Veinte
—¿Te encuentras bien? Deberías ir a ver a la enfermera.
En el pasillo que conducía a la oficina de Isabelle, Allie observaba la maltrecha cara de Sylvain con preocupación. El chico había dejado de sangrar, pero tenía un ojo a la funerala y la mandíbula tan magullada que apenas podía abrir la boca.
—Lo haré —Sylvain le guiñó el ojo bueno.
—¿Qué tal tienes el…? —Allie se señaló el cuello.
Él se encogió de hombros con debilidad e hizo un gesto de dolor.
—Bien, supongo.
Hablar le suponía a Sylvain un esfuerzo. Plantada a su lado en incómodo silencio, a Allie se le ocurrieron mil cosas que hubiera querido decirle, pero no sabía cómo hacerlo. O quizás sencillamente temía que sus palabras revelasen sus verdaderos sentimientos.
¿Pero qué sentía?
Gracias por haberte jugado la vida por mí. Gracias por haberlo arriesgado todo por mí. Gracias por estar siempre ahí. ¿Qué vamos a hacer ahora?
En cambio, dijo:
—¿Quieres que te acompañe? ¿Necesitas ayuda?
—Prefiero ir… —dijo él con dificultad— solo.
—Vale.
—Bueno —se despidió ella tras otro silencio—. Adiós.
Mientras Sylvain se alejaba en dirección a la enfermería, Allie apretó los puños con tanta fuerza que se grabó las uñas en las palmas de las manos. ¿De verdad, después de todo lo que había pasado aquella noche, iba a dejar que Sylvain se fuera como si nada? Había estado a punto de morir por ella, y ella había estado a punto de matar por él.
¿Qué me está pasando?
—¡Sylvain!
Allie lo llamó en tono agudo. Dolorido, él se giró para mirarla.
—Gracias.
Frustrada por su propia incapacidad para expresarse, para saber siquiera lo que quería decir, Allie levantó las manos con ademán de impotencia.
Durante una milésima de segundo, Sylvain le sostuvo la mirada. Luego los labios hinchados del chico se curvaron en una sonrisa.
—A mandar.
El ruido de pasos y voces que llegaba del pasillo despertó a Allie al día siguiente. Por un momento no supo dónde estaba; se incorporó en la cama, aterrada.
Se encontraba en su habitación.
La víspera, después de quedarse mirando cómo Sylvain se encaminaba a la enfermería, Allie se había arrastrado hasta su propio cuarto y se había dejado caer en la cama tras entretenerse lo justo para quitarse la ropa sucia y ponerse una camiseta. Estaba segura de que no se dormiría, pero el cansancio la venció tan deprisa que ni siquiera soñó con Christopher.
Christopher.
La brillante luz del sol inundaba ahora la habitación. Allie se apartó la enmarañada melena de los ojos para echar un vistazo al reloj.
Las nueve.
Se levantó a toda prisa, cogió una toalla y corrió hacia el baño sin hacer caso de las chicas de uniforme que la miraban con curiosidad cuando se cruzaban con ella.
Se dio una ducha rápida, se puso un uniforme limpio y bajó volando las escaleras. El dolor de cabeza empezaba a molestarla. Tenía que saber qué había pasado mientras dormía. ¿Habían expulsado a Sylvain? ¿Habían encontrado a Christopher o a Gabe?
Y Carter… Le dio un vuelco el corazón cuando pensó en Carter.
Tenía que dar con él antes de que se enterase de lo sucedido la noche anterior. Fuera como fuese se iba a poner furioso cuando descubriese que Allie había salido en plena noche en compañía de Sylvain.
Notó una sensación de náusea y se apretó el estómago. ¿Cuándo había comido por última vez? Ayer no. ¿Anteayer quizás?
Para empezar, Allie pasó por el despacho de Isabelle, pero estaba vacío y con las luces apagadas. Había gente en la sala común, pero ninguno de sus conocidos.
Se dirigía a la biblioteca cuando divisó a Jules, que caminaba hacia ella.
—Eh, Jules, ¿sabes dónde está Car…? —empezó a decir, pero su voz se fue apagando cuando advirtió que la prefecta la fulminaba con la mirada.
—Allie, ¿en qué demonios estabas pensando?
—Yo… —intentó excusarse, pero Jules la interrumpió.
—Isabelle acaba de echarme una bronca terrible. Dice que ayer por la noche te escapaste y que viste a tu hermano y a Gabe —cuchicheó la prefecta furiosa, mirando a su alrededor para asegurarse de que no había nadie escuchando—. Han convocado a todos los alumnos mayores de la Night School a una reunión de estrategia para decidir qué hacer. Francamente, no entiendo cómo no te han expulsado.
Allie se sintió tan insultada que se puso roja de rabia.
¿Cómo que vi a Gabe? Intenté matar a Gabe.
—¿Cómo has podido, después de todo lo que pasó el trimestre pasado? —prosiguió Jules, echando chispas—. ¿Cómo se te ha ocurrido invitar a la gente de Nathaniel?
Allie no mordió el anzuelo. Quería averiguar unas cuantas cosas, y enfadarse no la ayudaría.
—Ya sé que estás enfadada, Jules, pero antes que nada, ¿han expulsado a Sylvain? —preguntó a bocajarro.
—Todavía no —respondió Jules con malicia.
Allie pasó por alto la ironía.
—¿Está bien? ¿Lo has visto?
—Está hecho un asco, pero vivo —replicó Jules—. No gracias a ti y a tu hermano, desde luego.
Allie cerró los ojos y se permitió experimentar un instante de alivio. Luego irguió la espalda y se encaró con la prefecta.
—Lamento que hayas tenido problemas por mi culpa. Jamás habría puesto a Cimmeria en peligro a conciencia. Yo no invité a Christopher; acudió él por su cuenta. Y sí, quise ver a mi hermano. Tenía que saber… —se quedó sin aliento y se interrumpió—. Sencillamente tenía que verlo.
Jules no se dejó conmover.
—A veces parece como si tu presencia aquí fuera un peligro para todos, Allie. Todo iba bien hasta que llegaste tú. Y quizá sea injusto por mi parte decir esto, pero en ocasiones casi deseo… —Allie hizo un gesto de dolor y Jules se calló, mordiéndose el labio—. Lo siento. No debería…
—No. No te disculpes —dijo Allie con la barbilla alta—. Me lo merezco. ¿Sabes?, estoy tratando de… —pero su voz se apagó. ¿Para qué intentarlo? Dijera lo que dijese, Jules no cambiaría de opinión—. Yo… lo lamento.
Mientras se disculpaba, Allie ya había empezado a alejarse. Tenía la sensación de que las cosas no podían ir peor.
Puesto que Sylvain se encontraba bien y no lo habían expulsado, Allie debía ocuparse de algo antes de ir a hablar con Isabelle para afrontar el castigo que le hubiera reservado. Tenía que encontrar a Carter.
Mientras recorría el pasillo entre la marea de alumnos que circulaba de acá para allá con la calma característica del sábado por la mañana, Allie aflojó el paso. Si Jules ya estaba al corriente de lo sucedido, seguramente Carter lo sabría también. Ya se habría enterado de que Allie le había ocultado el asunto de la carta de Christopher y que, en cambio, había compartido el secreto con su peor enemigo. Ya sabría que le había mentido.
Jamás me perdonará, pensó Allie. ¿Y por qué tendría que hacerlo? Soy una mentirosa. Como todos los miembros de mi familia…
Allie estaba tan sumida en sus pensamientos, increpándose a sí misma, que Jo prácticamente paso delante de ella sin que Allie la viera.
—Hola, Jo, ¿has visto a…? —la voz de Allie se apagó en cuanto vio de cerca a su amiga. Jo estaba congestionada y llorosa, el pelo rubio enmarañado, los botones del uniforme torcidos—. ¿Estás…? Jo, ¿qué pasa?
—¿Es verdad? —los ojos enrojecidos de Jo la miraron fijamente—. Eso que se dice por ahí… ¿es verdad?
—Yo no… —a Allie se le secó la boca. La migraña se hizo más fuerte e insistente—. ¿Qué dice todo el mundo?
—¿Viste a Gabe ayer por la noche? ¿Aquí? —Jo elevó la voz y la gente que pasaba por allí se paró a mirarlas.
Allie cogió a su amiga de la mano e intentó llevarla hacia la cocina, pero Jo se resistió, apartó la mano y le abofeteó la muñeca con fuerza. Con la piel enrojecida, Allie apartó la mano antes de que Jo volviera a golpearla.
—Jo, tranquilízate —miró a su amiga con expresión preocupada y escogió las palabras con cuidado—. Sí, ayer por la noche vi a Gabe. Me estaba acechando en el bosque.
—¿Qué…? —Jo miró a Allie fijamente, como si le costara concentrarse—. ¿Y qué hacía él allí? ¿Por qué le viste?
Allie, que no sabía hasta qué punto había trascendido lo sucedido la noche anterior, bajó la voz.
—Christopher vino a verme —el recuerdo de Gabe arrastrándola por el bosque de mala manera le revolvió las tripas—. Gabe estaba con él.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
El tono acusador la cogió por sorpresa. Miró a Jo extrañada.
—¿Decirte qué?
—Fuiste a ver a Gabe y no me lo dijiste.
—Dios mío, Jo —Allie se esforzó en no perder la paciencia. Saltaba a la vista que Jo no estaba en sus cabales y enfadarse con ella no serviría de nada. Su amiga no sabía lo que había pasado, pero todo lo relacionado con Gabe la ponía frenética—. Fui a ver a Christopher y solo a Christopher. Quería que me explicara unas cuantas cosas. No sabía que Gabe estaría allí. Nadie lo invitó. Y no deberíamos hablar de esto.
Durante unos instantes, Jo le sostuvo la mirada.
—Tú no hablarías con Gabe sin decírmelo, ¿verdad?
—No, Jo —respondió Allie con tristeza—. No lo haría. Pero tienes que dejar de pensar en Gabe. No te conviene. No le conviene a nadie.
—Ya lo sé —replicó Jo—, pero… ¿No te das cuenta? No tuve ocasión de preguntarle por qué hizo lo que hizo.
Allie pensó en la necesidad que ella misma había sentido de preguntarle a Christopher por qué había abandonado a su familia y por primera vez comprendió el apego irracional que vinculaba a Jo con Gabe.
—Te prometo —tomó la mano de su amiga, que no la golpeó esta vez— que si alguna vez Gabe se pone en contacto conmigo, te lo diré.
Poco después, Allie levantaba una mano temblorosa para llamar a la puerta de Isabelle. Su dolor de cabeza había empeorado y se sentía como si un batería de jazz estuviera tocando en el interior de su cráneo. Pese a todo, tenía asuntos que resolver.
—Adelante.
Cuando Allie entró en el despacho, la directora no dio muestras de alegría. Isabelle se había subido las gafas a la frente y sostenía un montón de papeles.
—Te dije que te mandaría llamar cuando estuviera lista para hablar contigo.
—Perdona, Isabelle —Allie apoyó la cabeza en el marco, como si el gesto pudiera paliar el dolor—. Llevo todo el día pidiendo perdón. Es que tengo la sensación de que debo hacer algo. Yo he tenido la culpa de todo y quiero, no sé, reparar mi error.
Isabelle señaló una silla.
—Siéntate —cuando Allie obedeció, la directora la escudriñó con la mirada—. ¿Has comido algo hoy?
Allie negó con la cabeza.
Isabelle entornó los ojos.
—¿Ayer?
Demasiado aturdida y fatigada para responder, Allie mostró las manos vacías.
—Eso me parecía —dijo Isabelle—. Tienes un aspecto horrible. Quédate aquí.
Después de conectar el hervidor de agua, la directora se marchó.
Sentada en el despacho vacío, muy quieta, Allie se quedó mirando el infinito. El agua de la tetera empezó a burbujear. Mientras el aparato escupía una nube de vapor, ella repasaba su lista mental de posibilidades, moviendo los labios apenas, inmersa en profunda concentración.
Una súbita corriente de aire le alborotó el cabello cuando la puerta se abrió. Isabelle le tendió un plato con un sándwich de queso antes de darse la vuelta para preparar dos tazas de té. Allie mordisqueó el borde; aunque tenía hambre, se sentía incapaz de comer.
La directora le tendió una taza de té y luego se sentó en la butaca de al lado.
Se quedaron un rato en un silencio que en otras circunstancias habría sido amistoso. En esta ocasión, sin embargo, se respiraba la tensión en el ambiente.
—Me temo —dijo por fin la directora— que August Zelazny ha solicitado que se convoque un tribunal para considerar tu expulsión. La vista se celebrará mañana.
La noticia no cogió a Allie por sorpresa, pero le dolió de todos modos. Era muy posible que, después de haber llegado hasta allí, Cimmeria acabase por expulsarla igual que sus otras escuelas.
—Vale —asintió impertérrita—. Supongo que me lo merezco.
—Me gustaría decir que no, pero sí, te lo mereces —replicó Isabelle en tono irritado, pero cuando Allie se miró las manos con tristeza, añadió—: Cómete el sándwich.
Obediente, la alumna tomó un bocado, evitando los ojos de la directora.
—Hay algo más —prosiguió Isabelle con un suspiro— y tampoco te va a gustar.
Allie tragó saliva.
—¿De qué se trata?
La directora se frotó los ojos.
—Necesitamos que vuelvas a hablar con Christopher. Cuando se ponga en contacto contigo, le propondrás una fecha y un lugar de encuentro.
—Y entonces… ¿qué? ¿Lo capturaréis? —Allie dejó el plato sobre la mesa con brusquedad—. Tiene contactos, Isabelle. Lo sabe todo de mí. Mis notas. Con quién salgo… —se echó hacia delante—. Si está enterado de todas esas cosas, averiguará tus planes. Y los utilizará contra nosotros.
—Idearemos dos planes distintos —Isabelle pronunció aquellas palabras en voz tan baja que a Allie le costó oírlas—. Comunicaremos uno al personal y a los alumnos mayores de la Night School. Solo tú, Sylvain y unas cuantas personas de plena confianza estaréis al corriente del segundo.
Allie se tapó la boca con los dedos de una mano.
—¿Sabes quién es, Isabelle? ¿Tú sabes quién trabaja para Nathaniel?
Isabelle hizo un gesto negativo con la cabeza. Se diría que envejecía por momentos; estaba demacrada.
—Ojalá lo supiera.
—Es alguien de la cúpula, ¿verdad? —dijo Allie—. Alguien muy próximo a ti.
—Y a ti —añadió Isabelle.
Se miraron mutuamente unos instantes y Allie leyó la magnitud del desastre en los ojos preocupados de la directora. En el rincón, la tetera crujió al enfriarse.
En aquel momento, Allie decidió que le daba igual lo que opinara Christopher. Confiaba en Isabelle. La apoyaría y lucharía a su lado dijera lo que dijese su hermano.
—Lamento no haberte contado lo de Christopher.
La directora la observó con frialdad.
—No podía, Isabelle —Allie se dio cuenta de que estaba implorando, pero necesitaba que la mujer la entendiera—. Sé cómo habrías actuado. Habríais acudido a su encuentro para capturarlo, y él habría sabido que yo lo había traicionado. No podía hacerlo sin haber hablado antes con él. Necesitaba escuchar sus explicaciones.
—¿Y ahora? —le preguntó Isabelle con vehemencia.
—Ahora… —Allie recuperó la taza y la sostuvo con tanta fuerza que temió que se hiciera añicos en sus manos—. Ahora sé que he perdido a mi hermano. No reconozco a la persona que lo ha remplazado. Ha cambiado. No quiero tener nada que ver con él.
Isabelle se inclinó hacia ella.
—Te aprecio mucho, Allie, pero necesito que tengas fe en mí. Conozco muy bien los métodos de Nathaniel —Allie tenía a la directora tan cerca que distinguía las motas de sus ojos color miel—. Y me temo que si no aprendes a confiar en mí, vas a salir malparada.
Después de la reunión con Isabelle e incapaz de encontrar a Carter por ninguna parte, Allie huyó a su habitación. Exhausta, se durmió, y no volvió a despertar hasta poco antes de la hora de cenar.
A punto de dar las siete, cuando bajaba las escaleras para dirigirse al comedor, vio a Sylvain unos pasos por delante de ella. Por una milésima de segundo, se le aceleró el corazón y se dispuso a correr a su encuentro. Entonces advirtió que no estaba solo; llevaba a Nicole del brazo. La melena de la morenita oscilaba con cada paso mientras echaba ojeadas inquietas a su acompañante.
Sylvain se quedó atrás. Al girar la cabeza para ver por qué el chico se retrasaba, Nicole vio a Allie. Inclinándose hacia Sylvain, le susurró algo. Él se volvió a mirar a su vez y Allie notó una descarga eléctrica.
Solo Sylvain había estado presente la noche anterior. Era el único que la entendía.
No le gustaba pensar así, pero no podía evitarlo.
Sylvain le dijo algo a Nicole y ambos se detuvieron a esperarla.
Fingiendo una sonrisa desenfadada, Allie los saludó de lejos como si se alegrase de encontrarlos juntos al mismo tiempo que apuraba el paso para reunirse con ellos.
—Te he buscado por todas partes, Sylvain. ¿Qué tal, Nicole? —Allie se alegró de advertir que su voz sonaba más o menos normal—. ¿Te encuentras mejor?
Por más alegría que fingiese, no podía dejar de mirar las heridas de Sylvain, de evaluarlas en silencio. Tenía la cara hecha un mapa y aún llevaba el ojo a la funerala, pero su mandíbula tenía mejor aspecto; ya no parecía inflamada.
—Sobreviviré —repuso él—, pero no estoy en mi mejor momento.
La mano de Nicole bajó por el brazo de Sylvain hasta los dedos.
—Por su aspecto, se diría que se ha caído en moto sin casco, pero él dice que se peleó y que tú lo ayudaste.
Allie trató de imaginárselo vestido con vaqueros y camiseta, subido a una motaza. No le costó demasiado.
Sylvain seguía observándola.
—¿Te sientas con nosotros?
Ella titubeó. Si aquellos dos estaban saliendo, no le apetecía nada hacer de carabina. Nicole intercedió.
—Sí —dijo antes de echar andar—. Por favor, hazlo.
Mientras se dirigían al comedor, Allie aguardó a que Nicole mirara a otra parte para acercarse a Sylvain.
—¿Ya has hablado con Jerry y con Zelazny?
El chico asintió pero desvió la vista.
Allie frunció el ceño, desconcertada por su reacción.
—¿Todo va bien?
Al ver que él no respondía y que seguía evitando sus ojos, Allie comprendió que no.
Antes de que pudiera decir nada más, Nicole se volvió a mirarlos con expresión suspicaz.
Allie se apartó de Sylvain a toda prisa.
Carter no bajó a cenar. Aquella ausencia prolongada estaba poniendo frenética a Allie. Allá donde estuviera, Carter ya sabía lo que había pasado. Y no se lo había tomado bien. Tras una cena incómoda, durante la cual no hablaron de nada importante, Allie se escabulló a la primera ocasión decidida a dar con él.
Una rápida inspección le reveló que Carter no estaba en la biblioteca ni en la sala común. Se estaba planteando colarse en los dormitorios de los chicos cuando de repente comprendió dónde debía buscarlo.
Cogió aire para tranquilizarse, abrió la puerta del salón de actos y entró. La hoja se cerró tras ella. Escudriñó la penumbra con los ojos; suspendidas en el aire, las motas de polvo desafiaban la gravedad. Luego inspeccionó la zona de la enorme chimenea, capaz de albergar a Allie de pie en el hogar; solo vio mesas vacías y unas cuantas sillas.
Ya se disponía a marcharse cuando oyó un rumor.
—¿Carter?
No obtuvo respuesta. Sin embargo, el rumor se repitió, como si alguien arrastrara una silla. Procedía de la esquina más retirada del salón.
Abriéndose paso entre los viejos muebles, Allie enfiló hacia el fondo de la estancia. Había recorrido media sala cuando advirtió que algo se movía a su izquierda.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Carter estaba de pie entre las sombras, con una mano apoyada en el respaldo de una silla.
—Carter —las palabras murieron en la garganta de Allie—. Yo…
Se había preparado un discurso, pero en cuanto tuvo delante a Carter comprendió que no podía darle excusas.
—Sabía que se lo contarías a Isabelle —explicó por fin—, por mucho que yo te suplicara que no lo hicieras. Y necesitaba hablar con Christopher. No podía dejar que secuestraran a mi hermano.
—Así que se lo dijiste a Sylvain.
Carter aferraba la silla con tanta fuerza que Allie distinguía el bulto de sus nudillos con toda claridad.
Parecía tan triste, tan enfadado… Los hombros de Allie se hundieron bajo el peso de la culpa.
—Tuve que decírselo, por la entrevista —cuando Carter la miró con desconfianza, ella se puso a la defensiva—. Me preguntó si sabía algo de Christopher y resultó que sí. No podía mentir. De modo que se lo conté. Le dije que planeaba reunirme con él. No quiso que acudiera sola.
—¿Y por qué no se lo dijiste a alguien más? ¿A Rachel, por ejemplo? —Carter hablaba en tono bajo y firme pero Allie advirtió que hacía esfuerzos por controlar sus emociones—. ¿Acaso no confías en ella?
—Ella no se entrena ni nada —repuso Allie con indiferencia. Tenía la sensación de que ya había perdido la discusión—. No podía exponerla al peligro —dio un paso hacia él—. Carter, fue horrible tener que ocultártelo. Eras la única persona a la que se lo hubiera querido contar. Pero…
—No confiaste en mí.
Con un movimiento tan raudo que pilló a Allie sin tiempo de reaccionar, Carter cogió la silla y la lanzó al otro lado de la estancia. Se estrelló contra el suelo en medio de un estrépito que resonó en todo el salón.
—Carter —musitó ella mirándolo de hito en hito.
—Dime la verdad, Allie —con las manos cerradas a los costados, Carter respiraba con dificultad—. Mírame a los ojos y dime que entre Sylvain y tú solo hay amistad. Dime que no te atrae.
Allie abrió la boca para decir: No digas tonterías. Solo me importas tú.
Pero no pudo. Ya había mentido bastante. Y Sylvain le inspiraba unos sentimientos tan confusos que ni ella misma los entendía.
Allie jamás había imaginado que los ojos de Carter pudieran oscurecerse tanto.
Cruzando el espacio que los separaba en tres zancadas, Carter la cogió por los brazos y la atrajo hacia sí. Se pegó tanto a ella que Allie notó los latidos de su corazón a través de la camisa. No podía ver nada más que sus oscuros ojos.
—Habría hecho —dijo él entre dientes— cualquier cosa por ti.
Allie lo miró estupefacta. Aquel no era Carter. Él nunca se comportaba así. Levantó la mano para rozarle la sien con los dedos. Carter se apartó.
—Lamento mucho haberte hecho daño —susurró Allie. Le temblaba el labio inferior—. Yo solo… esperaba que comprendieras lo mucho que necesitaba ver a Christopher. Y tú eres tan importante para mí…
Carter no aguardó a que Allie terminara la frase. La empujó a un lado de mala manera y se separó de ella.
—Y pensaba que serías capaz de confiar en mí. Pero no lo eres. Y empiezo a pensar… —Allie descubrió horrorizada que Carter tenía lágrimas en los ojos—. Empiezo a pensar que nunca lo harás.
El chico abandonó el salón sin mirar atrás.