Catorce
—1925 fue un año particularmente fértil para la literatura —apoyada en un pupitre vacío, Isabelle impartía su clase—. Aquel año se publicó El gran Gatsby, entre otras obras. Fitzgerald lo consideraba su mejor libro. Lo describió como «una recreación dilatada en el tiempo de un mundo sincero pero radiante». Sin embargo, yo lo considero una fábula de tipo moral. La historia de un buen hombre que se deja seducir por personas corruptas —se irguió y empezó a pasearse por el corro de pupitres—. Quiero que me digáis si el protagonista sigue siendo un buen hombre al final del libro. Y si de verdad era bueno al principio.
Allie, que a duras penas seguía la clase aquel día, rodeó con un círculo el título en su cuaderno y dibujó una estrella al lado. Mientras Isabelle seguía hablando, sus pensamientos volaron a lo sucedido el día anterior. Y a lo furioso que se había puesto Carter cuando se había enterado.
Cuando Carter volvió cargado con dos tazas de té caliente, tan despreocupado y jovial como siempre, Sylvain ya se había marchado.
Allie esperó a que se sentara para contárselo. En lo que respectaba a Carter, las reglas le importaban un comino. Estaba celosísimo de Sylvain. Si no se lo decía y acababa por enterarse, jamás la perdonaría.
Mientras le relataba lo que Sylvain le había dicho, Carter no gritó ni se enfadó. Fue aún peor. Se fue quedando pálido y callado, el tendón de su cuello cada vez más marcado.
Tras un largo silencio, dijo en tono grave:
—Hablaré con Zelazny.
—Lo malo es que… Sylvain dice… —Carter se crispó, pero Allie prosiguió—: Dice que ya les ha pedido a Jerry y a Zelazny que le asignen a otra persona. Se han negado. Por eso tardó tanto en…
—Genial —interrumpiéndola a mitad de frase, Carter hundió las manos en los bolsillos y bajó la vista. Su mirada era tan gélida que a Allie le extrañó no ver el suelo congelado.
—No es para tanto —lo animó—. Solo es una entrevista… una tarde. Después se habrá acabado.
Carter no se ablandó.
—Salta a la vista —dijo entre dientes— que están jugando con nosotros.
Isabelle golpeteaba con los dedos el pupitre de Allie. La joven dio un respingo. Sin interrumpir el tamborileo, le lanzó una mirada de advertencia antes de seguir andando. Allie se irguió en el asiento e intentó prestar atención. Sin embargo, un peso le oprimía el pecho, como si la ansiedad le impidiera respirar con normalidad.
Después de clase, Carter y ella iban a celebrar la entrevista.
Allie deseó que la clase durara para siempre. Por desgracia, ya había terminado.
Isabelle alzó la voz para hacerse oír por encima del ruido que hacían los alumnos al guardar sus cosas.
—Por favor, recoged los ejemplares en la biblioteca; Eloise ya los tiene. Y me gustaría que leyerais los tres primeros capítulos para mañana. Los comentaremos en clase. Podéis iros.
—Allie, voy a clase de kick-boxing. ¿Te vienes? —Zoe la miró esperanzada mientras cruzaban la puerta.
Dios mío, sí.
En aquel preciso instante, lo único que le apetecía hacer era patear algo.
—Ojalá pudiera, pero ya he quedado —Allie lo dijo en un tono tan compungido que Zoe la miró con expresión rara antes de dar media vuelta para marcharse.
—No pasa nada. Luego nos vemos.
Carter la esperaba al otro lado de la puerta, apoyado contra la pared, algo apartado del gentío que pululaba por el pasillo.
—Eh —dijo Allie, con el corazón en un puño.
—Eh, tú.
Los ojos oscuros de Carter le sostuvieron la mirada un instante, lo suficiente para que ella advirtiera la inquietud que reflejaban.
—Bueno… ¿Quedamos allí? —preguntó él mientras se unían a la marea de alumnos que cruzaba el portalón de madera para dirigirse al edificio principal.
—Me parece bien —repuso ella con una sonrisa insegura.
Atrayendo a Allie hacia sí, Carter la besó antes de encaminarse a las escaleras que conducían a los dormitorios de los chicos para dejar sus cosas.
Por la mañana, el dolor de cabeza de Allie había desaparecido casi por completo, aunque el cardenal de la sien le seguía causando molestias.
En su dormitorio, Allie se cambió la falda por unos pantalones. Después de mirarse al espejo para arreglarse el pelo, cogió la cazadora y se dispuso a salir, pero algo la detuvo. Echada sobre el respaldo de la silla había una bufanda de lana color azul oscuro. Allie tendió la mano para tocarla, indecisa; era de punto, suave como un abrazo.
¿De dónde ha salido?
Pasando los dedos por la bufanda, Allie concluyó que la enfermera debía de haberle contado a Isabelle lo sucedido la noche anterior. Era bastante frecuente que los alumnos encontraran en su cuarto las cosas que necesitaban. Igual que las zapatillas de estar por casa que habían aparecido la noche de su llegada a Cimmeria. Y las toallas y sábanas limpias que encontraba cada pocos días.
Tras vacilar un instante, se envolvió el cuello con la bufanda nueva y se miró en el espejo que había junto a la puerta. Estaba pálida —de los nervios, seguramente— y su piel parecía de porcelana en contraste con la lana oscura. El cabello, castaño y ondulado, le había crecido; no se lo había cortado desde la primavera y ahora le llegaba por debajo de los hombros. Se aplicó brillo de labios color frambuesa, se echó la cartera al hombro y salió.
Por más que temiese el momento, prefería hacerlo cuanto antes en lugar de aplazarlo; quería quitárselo de encima de una vez.
Por su parte, aún no había decidido qué le iba a revelar a Sylvain.
¿Debería hablarle de Lucinda? ¿Decirle quién soy en realidad? ¿Tengo elección? Si mentía, podían expulsarla. Pero si le decía la verdad a Sylvain, tendría que confiarle toda la historia de su vida. Incluidos secretos que solo Carter conocía. Y también algunos que jamás había confiado a nadie.
En la planta baja, avanzó por el vestíbulo entre la multitud de alumnos que se dirigían apresurados a la biblioteca o a la sala común para los quehaceres de la tarde. En la zona de la entrada, donde los suelos de madera cedían paso a la piedra y grandes tapices decoraban los antiguos muros, el tráfico de estudiantes se aligeró.
Tirando del pomo de hierro, Allie abrió la pesada puerta principal. La recibió un soplo de aire frío, impregnado de la lluvia que había caído aquella mañana. Echó a andar por las losas húmedas mientras la puerta se cerraba a su espalda con un golpe pesado.
Cruzó el césped del parque chapoteando en el barro. A lo lejos, oía los gritos de un grupo de alumnos que jugaba al fútbol. Dos chicos que habían salido a correr la saludaron congestionados; los reconoció de la Night School. Aquello no se parecía en nada al tranquilo trimestre estival; ahora los jardines bullían de actividad hasta el toque de queda. Sin embargo, incluso en aquel horario de intensa actividad, el mundo se aquietó cuando se internó en el bosque. Caminando a solas por el sendero que tantas veces había recorrido (seco en su mayor parte gracias a las copas de los árboles), reparó en que los helechos del camino se estaban secando a causa del frío otoñal. La brisa agitaba apenas las ramas y los árboles se erguían silenciosos a su alrededor. Pasaban pocos minutos de las tres, pero el día ya empezaba a declinar; Allie apuró el paso y acabó corriendo por el sendero que conducía a la capilla. La Night School le exigía correr tan a menudo que apenas lo hacía ya por gusto. Incluso en aquel momento sus pasos le parecieron mecánicos, insatisfactorios.
Cuando llegó al viejo muro de piedra calcárea, lo siguió hasta la puerta arqueada que cedía el paso a un antiguo camposanto. A la mortecina luz de la tarde, las viejas tumbas parecían desamparadas entre la hierba seca y rala. Bajo los árboles desnudos, el cementerio había perdido el encanto que poseía en los soleados meses de verano; en aquel momento, se le antojó tétrico.
Se dirigió instintivamente hacia el anciano tejo bajo el cual Carter y ella solían reunirse en verano, pero no había nadie allí; tenía la corteza resbaladiza y oscura por la lluvia.
Enfiló hacia la capilla, cuyo viejo portalón era tan pesado que tuvo que tirar de él con ambas manos. Se abrió hacia fuera con un crujido siniestro.
En el interior, aún hacía más frío; olía a incienso y a madera bruñida. Las ventanas emplomadas teñían la luz del día de un tono lavanda. Como siempre, los intrincados frescos medievales atrajeron su atención. Representaban escenas de pecadores que sufrían en el infierno azuzados por demonios armados con tridentes, por dragones que salían disparados hacia arriba. Sobre la puerta, la vieja inscripción de siempre advertía Exitus acata probat, «El fin justifica los medios».
De pie en el altar, Carter encendía las velas de un candelabro de hierro más alto que él.
—Eh —dijo sin darse la vuelta.
—Eh, tú —respondió Allie, que cerró la puerta tras de sí presa de un estremecimiento. Con sus suelos y sus muros de piedra, hacía más frío en la capilla que en el exterior—. Pensaba que teníamos prohibido jugar con fuego.
—No hay corriente —la cerilla ardió hasta los dedos de Carter y él maldijo mientras la agitaba para apagarla. Se chupó los dedos para refrescarlos antes de encender otra—. Y pronto oscurecerá. Estoy intentando que tengamos algo de luz.
—Bien.
Allie se sentó en el primer banco.
Mirándola por encima del hombro, Carter esbozó su característica media sonrisa, tan sexy que le ponía la piel de gallina.
—Ya casi he terminado —se disculpó él.
—Cuando acabes, podríamos coger unos cuantos bancos y prenderles fuego —Allie se frotó los brazos—. Hace un frío que pela.
—Sí —repuso Carter—. Si no hay luz, no hay calefacción.
—Qué cutre —dijo ella.
Sin embargo, las velas encendidas (unas veinticinco en total) crearon una falsa sensación de calor. Carter se sentó junto a Allie y la atrajo hacia sí para besarla. Cuando ella respondió, notó que al chico se le aceleraba el corazón mientras le hundía los dedos en la espalda.
Podríamos pasar de todo, pensó Allie, y besarnos sin más.
En cambio se separó de Carter con un suspiro compungido.
—Será mejor que lo dejemos —dijo señalando un crucifijo—. Cristo nos está mirando.
Carter soltó una risilla, todavía congestionado, pero enseguida, al recordar la tarea que tenían entre manos, recuperó la seriedad.
—Bien —Allie sacó un cuaderno de la cartera y lo abrió por la página en la que había anotado las preguntas—. Acabemos cuanto antes. Luego podremos volver al mundo real.
Carter se alejó de ella para acomodarse de espaldas al reposabrazos del banco. Luego enarcó las cejas con expresión expectante.
—Dispara —dijo.
—Nombre completo —empezó Allie volviendo a suspirar—. Fecha de nacimiento. Nombre de tus padres. Nombre de tus abuelos.
—Carter Jonathan West —respondió él con una actitud desenfadada que ella captó de inmediato—. Veinticuatro de septiembre…
Allie ahogó un grito.
—Espera un momento —lo interrumpió alzando la vista hacia él—. ¿Tu cumpleaños fue el mes pasado? No me dijiste nada.
Carter se encogió de hombros como si el dato no tuviera importancia.
—Odio los cumpleaños. Nunca los celebro.
—¿Cómo es posible que no celebres tu cumpleaños, Carter? Es horrible —Allie se sentía herida hasta extremos indescriptibles. Se lo había ocultado. Había sido el cumpleaños de Carter y él no le había dicho nada. Tenía diecisiete años—. No me dijiste nada. No te hice un regalo ni un pastel…
Carter intentó tranquilizarla, como si ella estuviera exagerando.
—Lo siento. Es que… no lo celebro. Llevo sin celebrarlo, bueno, desde que mis padres…
Allie negó con la cabeza, apretando los labios, y bajó la vista hacia su lista de preguntas.
Empezaban mal.
—¿Nombre de tus padres? —preguntó sin mirarlo.
—Madre, Sharon Georgina West. Padre…
A Carter se le quebró la voz. Cuando Allie levantó la vista, advirtió que él miraba al infinito.
Carter carraspeó.
—Padre, Arthur Jonathan West.
Allie no podía enfadarse con él.
—Tu segundo nombre es el mismo que el suyo —comentó—. Es bonito. Como si aún compartierais algo.
Carter asintió.
Al cabo de un momento, Allie prosiguió.
—¿Nombres de tus abuelos?
Completaron la lista de nombres y fechas, ciudades donde había nacido cada cual y oficios desempeñados hacía tanto tiempo que a Allie apenas se le antojaban reales.
—¿Nadie de tu familia asistió a este colegio? ¿Hasta que llegaste tú, quiero decir? —le preguntó al final de la primera serie.
Carter negó con la cabeza.
Había llegado el momento de formular la pregunta que Allie más temía. Eloise y ella habían discutido sobre si realmente debía plantearla, y la bibliotecaria había insistido.
—Si lo entrevistas, se lo tienes que preguntar —había dicho Eloise—. Y debes olvidar la relación que os une, por mal que te sepa. Escribe la respuesta y pasa a la siguiente pregunta.
—Pero es que él nunca me ha contado qué pasó —protestó Allie entonces, cada vez más agitada—. Ni siquiera habla de ello. Me parece una crueldad obligarlo a contármelo.
Eloise, por desgracia, se había mostrado inflexible. Ahora, Allie debía pronunciar las palabras.
—Ya sé… —empezó a decir, pero le falló la voz. Inspiró para tranquilizarse y volvió a intentarlo—. Necesito que me cuentes qué les pasó a tus padres y cómo llegaste aquí.
Carter levantó sus ojos negros con expresión de advertencia.
—Ya lo sé —se apresuró a decir Allie—. Y odio preguntarte esto. Pero si no lo hago, nos obligarán a repetir la entrevista hasta que me contestes. Lo siento mucho, Carter. ¿Por qué no me lo cuentas por encima? No te pediré detalles.
Carter permaneció inmóvil tanto rato que Allie se preguntó si acabaría por levantarse y marcharse. Las emociones que se debatían en su interior asomaban a su rostro.
Por fin, como si se rindiera a lo inevitable, Carter se pasó los dedos por el pelo. Cuando habló, lo hizo con voz grave, mirando a un rincón oscuro de la capilla.
—Mi padre trabajaba en una fábrica de coches, pero perdió el trabajo antes de que yo naciera. La fábrica cerró. No pudo conseguir otro empleo. No había… no había muchas fábricas por la zona. Vio un anuncio, creo, en el periódico. Isabelle me lo contó una vez pero no me acuerdo bien… Mis padres vivían cerca de aquí, creo. Antes.
A Allie le costaba un poco seguir aquel relato tan confuso pero no dijo nada. Siguió sentada, sin moverse, casi sin respirar. No tomó notas; sabía que se acordaría de todo.
—El caso es que —prosiguió Carter— en algún momento el colegio lo contrató como empleado de mantenimiento, para que se hiciera cargo de la caldera y del sistema eléctrico; de todo lo que se pudiera reparar con un destornillador o una llave inglesa. Este lugar debió de parecerle un regalo de los dioses, ¿sabes? —la miró un instante y luego devolvió la vista al infinito—. Mi madre trabajaba en la cocina, cocinando y limpiando. Les proporcionaron un alojamiento en el parque, sin alquiler; podían ahorrar. Supongo que, aunque el trabajo no fuera, digamos, apasionante, les pareció la solución perfecta.
»Cuando mi madre se quedó embarazada se emocionaron mucho. No tenían hijos y creo que pensaban que había algún problema de fertilidad. Me imagino que estarían contentísimos. Cuando yo nací, mi madre se tomó unos días libres pero luego volvió al trabajo —se interrumpió para pensar—. Es difícil de explicar pero, como vivían dentro del recinto, me criaban entre todos. Nadie más tenía hijos pequeños. Los profesores y los demás empleados se turnaban para cuidarme. Yo era algo así como la novedad.
Sin levantar las manos del regazo, Allie lo miró.
—¿Y vivías en aquella casita? —preguntó—. ¿La que vimos aquella noche en el bosque… la de las rosas en el jardín?
Carter pareció sorprendido, como si hubiera olvidado que una noche se habían topado con la casita del jardín exuberante. Asintió.
—Bob Elliston vive allí ahora.
—Me pareció un sitio precioso donde crecer —comentó ella.
Él se encogió de hombros, como si el comentario le trajera sin cuidado, pero Allie leyó lo contrario en sus ojos.
—¿Crees que tus padres fueron felices allí? —siguió preguntando.
Carter esbozó una sonrisa nostálgica.
—Creo que sí. Recuerdo que éramos felices. A mi padre se le daba muy bien su trabajo; podía arreglar cualquier cosa, ¿sabes? Era un genio con los aparatos. Todo el mundo confiaba en él, e Isabelle dice que mi padre se enorgullecía de ello. De saberse necesitado. Y mi madre…
Carter se frotó los ojos.
Allie se sentía fatal. Quería cogerle la mano, abrazarlo… hacer algo que no fuera quedarse allí sentada. Sin embargo, él parecía tenso y distante. Allie sabía que Carter no deseaba consuelo en aquel momento. De modo que no se movió.
Cuando él tomó la palabra otra vez, lo hizo en tono firme.
—Mi madre, por lo que cuentan, era algo así como la madre de todos. Les preparaba bocadillos a los alumnos si tenían hambre después de clase. Hacía galletas para las reuniones de los profesores. Se preocupaba por todo el mundo —de nuevo, Carter guardó un largo silencio—. Sí —dijo por fin—, creo que eran felices.
Las lágrimas inundaban los ojos de Allie. Le picaba la nariz y se la frotó con fuerza.
No quiero hacer esto.
—Carter —dijo con voz queda—, ¿qué pasó?
El silencio que cayó entre ambos se le antojó un muro palpable. Allie se sentía capaz de tocar la fría superficie. Carter apretaba los dientes, se retorcía las manos en el regazo.
—En fin —continuó él como si no hubiera oído a Allie—, un día mi padre tuvo que ir a recoger unas piezas a Portsmouth —hablaba en un tono sorprendentemente sereno—. Lo hacía a menudo. Aquella vez, sin embargo, mi madre quiso acompañarlo. Era verano y hacía un día precioso. Pensó que podríamos pasar el día en la playa. Preparó un picnic, me sentaron en el asiento trasero del coche y nos pusimos en camino. Pero…
Cuando Carter volvió a interrumpirse, Allie contuvo el aliento.
—Un camión perdió el control en la autopista —dijo él con los ojos fijos en algún punto invisible, muy lejano—. Dijeron que el conductor se había dormido. Cruzó la mediana y chocó con nosotros —dobló los dedos hasta cerrar los puños—. Todo el mundo dijo que no debieron de sentir nada. Sucedió muy deprisa.
Una lágrima surcó la mejilla de Allie.
—¿Y tú? —preguntó mientras se la enjugaba—. ¿Te hiciste daño?
—Contusiones y algún que otro arañazo —Carter parecía casi enfadado—. Nada grave.
—Es increíble —Allie se permitió experimentar un instante de alegría ante la idea de que Carter hubiera sobrevivido—. ¿Y qué pasó entonces? O sea… eras un niño pequeño.
—Bob Elliston y mis padres eran muy amigos. Le habían pedido que fuera mi padrino. Bob fue a buscarme al hospital. Ni mi madre ni mi padre tenían familiares cercanos así que todo se arregló muy deprisa. Yo no me acuerdo —Carter se encogió de hombros—. Supongo que nadie más me reclamó. Él se trasladó a la casita conmigo hasta que fui lo bastante mayor para alojarme en los dormitorios de los chicos.
La miró a los ojos.
—Y aquí estoy.
Luchando contra el impulso de abrazarlo con fuerza para arrancarle el dolor, Allie carraspeó.
—Todo eso es… tremendo, Carter —dijo—. No me puedo creer que no me lo hayas contado antes.
Él enarcó una ceja con ironía.
—Ya, bueno, no voy contándolo por ahí —tendió la mano—. Hola, soy Carter. Mis padres murieron en un terrible accidente cuando era pequeño pero lo he superado increíblemente bien dadas las…
—Basta ya, Carter —lo interrumpió Allie con brusquedad—. Eso no es justo. Y no es verdad. Soy tu novia, no… cualquiera. Y puedes sincerarte conmigo.
—Ya lo sé —Carter parecía arrepentido—. Perdona, Al. Es que no sé cómo… ya sabes… contar estas cosas. Es muy duro. Me siento mejor cuando me lo guardo para mí. Así que no hablo de ello.
Sin pararse a pensar, Allie se inclinó hacia él para abrazarlo.
—Gracias por contármelo —le susurró—. Sé que es duro. Y lo siento muchísimo.
Los brazos de Carter eran barras de hierro contra sus costillas. Detrás de la espalda, Allie notó sus puños cerrados.
Se quedaron abrazados durante unos instantes.
Cuando se separaron, Carter se frotó los ojos antes de incorporarse.
—Bien —tenía la voz ronca, pero se las arregló para esbozar una media sonrisa—. De momento, esto es genial.
—Faltan muy pocas preguntas —lo animó ella mientras pasaba páginas del cuaderno—. ¿Simpatizas o has simpatizado alguna vez con Nathaniel? ¿Quieres destruir el colegio? ¿Estás conspirando contra Isabelle?
—No. No. No —dijo Carter estirando las piernas al mismo tiempo—. ¿Algo más?
—Creo que no —Allie miró su lista y tomó algunas notas. En aquel momento reparó en una pregunta que había olvidado formular—. Ah, una más. ¿Alguna vez le has contado a Nathaniel algo sobre mí?
Súbitamente inmóvil, Carter ladeó la cabeza.
—Qué pregunta más rara.
—Ya. Eloise me pidió que te la hiciera. No sé por qué.
Como estaba ocupada tomando notas, Alllie no reparó en el gesto de prevención de Carter, pero cuando él contestó, algo en su tono de voz le llamó la atención.
—No, que yo sepa —fue la respuesta.
Allie alzó la vista para mirarlo, con el boli suspendido en el aire.
—¿Qué?
—He dicho: «No, que yo sepa» —repitió él—. No he hablado de ti a nadie del grupo de Nathaniel, que yo sepa.
Ella escudriñó el rostro del chico, confundida.
—No te entiendo. ¿Qué significa «que yo sepa»? ¿Cómo es posible que les hayas hablado de mí sin darte cuenta?
—Bueno, hablé con Gabe, ¿no? —Carter se revolvió en el asiento, incómodo—. Y ahora él es uno de ellos.
El pulso de Allie se aceleró. Hizo esfuerzos por adoptar un tono tranquilo.
—¿Qué le contaste de mí a Gabe?
Carter se encogió de hombros.
—Ya sabes… Cosas.
—Cosas —una pequeña semilla de sospecha brotó en el corazón de Allie—. ¿Qué clase de cosas?
El chico volvió a hacer un gesto de indiferencia.
—Pues ya sabes… cosas de chicos. Venga, Allie. Era mi amigo. Hablábamos de cosas.
Irguiéndose en el asiento, Allie le clavó una mirada de incredulidad.
—No, Carter, no lo sé. ¿Qué le contaste a Gabe de mí?
—No sé —con expresión enfurruñada, él se cruzó de brazos—. Me hacía muchas preguntas sobre ti. En aquel entonces, no les di importancia. Le contestaba y ya está.
—¿Y no me lo habías mencionado? —Allie levantó la voz. Luego se interrumpió para coger aire antes de continuar—. ¿Se lo dijiste a Isabelle?
—No —bajo presión, Carter estaba cada vez más a la defensiva—. Ni siquiera había pensado en ello hasta ahora. Allie, ¿te importaría no tratarme como a un sospechoso de asesinato?
—Vale —repuso ella en tono tranquilo—. Perdona. ¿Recuerdas algo de lo que te preguntó?
Carter suspiró con fuerza, se levantó y cruzó el recinto hasta un antiguo fresco que exhibía un tejo alto hasta el techo. Sus intrincadas raíces formaban la frase: «Árbol de la vida». Era una de las pinturas favoritas de Allie de todas las que había en aquella capilla de novecientos años de antigüedad, pero en aquel momento apenas si la miró.
—Me preguntó —repuso él tras un largo silencio— por tu familia. En qué parte de Londres vivías. Quiénes eran tus amigos. Esas cosas.
Carter se volvió a mirarla.
—¿Y qué le dijiste? —quiso saber Allie.
—Lo que sabía —reconoció él—, que no era gran cosa. En el sur de Londres. Que habías ido a un colegio cutre y que lo detestabas. Que tenías un amigo llamado Mark y otro llamado Harry. Que te llevabas mal con tus padres.
Allie hacía grandes esfuerzos por no sentirse traicionada. Pero por lo que parecía Carter le había contado a Gabe todo lo que sabía acerca de su vida previa a Cimmeria.
No sé cómo gestionar esto.
Recordó lo que le había dicho Eloise respecto a comportarse como si estuviera haciendo una entrevista.
—Piensa como una periodista —le había aconsejado durante su sesión particular en la cámara de la biblioteca—. ¿Qué preguntaría un periodista si estuviera en tu lugar? Pon distancia emocional y descubrirás que es muy fácil diferenciar las cosas importantes de las que no lo son.
De modo que Allie trató de discurrir las preguntas que formularía si no fuera la novia de Carter.
—¿Alguna de las preguntas que te hizo te sorprendió especialmente? ¿Algo te extrañó?
Carter se dirigió al altar, de espaldas a Allie. Tenía las manos hundidas en los bolsillos. Cuando habló, lo hizo en voz tan queda que ella no estuvo segura de haberle oído.
—Preguntó por tu hermano.
—¿Qué? —Allie notó una descarga en la punta de los dedos—. ¿Has dicho que te preguntó por Christopher?
Sin volver la cabeza, Carter asintió.
—Y lo que me extrañó fue… —se giró a mirarla, y ella vio preocupación en sus ojos—… ¿cómo sabía que tenías un hermano, para empezar? Tú nunca hablabas de él. Y aunque supiese de su existencia, ¿a él qué le importaba? Me hizo muchas preguntas sobre él.
De repente, Allie sintió frío. Tragó saliva con fuerza.
—A lo mejor se lo dijo Jo —sugirió esperanzada, ciñéndose la bufanda al cuello—. Le hablé de Christopher, y era la novia de Gabe en aquel entonces. ¿Qué te preguntó, concretamente?
Carter caminó hacia ella. Sus pisadas resonaron en la capilla vacía. El sol debía de haberse ocultado ya porque el resol de las vidrieras había desaparecido. De repente, la estancia parecía tétrica; las sombras de las llamas bailoteaban nerviosas en las paredes blancas.
—Si estabais muy unidos. Si hablabas de volver a verlo —se quedó plantado ante ella, con la preocupación grabada en sus ojos oscuros—. Una vez me preguntó si alguna vez habías mencionado la posibilidad de buscarlo. Y adónde irías si decidieras hacerlo.
Allie se rodeó el cuerpo con los brazos.
—Es espeluznante —declaró con voz grave—. No me gusta nada.
—No —dijo él, y la luz de las llamas se reflejó en sus ojos—. A mí tampoco.