…
—Es que —la interrumpió Katie— me sorprende que hayas aceptado. Pensaba que la detestabas después de todo lo que pasó el trimestre pasado.
Hablaba en un tono sereno —quizás genuinamente curioso— y Allie se volvió a mirarla sorprendida.
—Tengo mis razones —dijo despacio—. Sea lo que sea lo que he decidido, tanto si estoy dentro como si no, lo he hecho porque me ha parecido lo correcto.
La expresión de Katie hacía ver que sabía perfectamente que Allie había sido aceptada en la Night School. La pelirroja enarcó una ceja como dando a entender que no estaba de acuerdo en que hubiera hecho lo correcto, pero se abstuvo de comentar nada más. Allie miró a su alrededor; nadie les prestaba atención y se había despertado su curiosidad.
—¿Y tú por qué nunca has querido entrar en… ya sabes dónde? Sabes muy bien que te admitirían.
—Porque ya soy lo bastante rica y no me gusta ensuciarme —Katie reanudó el paso con expresión enigmática—. Vamos a jugar al tenis.
La noche era clara y estrellada, aún más fría que la anterior. El viento soplaba cortante y el aire era tan frío que quemaba en la garganta al respirar. Allie se estremeció; su fina chaqueta no bastaba para una temperatura tan baja. Los demás iban mucho más abrigados. Los padres de Allie no se habían acordado de incluir guantes y bufanda en su maleta; quizás pensaron que el colegio se los proporcionaría.
Mientras se reunían en una explanada del jardín, en el lindero del bosque, Sylvain se acercó con una bufanda a rayas anudada al cuello.
—¿Me puedo apuntar?
—Desde luego que no —bromeó Lucas a la vez que le lanzaba una raqueta. El otro la cogió al vuelo. La agarraba con soltura; Allie tuvo la sensación de que estaba muy acostumbrado a las raquetas de tenis.
De hecho, estaba segura de que todos sabían jugar. Parecían muy familiarizados con las reglas y los accesorios. Allie no pensaba admitirlo, pero Katie tenía razón acerca de su inexperiencia en el juego; por lo que ella recordaba, solo había jugado alguna que otra vez en el gimnasio del colegio o en clase de Educación física, cuando llovía.
Mientras preparaban la red, se les unieron otros jugadores. Zoe apareció pertrechada con unas orejeras de felpa blancas y unos guantes a juego.
—El partido de tenis más frío del mundo. Yo también me apunto —dijo sin que la invitaran.
—Sé de alguien a quien también le encantaría jugar —anunció Sylvain—. Enseguida vuelvo.
Allie se quedó sola, mirando cómo Lucas y Rachel tendían la red entre dos postes y conectaban cables a enchufes exteriores en los que no había reparado. Cuando todo estuvo a punto, Lucas pulsó un interruptor.
Al otro lado de aquella pista improvisada, Zoe blandió la raqueta y la agitó en el aire.
—¡Tenemos luz!
Con una mano en la boca, Allie giró sobre sí misma para contemplar el espectáculo. Todos los hilos de la red llevaban lucecillas de Navidad incorporadas. Parecía una telaraña impregnada de rocío a la luz del alba. Similares mallas de luz envolvían los árboles que rodeaban la pista e iluminaban las ramas con una fría luz blanca.
Cuando las raquetas se iluminaron a su alrededor, Allie dio la vuelta a la suya y descubrió un interruptor en el extremo del mango. Cada raqueta era de un color distinto. Zoe llevaba una de color verde; Jo, morada y Lucas, de color rojo.
Cuando Allie pulsó el botón de la base de su propia raqueta, esta se iluminó al instante con un resplandor azul.
Al otro lado de la pista, la raqueta roja golpeó una esfera anaranjada; la pelota luminosa surcó la oscuridad. Los jugadores del extremo opuesto resultaban prácticamente invisibles; las raquetas y la pelota parecían desplazarse en el aire sin que nadie las sostuviese.
Entusiasmada, Allie se rio a carcajadas.
—¡Esto es de locos!
—Esto —dijo Jo, devolviendo el pelotazo de Lucas con la desenvoltura de alguien que ha recibido clases— es el tenis nocturno.
—Venga —Rachel le dio un codazo a Allie—. Hagamos un poco de calentamiento.
—El tenis no se me da muy bien —reconoció Allie a regañadientes.
Rachel la empujó a la pista riendo.
—Da igual, Allie. No es una prueba para las Olimpiadas. Vas a jugar al tenis en plena oscuridad con un frío que pela.
Una pelota reluciente pasó disparada sobre sus cabezas y ambas se agacharon.
—¡Perdón! —gritó Zoe, pero Allie solo alcanzó a ver una raqueta verde que se agitaba en señal de disculpa.
—¿Lo ves? —animó Rachel a su amiga—. Todos jugamos fatal.
Por desgracia, Allie sabía que no era verdad.
Mientras practicaba el movimiento, Sylvain regresó y se quedó justo al borde de la pista iluminada.
—¿Todo el mundo conoce a Nicole?
Allie forzó la vista pero no pudo ver a la persona que acompañaba a Sylvain.
—Claro —gritó Jo—. Bonsoir, Nicole.
Una risa cantarina surgió de la oscuridad, y luego una voz sensual respondió con acento francés:
—Bonsoir, Jo. Tu derecha es increíble.
—Gracias —repuso Jo a la vez que golpeaba la pelota en dirección a Lucas, que la devolvió con facilidad.
Cuando Sylvain y Nicole penetraron en la zona iluminada por la red, los labios de Nicole esbozaron una sonrisa. Llevaba una bufanda de cachemira color crema y un abrigo de lana blanca que parecía muy caro. Sylvain le posó la mano en la espalda. Allie los miraba boquiabierta cuando la pelota la golpeó en la sien con tanta fuerza que la derribó.
Todo el mundo echó a correr hacia ella.
Lucas saltó la red.
—Allie, ¿te encuentras bien? Lo siento mucho. Pensaba que estabas preparada.
Rachel cogió la cabeza de Allie entre las manos mientras Zoe se arrodillaba junto a ellas preguntando:
—¿Qué día es hoy? ¿Quién es el primer ministro?
—Lo siento —dijo Allie—. Creo que ha sido más el susto que el daño. Aunque podría tener una conmoción cerebral.
Oyó un suspiro de alivio colectivo. Rachel sonrió y le apretó los dedos.
—No te quedes dormida —la apremió Zoe.
Todo el mundo se volvió a mirarla.
—Lo leí en un artículo —explicó—. Si sufres una conmoción cerebral, no puedes dormirte.
—Estoy despierta —bromeó Allie con debilidad mientras Rachel y Lucas la ayudaban a levantarse—, pero si me duermo jugando al tenis por favor llamad a una ambulancia.
—¡Yupi! —exclamó Zoe mientras corría hacia el lado opuesto de la red—. ¡Allie está viva y podemos seguir jugando!
Rachel observó a su amiga con expresión preocupada.
—¿De verdad te encuentras bien? —le preguntó.
Aunque seguía un poco mareada, Allie asintió.
—Todo lo bien que puedes estar cuando te acaban de machacar el cráneo.
—No tan bien como de costumbre —dijo Rachel.
—Cierto —asintió Allie—. Así que… creo que paso del primer partido.
—Alguien debería sentarse con Allie y asegurarse de que conoce el nombre del primer ministro —gritó Zoe desde el otro extremo de la pista de hierba.
—Pero ¿qué obsesión tienes con el primer ministro? —quiso saber Lucas.
—Es lo que se le pregunta a la gente que se ha dado un golpe en la cabeza —explicó Zoe—. Lo hacen en las películas. En realidad suelen ser películas americanas y les preguntan por el nombre del presidente. Supongo que en caso de lesión cerebral olvidas todo lo relacionado con la política. Pero estamos en Inglaterra, y aquí no hay presidente. Y no vas a preguntar quién es la reina, ¿verdad? Es… la reina.
—Sé quién es el primer ministro —aseguró Allie mientras se sentaba en la hierba helada—. Podéis estar tranquilos.
—¿Sigue siendo el mismo? —la voz de Nicole surgió de la oscuridad, a la derecha de Allie, y esta dio un respingo—. ¿El de la cara rara?
—Sí —replicó Allie—. El mismo.
—Me cae bien —dijo Nicole—. Parece muy amable con los niños. Y eso es una prueba de bondad —mientras la chica francesa hablaba, Allie la miraba de reojo. Unas espesas pestañas rodeaban sus expresivos ojos marrones y poseía unas facciones tan delicadas como las de un hada—. Yo también paso de esta partida —Nicole tenía un acento más delicado que el de Sylvain; parecía ceñir cada palabra antes de soltarla—. Me encargaré de que sigas despierta. Sylvain se sentará con nosotras cuando reaparezca. No sé adónde ha ido.
En aquel momento llegó el aludido con una botella de agua que le tendió a Allie antes de sentarse junto a Nicole en la fría hierba.
—¿Cómo te encuentras? —el chico la miró preocupado.
Le empezaba a doler la cabeza, pero Allie sabía que si lo comentaba la obligarían a acudir a la enfermería.
—Bien, creo. Un poco atontada quizá. Lo normal después de un golpe en la cabeza —respondió.
Rachel se había quedado hablando con Jo y Lucas en la pista, pero en ese momento se reunió con ellos.
—¿Estás mejor?
—En serio —Allie levantó las manos—. Estoy perfectamente. Si no fuera porque me he dormido y he olvidado el nombre del primer ministro.
—Lo sabía. Voy a llamar a una ambulancia —repuso Rachel sin inmutarse mientras la primera pelota de la partida sobrevolaba la red, radiante como un meteoro.
Los movimientos de aquellas raquetas incorpóreas y luminosas, que golpeaban de lado a lado una pelota parecida a una estrella, eran hipnóticos. De vez en cuando la bola seguía su trayectoria sin que nadie la golpease y entonces los jugadores invisibles se reían o gemían. Sin embargo, por muy hermoso que fuera el espectáculo, hacía un frío horrible y Allie se estaba quedando helada.
Temblando, se ciñó la cazadora vaquera con fuerza.
—Qué frío hace.
—Deberías llevar guantes —Rachel miró la ropa de Allie con expresión crítica—. Y una bufanda. Y… un abrigo.
—Toma —Sylvain se desató la bufanda del cuello y se la tendió a Allie por delante de Nicole—. Ponte esto. A mí no me hace falta.
Cuando Nicole lo miró con una sonrisa de aprobación, Allie comprendió que debían de estar juntos. En plan… juntos, juntos. Parecían tan a gusto… Y, bien pensado, en el comedor se sentaban el uno al lado del otro casi todos los días, ¿no?
El dolor de cabeza de Allie empeoraba por momentos; le costaba pensar. Consideró la idea de decir que no tenía tanto frío. O que no necesitaba la bufanda. Pero estaba temblando, de modo que la aceptó y la usó para abrigarse los hombros y el cuello.
Un efluvio característico la envolvió y le trajo a la mente la imagen fugaz de un beso que olía a café y especias.
Se mareó.
—Gracias —evitó los ojos de Sylvain—. Creo que mis padres olvidaron poner ropa de abrigo en mi equipaje.
—Tendrás que pegarte a mí —le dijo Nicole a Sylvain en tono mimoso—. Si no, te vas a congelar.
Él se desplazó para que la chica se sentara entre sus piernas, de espaldas contra su cuerpo. Sylvain metió las manos en el bolsillo del abrigo de ella.
—¿Ves? —dijo Nicole—. Ahora compartiré el calor de mi cuerpo contigo.
Él contestó en francés y ella lanzó una carcajada parecida a un tintineo. Como el brindis de dos copas de champán.
Incluso con la bufanda puesta, a Allie le castañeteaban los dientes. Ni siquiera el helor de la noche podía justificar aquel frío intenso. Un temblor que venía de dentro.
Los pensamientos se arremolinaban en su cabeza. ¿Desde cuándo vuelven a salir? ¿Por qué yo no me había enterado? ¿Y por qué me importa siquiera? A lo mejor es verdad que he sufrido una lesión cerebral…
La jaqueca se le estaba haciendo insoportable; le empezaron a zumbar los oídos.
De repente, Allie decidió que ya había soportado suficiente frío, dolor y francesas calientes por un día, pero cuando se levantó, notó que el suelo oscilaba a sus pies. Al verla tambalearse, los otros alzaron la cabeza sorprendidos.
—Me siento un poco rara —dijo Allie haciendo esfuerzos por controlarse—. Creo que voy a entrar a tomar una taza de té y a sufrir una hemorragia cerebral.
Sylvain frunció el ceño con expresión preocupada.
—¿Quieres que te acompañe?
Allie hizo un gesto negativo tan enérgico que estuvo a punto de perder el equilibrio. Creyó también que iba a vomitar.
—¿Rachel? —se giró hacia el césped llamando a su amiga, pero esta ya estaba a su lado.
—Vamos, jovencita —Rachel cogió a Allie del brazo—. Me aseguraré de que no te duermas. Y vas a tener que hablarme del primer ministro.
La enfermera recibió a Allie como a una vieja amiga.
—¿Qué demonios te ha pasado esta vez?
Por lo visto sus heridas del trimestre anterior habían sido memorables.
Después de enfocarle los ojos con una linterna, tomarle la tensión y la temperatura, la enfermera le dijo que solo necesitaba comer algo y tomar una buena taza de té, pero le recomendó que no se durmiera y le dio algo para el dolor de cabeza antes de enviarla a la sala común.
Algo más tarde, acurrucadas en un mullido sofá de piel de la sala envueltas en mantas, Allie y Rachel tomaban té caliente y comían galletas recién hechas.
—Deberías golpearte la cabeza más a menudo —le dijo Rachel—. Te miman.
—Las lesiones son geniales —asintió Allie.
Las pastillas le habían hecho efecto y el dolor de cabeza empezaba a ceder. Mientras entraba en calor se preguntó, ya más relajada, por qué le había impresionado tanto ver a Sylvain con Nicole. Era cierto que le había perdonado lo sucedido la noche del baile de verano y pensaba que el chico lo lamentaba de veras, pero no creía que volviera a confiar nunca en él en ese aspecto.
¿Entonces por qué me importa con quién sale?
No le hacía ninguna gracia albergar esos sentimientos.
Cuando Carter entró, pocos minutos después, ella se puso en pie como si se sintiera culpable y se tambaleó otra vez.
—Hala —dijo él, obligándola a sentarse otra vez—. Todavía estás mareada.
—Estoy bien —afirmó Allie con tanta seguridad como si fuera médico—. La enfermera ha dicho que no me pasa nada.
—En realidad ha dicho que deberías sentarte a descansar un rato. Y que no te duermas —la corrigió Rachel—. Zoe se va a poner como loca cuando se entere de que tenía razón —volviéndose a mirar a Carter, añadió—: Lo ha dicho por precaución. Pero deberíamos vigilarla durante un par de horas.
Carter acarició el pelo de Allie hacia atrás para examinar la marca roja que tenía en la sien.
—¿Pero te encuentras bien?
—Sí. No hay lesiones cerebrales permanentes —repuso Allie, acurrucándose contra él.
—Siento no haber estado allí —le rozó la magulladura con los labios— para recoger los pedazos.
Allie se estremeció y alzó la vista para mirarlo a los ojos.
Rachel se puso en pie y se desperezó.
—No creo que mis conocimientos médicos sean necesarios ahora que tú estás aquí, Carter. ¿Te importa quedarte con ella?
Carter sonrió, arrugando los ojos. A Allie le encantaban aquellas arruguitas.
—Claro que no —respondió.
Cuando Rachel se marchó, Allie y Carter se acurrucaron en el sofá. Apoyada contra el hueco del brazo de su chico, Allie le contó lo sucedido.
—Lucas está hecho polvo —comentó Carter—. He hablado con él antes de venir. Cualquiera diría que te ha pegado un tiro. Pero, la verdad, si te hubiera lastimado me habría oído.
Con un dedo en la barbilla de Allie, Carter le echó la cabeza hacia atrás para que lo mirara a los ojos. Luego le acercó los labios.
—Vaya, veo que ya te encuentras mejor.
La voz brusca de la enfermera actuó como unas manos que se interpusieran entre ambos, a juzgar por la rapidez con que se separaron.
—Gracias —dijo Allie—. Sí.
Con expresión de guasa, la enfermera echó un vistazo al reloj.
—No olvides que tienes que mantenerte despierta un rato. Será mejor que te tomes otra taza de té —mientras la mujer se alejaba, Allie creyó oírla añadir—: Y que te des una ducha fría.
Riendo abiertamente, Carter se levantó.
—Te iré a buscar un té recién hecho.
—No necesito más té —protestó Allie—. Me sale por las orejas.
Pero él ya se dirigía hacia la puerta.
—A lo mejor a mí también me apetece una taza —dijo por encima del hombro.
Mientras esperaba, Allie cogió una revista que alguien había olvidado sobre una de las mesas. Estaba mirando a una actriz que lucía un vestido por valor de dos mil libras cuando un ruido llamó su atención.
Apoyado en el marco de la puerta, Sylvain la miraba. Por una milésima de segundo, Allie vio algo en los ojos del chico que la pilló por sorpresa. Una especie de tristeza. Pero casi de inmediato la melancolía desapareció de su semblante para ser remplazada por la inexpresividad que lo caracterizaba.
—Tienes mejor aspecto —comentó él.
—Me encuentro muy bien —Allie se llevó la mano a la sien sin pensar—. Gracias.
—Bien —asintió Sylvain—. Nicole me ha pedido que viniera a verte.
Al tiempo que dejaba caer la revista sobre una mesa auxiliar, Allie fingió desperezarse y bostezó.
—Parece simpática —opinó al cabo de un segundo—. ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
—Nos conocemos de toda la vida —contestó él tan campante—. Somos viejos amigos.
—Oh.
Allie hizo esfuerzos por no ceder al encanto de su acento. Buscó los ojos de Sylvain un instante antes de apartar la mirada otra vez. Le costaba un poco concentrarse estando él allí. La miraba como si pudiera leerle el pensamiento.
Se le ocurrió una distracción. Se irguió y rebuscó bajo la chaqueta, que estaba detrás del sofá.
—Tu bufanda. Gracias por prestármela.
Sylvain tomó la suave prenda de cachemira pero, en vez de alejarse, se sentó en una silla, enfrente de Allie.
—Quería hablar contigo de otra cosa. He estado tratando de verte a solas —jugueteó con la bufanda mientras ella miraba los largos dedos del chico con sus uñas ovaladas, tan distintos de las fuertes manos de Carter—. Tengo algo que decirte. Lo he postergado demasiado tiempo porque creo que no te va a gustar.
Un estremecimiento recorrió a Allie. Entretanto, echaba algún que otro vistazo a la puerta que Carter cruzaría en cualquier momento. Cuando devolvió la mirada a Sylvain, este la observaba con curiosidad. Una vez más, la invadió el desasosiego.
—¿Y qué es?
—Es solo que… eres tú.
Volviendo a mirar la puerta, Allie se echó hacia atrás.
—¿Qué quieres decir? ¿Que yo soy qué?
Sylvain se acercó aún más y bajó la voz.
—La persona a la que debo interrogar. Para la Night School —hizo un gesto de impotencia con las manos—. Eres tú.