Doce
Allie cogió la hoja y la fulminó con los ojos, como si la intensidad de su mirada pudiera cambiar el contenido. Por desgracia, por más que la contemplara el mensaje seguiría allí, burlándose de ella. Le dio la vuelta una y otra vez. Salvo por aquellas dos desdichadas palabras, estaba en blanco.
Ahora que conoces el nombre del sujeto que te ha sido asignado, debes informar a esa persona de que vas a entrevistarla. Procura no hacerlo de forma amenazadora. Por ejemplo, empieza por invitarla a un té. O ve a comer con ella. En ese entorno tranquilo, comunícale que te corresponde interrogarla y que te gustaría mantener la primera entrevista lo antes posible.
Durante las entrevistas, toma notas detalladas. Además de entregar un documento con tus conclusiones, deberás presentar todas tus notas para que sean revisadas. No conserves ninguna copia.
Guarda este documento en un lugar seguro. No permitas que nadie vea su contenido. Si incumples esta regla, podrías ser expulsado de la Night School e incluso, en algunos casos, del colegio…
Un suave golpeteo en la ventana la interrumpió a media frase. Encaramado a la cornisa, Carter la miraba a través del cristal.
Allie se apresuró a cerrar el dosier. Por un momento, consideró la idea de decirle que se marchara.
Fingir que se encontraba mal o que estaba cansada. Cualquier cosa.
Al ver que Allie no se movía, Carter señaló la falleba de la ventana y la miró con cara de «cuando te venga bien».
De mala gana, ella se levantó de la cama y descorrió la falleba. Abrió la ventana hacia fuera y Carter, pasando sus largas piernas con dificultad, se encaramó al escritorio. Una corriente de aire frío se coló en la habitación. En el exterior, seguía lloviendo; el flequillo oscuro le caía lacio sobre la cara. Llevaba el jersey empapado y el frío le había enrojecido las mejillas.
Estaba guapísimo pero un poco enfadado.
—¿Por qué has tardado tanto? Hace un frío que pela.
—Perdona —dijo Allie haciendo un gesto vago—. Estaba… ocupada.
Carter miró un instante el dosier de Allie, que seguía sobre la cama. Su mirada se ensombreció.
—Ya. Yo también he estado ocupado con eso.
—Es horrible —protestó Allie—. ¿Tenemos que hacerlo?
—Sí —repuso él—. Pero no es necesario que nos arruine la vida. Lo haremos y luego seguiremos con nuestras cosas. No se acaba el mundo por eso.
—Puedes pensar lo que quieras, pero lo cierto es que nos están pidiendo que invadamos la intimidad de otra persona. —Allie echaba chispas por los ojos—. Que confesemos todos nuestros secretos. Que revelemos todas las cosas raras o desagradables que jamás hemos contado a nadie. Y, básicamente, que nos acusemos los unos a los otros de espionaje o engaño. ¿Cómo vamos a hacer todo eso y seguir… —recordó que Carter aún no sabía lo que le esperaba y concluyó con desmayo—… siendo amigos?
—Pues haciéndolo —respondió Carter—. Todo el mundo tiene que pasar por el tubo, de modo que estamos todos en la misma posición —la atrajo hacia sí—. No te preocupes, Allie. No será para tanto. ¿Quién te ha tocado?
En lugar de responder, ella se puso de puntillas y lo besó. Lo besó hasta que las manos de Carter bajaron a sus caderas para aproximarla hacia sí. Lo besó hasta que el aliento del chico se transformó en un jadeo. El pelo de Carter estaba húmedo al tacto, sus labios fríos, pero a ella le dio igual. El aliento cálido del chico le llenaba la boca y lo tenía tan cerca como podía desear.
Entonces, sin previo aviso, Carter se detuvo y la miró a los ojos como si acabara de atar cabos.
—Oh, Allie, mierda. Me vas a investigar a mí, ¿verdad?
Ella asintió.
Carter maldijo entre dientes.
—Serán cerdos.
—De modo que debéis estar atentos a las señales físicas… sudor, por ejemplo —explicó Eloise.
—Qué horror.
Mirándose los zapatos, Allie se hundió aún más en la silla. Se retorció el borde de la camisa entre los dedos. Luego lo soltó. Volvió a retorcerlo.
—Y también movimientos nerviosos —la bibliotecaria la miró con suspicacia—. Pero esas señales son muy obvias y, francamente, no creo que Carter sea tan torpe.
Allie se crispó.
—¿Y eso qué significa?
Se acercaba el mediodía, y Eloise la había sacado de clase de Matemáticas para darle la primera lección de técnicas de interrogatorio y detección de mentiras. Al parecer, aquella era la especialidad de la bibliotecaria e Isabelle había insistido en que le dedicara a Allie algunas sesiones extraordinarias.
En circunstancias normales, Allie habría dado saltos de alegría ante la idea de saltarse las mates, pero seguía demasiado enfadada por tener que entrevistar a Carter como para alegrarse.
—Significa —prosiguió Eloise en tono paciente—, que lleva mucho tiempo en la Night School. Seguramente domina muchas tácticas de engaño.
Allie se quedó tan helada al oír aquel comentario como si las palabras de Eloise estuvieran talladas en hielo.
Carter es la persona menos falsa que conozco. Él nunca…
—Muy bien. Vamos a intentar algo distinto.
Echándose hacia la pared profusamente decorada, la bibliotecaria se puso el cuaderno en el regazo y empezó a pasar páginas. Se encontraban en una de las cámaras de estudio de la biblioteca. Las paredes de todas aquellas salitas —cada una del tamaño de un pequeño despacho, apenas lo bastante espaciosas para albergar un escritorio y dos sillas— exhibían murales del siglo XVII. Aquella en concreto era la que Allie había bautizado con el nombre de «Paz» porque las personas que aparecían en las pinturas estaban sonriendo y los querubines que revoloteaban por la zona del techo eran rollizos y alegres. La gente no se mataba como en las otras cámaras.
—Dime —siguió hablando Eloise—, ¿en qué signos te vas a fijar cuando entrevistes a Carter?
Allie se imaginó a Carter mirándola con expresión preocupada, los ojos entrecerrados como cuando estaba disgustado…
—En el sudor —suspiró—. Y en si se toca… —agitó la mano ante la cara— pues eso, la nariz o la boca.
—Bien. ¿Y sabes por qué la gente se tapa la boca cuando miente?
Allie lo sabía pero, apretando los labios con cabezonería, negó con la cabeza.
Eloise llevaba unas gafas alargadas, muy elegantes, que apenas le cubrían los ojos. La luz se reflejaba en sus lentes cuando habló.
—Algunos creen que se debe a un intento inconsciente por ocultar la mentira —pasó una página del cuaderno—. También deberías fijarte en su forma de mover los ojos.
—¿En serio? —Allie frunció el ceño—. ¿Si aparta la vista y eso?
—En realidad, justo lo contrario —explicó Eloise—. Debes observar si establece demasiado contacto visual. Cuando las personas mienten, a menudo se esfuerzan en mirarte a los ojos, sin darse cuenta de que normalmente no se comportan así —señaló a Allie—. Por ejemplo, justo ahora, cuando he dicho que deberías fijarte en los movimientos de sus ojos, has mirado al techo antes de hablar. ¿Por qué lo has hecho?
—¿Lo he hecho? —Allie se revolvió en el asiento—. Yo no… ¿En serio?
Eloise asintió.
—Lo hacemos cuando buscamos la respuesta a una pregunta. Como si acudiéramos al cerebro en busca de la información que necesitamos —se echó hacia delante—. Si Carter no hace ese gesto cuando, supuestamente, está pensando, significará que ha preparado la respuesta de antemano.
Allie se miró las manos, que retorcía nerviosa sobre el regazo.
—Genial —se lamentó.
—Mira —Eloise le tendió una hoja de papel con tres frases escritas—. Cuando entrevistes a Carter, tendrás que incluir estas preguntas. Deberán aparecer en tu informe final con las respuestas de Carter.
Allie cogió el papel y leyó la primera pregunta: «¿Alguna vez has hablado de mí con Nathaniel o con alguno de sus colaboradores?» Se le revolvió el estómago.
Cuando habló, lo hizo en un tono brusco y tenso.
—Eloise, tú sabes tan bien como yo que, sea quien sea el espía, no es Carter. Esto es una pérdida de tiempo. ¿Por qué no nos concentramos en encontrar al verdadero traidor? ¿Y si es Zelazny o Jerry? ¿Y si eres tú? ¿Quién te entrevista a ti?
La voz de Allie sonó estridente en la tranquila habitación, y Eloise no respondió de inmediato. En cambio, se acercó más a la muchacha. Se quitó las gafas, las dejó en el escritorio y se inclinó hacia delante. Llevaba la melena recogida con una pinza. No por primera vez, Allie reparó en su juventud. Echada hacia ella, con su piel tersa y sus limpios ojos castaños, habría podido pasar por otra alumna.
—Mira, Allie —dijo, ahora en un tono más amable—. Ya sé que lo estás pasando muy mal con todo esto. Y todos éramos conscientes de que sería así. Por eso te pedimos que lo hicieras.
Allie notó que la rabia le aceleraba el pulso.
—¿Qué? ¿Todos estabais de acuerdo en arruinarme la vida?
—No —repuso Eloise—. Todos queremos que aprendas a protegerte… incluso de las personas que consideras tus amigos. No te olvides de Gabe. También era tu amigo. Confiaste en él, todos lo hicimos, pero nos engañó. Os hemos pedido a todos que entrevistéis a la persona que mejor conocéis.
—¿Pero por qué a Carter? —protestó Allie en tono angustiado—. No es mi amigo. Es mi novio. Eso es distinto.
Eloise tendió sus brazos y le apretó las manos para que las relajara.
—Porque la persona en la que más confías es la que más te puede lastimar.
Allie apartó las manos. Aquel comentario le parecía espantoso. Sin embargo, cuando abrió la boca para replicar, Eloise la interrumpió con un gesto.
—Mira, antes de que digas nada, ya lo sé. Ya sé que Carter es una buena persona. Lo conocemos muy bien y nos parece altamente improbable que nos esté ocultando algo. Por otra parte, es posible que algún día llegues a confiar en otra persona tanto como en él. Y tienes que aprender a juzgar a las personas que te importan con objetividad. Tienes que ser capaz de discernir qué esperas de alguien y quién es esa persona en realidad. Por mucho que la ames.
A la mención de la palabra «amor», Allie hizo un gesto de dolor.
—Qué tontería —golpeó con el pie la pata de la silla—. Nadie es capaz de hacer eso. Nadie puede interrogar a su novio y luego… bueno, montárselo con él después de clase. Nadie.
—La gente lo hace —fue la respuesta de Eloise—. Constantemente.
Aquella noche, después de cenar, Allie se sentó a solas en su cuarto, fingiendo leer los deberes de Literatura, pero las palabras parecían flotar en la página sin orden ni concierto, tan indescifrables como un código secreto cuya clave desconoces. Sus pensamientos estaban en otra parte. Las semillas de duda que Eloise había sembrado aquella mañana comenzaban a germinar en su mente.
¿Cómo me sentiría si tuviera la sensación de que Carter me está mintiendo?, se preguntó mientras pasaba una página. Y luego, para su horror: Él no sería capaz, ¿verdad?
Sigue avanzando y no morirás.
Allie corría por el bosque nevado repitiendo aquellas palabras mentalmente… una y otra vez.
Sigue avanzando.
Una luna azul bañaba la arboleda y se reflejaba en su pijama blanco.
No morirás.
Novecientos setenta y un pasos. Novecientos setenta y dos.
Tenía tanto frío que no sabía ni cómo lograba moverse. Avanzaba con los puños cerrados que, ateridos, cortaban el aire a ambos costados de su cuerpo. No oía nada salvo su propio resuello y el crujido de las zapatillas de estar por casa contra la nieve.
Mientras resbalaba por el camino del bosque, distinguía, al fuerte resplandor de la luna, los pinos y los helechos escarchados. El aliento se le transformaba en vapor cristalino al salir de la boca.
No sabía adónde ir. Y tenía tanto frío… Un sollozo pugnaba por salir de su garganta, pero lo contuvo.
Ahora no.
En aquel momento oyó un ruido; algo se movía por entre la vegetación helada, muy cerca. Un arbusto perdió su manto de nieve.
Se detuvo en seco y se acuclilló, lista para defenderse.
Mientras contenía el aliento y aguardaba el ataque, el sotobosque se abrió. Un zorro surgió de entre las plantas y se quedó mirándola.
El espeso pelaje brilló como carmín encendido entre la blanca nieve.
Contemplándola con sus audaces ojos de predador, olfateó el aire.
Las lágrimas inundaron los ojos de Allie. Se las enjugó con la mano.
—Qué hermoso eres —susurró tendiendo una mano morada de frío para acariciarlo.
El zorro levantó los belfos y le enseñó los dientes. Antes de que pudiera retirar la mano, el animal se agachó, listo para atacarla.
Acto seguido, con un gruñido, le saltó a la garganta.
Sin aliento, Allie se incorporó de un salto. Para cuando se hubo despertado del todo, estaba temblando, descalza en el suelo, agarrada a una esquina de la colcha. Con ojos desorbitados, golpeó la lamparilla del escritorio hasta que se encendió la luz. Entonces inspeccionó hasta el último rincón de la habitación.
Cuando se convenció de que estaba sola, cerró la ventana abierta y pasó la falleba. Luego volvió a meterse en la cama y se tapó hasta la barbilla como si la colcha fuera un escudo.
—Gracias, querido inconsciente —musitó—, por asegurarte de que no pueda volver a dormirme.
Se quedó despierta mucho rato. Cuando al fin se durmió, la luz seguía encendida.