Ocho

—¡No! —Allie se volvió a mirar a la jovencita, horrorizada—. No puedes ser tú.

—Genial —Zoe puso los ojos en blanco—. La confianza entre los compañeros es superimportante. Me alegro de que hayamos empezado con buen pie.

—Aquí estás.

Carter y Lucas se acercaron juntos. Allie los miró con desesperación.

—No me lo puedo creer —Allie se volvió hacia Carter como pidiendo auxilio—. No me pueden poner con ella. O sea… no.

El chico hizo un gesto de impotencia.

Con una mano en la cadera, Zoe lo observaba todo tan tranquila.

—Me parece que no le caigo bien.

Ignorándola, Allie volvió a mirar a Carter.

—¿Te lo puedes creer? Tenemos que investigarnos los unos a los otros. Eso es…

—Basta de parloteo, jovencitos —la estridente voz de Zelazny la interrumpió—. Ya tenéis las parejas asignadas. El entrenamiento empieza ahora mismo. Comenzaremos con una carrera competitiva de cinco kilómetros por la ruta de siempre. Luego Raj nos propondrá un ejercicio de defensa personal.

Todo el mundo se dirigió a la puerta al mismo tiempo. Allie giró la cabeza hacia Carter, con cara de perplejidad.

—¿Qué es una carrera competitiva?

Cogiéndola de la mano, el chico la arrastró hacia el tropel que recorría el pasillo en dirección a una puerta lateral.

—Es una carrera cronometrada. Castigan al último. ¡Corre!

—¿Cuál es el castigo?

Allie ya corría tras él.

—¿Qué más da? —dijo Lucas mientras los adelantaba como alma que lleva el diablo.

En el exterior, empezaba a lloviznar. El grupo se internó en la oscuridad a toda velocidad. Por lo que parecía, debían recorrer un sendero que discurría hasta el lindero del parque.

—¿No deberíamos hacer ejercicios de calentamiento primero? —preguntó Allie mientras Carter aceleraba la marcha—. Podríamos sufrir calambres. Y no veo por dónde voy. ¿Tú ves por dónde vas?

Zoe surgió de la oscuridad y corrió a su lado.

—¿Nunca se calla? —le preguntó a Carter antes de volverse a mirar a Allie—. ¿Nunca te callas?

—Sí… Bueno… ¿qué? —farfulló Allie. Estaba tan desconcertada que tropezó con una raíz y cayó rodando sobre sí misma. Carter la cogió del brazo y la ayudó a levantarse.

—Maldita sea —Zoe la miró perpleja—. ¿Pero de qué vas?

—Hablando de cerrar el pico —jadeó Allie—. ¿Por qué no… pruebas a callarte tú… para variar?

Apretando el paso, Allie se concentró en alejarse tanto de la chica como le fuera posible.

—Yo de ti dosificaría el esfuerzo —gritó Zoe a su espalda.

—¡Silencio! —la voz de Zelazny, que corría tras ellos, pareció surgir de la nada—. De ahora en adelante, aquel que hable será castigado.

—¡Vete a la mierda! —le espetó Allie, pero lo dijo en voz baja para que nadie pudiera oírla.

Pese a todo, Zoe tenía razón. Correr ocho kilómetros no era moco de pavo y ya se estaba fatigando. Si no se tranquilizaba, no lo conseguiría. Pero no iba a dejar que Zoe lo descubriera.

Al cabo de medio kilómetro más o menos, Allie redujo el paso hasta encontrar un ritmo más relajado y sacudió los hombros con el fin aflojar los músculos, que con tantos nervios se le habían agarrotado. Y aunque la cabeza le iba a mil, sus piernas pronto adoptaron la cadencia constante e hipnótica de una persona habituada a correr.

Como siempre, el ejercicio la tranquilizó, y aunque el corazón le latía a un ritmo acelerado se dejó llevar por el movimiento. Por fin pudo prestar más atención al entorno. Las nubes tapaban la luna, pero sus ojos se fueron adaptando a la oscuridad; vio los pinos que la rodeaban, sacudidos por la brisa, y el sendero que se abría ante ella.

En aquel momento se dio cuenta de que no solo había perdido de vista a Zoe sino que había dejado atrás a Carter y a Lucas también. Allie estaba completamente sola. No le importó. Las endorfinas circulaban por su organismo y corría con seguridad y desenvoltura. Sabía que iba por el buen camino porque de vez en cuando adelantaba a algún otro corredor, al que dejaba atrás poco después.

Aunque estaba más tranquila, aún seguía obsesionada con Zoe. Y con la actitud de Raj Patel, dura y fría como el hielo. ¿Sería aquella la faceta de Patel contra la que Rachel la había advertido? ¿El lado oscuro que jamás se hubiera imaginado?

Calculó que llevaría unos tres kilómetros recorridos cuando llegó a una zona del bosque envuelta en tinieblas. Allie apenas veía el camino y se vio obligada a reducir el paso para no tropezar. La oscuridad era tan intensa que casi se podía palpar; creyó sentirla como un peso contra la piel.

Allie aún corría a marcha ligera cuando se levantó viento; el sonido de miles de árboles agitándose al unísono se le antojó un rugido, como olas rompiendo contra una playa de guijarros.

A lo lejos, un zorro chilló de un modo que le puso los pelos de punta. Estaba segura de que había sido un zorro. Seguro que no era una chica pidiendo auxilio.

Seguro.

Inquieta a más no poder, Allie aceleró el paso, pero descubrió que le costaba mucho reanudar la cómoda marcha que había adoptado anteriormente. El más mínimo sonido le hacía dar un respingo y no paraba de mirar por encima del hombro. Tenía la sensación de que alguien la seguía. Y la esperanza de que otro corredor la adelantara.

Cuando reparó en que estaba contando los pasos, presa del nerviosismo, se ordenó a sí misma dejar de hacerlo. Las chicas guays no sufrían ataques de pánico solo por estar a solas en el bosque en plena noche.

No tengas miedo, Allie. No tengas miedo, Allie. No tengas miedo…

Había repetido la misma frase treinta y siete veces cuando vio a alguien entre los árboles.

Sucedió tan deprisa que lo dejó atrás antes de que su cerebro tuviese tiempo de procesar la imagen. Entonces, se detuvo. Dio media vuelta y miró hacia atrás, pero el bosque estaba desierto. Retrocedió con cautela, escudriñando la zona donde había visto a un hombre debajo de un árbol. Vestido de traje. Mirándola.

Había desaparecido.

Se dio media vuelta al oír el crujido de una ramilla a su espalda, pero no vio nada salvo tinieblas. En aquel momento, una ráfaga de viento se levantó entre los árboles, y Allie trató de convencerse de que lo que oía solo era el susurro de las ramas.

En su fuero interno, no lo creía. Así que echó a correr.

Haciendo esfuerzos para no volverse a mirar, corrió como alma que lleva el diablo. Había alguien allí detrás, lo sabía. Y se imaginó que la seguían, y que sus propios pasos ahogaban los de su perseguidor.

Le pisaban los talones.

Sin una gota de aliento, recorría el camino del bosque a ciegas, haciendo caso omiso de las protestas de su cuerpo. Solo al doblar un recodo y ver al otro lado de un claro a algunos de sus compañeros corriendo a lo lejos se tranquilizó lo bastante como para volverse a mirar.

El camino estaba desierto.

Agitando un bastón fluorescente de color azul, un alumno señalaba el final de la carrera y guiaba a los corredores a las dependencias del colegio. Mientras bajaba cojeando las escaleras que conducían al sótano, Allie se sujetaba el costado con las dos manos. Se encaminó directamente a la Sala de Entrenamiento Uno, donde Raj Patel charlaba con Zelazny.

—He visto —resolló—. Hombre. Bosque.

Doblada sobre sí misma, apoyó las manos en las rodillas. Sudaba tanto que las gotas caían al tatami azul que cubría el suelo. Cerró los ojos e hizo esfuerzos por tranquilizarse.

—¿Qué? —la voz de Zelazny sonó afilada como una navaja—. ¿De qué hablas, Sheridan? Ya basta.

—Ha dicho que ha visto a un hombre en el bosque —el señor Patel habló en un tono deliberadamente tranquilo y Allie torció la cabeza para mirarlo. La observaba con expresión alerta—. Recupera el aliento, Allie. ¿Puedes describirlo?

—Pelo… corto —jadeó—. Llevaba… traje.

El señor Patel se puso tenso, y Allie supo que acababa de dar en el clavo.

—¿Lo has reconocido?

Mientras hablaba, el hombre extendió la mano y le hizo un gesto a alguien que Allie no alcanzaba ver. Todavía doblada sobre sí misma, ella negó con la cabeza.

—Estaba demasiado oscuro.

El aire volvía a circular por sus pulmones y el flato estaba cediendo. El hecho de que el señor Patel la estuviera tomando tan en serio la intranquilizó; todo estaba oscuro y se había asustado. ¿Y si se lo había imaginado? Pero no sabía cómo decirlo sin quedar como una histérica.

Dos hombres musculosos vestidos de deporte y una mujer rubia con coleta rodearon a Allie y miraron al señor Patel, a la espera de instrucciones. El padre de Rachel prescindió de presentaciones.

—Allie ha visto a alguien en el bosque —les dijo—. Vestido de traje.

Los recién llegados intercambiaron miradas mientras el padre de Rachel volvía la cabeza hacia ella.

—¿Dónde estaba exactamente?

Allie describió el lugar lo mejor que pudo. Cuando terminó, el señor Patel asintió y los otros se marcharon tan rápidamente como habían aparecido.

—Si hay alguien por allí, lo encontraremos.

Lo dijo como dando el tema por zanjado. Allie se acercó a Carter y se dejó caer en el tatami, a su lado.

—¿Te encuentras bien?

Carter tenía la cara congestionada del esfuerzo. Le tendió una botella de agua fría. A su lado, Lucas, Jules y un chico que Allie no conocía descansaban desparramados.

Allie asintió mientras se llevaba la botella de agua a la frente.

—¿De qué hablabais Patel y tú? —Carter la miró fijamente—. Parecía importante.

Cuando Allie le contó que había visto a un hombre en el bosque, el chico apretó los labios. Jules y Lucas se acercaron para oír mejor.

—¿Y no pudiste verlo bien? —le preguntó Lucas antes de que ella hubiera concluido el relato.

Allie negó con la cabeza.

—Estaba superoscuro. Solo lo he visto un segundo. Cuando he vuelto atrás, ya se había ido.

—¿Estás segura de que no han sido imaginaciones? —le preguntó Carter—. Sería lo más normal del mundo que estuvieras un poco paranoica, después de todo lo que has pasado.

La pregunta reavivó las dudas de Allie, que se puso a la defensiva.

—No estoy segura al cien por cien, Carter, pero tenía que contarle a Raj lo que he visto.

—Carter no dice que hayas actuado mal, Allie —Jules adoptó un tono tranquilizador—. Creo que solo intenta decidir hasta qué punto debe preocuparse.

—Bueno, pues que no se preocupe.

Allie sabía que había contestado mal, pero no podía evitarlo. Si fuera otro el que hubiera visto al tío raro del bosque, no estarían manteniendo aquella conversación. Todo el mundo le creería.

—Raj ha enviado a tres matones a buscarlo —evitó la mirada de Carter—. Y todos estamos aquí, sanos y salvos.

—En pie —el señor Patel pronunció la orden desde el centro de la sala. Su tono no admitía réplica y los alumnos se incorporaron, gimiendo—. Colocaos junto a vuestras parejas. Vamos a practicar unas cuantas técnicas de defensa personal.

Carter se levantó de un salto pero Allie no se movió.

—Debe de estar de broma —dijo.

Sin moverse del sitio, el señor Patel gritó:

—¡Ahora mismo, jovencitos!

Lanzando un suspiro, Allie se puso en pie de mala gana. Le dolían todos los músculos del cuerpo.

—Pareces desentrenada.

La voz chillona de Zoe sonó a su espalda. Allie se tomó el tiempo necesario para respirar una vez antes de volverse a mirarla. No parecía muy afectada por la carrera. La coleta caía lacia a su espalda y una fina capa de sudor le bañaba el rostro, pero por lo demás parecía tan llena de energía como siempre.

—Pues no —replicó Allie—. No lo estoy.

Zoe se encogió de hombros, como si no la creyese.

—¿Estás lista?

No, pensó Allie.

—Sí —contestó con sequedad.

—¿Ah, sí? ¿Y sabes hacerlo?

Antes de que Allie pudiera responder, el señor Patel volvió a hablar.

—En cada pareja habrá un agresor y una víctima.

—Yo seré el agresor —se ofreció Zoe.

—Estupendo —murmuró Allie.

—El ataque se producirá por la izquierda —instruyó el señor Patel mientras recorría la sala para observar los preparativos de los alumnos—. La víctima intentará derribar al agresor y reducirlo.

A Allie, todo aquello le sonaba fatal. No tenía ni idea de cómo derribar a un agresor. Por otro lado, Zoe era muy bajita. No podía tener mucha fuerza.

—A la de tres —ordenó el señor Patel—. Dos…

Allie se afianzó contra el suelo con los hombros tensos. Zoe desapareció de su vista.

—¡Uno! —gritó el hombre.

Unas manos cogieron a Allie por el brazo. Cuando intentó zafarse, la sala dio vueltas a su alrededor y aterrizó boca arriba, de cara a los artesonados del techo. Tenía el pie de Zoe sobre el abdomen.

—Patético.

Zoe levantó el pie y se apartó.

—¿Qué demonios… —gimió Allie—… acaba de pasar?

—Te he derribado.

Zoe lo dijo como si tal cosa.

—¡Bien! —felicitó el señor Patel a una pareja del otro lado de la sala—. Ahora… ¡intercambiad los papeles!

Allie miró a Zoe, confundida. La otra suspiró.

—Intenta atacarme.

Allie se puso en pie. Durante un instante, miró a su alrededor con desesperación para ver qué hacían los demás. Su mirada se topó con la de Sylvain, que parecía preocupado por ella.

Concéntrate, Allie, se dijo.

Inspiró hondo y trató de dilucidar qué había hecho Zoe cuando la había agredido. Se abalanzó contra ella.

La sala volvió a girar. Allie golpeó el suelo con fuerza.

—¿Pero cómo…? —resolló. Le dolían las costillas.

Plantada con los brazos en jarras, Zoe la contemplaba como si se encontrara ante un problema de matemáticas difícil de resolver.

—Vaya rollo —se quejó.

El señor Patel apareció en lo alto. Tapaba la luz del fluorescente con la cabeza.

—Buen trabajo, Zoe —el hombre tendió una mano para ayudar a Allie a levantarse—. Ahora, ¿por qué no intentas enseñarle algo en vez de machacarla?

—No lo entiendo —dijo Zoe ladeando la cabeza a un lado como un petirrojo atento.

—Es la primera clase de Allie —explicó él—. No sabe cómo se hace. No os he puesto juntas para que la envíes al hospital. Os he puesto juntas para que le enseñes —se volvió a mirar a Allie—. Zoe es una de las mejores de la clase. Tiene una habilidad natural, y he pensado que estaríais bien juntas. Pero nunca antes ha tenido que enseñar a otro —girando la cabeza hacia Zoe, dijo—: Deja de lastimarla y ayúdala, ¿vale? Si Allie aprende, las dos salís ganando.

—Vale —repuso Zoe sin rencor. Miró a Allie—. ¿Quieres que te enseñe a derribarme?

—Cielos, sí —dijo Allie con rabia contenida.

—Cógeme por aquí —Zoe llevó las manos de Allie a su propio brazo mientras el señor Patel se alejaba—. Y haz así…

Allie, por desgracia, carecía de habilidad natural. Quedó demostrado casi de inmediato. Aunque se esforzaba al máximo por volcar a aquella chica tan menuda, apenas si conseguía desplazarla. Una o dos veces Zoe se dejó caer para enseñarle cómo funcionaba la llave pero, aunque era bajita y ligera, Allie no conseguía derribarla.

Miró a su alrededor y advirtió que todos los demás dominaban la llave. En una esquina, Jules tumbó a Carter casi sin esfuerzo. Él se rio cuando ella lo ayudó a levantarse y Jules le palmeó la espalda con cariño. La pobre Allie, incapaz como se sentía de aprender una llave aparentemente sencilla, se estaba agobiando por momentos. Aunque intentaba que no se le notara, un peso le oprimía el pecho. Hacia el final de la clase, estaba aterrorizada. Apenas podía respirar y el pánico se había apoderado de ella.

—Muy bien —el señor Patel dio por finalizada la tortura—. Es suficiente por hoy —avanzó al centro de la sala—. Casi todos habéis aprendido la llave con facilidad, ya lo sé. Mañana, sin embargo, la cosa se complicará. Si este ejercicio no os sale del todo bien, os sugiero que lo practiquéis. Esto es solo el principio.

Allie agachó la cabeza. Era la única a la que no le salía. El mensaje iba dirigido a ella.

Cuando los demás empezaron a abandonar la sala, ella se quedó atrás, dolorida y derrotada, con la esperanza de pasar inadvertida. No se dio cuenta de que el señor Patel se encaminaba hacia ella.

—Si necesitas ayuda, ven mañana temprano —le dijo con voz queda—. Creo que te vendrá bien tener a Zoe de pareja. Sin embargo, a veces las parejas tardan en cuajar. Tenéis mucho que aprender la una de la otra.

Mordiéndose el labio, Allie asintió. No se atrevía a hablar por si le fallaba la voz.

No dejaré que me vean llorar, se dijo, pero las lágrimas ya inundaban sus ojos. Al otro lado de la sala, Carter la miraba con expresión preocupada. La compasión del chico la hizo sentir aún peor.

Allie echó a andar antes de que Carter pudiera ver su expresión y descubriera lo mal que se sentía. A ciegas, se tambaleó por el pasillo y subió las escaleras que conducían a la planta baja. No sabía adónde iba ni si alguien la seguía. En aquel momento, no le apetecía hablar con Carter. Ni con el señor Patel.

Ni con nadie.

Qué situación tan bochornosa.

Empujó la puerta trasera y salió al jardín a toda prisa.

Ciento doce pasos. Ciento trece. Ciento catorce…

Al cabo de un minuto, sin embargo, sus músculos exhaustos protestaron con tanta vehemencia que tuvo que aflojar la marcha. Hacía frío; había dejado de llover y el cielo empezaba a despejarse. La luna creciente teñía el paisaje de un tono plata.

Entre los árboles vio el resplandor de algo blanco. Al principio dejó de respirar. Luego recordó.

La glorieta.

Había olvidado por completo el pequeño cenador donde se había ocultado con Jules la noche del incendio, pero al verlo se dirigió hacia el escondrijo, que se agazapaba tras una fila de árboles.

Un círculo de columnas delgadas sujetaba la estructura del tejado abovedado. La luz de la luna iluminaba la estatua del centro: una muchacha cubierta por una túnica que bailaba eternamente sosteniendo un velo de piedra sobre la cabeza.

Sentada a los pies descalzos de la estatua, sobre el frío mármol del peldaño, Allie apoyó la cabeza en las rodillas. Y descubrió desolada que, cuando por fin quería llorar, las lágrimas no acudían a sus ojos. Se sentía vacía.

Puede que la Night School no sea para mí, después de todo, pensó con tristeza. Quizás no sea lo bastante buena para pertenecer a ella.

Trató de imaginar cómo se sentiría si su paso por la Night School resultaba un fiasco. ¿Qué pensaría Jules? ¿O Lucas? ¿Seguirían siendo sus amigos, cuando supieran lo patética que era?

A Jo la expulsaron, arguyó. Y su vida no se ha acabado por eso.

Sin embargo, Jo era distinta. Pertenecía al mismo círculo social que Lucas, Katie y Jules. Procedía de una familia importante. A todos les caía bien, hiciera lo que hiciese. Allie, en cambio, era una forastera. Sus padres no eran ricos. Nunca se encontraría a nadie esquiando en Suiza ni comprando en Bond Street o en la Quinta Avenida.

Porque jamás había estado allí.

Por otro lado, soy la nieta de Lucinda. La mera idea la llenaba de emoción. Puede que llegue a visitar todos esos sitios.

—Allie.

Al oír el característico acento francés, Allie alzó la vista. Sylvain se encontraba al pie de las escaleras, inescrutable en la oscuridad.

—Eh —Allie volvió a agachar la cabeza—. ¿Qué tal? ¿Buscas a la inútil de la Night School?

Sylvain se sentó a su lado.

—Solo quería asegurarme de que estabas bien.

—¿Bien? —Allie se incorporó—. Soy una fracasada. Pero, por lo demás, estoy bien. Así que… largo. No hay nada que ver aquí.

—He presenciado lo sucedido —los ojos azules de Sylvain se posaron en los de Alli; ella se ruborizó y miró a otro lado. Luego, encogiéndose de hombros para demostrar que le traía sin cuidado lo que el chico pensase, añadió:

—Espero que te hayas reído.

—No —repuso Sylvain—. No he venido por eso. Sé por qué no te salía. Puedo ayudarte.

—Yo también sé por qué no me salía —no lo miró a los ojos—. Soy incapaz de hacer una llave sencilla. Ha quedado demostrado. Sencillamente… he fracasado.

Sylvain hizo caso omiso de aquella exhibición de autocompasión.

—Zoe es muy hábil, pero demasiado joven. Es la primera vez que instruye a otro alumno. Te ha explicado bien el movimiento, pero ha pasado por alto algunos detalles. Colocabas las manos en el sitio correcto pero ponías mal los pies. Si los pies están mal puestos, la llave no funciona. Yo te enseñaré. Si quieres.

Allie lo miró de reojo. No parecía que se estuviera burlando de ella; hablaba en tono firme y tranquilo. Y su actitud tenía algo de reconfortante. A lo mejor podía ayudarla. Allie no soportaría otra sesión tan espantosa como la de aquella noche.

Pese a todo, no acababa de decidirse.

A Carter no le haría ninguna gracia…

Por otro lado, Carter no estaba allí. Y tenía que practicar.

—Vale —dijo al fin—. Lo intentaremos. Pero te lo advierto: se me da fatal.

Sylvain esbozó una sonrisa tranquilizadora.

—Te prometo que lo conseguirás.

La llevó a un claro cercano, donde las agujas de pino creaban una alfombra natural, gruesa y mullida.

Tras despejar el terreno de ramas y piedras, Sylvain se giró hacia ella.

—Muy bien, colócate como si te dispusieras a atacarme —dijo.

Allie se agachó y adoptó una postura de ataque, los codos doblados junto a los costados, los puños cerrados. Sylvain la miró con guasa, haciendo esfuerzos por reprimir una carcajada.

—Vale, lo haces todo al revés —se acercó a ella—. Mira, corres habitualmente, de modo que las piernas son tu punto fuerte. Levántate.

A lo largo de los minutos siguientes, Sylvain le explicó a Allie cómo debía colocar el cuerpo: las piernas rectas pero las rodillas relajadas, los brazos colgando a los lados, los pies algo separados. No obstante, algo fallaba.

—Gira el pie hacia aquí —dijo él, adoptando la posición al mismo tiempo. Cuando Allie intentó imitarlo, Sylvain negó con la cabeza—. No, no es así.

Acuclillado junto a ella, acercó la mano a la pierna de Allie, que se apartó instintivamente.

Sylvain se quedó paralizado, sin bajar las manos. Alzó la vista para mirar a Allie y la luz de la luna se reflejó en el azul de sus ojos.

—¿Puedo? —preguntó.

Allie tenía un nudo en el estómago. ¿Qué había de malo en que le tocara el tobillo? Al fin y al cabo, la estaba ayudando.

—Vale —asintió con un hilo de voz. Carraspeó y se quedó mirando a Sylvain mientras él, con cuidado, le cogía el tobillo para recolocar el pie. Tenía las manos cálidas al tacto.

Si el chico advirtió el nerviosismo de Allie, no lo demostró. Cuando encontraron la postura correcta, Sylvain le enseñó cómo debía agarrarlo. De nuevo le pidió permiso antes de tocarla. En esta ocasión ella asintió sin reparos.

Sylvain se acercó con el fin de colocar una mano de Allie en su propio hombro y la otra en el codo; con cuidado, le empujó los dedos hasta el lugar adecuado. Aunque Allie estaba en tensión, el suave roce le puso la piel de gallina.

Solo pretendo derribarlo, se dijo, pero ¿no estaré haciendo mal después de todo lo que ha pasado?

Sylvain retrocedió y le demostró cómo desplazar el peso corporal para hacer la llave. Cuando Allie hubo practicado unas cuantas veces, decidieron intentarlo en serio.

—Vale. Ahora me abalanzaré sobre ti —propuso él—. Haz eso mismo y me tirarás al suelo.

—Estoy lista —dijo Allie fingiendo seguridad.

La voy a fastidiar. La voy a fastidiar. La voy a…

En aquel momento Sylvain se abalanzó sobre ella y el pensamiento recurrente cesó. Allie dejó la mente el blanco. Cogiéndolo por el brazo, desplazó el peso como él le había enseñado.

Sylvain aterrizó a sus pies, de espaldas.

Allie lanzó un grito de alegría y aguardó a que el otro se deshiciera en elogios, pero Sylvain no dijo nada. De hecho, ni siquiera se movió. Yacía inmóvil, con los ojos cerrados.

—¿Sylvain? —con el corazón en un puño, Allie se arrodilló junto a él, presa del pánico. No sabía si el chico respiraba—. ¿Sylvain? ¿Estás bien? No te habré matado, ¿verdad?

En aquel momento advirtió que el cuerpo de Sylvain temblaba de risa. El chico abrió los ojos.

—Sabía que lo conseguirías —dijo.

—¡No me hagas eso! —lo reprendió ella, pero la risa de Sylvain era contagiosa y Allie se puso en pie.

—¡Lo he conseguido! ¡Lo he conseguido!

Bailando entre los árboles, unió las manos sobre la cabeza en ademán de victoria.

De repente, se detuvo ante él.

—Espera un momento. Sylvain, ¿acabas de gastarme una broma? O sea, ¿una broma? ¿De verdad? ¿O lo he soñado?

—¿De qué hablas? —el otro fingió sorpresa—. Tengo mucho sentido del humor.

—Ya.

—En serio —la guio de vuelta al claro—. Lo has hecho muy bien. Aún se puede mejorar pero no ha estado mal.

—Enséñame —Allie advirtió la pasión que dejaba entrever su propia voz—. Quiero aprender.

Advirtió, por la expresión de él, que Sylvain comprendía cómo se sentía. En cambio se limitó a decir:

—Vale. Empezaremos con un ataque por la derecha. Tienes que corregir la postura una pizca.

A lo largo de la media hora siguiente, su compañero le enseñó cómo afrontar ataques procedentes de distintos ángulos; cómo recuperar la postura sin darle tiempo al otro a prepararse. Cómo volver a atacar. Hacia el final, ambos sudaban a pesar del frío.

Sylvain se comportó con tanta cortesía y profesionalidad que Allie pronto olvidó sus reservas anteriores. Le estaba enseñando a rechazar un intento de estrangulamiento cuando Carter apareció de repente y los miró con incredulidad. Sylvain la tenía cogida por detrás y Allie le sujetaba las muñecas.

—¿Allie? ¿Qué diablos pasa aquí?