Veintidós
Tras interrogarla durante algunos minutos más, Isabelle dio la sesión por finalizada.
—Creo que tenemos toda la información que necesitamos para tomar una decisión —dijo la directora—. Allie, espera fuera, por favor. Te llamaremos cuando hayamos terminado.
Allie se dirigió a la salida con paso cansino. En el pasillo desierto reinaba un silencio ominoso. Se dejó caer contra la pared y se dispuso a esperar.
Al cabo de diez minutos, se sentó en el suelo y reclinó la cabeza contra las rodillas, contando entretanto las respiraciones. Transcurrida media hora, se aburrió también del recuento. De vez en cuando oía voces que se alzaban en la sala pero no distinguía las palabras.
Allie estaba medio dormida cuando la puerta se abrió por fin y Eloise le indicó por gestos que entrara.
—Ya estamos listos.
La alumna se puso en pie y la siguió a la Sala de Entrenamiento Uno.
Esta vez se quedó delante de la mesa como un condenado a muerte que espera su sentencia. Intentó inspirar hondo para tranquilizarse, pero sus pulmones se negaban a cooperar y su respiración mudó en un resuello asustado. Allie se cogió al respaldo de la silla plegable con tanta fuerza que temió que se le doblara en las manos.
—Lo que hiciste estuvo mal, Allie —empezó a decir Isabelle. Mientras la directora hablaba, Jerry se limpiaba las gafas evitando los ojos de la alumna. Eloise, en cambio, la animó con la mirada—. Violaste el Reglamento al que están sometidos todos los alumnos de Cimmeria. Lo que es peor, pusiste tu propia vida y la de Sylvain en peligro, por no mencionar las de los hombres de Raj Patel. Todo ello merece un castigo. Sin embargo, comprendemos que a los hermanos los une un vínculo muy fuerte y ninguno de nosotros —echó un vistazo a Zelazny, que miraba enfadado a otra parte— puede afirmar que no habría sentido la necesidad de ayudar a un miembro de la familia en circunstancias similares. Por todo ello, no te expulsaremos —Zelazny dejó caer el boli en la mesa, disgustado, y la directora dio un respingo. Enseguida continuó—: En cambio, estarás a prueba durante tres meses.
Allie los miró a todos y parpadeó.
—¿Y eso qué significa?
—Significa —aclaró Isabelle— que siempre y cuando no vuelvas a meterte en ningún otro lío, siempre y cuando no vuelvas a saltarte el Reglamento, dentro de tres meses borraremos el incidente de tu expediente. Sin embargo, si vuelves a violar alguna otra regla, por pequeña que sea, serás expulsada de inmediato. ¿Comprendes lo que implica esta decisión?
Allie asintió.
—Te agradecemos tu sinceridad —Isabelle se inclinó hacia delante para sostener la mirada de Allie—. Esperamos que lo sucedido haya servido para que entiendas que si alguien relacionado con Nathaniel vuelve a contactar contigo, debes acudir a nosotros. Y confiar en que te ayudaremos.
A lo largo de la semana siguiente, Carter evitó a Allie por completo. Ella hubiera querido hablar con él, explicarse, pedirle disculpas y arreglar las cosas. Pero sabía que las cosas no tenían arreglo. Aquella vez no. De modo que, muy a su pesar, lo dejó en paz.
La ausencia de Carter abrió un vacío en su vida. Cada noche, a la hora de cenar, añoraba el calor de su brazo tendido sobre el respaldo de la silla. Cuando se sentaba en la sala común o en la biblioteca, lo buscaba con los ojos sin darse ni cuenta.
La Night School les había concedido otra semana libre para que finalizaran los informes de las entrevistas, así que, como mínimo, no tenía que entrenarse con él; no estaba obligada a presenciar cómo se reía y se comportaba como si nada hubiera pasado en compañía de Jules y Lucas.
Por desgracia, todo aquello tenía un precio: escribir la historia de Carter se le antojó una tortura exquisita ahora que el chico ya no formaba parte de su vida. Para cuando hubo terminado, descubrió que el Carter que había descrito era la viva imagen del típico adolescente que está solo en el mundo pero lucha con todas sus fuerzas por salir adelante.
Se le rompió el corazón.
Creo que Carter West es la persona más digna de confianza que he conocido en toda mi vida. Y todo lo que me ha dicho, hasta la última palabra, es verdad…
El sábado a medianoche, Allie escribía la conclusión de su informe. Las lágrimas le surcaban el rostro. Dejó caer el boli, subió las piernas a la cama y se abrazó las rodillas, balanceándose con suavidad.
Cuando oyó que a Rachel se le caía algo en la habitación de al lado, se derrumbó. Añoraba tanto a su amiga… Necesitaba su consejo. Sin pararse a pensar lo que hacía, abrió la puerta de su propio cuarto y salió al pasillo. Con la mejilla apoyada contra la madera fresca, cerró los ojos y llamó dos veces a la puerta de Rachel.
Sonó un rumor de papeles.
—Entra —dijo Rachel en su tono más autoritario.
—Rach, no sé qué hacer…
Allie se precipitó en la habitación a media frase, agitando un pañuelo de papel y con pinta, estaba segura, de chalada. Pese a todo, Rachel se limitó a despejar la cama y a dar unas palmadas en la colcha.
—Cuenta.
—No te lo puedo contar todo —hipó Allie mientras hacía una bola con el pañuelo húmedo.
—Pues cuéntame el resto.
Rachel le tendió un pañuelo limpio. Sus ojos almendrados observaban a Allie como buscando pistas de lo que la angustiaba.
—Carter y yo…
—Habéis cortado.
Allie se quedó de una pieza.
—Todo el mundo habla de ello —le explicó Rachel—. Quería preguntártelo pero… —mostró las manos vacías y Allie comprendió lo que significaba el gesto: «Como ya casi no hablamos…».
Aquel pensamiento le provocó un nuevo ataque de llanto. Rachel le dio palmaditas en el hombro hasta que Allie pudo seguir hablando.
—Está muy enfadado —dijo al fin—. Y he hecho cosas imperdonables.
—¿Relacionadas con Sylvain?
Allie sabía que Rachel intentaba no enjuiciarla, pero de todos modos distinguió un amago de reproche en su voz.
—La gente dice que Sylvain y tú… que cuando le pegaron… estabais en el bosque… ya sabes, juntos. En resumidas cuentas, dicen que tenías un rollo con Sylvain a espaldas de Carter.
Imaginando la expresión de Carter al oír aquel cotilleo, Allie se sintió como si le clavaran un cuchillo invisible. Sabía que había corrido la voz de lo sucedido; la carnicería que Sylvain llevaba en la cara bastaba para alimentar los rumores, pero no imaginaba que las cosas hubieran llegado tan lejos.
Pobre Carter. Pobre de mí.
—No fue nada de eso, Rachel —apenas podía respirar, de tanto como deseaba convencer a su amiga—. Sylvain y yo no estamos… no estábamos… Me estaba ayudando… en una cosa.
Las dificultades que experimentaba para explicar lo que Sylvain y ella hacían en realidad propiciaban que la historia sonara falsa. Tenía que contarle a su amiga toda la verdad.
¿Le puedo hablar de Christopher? Los sucesos no guardaban relación con la Night School, de modo que no estaría quebrando las reglas. ¿Verdad?
En cuanto hubo tomado la decisión, sintió tal alivio que las palabras le salieron a borbotones. Allie contó en cuatro frases lo sucedido. La nota de Christopher. La obsesión de Carter por protegerla. La decisión de acudir a Sylvain.
—Oh, Allie —exclamó Rachel cuando su amiga llegó a esa parte del relato.
—Ya lo sé —Allie retorció el pañuelo entre los dedos—. Puede que fuera un error. Puede que no. Pero Sylvain estuvo a punto de dar la vida por mí. Y luego Carter me dejó.
Al pronunciar aquella frase estuvo a punto de echarse a llorar otra vez, pero por lo visto no le quedaban lágrimas que derramar aquel día y sus ojos siguieron secos y enrojecidos.
Durante un instante largo como una eternidad, Rachel la observó. Allie sabía que Sylvain no le caía bien desde que se había propasado con ella en el baile de verano. Sabía que no confiaba en él.
Pero eso es porque no lo conoce.
—¿Qué hay entre Sylvain y tú, Allie? —preguntó Rachel por fin—. ¿Te gusta? O sea, a nadie le extrañaría. Habéis compartido muchas cosas; te salvó de morir en el incendio y ahora —agitó la mano— todo esto. Debe de haberse creado una relación especial entre vosotros. Una especie de vínculo. Y cuesta mucho resistirse a eso. Cualquiera podría confundirlo con el amor.
—No —repuso Allie al instante, aunque se le aceleró el corazón. No estaba segura de ser sincera—. No. No me gusta. Además… Dios mío. No sé —subió los pies a la cama y, abrazándose las rodillas, reconoció—: Supongo que me atrae. Pero eso no tiene nada que ver con los problemas que tengo con Carter. Creo… —se interrumpió para meditar lo que sentía en realidad—. Rach, añoro muchísimo a Carter pero al mismo tiempo me siento aliviada. Cuando está cerca, no puedo respirar.
—¿Por qué? ¿Porque te sobreprotege? ¿Te agobia?
Allie asintió compungida.
—Le quiero, de verdad que sí. Pero siempre me dice lo que tengo que hacer. Y me lo discute todo. Creo que en el fondo no se fía de mí y me hace dudar de mí misma. Y sé por qué lo hace… Lo he estado pensando y creo que lo sé. No tiene a nadie. No tiene padres ni hermanos, ni tíos o abuelos. Está solo. Yo soy cuanto tiene y se aferra a mí. Quiere protegerme. Pero cuando lo hace, no puedo respirar.
—¿Tan mal estabas con él?
—No sé. Sí… No… —Allie hizo un ademán de impotencia con las manos—. Dicho así, suena peor de lo que es. También compartíamos muchas cosas buenas. Pero por mucho que añore a Carter, y lo añoro, me siento liberada.
Rachel silbó entre dientes.
—Entonces no debes volver con él, Allie. Si te sientes así, por más que te cueste seguir con tu vida, tienes que hacerlo.
—Pero, ¿cómo? —las lágrimas volvieron tan súbitamente como habían cesado—. No paro de pensar en él. Me paso el día en plan: «Carter y yo estuvimos aquí», «Carter y yo nos reímos de tal cosa». Parezco idiota —se enjugó las lágrimas con un gesto de rabia—, pero no puedo parar. Es como si mi mente estuviera obsesionada con él.
—Eso te pasa porque cortar es un horror, Allie —le explicó Rachel con dulzura—. Por eso a la gente no le gusta hacerlo. Requiere tiempo. Y creo que debes distraerte. Te pasas el día trabajando. Haz cosas que nunca hacías con Carter. Frecuenta más a Jo, aunque esté como un cencerro. O a mí. O a Zoe. Evita a Carter… y a Sylvain —añadió a toda prisa—. Lo último que necesitas es liarte con otro. Tienes que averiguar quién eres hoy por hoy. Solo así sabrás lo que quieres. A lo mejor quieres a Sylvain, no lo sé. Pero es posible que tu corazón solo esté buscando un sustituto. Y los sustitutos nunca superan al original. Así que empieza a remar tranquilamente por el río Allie.
Riendo y llorando a la vez, Allie dijo:
—No me puedo creer que acabes de decir eso.
—Yo tampoco —Rachel sonrió—. La sesión de terapia ha acabado. Ya te enviaré la factura.
Allie intentó seguir el consejo de Rachel. Procuraba pasar más rato en la sala común, jugando al ajedrez con Jo o, más bien, perdiendo al ajedrez con Jo. Se apuntó a clases de kick-boxing con Zoe, que adoraba dar patadas. Se sentaba con Rachel y Lucas a la hora de la cena y hablaba de clases que en el fondo le daban igual.
Hizo esfuerzos por no buscar a Carter con la mirada cada vez que entraba en una habitación. Por no mirar en su dirección durante las clases que compartían. Por no alzar la vista hasta que él hubiera abandonado el aula.
El hecho de que Carter hubiera empezado a sentarse con Jules y sus amigos en el comedor la ayudó. Sin embargo, todo el mundo andaba con pies de plomo cuando ambos andaban cerca y aunque la gente intentaba no tomar partido, las lealtades empezaron a dividirse.
—Odio que el mundo se divida en «el equipo de Carter» y «el equipo de Allie» —le dijo Allie a Jo una noche después de cenar, mientras perdía al ajedrez en la abarrotada sala común—, pero eso es exactamente lo que está pasando.
Se habían sentado en el suelo, a ambos lados de una mesa baja de ajedrez, ocultas en un rincón de la sala. Un alumno tocaba al piano un tema rock a ritmo de jazz. Algunos chicos y chicas bailaban delante de una estantería. Las rodeaba una auténtica cacofonía y Allie descubrió que le gustaba aquella sensación de anarquía.
—Siempre pasa lo mismo —afirmó Jo en plan sabelotodo—. Jaque. Tienes que aprender a usar la torre. La dejas ahí muerta de asco. Pero he visto casos peores. Cuando Lucas y yo cortamos… Oh, Dios mío. Menudo lío se armó. Estábamos muy enfadados y esto parecía… qué sé yo… Palestina —Jo exageraba tanto que Allie sonrió. Llevaba una semana sin derrumbarse; era agradable volver a ver a la Jo de siempre—. Todo el mundo tomó partido y la gente dejó de hablarse entre sí. Un horror. Pero vosotros… —siguiendo la recomendación de su amiga, Allie movió la torre. Jo puso los ojos en blanco—. Jaque mate. Dios, Allie, eres malísima. Vosotros no parecéis tan enfadados. En general os limitáis a ignoraros, lo cual facilita las cosas. A vuestros amigos, me refiero. Supongo que para ti es una mierda.
Allie la ayudó a guardar las fichas.
—¿Has hablado con Carter? —quiso saber.
—¡Claro! Hablo con él cada día. Eso es lo más cutre de las rupturas; los únicos que no se hablan son los que han cortado.
Allie nunca se había parado a pensarlo. Se quedó inmóvil, con el rey en una mano.
—¿Cómo está?
Jo la miró con expresión compasiva.
—Triste. Solo. Pero bien. Es como tú; tira adelante. Lucas lo está ayudando. Quiere cargarse a Sylvain, pero Jerry Cole los mantiene separados —mientras acababa de guardar las piezas, se le iluminó el semblante—. Eh, ¿irás a la fiesta de la semana que viene? ¿En el castillo en ruinas?
A Allie no podía apetecerle menos, pero hizo esfuerzos por mostrar interés.
—¿Qué fiesta? No sabía nada.
—Se celebra cada año. Será el próximo viernes. Yo no me la pienso perder. Es muy divertido y se pasa bastante miedo. Encenderemos una hoguera. Asaremos nubes de azúcar. Beberemos vino, contaremos historias de terror…
—¿Y es…? —Allie se mordió la lengua. Había estado a punto de preguntar: «¿Es seguro?» Se refería a si estarían a salvo de Nathaniel, de Christopher. Si a Raj Patel le parecía bien. Pero no podía hablar de eso con Jo—. ¿Es legal? —preguntó en cambio—. Ya sabes. ¿Isabelle lo aprueba?
—Solo van los alumnos de los últimos cursos —se escabulló Jo—. Entre los que te cuentas. Irá todo el mundo. Deberías venir.
—Lo pensaré —dijo Allie, aunque no quería pensar en ello.
Cada pocos días se reunía con Isabelle. En cada ocasión Allie le preguntaba por Nathaniel y todas las veces la directora le respondía que no tenían noticias de él ni del espía del colegio. Allie le comentaba a su vez que no había sabido nada de Christopher, aunque cada noche, cuando entraba en su cuarto, sus ojos estudiaban el escritorio vacío en busca de un grueso sobre color marfil con su nombre escrito en una caligrafía algo inclinada a la izquierda. Nunca estaba allí.
Entretanto, observaba el Reglamento estrictamente. A las once de la noche ya estaba en su habitación. Nunca llegaba tarde a clase, ni a las comidas. Y cuando se reanudaron las sesiones de la Night School, seguía con atención tanto los entrenamientos como las lecciones de estrategia, siempre con la espalda recta y los ojos fijos en Raj Patel. Borraba de su mente a Carter, a Sylvain, todo aquello que no le sirviera para conservar la vida en la oscuridad del bosque. Canalizó la confusión y la tristeza aprendiendo a luchar con las manos y con los pies. La táctica le dio buen resultado.
Era lo que quería Isabelle y, poco a poco, Allie advirtió que la directora estaba empezando a perdonarla.
Una tarde, cuando bajaba por la escalinata principal para reunirse con Isabelle, vio la inconfundible coleta pelirroja de Katie Gilmore rebotando hacia ella. Como de costumbre, Allie se desplazó para esquivarla pero aquella vez, para su sorpresa, Katie se interpuso en su camino.
—Hola, Allie —Katie esbozó una amplia sonrisa que dejó al descubierto una dentadura blanca y regular.
Dios mío, pensó Allie, hasta su pintalabios es perfecto. ¿Cómo se las arregla?
—¿Qué tal, Katie?
Intentó ahuyentar de su voz el tono de desconfianza.
—El viernes, unos cuantos vamos a subir a la torre a encender una hoguera —dijo Katie—. Es una tradición entre los alumnos mayores. Deberías venir.
—A ver si lo he entendido bien —Allie la miró con incredulidad—. ¿Me estás invitando a una fiesta? —hizo una pausa dramática—. Katie, ¿has olvidado tomarte las pastillas?
—Venga, Allie, no seas tonta —la sonrisa de Katie era de una dulzura inquietante—. Será una gran fiesta. Sé que Carter y tú tenéis problemas y quería asegurarme de que no te quedases llorando por los rincones. ¿Vendrás?
Al oír mencionar a Carter, Allie se crispó. Algo en la manera de pronunciar el nombre le había puesto los pelos de punta. Lo había dicho con segundas, como si tramase algo.
Recuerda que estás a prueba, se dijo Allie, y consiguió encogerse de hombros con indiferencia.
—A lo mejor. Tengo que estudiar.
—Genial —Katie parecía complacida—. Nos han dado permiso especial para quedarnos hasta después del toque de queda. Ven. Será divertido.
Mientras la veía alejarse, la sospecha se apoderó de Allie.
¿Qué estás tramando, arpía pelirroja?