Veintitrés
Aquella tarde, cuando Allie entró en el despacho de Isabelle y le hizo la pregunta de rigor con un gesto de las cejas, la directora, como de costumbre, la miró por encima de las gafas y negó con la cabeza. Allie se dejó caer en la butaca de delante del escritorio con un suspiro.
—Katie Gilmore quiere que vaya a la fiesta del castillo el viernes por la noche. Supongo que eso significa que no debería ir.
Isabelle se quitó las gafas y las depositó sobre el montón de papeles que tenía delante.
—No creo —dijo— que debas planificar tu vida social en función de lo que Katie Gilmore quiere o no quiere que hagas.
—Dice que es legal —siguió diciendo Allie—. ¿Lo es? O sea, ¿pueden asistir las personas que están a prueba?
Isabelle hizo un gesto vago con la mano.
—Es «legal», como tú dices, en tanto en cuanto nadie será castigado por asistir. Es una tradición. Confiamos en que los alumnos serán capaces de reunirse allí arriba sin prender fuego al bosque. Los profesores no vigilan. A los alumnos se les concede una hora de más tras el toque de queda. Si todo el mundo se comporta, el año siguiente se repite. La fiesta se viene celebrando desde siempre; ya se hacía cuando yo estudiaba aquí.
Allie intentó imaginarse a una Isabelle de dieciséis años charlando con su propia madre a esa misma edad, pero no lo consiguió.
—¿Pero será… —se encogió de hombros—, ya sabes, seguro? —aún se le hacía raro hablar de seguridad y pronunció la frase casi en susurros—. O sea, ¿Raj Patel estará allí?
La directora esbozó una sonrisa melancólica.
—El mero hecho de que formules esa pregunta da cuenta de tus progresos y de tu falta de progresos al mismo tiempo. Pero la respuesta es sí. Los guardias de Raj Patel andarán cerca. Habrá vigilancia extra esa noche. Será muy seguro.
—Da igual —musitó Allie, en plena contradicción—. Seguramente no iré. Paso de fiestas y hogueras de mierda —Isabelle la miró sobresaltada—. Disculpa el lenguaje.
—Te voy a decir algo que tal vez te sorprenda, Allie —mirándola a los ojos, Isabelle se acercó a ella—. Quiero que vayas a esa fiesta.
—Dios —Allie se hundió en la silla—. ¿Tú también?
Isabelle prosiguió como si no hubiera oído a su alumna.
—Las últimas semanas han sido estresantes para todos, pero muy especialmente para ti. Y después de los problemas que has tenido con Carter… —rodeó el escritorio y se plantó delante de Allie—. Creo que lo has gestionado todo de maravilla. Tu trabajo es ejemplar. Sin embargo, me preocupa lo que esté pasando aquí —le golpeteó con el dedo índice la zona del corazón—. Y me gustaría que te divirtieras un poco. Prométeme que irás.
Allie se apartó y miró a otro lado.
—Isabelle…
En verdad no tenía ninguna gana de asistir.
Sin embargo, la directora no pensaba ceder.
—Prométeme, como condición para superar tu periodo de prueba, que irás e intentarás divertirte.
—Vale —aceptó Allie de muy mala gana—. Iré. Pero no te prometo que me divierta.
—Bien —Isabelle regresó al asiento del escritorio—. Eso sí, mantente alejada de Katie Gilmore. No os convenís mutuamente. Y no tienes permiso para pelearte.
Allie la fulminó con la mirada.
—Genial.
Cuando Allie entró en la sala común al cabo de unos minutos, encontró a Zoe acurrucada en un sofá leyendo La señora Dalloway con expresión perpleja.
—No lo pillo —dijo. Dejó el libro sobre una mesa—. En este libro, todo el mundo miente sin parar. Menuda chorrada. Nadie habla con claridad. ¿Y por qué están todos tan deprimidos?
—¿Por la guerra? —sugirió Allie, sentándose al mismo tiempo en la otra punta del sofá de piel.
—Nosotros estamos en guerra —objetó Zoe—, pero no somos desgraciados.
—Es verdad —Allie lo meditó un instante—. No sé… Puede que… estén a dieta.
La idea aplacó a Zoe.
—Vitaminas —asintió con conocimiento de causa.
—¿De qué habláis?
Rachel llevaba una pila de libros tan alta que le llegaba a la nariz. El montón se tambaleó cuando lo depositó con cuidado sobre una mesa cercana.
—De vitaminas —explicó Zoe.
—Claro.
Rachel ordenó los volúmenes mediante un complicado sistema, como si barajase un grueso mazo de cartas. Allie y Zoe intercambiaron una mirada perpleja.
—¿Té? —sugirió Allie esperanzada—. ¿Y algo de comer?
Rachel, que sostenía un polvoriento libro encuadernado en piel, alzó la vista.
—Desde luego.
Faltaban varias horas para la cena y las cocinas estaban vacías. Varias barras de masa de pan reposaban cubiertas con paños sobre un mostrador, como cadáveres diminutos. La habitación olía a levadura caliente.
Había dos grandes neveras; los alumnos tenían permiso para coger leche y tentempiés de una de ellas, pero no podían tocar la segunda.
—A ver… —Rachel abrió la nevera de los estudiantes y escudriñó el interior—. Oooh, bocadillos. ¡Bravo!
Sacó una bandeja envuelta en plástico de cocina que contenía bocadillos de pan de molde cortado en diagonal. Se estaban sirviendo té cuando Jo apareció en la cocina.
—Las mentes geniales… —dijo mientras cogía una taza.
—Oye, y hablando de esa maldita fiesta… —suspiró Allie.
—A mí no me miréis —casi asustada, Rachel retrocedió—. Yo no pienso ir. Voy retrasada en todo.
Jo levantó la mano.
—Yo sí pienso ir.
—Yo quiero ir —dijo Zoe masticando un trozo de queso. Allie la miró con expresión dubitativa.
—¿Puedes? Es para los alumnos de los últimos cursos.
Zoe la asesinó con la mirada.
—Puede que sea pequeña, pero voy al mismo curso que tú.
—Es verdad —intercedió Jo—. Zoe puede venir —se volvió a mirar a Allie—. Oye, ¿por qué no vamos todas juntas?
—Yo no quiero ir —enfurruñada, Allie se apoyó contra el mostrador—. Isabelle me obliga.
—No será tan malo —la animó Jo—. Yo puedo ser tu pareja.
—Nada de besos —dijo Allie.
—¿Te podré coger la mano? —propuso la otra en tono esperanzado.
—Trato hecho.
—¿Me he abrigado bastante?
Jo estaba en el vestíbulo, junto a la puerta trasera, envuelta en un chal de color rosa, unas gruesas botas blancas, un anorak acolchado y unas mallas térmicas. Faltaba poco para las nueve y todas estaban a punto para la fiesta, pero, más que para remontar una colina inglesa, Jo se había vestido como para esquiar en los Alpes.
—Creo que sobrevivirás —se burló Allie mientras se abrochaba el abrigo. Se había puesto dos pares de leotardos bajo la falda del uniforme y las botas Doc Martens de caña alta.
Jo se fijó en el calzado de Allie y comentó:
—¿Están aisladas? Se te pueden enfriar los pies.
—Da igual —Allie se anudó la bufanda—. Donaré mis dedos a la ciencia.
—¡Eh, esperad!
Allie se volvió a mirar y vio que Zoe corría por el vestíbulo abrochándose el abrigo. Un gorro con borla de color azul eléctrico le cubría la cabeza.
—Vamos —dijo Allie—. Nos cogeremos de la mano durante todo el camino y luego nos daremos el lote.
—Dijiste que nada de besos —le recordó Jo mientras abría la puerta.
—Quería decir sin lengua.
Una noche oscura y estrellada las envolvió en cuanto salieron; la luna, casi llena, brillaba con tanta fuerza que no les hizo falta encender la linterna hasta que llegaron al bosque que se extendía por la falda de la colina.
En fila de a una, recorrieron un sendero poco transitado que serpenteaba montaña arriba desde el huerto vallado.
A la luz de la luna, Allie veía su propio aliento suspendido en el aire. No tenía ganas de asistir a la fiesta pero debía admitir que era agradable olvidarse por un rato de los deberes y de la Night School.
—Nunca he estado allí arriba —comentó señalando al frente—. ¿Es guay?
—Se supone que el castillo está encantado —dijo Zoe.
—Se supone que todo por aquí está encantado —resopló Jo.
—Ya, pero se supone que el castillo está encantado de verdad —el tono de voz de Zoe daba a entender que la posibilidad de que hubiera fantasmas en la torre se le antojaba divertida y absurda al mismo tiempo—. Cuentan que perteneció a un noble católico. Enrique VIII lo sometió a brutales torturas y luego lo ejecutó.
—¿Y se aparece en la torre? —preguntó Allie.
—No. Su mujer se puso furiosa cuando Enrique VIII lo cortó en pedazos y decidió apoyar a los rebeldes. Dicen que los escondía por aquí; puede que incluso en el viejo caserón que antaño se erguía donde ahora está el colegio —aflojaron el paso, pendientes de las palabras de Zoe—. Parece ser que los soldados del rey la prendieron a ella también, pero la mujer no se rindió. Sus seguidores y ella presentaron batalla a lo largo de varios días. Al final, los soldados los mataron a todos excepto a la mujer. Luchó con uñas y dientes. Dicen que se cargó a cinco hombres como mínimo. El enemigo, por desgracia, era muy numeroso. La acorralaron en su dormitorio, en lo alto de la torre —señaló la cima de la colina, donde la siniestra silueta de las viejas ruinas las acechaba como un buitre—. Después de clavarle la espada, la despellejaron muy lentamente, mientras aún estaba con vida —susurró la última frase—. Dejaron los ojos para el final.
—Ahórrate los detalles escabrosos —murmuró Jo.
—Desde entonces, el castillo ha estado deshabitado. Cuentan que en las noches de luna su fantasma camina por lo alto de la torre oteando la zona en busca de soldados. La imagen produce escalofríos porque ya no hay torre que valga —Zoe había bajado tanto la voz que ahora hablaba en susurros—. Debe de flotar en el aire.
—Hola.
La voz de Lucas surgió de la nada y todas gritaron a la vez.
—Por Dios —la luz de su linterna las cegó—. ¿Qué demonios os pasa?
—Zoe nos estaba contando una historia de terror —le explicó Jo a la defensiva.
—Ah —Lucas sonrió a Zoe—. ¿Les estabas hablando de la dama flotante?
Esta sonrió a su vez.
—Ya lo creo.
Entrechocaron las palmas.
—Brutal. Me encanta esa historia. Pone los pelos de punta.
—Se la han tragado de principio a fin —dijo Zoe satisfecha.
—¿Dónde está todo el mundo?
Enfocando los alrededores con la linterna, Allie vio árboles y poco más.
—Aún no hemos llegado —aclaró Jo.
Allie oyó unas carcajadas lejanas que bajaban transportadas por la brisa.
—¿Ya han encendido la hoguera? —preguntó Jo cuando echaron a andar de nuevo.
—La estaban prendiendo cuando he bajado —Lucas parecía incómodo—. He venido a buscar a Rachel. ¿La habéis visto?
—No viene —respondió Allie desconcertada—. ¿No te lo ha dicho?
—Sí —el chico hundió las manos en los bolsillos y dio una patada a un guijarro, que rodó por la pendiente—. Pensaba que a lo mejor había cambiado de idea.
—Siéntate con nosotras —lo invitó Zoe—. Nos besaremos con lengua.
Él la miró de hito en hito.
—¿Perdona?
—Sin lengua, Zoe —la corrigió Jo en tono remilgado.
—Bueno —añadió Allie mientras remontaban la cuesta—, la lengua es optativa.
La pendiente menguó cuando se acercaron a la cima y Allie distinguió la vieja torre. El olor dulzón de la hoguera impregnaba el aire y alcanzó a oír voces y gritos.
La tensión que la historia de Zoe había creado cedió un poco cuando se acercaron al castillo por el pedregoso sendero.
Lucas las guio a una especie de escalera natural hecha de piedras caídas que trepaba por el muro. La parte más alta medía casi un metro de ancho y se quedaron un momento en fila, mirando al otro lado, donde ardía una enorme hoguera. Los estudiantes hablaban y reían alrededor, como en un aquelarre.
Cuando se acercaron al fuego, Katie acudió a recibir a Allie.
—Eh, has venido —llevaba un anorak de esquí y un gorro blanco de cachemira—. Bienvenida. Hay bebidas y nubes, claro —su sonrisa la desarmó—. Ven, por aquí.
Mientras Katie regresaba a la hoguera, Allie se quedó un poco atrás para susurrarle a Jo.
—Katie ha perdido un tornillo. Pónselo.
—¿En qué momento ha dejado de odiarte? —Jo parecía tan perpleja como Allie—. ¿Y por qué no he sido informada?
—Esa chica me cae mal —dijo Zoe, que justo entonces divisó a un conocido y echó a correr.
Mientras se aproximaban al fuego, Allie buscó a Carter con los ojos por pura fuerza de costumbre, pero no lo vio. Echando un vistazo al grupo, posó la mirada en Sylvain. Aparte de unos cuantos rasguños, su cara había vuelto a la normalidad. El cardenal que tenía en el cuello tardaría más en desaparecer. Estaba sentado junto a Nicole, que con su abrigo negro y sus orejeras destilaba tanto glamour como siempre. Al verlos juntos, se le encogió el corazón; hacían una pareja ideal. Allie, en cambio, no hacía pareja con nadie, ni buena ni mala. Cuando Nicole la vio desde el otro lado de las llamas, agitó una botella de champán en su dirección y sonrió.
Allie levantó la mano con inseguridad.
Jo la empujó hacia delante, donde el fuego era más cálido. Se sentaron en una piedra alargada que en otro tiempo había pertenecido a los cimientos del castillo. Zoe se les unió y las tres se quedaron mirando cómo un alumno acercaba un palo al fuego. Cuando la nube del extremo se tostó, el aire empezó a oler a caramelo. Allie inspiró profundamente, inhalando aquel aroma a acampadas e infancia.
—Yo quiero —dijo en tono lastimero.
—Lucas —ordenó Jo.
El chico se giró hacia ella con una ceja enarcada.
—Esa cosa blanda y pringosa, por favor.
Lucas cogió una rama en forma de vara del montón que tenía a los pies. Alguien les pasó una bolsa de nubes.
Las botellas de vino y de champán circularon también. Algunos de los presentes tenían vasos de plástico; otros bebían directamente de la botella. Cuando le tendieron una a Jo, Allie contuvo el aliento, pero descubrió aliviada que Jo la rechazaba con un gesto.
—Me he vuelto una santa —le dijo a la persona que se la ofrecía—. ¿No te habías enterado? Santa Jo Abstemia y Mártir.
Allie rehusó el vino también. Después de lo sucedido durante el baile de verano, no le apetecía nada descontrolarse.
Jo clavó otra nube en el extremo del palo.
—Me encantan pero solo puedo comer tres —dijo contenta—. Si como más, vomito.
Un estudiante añadió madera al fuego, que chisporroteó alegremente, sumiendo en oscuridad los bosques circundantes. El calor se enroscaba en torno a ellos como hilillos de lana. Echándose hacia atrás, Allie miró las ruinas de la torre que se cernían en lo alto, con sus almenas semejantes a dientes mellados y sus aspilleras parecidas a ojos.
—Me pregunto si hay algo de verdad —murmuró, pensando en voz alta.
Jo la interrogó con la mirada. Allie distinguía apenas el azul de sus ojos a la luz del fuego.
—En la historia de la dama asesinada, quiero decir —aclaró—. Me pregunto si pasó realmente.
Jo sostuvo la nube justo por encima de las llamas.
—Mi hermano dice que vio el fantasma cuando estudiaba aquí.
Allie se echó hacia atrás con expresión escéptica.
—Solo intentaba asustarte.
Incómoda, Jo se encogió de hombros.
—Puede ser. Pero no lo creo. Tom no se asusta de nada. Y fuera lo que fuese lo que vio aquella noche, te aseguro que se asustó.
Los alumnos de alrededor empezaron a interesarse en la conversación.
—¿Qué vio exactamente?
Lucas estaba sentado junto a Jo, con una botella de champán en la mano.
—Dice que subió con unos cuantos amigos a encender una hoguera, igual que nosotros, solo que se metieron en la torre. A media noche, oyeron unas pisadas en lo alto. Asegura que el suelo de madera crujía con cada paso. Solo que… allí no hay suelo. Solo espacio vacío.
Se había hecho un silencio en el grupo. Allie tragó saliva.
—Así que decidieron salir por piernas, ¿sabéis? —prosiguió Jo—. Echaron a correr. Pero justo antes de descender por la ladera se volvieron a mirar y la vieron.
—¿Qué vieron? —preguntó alguien.
—A una mujer vestida con una túnica gris que los estaba mirando —señaló un lugar por encima de la torre—. Justo allí.
Todos los presentes soplaron el aire a la vez, como si exhalaran un suspiro colectivo. Alguien soltó una risilla nerviosa.
—Seguro que se lo imaginó —dijo Katie, que se estaba sirviendo champán en un vaso de plástico.
—Es posible pero… ¡Mierda! —la nube de Jo estaba ardiendo y ella la sopló con fuerza. Por desgracia, para cuando consiguió apagar el fuego el dulce había quedado reducido a carbón. Lo tiró a la hoguera—. Nunca ha vuelto a acampar aquí.
Lucas echó un trago antes de pasarle la botella a un amigo.
—He estado aquí montones de veces y nunca he visto…
En aquel momento, un tronco restalló con la fuerza de un disparo y todos dieron un respingo. Varias chicas gritaron antes de estallar en risas.
—No me gustan las historias de fantasmas —protestó Nicole—. A los muertos les molesta que se hable de ellos. Es peligroso. Hay que dejarlos en paz.
—¿Crees en los fantasmas? —preguntó Lucas.
—¡Pues claro! —respondió la joven como si la pregunta se le antojase absurda—. Soy de París. La ciudad está llena de espíritus. Es de necios afirmar que algo no existe solo porque no lo entiendes. Yo no entiendo cómo funciona la tele pero admito su existencia.
Un murmullo recorrió el grupo cuando los presentes consideraron la lógica de su afirmación.
—Esta conversación es deprimente —dijo Katie—. Juguemos a algo.
La propuesta provocó un estallido de risas burlonas.
—¿Y a qué jugamos? —preguntó alguien—. ¿A serpientes y escaleras?
—¿Qué os parece «verdad o reto»? —propuso ella sin perder comba—. Hace siglos que no juego.
—Ese juego es muy arriesgado —Nicole se inclinó hacia Sylvain.
Allie advirtió que el chico rodeaba la cintura de la francesa con naturalidad. Pero luego, al mirarle el rostro, se dio cuenta de que Sylvain la estaba observando a su vez. Algo peligroso palpitó en su interior.
Cuando devolvió la atención a la conversación, Katie se había puesto al mando. Se había subido a una piedra para que todo el mundo pudiera oírla. Tenía el pelo del mismo color que las llamas que la enmarcaban.
—Muy bien, estas son las reglas: pregunta el que acaba de responder. Después de oír la pregunta, se puede elegir verdad o reto —la gente protestó, pero ella alzó la voz para hacerse oír por encima del escándalo—. Así es más seguro. Ya sé que es trampa pero… Empiezo yo —dijo—. Alex. ¿Alguna vez te han hecho una mamada?
—Puaj —Zoe frunció la nariz.
Mirándola, Allie recordó que solo tenía trece años y se preguntó si debería marcharse con ella antes de que la cosa se desmadrara. Ella también se sentía incómoda. Aquel no era el juego de «verdad o reto» que recordaba. Por otra parte, Zoe parecía sentir más curiosidad que otra cosa y no quería abochornarla.
Un chico alto y rubio que Allie conocía de vista se puso en pie con una botella de vino en la mano.
—Verdad —dijo. Se hizo un silencio—. Sí.
Todos silbaron con incredulidad y alguien le tiró un puñado de nubes, que él esquivó.
—Una vez —insistió—. Lo juro por Dios —esbozó una sonrisa lasciva—. No puedo daros detalles porque soy un caballero.
—Lo dudo mucho. Te toca preguntar —ordenó Katie a la vez que le cogía la botella.
—Pru —dijo él.
—¡Presente! —una chica rubia se levantó entre risas.
—¿Es verdad que perdiste la virginidad en un yate?
La pregunta fue recibida con carcajadas y exclamaciones mientras Pru, tambaleándose una pizca, sopesaba sus opciones.
—Reto —decidió al fin. Sus amigos aullaron de risa.
Alex meditó un momento el desafío.
—Quítate la parte de arriba y quédate en la torre a solas durante tres minutos.
Pru lo miró perpleja.
—No quiero ir a la torre.
—Es verdad o reto, Pru —señaló Katie muy seria—. Ya conoces las reglas.
Con un suspiro, Pru se desabrochó el anorak y se quitó un jersey de lana. Debajo llevaba una camiseta ajustada de color rosa. Sin demostrar la menor timidez, se la retiró también. Cuando exhibió un sujetador blanco de encaje, los chicos aplaudieron.
—Por el amor de Dios —musitó Jo—. ¿Es que no sientes ningún respeto por ti misma?
—El sujetador también —insistió Álex, aunque no hacía falta, porque Pru ya se lo estaba desabrochando.
—¡A la torre! ¡A la torre! —coreó el grupo.
Mientras la chica de los pechos al aire desaparecía saludando y riendo en las profundidades de las ruinas, Allie decidió marcharse y llevarse a Zoe con ella en cuanto encontrara el momento. No le gustaban ese tipo de fiestas.
—Alguien debería acompañarla para asegurarse de que no corre peligro —apuntó Alex—. Me ofrezco voluntario.
—No seas caradura —lo reprendió Katie por encima de los abucheos—. Esto no es una película porno. La estoy cronometrando.
Mientras todos hablaban, reían y se pasaban las botellas, Allie se acercó a Zoe.
—Si quieres marcharte, solo tienes que decirlo —le sugirió con una mirada elocuente.
—Lo encuentro fascinante, desde un punto de vista antropológico —repuso Zoe—. Yo nunca he hecho nada así que, si se da el caso, escogeré verdad.
—Tiempo —gritó Katie—. ¿Pru? Ya puedes volver a vestirte.
Transcurrieron unos instantes y todos guardaron silencio, como si temiesen que la chica no volviese. Sin embargo, apareció saltando junto a la torre y regresó corriendo a su asiento, tiritando. Ya no sonreía.
—Mierda, hace un frío que pela allí arriba. Debería haber escogido verdad.
—Te toca, Pru —señaló Katie.
—Lucas —Pru se abrochó el abrigo y se puso el gorro—. ¿Alguna vez lo has hecho en el edificio del colegio?
Allie notó que Jo se encogía a su lado y la observó con curiosidad; su amiga bajó la vista al suelo.
—Verdad —dijo Lucas sin sonreír—. Sí.
Los chicos que lo rodeaban aplaudieron con sorna. Lucas no miró a Jo.
—Me toca —Lucas cogió la botella que alguien le tendía y dio un buen trago—. Katie.
Los presentes aplaudieron entusiasmados mientras la pelirroja se ponía en pie con expresión desafiante.
—Verdad o reto —empezó a decir Lucas—. ¿Alguna vez lo has hecho en el parque del colegio? En el cenador, por ejemplo, después del toque de queda.
—Verdad —escogió Katie con una mano en la cadera—. Ya lo creo que sí.
El grupo al completo se echó a reír.
—Me toca —dijo la pelirroja volviendo la vista hacia el fuego. A la luz de las llamas, su rostro no parecía de este mundo—. Allie.
La aludida se sobresaltó tanto que dio un respingo. Jo le apretó la mano con ademán compasivo.
Al conocer el nombre de la elegida todos prorrumpieron en exclamaciones y risas.
Despacio, Allie se levantó y volvió la cabeza hacia Katie. Con el estómago encogido, miró su cara iluminada por el fuego.
No debería haber venido. Lo sabía.
Esperaba que le preguntaran por algo de tipo sexual, mamadas y cosas que nunca había hecho. Sin embargo, Katie escogió un tema totalmente distinto.
—¿Eres la nieta de Lucinda Meldrum?
Fue como si el tiempo se detuviera.
Un murmullo de sorpresa se elevó entre los presentes. Allie era consciente del fuego que chisporroteaba a su espalda. Jo le soltó la mano.
Atónita, Allie miró a Katie con incredulidad. La pelirroja exhibía una expresión triunfal; ya conocía la respuesta. Por fin, Allie recuperó la capacidad del habla.
—Reto.
Los susurros se arremolinaron a su alrededor. Deseó que Jo no hubiera retirado la mano.
—Besa a Sylvain —las palabras de Katie cayeron sobre Allie como carámbanos—. Apasionadamente.