Cuatro

—No llego a esa zona de allí —Allie señaló una sección de la pared de la biblioteca que quedaba fuera del alcance de su cepillo—. Ni aunque me ponga de puntillas.

Bob Ellison miró hacia el lugar indicado por encima de sus gafas de montura metálica.

—Limpia hasta donde puedas. Otro equipo vendrá después con escaleras y fregará la parte alta de las paredes y los techos.

El señor Ellison, que por lo general se ocupaba del mantenimiento del parque, estaba supervisando el día a día de las tareas de reparación. Le había pedido a Allie que colaborara en la limpieza de las paredes de la biblioteca antes de que volvieran a pintarlas. Protegida con unos gruesos guantes de goma de color amarillo limón que le llegaban hasta los codos, Allie hundió un cepillo grande como un ladrillo en un cubo y frotó la pared. El agua sucia resbaló hacia la lona de protección.

—Sería más divertido con un iPod —musitó mientras fregaba con fuerza.

En Cimmeria, la tecnología moderna no estaba permitida. Nada de ordenadores, de teléfonos móviles ni de televisores.

—No, no lo sería.

Al oír una voz conocida, Allie volvió la cabeza y vio a una chica rubia y delgada de pelo corto que le sonreía con una timidez poco habitual en ella.

—No hay nada capaz de animar este trabajo.

—¡Jo! —el cepillo cayó al cubo con un chapoteo cuando Allie corrió hacia la chica—. Me alegro mucho de verte.

Con expresión recelosa, Jo sostuvo la mirada de su amiga.

—Me preguntaba si dirías eso.

Jo se había derrumbado al final del trimestre anterior y el inestable mundo de Allie se había vuelto del revés. Y había sido el novio de Jo, Gabe, el que había asesinado a Ruth durante el baile de verano. Jo se había portado muy mal, encubriendo a Gabe a sabiendas de que algunas vidas peligraban.

Sin embargo, Allie había sido arrestada tres veces; era una experta en malas decisiones.

—Claro que sí —al reparar en el cubo que Jo tenía a los pies, se apresuró a cambiar de tema; no era el momento de ahondar en lo sucedido el trimestre anterior—. ¿Tú también estás en la brigada de los cubos?

Jo asintió.

—Puedes ser mi iPod. Señor Ellison —Allie se volvió hacia el guardabosques, que en aquel momento consultaba un sujetapapeles—. ¿Puede trabajar Jo conmigo?

—Siempre y cuando hablar no os impida trabajar…

La expresión jovial en los ojos del hombre desmentía el tono brusco de su voz, y Allie sonrió de oreja a oreja.

—Vaya mejunje —Jo dejó el cubo a un metro del de Allie—. ¿Cuándo has vuelto?

—Hace un par de horas. Hemos echado un vistazo al colegio y…

Allie agitó el cepillo con un gesto vago.

Jo se puso los guantes de goma, que chasquearon contra su piel.

—¿Rachel ha venido contigo?

—Sí. Está en la parte trasera, revisando los libros junto con Eloise y esa gente de la empresa de restauración —Allie frotó la pared trazando amplios círculos—. Creo que su trabajo es mejor.

—Desde luego —repuso Jo—. Oye, me han contado lo que pasó en Londres. ¿Estás bien?

—Pues claro. ¿Desde cuándo cuatro matones pueden conmigo? —bromeó Allie.

—Eso se dice de ti por ahí —Jo sonrió. Al cabo de un momento se puso seria. Bajando la voz, dijo—: No fue Gabe, ¿verdad? O sea, no estaba con ellos, ¿no?

Sorprendida, Allie estuvo a punto de soltar el cepillo.

—¡Oh, no, Jo! Te lo prometo. Aquellos tipos eran mayores. Como mínimo tendrían veinte años, quizá más. Seguro que Gabe no estaba allí. No los conocía de nada.

—Bien —Jo reanudó el trabajo, asintiendo para sí como si fuera aquella la respuesta que deseara oír—. No soporto pensar que… —se le quebró la voz y frotó con más energía, mirando hacia otro lado para que Allie no pudiera verle la cara.

Esta siguió limpiando con aire distraído, mientras se preguntaba qué decir a continuación.

—¿Has sabido… algo de él después de aquella noche?

Jo sacudió la cabeza enérgicamente. Parecía tan triste que a Allie se le encogió el corazón.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

El cepillo de Jo dejó de moverse, pero la rubita se tomó su tiempo para responder.

—No lo sé —hablaba despacio—. Cuando todo el mundo se marchó y solo nos quedamos aquí unos cuantos, en el edificio quemado, fue… horrible —su tono de voz era tan bajo que Allie apenas podía oírla—. Me sentía… responsable, ¿sabes? Pensaba que yo podría haber hecho algo para detenerlo.

Antes de que Allie decidiera cómo responder a aquello, Jo prosiguió, pero su voz había cambiado. Pasó a hablar de forma animosa, como si estuviera recitando de memoria.

—Pero Isabelle y Eloise se portaron de maravilla, y estoy viendo a un terapeuta. Me está ayudando. La gente no para de decirme que no soy la persona más horrible sobre la faz de la Tierra pero aún me siento… no sé… la persona más horrible sobre la faz de la Tierra, supongo.

Lanzó una carcajada tan frágil como una fina capa de hielo. En aquel momento, Allie quiso perdonarla. Al fin y al cabo, Jo no había matado a Ruth. Había sido Gabe. Por otra parte, cuando se enteró de lo que Gabe había hecho, Jo no se lo había contado a nadie. Ni siquiera cuando supo que la vida de Allie peligraba.

Y eso lo complica todo, pensó.

Los ojos azules y cristalinos de Jo la miraban esperanzados. Antes de que todo se torciera, Jo había sido su mejor amiga. En realidad no era mala persona. Solo un poco… ¿Cómo la había calificado Rachel? Frágil.

Cuando habló por fin, Allie escogió las palabras con cuidado.

—Mira, Jo. Fue Gabe quien lo hizo, no tú. Gabe es el asesino, no tú. Gabe es la persona más horrible sobre la faz de la Tierra, no tú. ¿Vale?

En realidad, Allie no solo hablaba para Jo; también para sí misma. El alivio que reflejaba el rostro de su amiga fue su recompensa. Deseó fervientemente haberlo dicho de corazón.

—Socorro —gimió Jo—. Creo que he entrado en coma.

Habían dado las siete. Las paredes de la biblioteca estaban limpias y a Allie le dolían los hombros y el cuello solo de pensar en levantar los brazos. Sentada en la lona de protección, descansaba junto a Jo.

—¿Te duelen los brazos? —preguntó Allie frotándose los hombros.

—Ni te cuento.

—Entonces no estás en coma —despacio, Allie extendió las piernas—. Cielos. ¿En qué me he metido? Rachel tiene piscina y caballos. Caballos, Jo. Si siguiera en su casa, estaría flotando en el agua y acariciando hocicos suaves.

—Mira —Jo volvió la cabeza hacia ella—. Yo tengo la nariz suave. Puedes acariciarla.

Allie le pasó los dedos por la nariz con ademán cansado.

—Caray. Es como estar en casa de Rachel. ¿Dónde está la piscina?

—No hay piscina —dijo Jo—. Solo duchas.

—Puaj.

—Ya te digo.

—¿Pensáis quedaros ahí tiradas quejándoos? ¿O vais a venir a cenar?

Allie alzó la vista y vio a Carter, que, de pie ante ellas, las miraba con recelo.

—Jo está en coma —lo informó—. No necesita comida.

—Espera. ¿Has dicho comida? Me parece que acabo de despertar.

Jo se puso en pie.

—Dios mío —dijo Allie en tono cansino—. Es un milagro.

—Solo llevas un día trabajando, Sheridan —Carter le tendió la mano para ayudarla a levantarse—. No puedes estar cansada.

—Me duele todo —repuso ella—. Los hombros, los brazos, la espalda…

—Las piernas, los pies, la cabeza… —prosiguió Jo, servicial.

—Las rodillas, las espinillas. Nombra una parte del cuerpo —dijo Allie—. Me duele.

Carter no se dejó impresionar.

—Comer te animará.

Las empujó hacia el comedor.

—Es muy sabio —informó Allie a Jo.

—Ya lo creo —asintió esta última.

Como casi todos los estudiantes seguían en sus casas, solo había unas cuantas mesas preparadas. Eloise se sentó a una con Jerry Cole, el profesor de Ciencias, y unos cuantos adultos más. En otra, Sylvain comía a solas.

A Allie le dio un vuelco el corazón. No se había parado a pensar que tendría que compartir mesa con Carter y con Sylvain al mismo tiempo.

Esto va a ser muy raro.

Sin embargo, Jo salvó la situación. Escogió un asiento junto a Sylvain.

—Ayúdame, Sylvain —se lamentó—. Estoy fatal.

—¿Qué pasa? —Rachel apareció en aquel momento y se dispuso a sentarse al lado de Allie—. ¿De qué se queja Jo?

—Hemos trabajado hasta entrar en coma —explicó Allie.

—A mí me lo vais a decir. Adoro los libros desde siempre pero, ¿por qué hay tantos en este cole? —Rachel gimió y se desperezó—. ¿Tanto tenemos que aprender?

—¿No podemos volver a tu casa? —preguntó Allie—. Allí se estaba mejor.

—Sois unas crías —Carter parecía exasperado—. Yo llevo todo el día levantando muebles. Ojalá me hubiera tocado lavar paredes y clasificar libros.

—Lo que tú digas —respondieron las chicas en coro.

Como en una función, las puertas del fondo del comedor se abrieron de par en par y apareció el servicio portando bandejas rebosantes; humeantes fuentes de pasta que depositaron en todas las mesas ocupadas.

—Qué bien —murmuró Carter con sarcasmo—. Otra vez pasta.

—Genial —Jo se animó—. ¿Llevará queso?

—¿Por qué has dicho «otra vez»? —preguntó Allie mientras los camareros depositaban una fuente sobre la mesa.

—Hemos comido lo mismo casi todos los días —Carter bajó la voz para que el personal no lo oyera—. Los cocineros están demasiado ocupados con las reparaciones como para preparar nada más.

—¿Alguien sabe algo de Lisa? —Jo cambió de tema, mientras las fuentes circulaban entre los comensales y el murmullo quedo de una conversación tranquila inundaba la sala.

—¿Qué pasa con Lisa? —preguntó Allie a la vez que se servía un buen plato.

—No va a volver.

Allie soltó el cucharón, que golpeó contra la mesa.

—¿Qué? —todo el mundo preguntó lo mismo a la vez. Luego empezaron a hablar entre sí—. ¿Por qué no? ¿Qué ha pasado? ¿Está bien?

Jo levantó la mano para pedir silencio.

—Sus padres han decidido que, después de todo lo sucedido el trimestre pasado… —se encogió de hombros—. Ella quiere volver pero se lo han prohibido. Asistirá a un internado suizo.

Se hizo un silencio de estupefacción.

—Bueno, en parte los entiendo —Rachel estaba muy seria—. Dudo que sea la única baja.

—A lo mejor el año que viene la dejan volver; es el último curso —especuló Jo.

—¿Quieres decir —replicó Rachel con sarcasmo— que si nadie muere durante este trimestre a lo mejor regresa?

—Más o menos.

Se hizo un silencio largo y tenso. Enseguida, Allie levantó el vaso de agua.

—Por Lisa. Y por un trimestre en paz.

Los demás se unieron al brindis.

—Por Lisa —corearon.

—Y por un trimestre sin muertes —añadió Jo.

Después de cenar, Carter captó la mirada de Allie cuando nadie prestaba atención y señaló la puerta con un gesto de la cabeza. La expresión del chico le provocó un cosquilleo de emoción. Por desgracia, ni siquiera habían recorrido la mitad del pasillo del comedor cuando Isabelle los abordó.

—Oh, Allie, qué bien. Te estaba buscando. ¿Podemos hablar ahora?

Desesperada, Allie miró a Carter un segundo antes de echar a andar detrás de la directora.

La oficina de Isabelle se encontraba más allá de la escalera principal. La puerta estaba tan bien disimulada entre los paneles de roble que apenas advertías su presencia. Cuando Allie se dejó caer en una de las butacas de piel que había delante del escritorio, Isabelle se dirigió a conectar el hervidor de agua del rincón.

Mientras la directora preparaba el té, Allie se percató de que reinaba el caos en aquel despacho por lo general ordenado y elegante. Los papeles se amontonaban en todas las superficies disponibles, los cajones del archivador estaban abiertos e Isabelle había dejado una chaqueta tirada en una silla, sobre un maletín.

Allie arrugó el entrecejo pero antes de que pudiera decir nada Isabelle le puso una taza caliente en las manos, retiró los papeles amontonados en la butaca contigua y se sentó con un suspiro de cansancio. Al verla de cerca, Allie advirtió que unas grandes ojeras ensombrecían sus ojos color miel. Parecía más delgada. Sin embargo, sus ademanes no habían perdido la tranquilidad que la caracterizaba cuando se quitó las gafas que se había subido a la frente y las dejó sobre la mesa.

Allie esperaba que la directora empezara hablando de lo sucedido en Londres; lo habían comentado brevemente por teléfono pero estaba segura de que Isabelle habría reunido más información. Así que las primeras palabras de la mujer la pillaron por sorpresa.

—Y dime, cuando estuviste en casa, ¿pudiste hablar con tu madre acerca de Lucinda? —lo dijo en tono enérgico, como si hablara de negocios.

—Sí —Allie sostuvo la mirada de Isabelle—. Y ahora lo sé.

—Cuéntame.

Solo había transcurrido una semana, pero Allie tenía la sensación de que había pasado mucho más tiempo desde que se sentara a charlar con su madre y le pidiera una explicación. Acerca de todo.

—Le dije que, en tu opinión, tenía que contármelo.

Isabelle la observó atentamente.

—¿Y qué te dijo?

Allie recordó cómo su madre había apretado los labios y la había mirado con tristeza cuando ella le dijo:

—Esa Lucinda… es mi abuela, ¿verdad?

Por una milésima de segundo, creyó que su madre se disponía a mentir, y si lo hubiera hecho jamás la habría perdonado. Sin embargo, transcurrido aquel instante, la mujer hundió los hombros.

—Siempre he sabido que algún día lo averiguarías. Sobre todo cuando te fuiste a Cimmeria. Sí, Allie, Lucinda es mi madre… Tu abuela.

Puesto que conocía la respuesta, Allie debería haber estado preparada para escucharla. En cambio, se quedó sin aliento. Había crecido pensando que sus abuelos habían muerto.

Y ahora resulta que tengo una abuela.

Se echó hacia delante y miró a su madre como si la viera por primera vez.

—¿Por qué? ¿Por qué me has mentido acerca de algo así? Podría haberla conocido…

—Sé que te costará creerlo —la madre de Allie habló en tono cálido pero firme—. Sin embargo, todo lo que he hecho ha sido para protegerte. Para ponerte a salvo.

—Pero me hiciste creer que estaba muerta. Lo he pensado toda mi vida —Allie miraba fijamente a su madre. El dolor y la incredulidad le oprimían el pecho—. ¿Cómo has podido?

Su madre exhaló un suspiro tembloroso.

—Es… Fue terrible lo que hice. Y lo siento. Pero no sabía qué otra cosa hacer. A lo mejor debería haberte dicho la verdad. No obstante, tenía miedo de que, si lo hacía, insistirías en conocerla y entonces todo se iría a pique.

Allie estaba estupefacta.

—¿Y por qué se iba a ir todo a pique por conocer a mi abuela?

—Porque entonces te habría tenido en su poder —repuso su madre sin vacilar—. Y te habría perdido.

Hundiendo la barbilla contra el pecho, Allie cerró los ojos e hizo esfuerzos por tranquilizarse.

Una vaguedad más. Otra evasiva.

Aquella vez no dejaría que su madre se saliese con la suya.

—¿De qué hablas? —Allie adoptó un tono sarcástico—. ¿Me habría secuestrado?

Sin embargo, su madre no rectificó.

—Tú no lo entiendes, Alyson. No la conoces. Lucinda… tu abuela es una persona poderosa y peligrosa. Consigue lo que quiere. Ella es así. Nada se interpone en su camino. Yo… —se interrumpió, como si estuviera meditando cómo proseguir. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz queda—. Cuando yo tenía tu edad, no me parecía mucho a ella. Es muy dominante, y organizaba mi vida hasta el último detalle. La ropa que me ponía, la información que recibía, mis estudios, adónde iba… Ella lo decidía todo. Y yo lo aceptaba. Pero cuando me hice mayor, me rebelé. No quería ser como ella. No me apetecía ser rica y desgraciada. No me interesaba lo que me ofrecía. Deseaba ser yo misma —escudriñó el rostro de su hija—. Quiero creer que si alguien es capaz de comprender lo que te estoy diciendo, eres tú.

Y Allie lo comprendía. Sin embargo, nada de aquello tenía sentido.

—Vale. Si mi abuela era tan mandona como dices, es lógico que quisieras escapar. Sin embargo, no estuvo bien que me mintieras. Yo también tengo derecho a tomar mis propias decisiones. Igual que tú.

Una sonrisa triste asomó a los labios de la madre.

—Isabelle dijo exactamente lo mismo. Sin embargo, ni tú ni ella sois hijas de Lucinda, de modo que no la conocéis tan bien como yo.

—Mamá, ¿quién es Lucinda? ¿Y por qué le tienes tanto miedo? Deduzco que es una especie de pez gordo. ¿Pero quién es en realidad? ¿La reina? ¿Dios?

No le gustó la sonrisa irónica de su madre.

—No exactamente —respondió—. Pero casi.

Allie la observó con cautela.

—¿Qué significa eso?

La madre pronunció las palabras con claridad.

—Se apellida Meldrum.

Aquella vez, Allie no pudo fingir indiferencia.

—Qué fuerte.

—Mi abuela es Lucinda Meldrum —dijo Allie a modo de conclusión en el despacho de la directora. Isabelle inclinó la cabeza muy levemente, como para confirmarlo.

Las palabras aún le sonaban raras. ¿Cómo era posible? Lucinda Meldrum era la política más famosa de Inglaterra. La primera mujer que había llegado a ser Ministra de Finanzas y ahora directora del Banco Mundial. Asesoraba a presidentes, primeros ministros y reyes. Incluso Rachel se había quedado de una pieza cuando Allie se lo contó.

—Gracias por convencer a mi madre de que me hablara de Lucinda. De no ser por ti, no sé si lo habría hecho, y significa mucho para mí saber la verdad.

—Había llegado el momento de decírtelo —asintió la directora—. Hace tiempo en realidad —se irguió en la silla—. Allie, ya sé que quieres saber qué implica eso para ti y para tu posición en la Night School, pero primero quiero hablarte del incidente de Londres y explicarte lo que va a pasar a continuación.

Aunque Allie no lo demostró, el pulso se le aceleró al instante.

—Como ya sabes —prosiguió Isabelle—, tu casa debería haber estado vigilada aquella noche; siempre había alguien de guardia cuando te encontrabas allí.

Allie asintió.

—Sin embargo, el guardia se marchó poco después de las once. Recibió un mensaje urgente de su esposa diciéndole que su hijo estaba muy enfermo. Llamó a Raj para avisarlo; habló con él, y este en persona lo autorizó a marcharse.

Cuando Isabelle hizo una pausa, Allie notó que se le ponía la piel de gallina. Antes de que la directora siguiera hablando, ya sabía lo que iba a decir.

—Sin embargo, Raj nunca recibió aquella llamada. No habló con el guardia. Y la esposa de este no envió ningún mensaje. El niño estaba perfectamente.

—Nathaniel —dijo Allie entre dientes.

Isabelle asintió.

—La memoria del teléfono del guardia confirma la historia. La llamada que hizo al número de Raj duró varios minutos. La desviaron.

Al recordar lo sucedido aquella noche —los pasos que la seguían—, Allie sintió deseos de golpear algo.

—¿Por qué? —dejó la taza en la mesa con brusquedad. El té con leche osciló peligrosamente—. ¿Por qué está haciendo todo esto, Isabelle? No lo entiendo. ¿Qué puede ser tan importante como para esforzarse tanto?

La directora tardó unos instantes en responder.

—La obsesión de Nathaniel es una historia muy larga que se remonta a mucho tiempo atrás —repuso Isabelle—. Tardaría horas en explicártela. Sin embargo, deberías saber que no es a ti a quien quiere. En realidad… me quiere a mí.

—¿A ti? —Allie la miró fijamente—. No lo entiendo.

Isabelle se frotó las sienes con los dedos.

—Estaríamos aquí siglos si te lo contara todo pero baste decir que él y yo tenemos opiniones muy distintas acerca de cómo se debe gobernar el mundo. Sin embargo, Lucinda me escucha a mí, de modo que mi opinión tiene más peso. No siempre hace lo que le digo pero me escucha —cogió la taza de té y dio un sorbo con expresión pensativa—. Y eso es lo que Nathaniel intenta cambiar.

Con expresión concentrada, Allie intentaba encajar las piezas del rompecabezas.

—Lo siento pero sigo sin comprender. ¿Qué quiere exactamente?

—No te disculpes. La obsesión de Nathaniel es una especie de locura. Es lógico que no lo entiendas —Isabelle sonreía con tristeza—. No quiere Cimmeria. Quiere utilizar el colegio como piedra angular. Verás, lo que busca en realidad es hacerse con la gran organización de la que forman parte Cimmeria y la Night School. Lucinda dirige esa organización. Y yo soy su asesora de confianza —escudriñó a Allie como para asegurarse de que captaba la trascendencia de lo que le estaba diciendo—. Somos un grupo muy poderoso, Allie… y él quiere apoderarse de él.

—¿Y qué pinta Cimmeria en todo eso?

—Es difícil de explicar, pero Cimmeria es el alma de la institución; el corazón del grupo, por así decirlo. La junta directiva de Cimmeria no solo dirige el colegio, esas mismas personas gobiernan el conjunto de la organización. Somos el núcleo de todo —Isabelle hizo un gesto como para abarcar cuanto la rodeaba—. Si se deshace de mí, podrá eliminar a Lucinda. Y cree que, si lo consigue, la junta lo pondrá a él al mando. Es un plan absurdo pero él está convencido de que funcionará. Eso es lo que se propone, por eso se esfuerza tanto. Intenta hacerles creer que yo no soy capaz de controlar el colegio ni de proteger a mis alumnos —se le crisparon los músculos del cuello y se le quebró la voz—. Bien —dijo al cabo de un instante—. Supongo que captas la idea —tendió la mano para enderezar un montón de papeles apilados al borde del escritorio—. Tú eres un peón en esta partida de ajedrez. Y yo soy la torre que protege a la reina.

—A la reina Lucinda —musitó Allie, pensativa. Alzó la vista para mirar a la directora—. ¿Y por qué os odia tanto a ti y a Lucinda?

Isabelle adoptó una expresión gélida.

—Esa conversación —dijo al fin— tendremos que mantenerla en otro momento.

—Pero —insistió Allie, mientras su mente buscaba a toda prisa posibles soluciones— seguro que Lucinda puede detenerlo. Si le cuentas lo que ha pasado y le dices que estoy en peligro… No querrá que me pase nada malo. Te ayudará.

Se hizo un silencio incómodo.

—Lucinda sabe lo que está pasando —dijo Isabelle con cautela— y esta vez no está dispuesta a implicarse.

—¿Qué? —Allie no daba crédito—. ¿Por qué no?

La directora le lanzó una mirada de advertencia. Cuando habló, adoptó su tono más autoritario.

—Soy consciente de que quieres saberlo todo, Allie, pero créeme si te digo que todo esto es muy complicado. Hoy por hoy, debemos protegernos solos. No podemos esperar que Lucinda ni nadie acuda en nuestro rescate. De modo que he contratado a la empresa de Raj para que proteja el colegio. Conoce a Nathaniel mejor que nadie. Exceptuándome a mí.

Isabelle pronunció las últimas palabras en voz tan baja que la otra, pendiente de sus propias manos, apenas las oyó. Allie echaba chispas. Como siempre, su seguridad dependía de otras personas. Una vez más se sentía impotente. Cuando alzó la vista, vio que Isabelle la miraba como si le hubiera leído el pensamiento.

—Tú tienes un papel en todo esto, Allie —le dijo la directora en tono más amable—. En Londres, demostraste una increíble sangre fría en circunstancias extremas. Fuiste creativa y rápida. Seguiste mis instrucciones al pie de la letra en una situación en la que pocos lo habrían conseguido. Basándome en ello, y también en las excelentes calificaciones que obtuviste el trimestre pasado, he recomendado tu ingreso en la Night School, en un módulo de entrenamiento intensivo.

Allie estaba tan emocionada que se quedó sin aliento.

—Yo… Yo…

—Este trimestre, el entrenamiento se centrará en la autodefensa. Trabajarás con personas muy preparadas —Isabelle cogió la mano de Allie. La miraba con una intensidad casi aterradora—. Lo sucedido en Londres no puede volver a pasar.