Once
A lo largo de la semana siguiente, Allie trabajó tanto que apenas tuvo tiempo de pensar en Gabe o en la bronca con Carter, aunque en su fuero interno la discusión aún la perturbaba. Evitar a Sylvain no le costó demasiado; estaba tan ocupada que no tenía tiempo para hacer nada que no fuera estudiar o dormir. Sin embargo, la idea de que uno de sus profesores, o de sus amigos, pudiera estar ayudando a Nathaniel la atormentaba.
¿Quién podía ser?
Cada vez que hablaba con Eloise, Allie pensaba: Me niego a creer que sea ella. Es demasiado buena. Es imposible que sea tan buena actriz.
Allie odiaba a Zelazny, desde luego, pero no le imaginaba colaborando en secreto con Nathaniel. Su dedicación a Cimmeria no tenía parangón. Isabelle, por supuesto, quedaba descartada. También estaba Jerry Cole, el profe de Ciencias. Un tipo simpático y excéntrico que sentía pasión por los átomos y adoraba a sus alumnos; imposible.
Podría ser Raj Patel, o Sylvain, Carter o…
Sus pensamientos siempre desembocaban en un punto muerto. No le cabía en la cabeza que ninguno de sus conocidos estuviera traicionando a Isabelle y a los alumnos de un modo tan horrible.
No obstante, alguien lo estaba haciendo.
Cuando no estaba corriendo por el parque del colegio, estudiando o aprendiendo técnicas de defensa personal, Allie se dedicaba a mejorar su relación con Zoe. Por desgracia, todos sus intentos fracasaban estrepitosamente. Cuanto más se esforzaba, más desconfiaba la chiquilla de las intenciones de Allie.
La falta de empatía de Zoe y el enfoque casi matemático con que abordaba el trabajo y los problemas no le granjeaba muchas simpatías. A Allie le había costado mucho aceptar que tras la fachada de robot y aquella inteligencia sobrecogedora había una niña de trece años.
Zoe odiaba la charla intrascendente. Los intentos de Allie por conversar con ella siempre llegaban a un punto en el que Zoe se la quedaba mirando con perpleja ferocidad, como si intentara discernir por qué la otra era tan irritante.
Un día, mientras Allie comentaba el trabajo que estaba haciendo para la clase de Ciencias, Zoe la interrumpió a mitad de una frase.
—Hablas demasiado —le dijo. Luego, acto seguido, se levantó y se alejó, dejando a Allie con la boca abierta.
Sin embargo, durante los entrenamientos, Zoe no era mala compañera. Cada vez que Allie dominaba un ejercicio con rapidez, Zoe intentaba hacerle un cumplido, casi siempre del estilo de: «Lo has pillado más deprisa que de costumbre. ¿Te encuentras bien?»
A pesar de todo, Zoe emanaba un aire de vulnerabilidad que impedía a Allie darse por vencida.
—Es como una especie de mascota —le dijo a Rachel.
Esta sonrió con suficiencia.
—Será mejor que no te oiga decir eso.
—Como un híbrido de cobra y gatito —prosiguió Allie, tan tranquila—. Mona y malvada al mismo tiempo.
—O un cachorro de pitón —sugirió Rachel—, pero si le cuentas que yo he dicho eso te llamaré mentirosa a la cara.
—No me atrevería —se estremeció la otra—. Me pegaría.
Pasado algún tiempo, Jerry Cole les asignó un ejercicio de técnicas de vigilancia, una tarde de octubre inusualmente cálida. A aquellas alturas, Allie había empezado a creer que jamás se granjearía las simpatías de Zoe. Mientras se disponían a acechar al sujeto que les habían asignado, Allie bromeó, en tono dramático:
—La Night School de día… día… día…
Fingió su propio eco mientras Zoe la asesinaba con la mirada.
La tarea consistía en seguir a un alumno de la Night School llamado Philip durante tres horas sin ser descubiertas. Tenían que controlar cada uno de sus movimientos y anotarlos en un formulario.
Al descubrir en qué consistía el ejercicio, ambas lo habían encontrado divertido.
Resultó ser un rollo de campeonato.
Al principio, Philip pasó una hora en la biblioteca, estudiando a solas. Luego acudió al servicio de los chicos. Durante siglos.
Allie y Zoe estaban en el pasillo discutiendo si debían o no entrar a echar un vistazo cuando Philip salió tan de repente que estuvo a punto de chocar con ellas. Por suerte, parecía distraído y salió a toda prisa sin reparar en las chicas. Cuando lo siguieron, lo vieron unirse a un partido de fútbol con un grupo de amigos.
Mientras Philip jugaba, Zoe y Allie se escondieron en el bosque y lo espiaron entre los árboles.
—¡Ha cogido la pelota! —anunció Zoe, que miraba a Philip por detrás de unas ramas—. Oh, no. Ha vuelto a fallar —volviéndose a mirar a Allie, se sentó de espaldas al juego—. Juega fatal.
Allie sostuvo una hoja de hierba por los extremos y sopló hasta arrancarle un pitido como de trompeta. Cuando se cansó de soplar, soltó la hoja, que cayó al suelo.
—Cielos, qué aburrimiento. ¿Por qué no puede hacer algo interesante? Como pelearse con alguien o… ¡cualquier cosa menos eso!
Al final, decidieron jugar a algo para matar el tiempo. Primero al «veo, veo» y luego, cuando se hartaron, a buscar animales en las nubes.
—Veo un minotauro —dijo Zoe mientras Allie y ella contemplaban tumbadas el azul del cielo.
—No es verdad —Allie, que no veía nada salvo masas sin forma, se incorporó para observar la nube que Zoe señalaba—. Ahí no hay nada.
—Es un minotauro —insistió Zoe—. Mira, esos son los cuernos y aquello de allá, el cuerpo, supermusculoso. Y tiene una especie de cola. Es un minotauro.
—Un minotauro —musitó Allie para sí—. Bueno, pues yo veo un pato.
—¿De verdad? —Zoe miró la nube que señalaba Allie—. No parece un pato. A mí me recuerda a un conejo.
—Pues muy bien —suspiró la otra—. Será un pato-conejo. Un patonejo. O un conato.
Un pájaro bajó revoloteando de los árboles y se posó en el suelo. Torció la cabeza para mirarlas antes de cambiar de idea y alzar el vuelo. Allie lo observó de reojo mientras buscaba una nube capaz de superar el minotauro de Zoe.
—Oh, no —susurró esta última para sí—. Solo una.
Allie seguía mirando las nubes.
—Sí, solo un conato, Zoe.
Sin embargo, Zoe ya no hablaba de conatos. Se puso en pie de un salto y escudriñó los árboles, presa del pánico. Allie entrecerró los ojos para mirarla a contraluz.
—Una, desgracia; no puede haber solo una. Tiene que haber dos. Una, desgracia, Allie —dijo Zoe en tono angustiado a la vez que se volvía a mirar a su compañera—. Ayúdame a encontrar otra.
—¿A encontrar otra qué? —sorprendida, Allie se incorporó para seguir a Zoe, pero la chiquilla había echado a correr hacia el bosque. Cuando la encontró al cabo de un momento, Zoe estaba de pie en un claro, pasando la vista de árbol en árbol—. ¿Qué encuentre otra qué?
La más joven señaló hacia arriba, donde una urraca lustrosa y regordeta se agarraba a una rama, las plumas blancas y negras como un intempestivo esmoquin entre el verdor. El pájaro las miró un instante antes de desviar la atención a otro lado.
—No puede haber solo una —musitaba Zoe para sí—. No es posible.
Sin saber a qué venía todo aquello, Allie escudriñó los árboles circundantes buscando un pájaro; el que fuera.
—Allí —señaló entre los árboles un castaño lejano, en cuya copa se había posado un ave. Era imposible distinguir qué pájaro era desde tan lejos, pero Allie tenía la esperanza de que Zoe lo tomara por una urraca—. ¿No es una urraca?
Poco convencida, Zoe se puso de puntillas para escudriñarla. Luego lanzó un gritito de felicidad y aplaudió.
—¡Sí! ¡Dos, alegría!
Asustada, la primera urraca salió volando.
Sin decir nada más, Zoe regresó corriendo a la zona del bosque que acababan de abandonar y volvió a tumbarse de cara al cielo como si nada.
Al cabo de un instante, Allie se sentó a su lado, perpleja.
—Y bien —dijo con cautela—. ¿Urracas?
Frunciendo el ceño, Zoe observó las nubes.
—No puede haber solo una, Allie. Nunca.
—¿Por la canción?
Zoe asintió.
Allie la recordaba vagamente. Su madre se la recitaba a veces cuando una sola urraca se cruzaba en su camino. Una, desgracia. Dos, alegría. Si tres, una chica. Si cuatro, un chico…
Sabía que existían supersticiones en relación a los pájaros, que algunas personas los consideraban de mal agüero, pero nunca había visto a nadie reaccionar como Zoe. Mientras meditaba todo aquello, Allie echó un vistazo a los jugadores de fútbol… pero el césped estaba vacío. Se habían ido.
—Mierda, Zoe, hemos perdido al maldito Philip.
Pese a todo, a Allie no le importó haber perdido al chico ni que les pusieran una mala nota, ni siquiera que Jerry las mirara con decepción. Porque, por raro que parezca, aquella tarde lo cambió todo.
Desde aquel día, Zoe aceptó a Allie sin reservas.
El veranillo apenas duró unos días y el sonido de la lluvia contra las ventanas acompañaba a Allie poco después, mientras se dirigía al sótano en compañía de Carter, comentando lo sucedido la víspera. La noche anterior el tiempo había sido pésimo también y, como no podían salir a correr, les habían planteado un problema.
Había aparecido en la pizarra blanca, escrito con la bonita letra cuadrada de Eloise, y todos lo habían leído perplejos.
Un tren sin frenos, lleno de pasajeros, está a punto de descarrilar. Si cambias el tren a otra vía, salvarás a todos los pasajeros pero, de hacerlo así, una persona inocente morirá. ¿Es justo sacrificar una vida para salvar la de otros muchos?
Como de costumbre, les habían explicado que el problema planteaba el tipo de dilema al que se tendrían que enfrentar algún día, y que no había una respuesta correcta y otra incorrecta. Debían tomar una decisión.
Allie no paraba de darle vueltas.
—Es horrible. O sea, ¿qué clase de pregunta es esa? —decía mientras caminaban bajo los temblorosos fluorescentes del pasillo del sótano. El aire olía a humedad y se le pegaba a la piel—. ¿Y cómo es posible que no nos digan lo que está bien? —agitó el puño hacia el techo—. ¡Quiero saber lo que está bien!
—Ya te acostumbrarás —la tranquilizó Carter—. Siempre nos plantean ese tipo de problemas.
—¿Y qué pretenden enseñarnos con eso? —preguntó Allie—. ¿A ser malvados?
—Quizás.
Allie miró de reojo a Carter, que exhibía una expresión sombría. No dijo nada, pero se alegró de que él no siempre estuviera de acuerdo con la mentalidad de la Night School. Que fuera crítico y se preguntara, igual que ella: ¿Esto está bien? ¿O es una barbaridad?
—Bueno, pues no lo conseguirán. Somos demasiado buenos para eso. Nunca lo lograrán —empujó la puerta de la Sala de Entrenamiento Uno—. Descubrirán que…
Al mirar al interior de la sala, perdió el hilo de sus pensamientos. El tatami azul había desaparecido. En cambio, vio una mesa al fondo, frente a un montón de sillas plegables dispuestas en hileras.
Al asomarse por encima del hombro de Allie, Carter murmuró:
—¿Pero qué diablos…?
Ambos intercambiaron una mirada de preocupación y se dirigieron juntos hacia dos sillas libres.
—¿Qué pasa aquí? —susurró Allie, pero Carter negó con la cabeza. Tampoco lo sabía. Ella se estremeció inquieta, como si se hubiera levantado una brisa gélida. El ambiente de la sala recordaba al de una iglesia; todo el mundo aguardaba sentado en pose de sumisa reverencia. Allie tenía el presentimiento de que, si bien nadie tenía ni idea de lo que les esperaba, todos sabían que no era nada bueno.
Cuando se abrieron las puertas, diez minutos después, la tensión chisporroteaba en el ambiente. Los jefes de la Night School entraron juntos como si se dirigieran a una batalla: Eloise, Isabelle, Zelazny, Jerry y Raj, todos vestidos de negro y avanzando a un paso idéntico. No miraron a los alumnos hasta haber ocupado sus asientos al fondo de la sala. Entonces, barrieron la habitación con los ojos, impertérritos.
Allie se retorció el borde de la camisa, con tanta fuerza que el dedo se le amorató.
Raj fue el primero en hablar.
—La tarea que os vamos a poner esta semana no será fácil, pero sí trascendental. Cada uno de vosotros tendréis una persona asignada, a la que deberéis entrevistar. La interrogaréis acerca de todos los aspectos de su vida y redactaréis un informe. En ese informe haréis constar si esa persona dice o no la verdad. A lo largo de la semana recibiréis instrucción personalizada sobre el arte de detectar mentiras. Hacia el final, esperamos que seáis capaces de identificar cualquier señal de engaño: muletillas, gestos peculiares, señales delatoras. Las utilizaréis para determinar el grado de verdad.
Se echó hacia atrás, y Eloise tomó la palabra.
—Los sujetos que os asignemos serán, en muchos casos, personas que ya conocéis. De hecho, personas que conocéis bien —un murmullo de desaliento se extendió por la sala—. Mediante este ejercicio aprenderéis a separar vuestras emociones de vuestro trabajo. Sin embargo, debéis saber que el sujeto asignado jamás verá el informe que escribáis. Este será completamente confidencial y debería, en consecuencia, reflejar la verdad sin ambages.
Apoyó las palmas en la mesa antes de seguir hablando, haciendo mucho hincapié en sus palabras.
—Mentir al entrevistador será motivo de expulsión de la Night School y de la Academia Cimmeria.
Cuando Zelazny se dispuso a hablar, Allie retrocedió en la silla, como si quisiera alejarse de todos ellos.
—La identidad del sujeto que os asignen debe permanecer en secreto. Solo vosotros y el sujeto escogido compartiréis la información. No le digáis a nadie a quién estáis investigando —los ojos fríos del profesor escudriñaron a los alumnos—. Aquel que se vaya de la lengua será castigado —tras agacharse para coger un maletín del suelo, sacó un montón de carpetas negras—. Cuando oigáis vuestro nombre, por favor acercaos a recoger el material. Anderson…
Cuando una chica alta y delgada avanzó hacia el fondo de la sala para recoger su dosier, Allie y Carter intercambiaron una mirada rápida y desesperada.
El montón de carpetas menguaba. Lucas cogió su material, luego Jules.
A continuación, Zelazny gritó:
—¡Glass!
Furiosa, Zoe se dirigió al fondo de la sala. Le arrebató a Zelazny el dosier de las manos.
—¡Vaya asco! —murmuró al pasar junto a Allie, de vuelta a su asiento.
Por fin, Zelazny ladró:
—¡Sheridan!
Inspirando para tranquilizarse, Allie se acercó al profesor. Adoptó una expresión indiferente, pero cerró los puños a los costados. Se obligó a sí misma a mirar a Zelazny a los ojos cuando cogió el dosier que le tendía. Debió de tardar menos de un minuto en caminar de su asiento a la mesa y volver a la silla. Se le antojó una eternidad.
El profesor llamó a Carter en último lugar. Cuando se levantó, el chico miró a Allie con impotencia.
—La información ya está en vuestro poder —la voz fría y clara de Isabelle resonó a espaldas de Carter mientras este volvía a su sitio—. Recordad que todo el proceso requiere la máxima discreción.
Entretanto, Jerry se había quitado las gafas y se las limpiaba con una gamuza. Cuando hubo terminado, dijo a modo de conclusión:
—Debéis pasar un buen rato con el sujeto que se os ha asignado. Aprender a hacer las preguntas adecuadas. Y a extraer la verdad de una mentira. Es importante —volvió a colocarse las gafas y los observó a todos con expresión solemne—. Hay alguien entre nosotros que está trabajando para Nathaniel. Nos está mintiendo a todos. Tenéis la oportunidad de descubrir a esa persona. El proceso comenzará mañana. Esta semana no habrá entrenamiento de la Night School; queremos que os concentréis en el proyecto.
Cuando los alumnos, cabizbajos, abandonaron la habitación, Allie y Carter se reunieron con Lucas y Jules.
—¿No os parece increíble? —Lucas parecía disgustado.
Negando con la cabeza, Jules miró a Carter.
—Esto no me gusta nada.
Allie se puso nerviosa al verla tan preocupada.
Jules nunca se preocupa por nada.
—Estamos perdidos. Alguien se va a sentir herido —bromeó Lucas con expresión lúgubre, tratando de relajar el ambiente—. Y apuesto a que seré yo.
Nadie se rio.
Más tarde, en su cuarto, Allie se sentó en la cama con el dosier cerrado ante sí, un agujero negro en mitad de una galaxia blanca.
Nadie se había quedado a charlar. Por consenso tácito, todos se separaron en lo alto de la escalera, cada cual hacia un lugar distinto.
Ahora Allie tenía que abrir el dosier para averiguar quién estaba a punto de ver violada su intimidad. Quién tendría que soportar que pusieran en duda su honestidad. Y quién la iba a odiar antes de que finalizase la semana.
Eloise había dicho que les asignarían sujetos a los que conocían bien.
Un horrible sexto sentido la previno de lo que iba a encontrar en el interior del dosier. Sin embargo, se quedó mirándolo un rato, como si sus manos se negaran a cooperar.
Por fin, cerrando los ojos, tendió la mano a ciegas hacia el dosier. Palpó la superficie fría con la punta de los dedos, luego los abruptos cantos. Levantó la tapa.
Rezando en silencio, abrió los ojos.
Las palabras aparecieron ante ella, escritas en bonita caligrafía negra sobre el fondo blanco de la página.
«Carter West».