Quince

Durante el resto de la noche, Allie se sumió en la vida normal de Cimmeria. Sin embargo, los pensamientos se arremolinaban en su cabeza como un torbellino. Todo parecía enmarañado y horrible. Carter y Gabe, el espía del colegio, Nathaniel. Tenía que resolver el enigma. ¿Por qué Gabe le había hecho a Carter todas aquellas preguntas? ¿Qué pretendía averiguar?

La única persona que lo comprendería —la única que sabría qué hacer— era Rachel, y no podía contárselo. De hecho, no se lo podía contar a nadie.

Salvo…

Podía hablar con Isabelle, pero ¿qué pasaría si lo hacía? ¿Se metería Carter en un lío? No soportaba la idea de que Isabelle desconfiase de él por su culpa; la directora era lo más parecido a una madre que tenía Carter.

Los pensamientos la atormentaban. No podía concentrarse en el estudio. No podía concentrarse en nada.

Después de cenar, mientras los otros alumnos se encerraban a estudiar en la biblioteca o se refugiaban de la lluvia en la sala común, Allie recorría y volvía a recorrer el pasillo que conducía al despacho de Isabelle. El suelo de roble ahogaba sus pasos mientras caminaba de la sala común al despacho de la directora y luego de vuelta a la sala, una y otra vez.

Lo que me ha revelado Carter no es para tanto. Sabemos que Gabe apoya a Nathaniel y sabemos que Nathaniel la tiene tomada conmigo. No veo por qué ha de ser tan importante.

Allie se dio media vuelta y echó a andar en dirección contraria.

Pero, ¿y si lo es? Isabelle dijo que le interesaba conocer cualquier información que les ayudase a averiguar cuándo se unió Gabe a Nathaniel y por qué.

Vuelta atrás.

—Vas a excavar un surco en el suelo.

Plantado al pie de la escalinata principal, Sylvain la observaba. Allie se preguntó cuánto tiempo llevaría allí; no se acordaba de cuándo había alzado la vista por última vez.

Incluso vestido de uniforme, Sylvain se las arreglaba para parecer sofisticado. Se arremangó el jersey azul, que parecía hecho a medida.

Allie aún farfullaba buscando una respuesta cuando Sylvain añadió:

—Y entonces los obreros tendrán que volver con todo su equipo para reconstruirlo, y todo el mundo te echará la culpa.

Allie arqueó las cejas.

—Ese pesimismo… ¿es típico de los franceses?

—No es pesimismo —repuso él— sino pragmatismo. Es una palabra francesa, ¿sabes? Pragmatisme.

—¿Y pesimismo no es una palabra francesa también?

—Sí —Sylvain se encogió de hombros con elocuencia—. Pero es que las grandes palabras siempre son francesas.

Allie sonrió de mala gana.

El chico ladeó la cabeza con curiosidad.

—Y dime, Allie. ¿Por qué vas de un lado a otro como una prisionera? ¿Acaso te enfrentas a un gran dilema?

La expresión de Sylvain reflejaba un interés tan genuino que Allie tuvo que reprimir el impulso de contárselo todo.

Vuelvo a confiar en él. ¿Desde cuándo?

A lo largo de todo el trimestre Sylvain no había demostrado nada salvo consideración y amabilidad. Y bien sabía el cielo que Allie necesitaba ayuda.

—Pues sí —se frotó la punta de un zapato con el otro—. No sé qué hacer. Y haga lo que haga, una persona que me importa podría malinterpretarme. Podría sentirse herido… o herida —añadió a toda prisa—. Así que trato de decidir cuál de los dos equívocos es preferible.

—Ah —el chico se apoyó contra la pared—. Me temo que te enfrentas al peor dilema que existe. Uno de esos para los que no hay una respuesta correcta. Solo dos incorrectas.

—¡Exacto! ¿Cómo te decides, en esos casos?

—Tendrás que confiar en tu intuición.

—¿Mi intuición? —gruñó Allie—. Menuda inútil.

Él la miró con expresión pensativa.

—Me parece, Allie, que tomas las decisiones correctas más a menudo de lo que crees.

Allie se dispuso a hacer un chiste, pero advirtió que Sylvain hablaba en serio y la broma murió en sus labios. Se quedó quieta unos instantes, mirando a través de él.

—Tengo que ir a hablar con Isabelle.

Dicho eso, se dio media vuelta para marcharse, decidida a hablar con la directora lo antes posible. Y entonces, igual de precipitadamente, se giró hacia Sylvain. Él no se había movido. La observaba con una sonrisa tan afectuosa que Allie se aturdió.

—Lo siento —dijo ruborizada—. No debería marcharme sin despedirme. Es de mala educación. Y… Lo de mañana sigue en pie, ¿no?

—Sí —la risa asomaba a los ojos de Sylvain—. Te haré la entrevista después de la cena.

—Genial.

Con paso ligero, Allie se deslizó bajo la escalera para acceder al despacho de Isabelle. Llamó brevemente y giró el pomo sin esperar invitación; la puerta se abrió al instante. La salita estaba vacía. Sin embargo, la directora debía de haber salido hacía poco porque la luz estaba encendida y el cuarto olía a té Earl Grey.

Mientras esperaba, la mirada de Allie vagó del tapiz de la doncella y el caballero a los armaritos que contenían los documentos de los alumnos. Aunque intentó no pensar en ello, su mente se empeñó en rememorar la noche que habían allanado el despacho en busca de información.

Al recordarlo, se retorció el borde del jersey con ademán nervioso.

—Ah, hola, Allie —Isabelle entró a paso vivo, con un chal azul claro en el cuello. El jersey blanco tipo polo y la falda de un tono ahumado hacían juego con los serios zapatos de suela de goma. Tras dejar un dosier sobre el escritorio, alzó la vista con una sonrisa inquisitiva en el rostro.

—¿Todo va bien?

—Quería preguntarte una cosa —dijo Allie—. Algo que me tiene preocupada.

Isabelle cerró la puerta y, con un gesto, la invitó a sentarse en una de las butacas de piel. Allie se acomodó en una y la directora se sentó en la otra.

—Y bien —quiso saber Isabelle—, ¿qué es eso que te inquieta tanto? ¿Requiere un té?

Allie negó con la cabeza y procedió a relatar rápidamente lo que Carter le había contado acerca de Gabe. Mientras hablaba, observó cómo la expresión alegre de Isabelle se esfumaba.

—¿Por qué Carter nunca nos ha dicho nada? —preguntó la directora cuando su alumna terminó—. ¿Te lo ha explicado?

Allie pensó que la directora parecía herida.

—No lo sé. Dice que no se le ocurrió —a toda prisa, añadió—: Porque… en aquel entonces tenía demasiadas cosas en las que pensar. Los acontecimientos se precipitaron. Y una vez que supimos que Gabe trabajaba con Nathaniel, no creyó que importara.

—No entiendo qué le llevó a pensar algo así —repuso Isabelle con sequedad—. No tiene sentido.

Allie tampoco lo comprendía, pero no podía decirlo. Tenía el estómago revuelto de la preocupación. Empezó a disculparlo otra vez, pero la directora la interrumpió.

—Por favor, no te preocupes, Allie. Te he entendido perfectamente. Solo estaba pensando en voz alta. Hablaré con Carter yo misma para averiguar si puede decirnos algo más.

Allie tenía la boca seca.

—No te enfades con él. Me siento rara contándote todo esto. Pero yo no… O sea, he pensado que debías saberlo porque se trata de información sobre Gabe —se echó hacia delante—. Ya sabes que Carter no trabaja para Nathaniel, ¿verdad? Quiero decir que no es a él a quien buscáis.

Isabelle le sostuvo la mirada.

—Ni por un instante he pensado que Carter fuera capaz de pasarle información a Nathaniel a sabiendas.

¿A sabiendas?

Mientras intentaba discernir lo que la directora había querido decir, Allie sucumbió al pánico.

¿Qué he hecho?

—Gracias por contármelo —se despidió Isabelle acompañándola a la puerta—. Has hecho lo correcto.

Sin embargo, de camino a las escaleras que conducían a su habitación, a Allie le costaba creerlo. Se sentía totalmente perdida, agobiada por una inquietud densa y pesada cuando una mano la cogió por el brazo. Dando un gritito, apartó el brazo. Entonces oyó la risa grave que tan bien conocía.

—Perdona, ¿te he asustado?

Carter subía tras ella, con su sonrisa torcida en los labios.

Oh, mierda.

—No —repuso ella—. Es que me has pillado por sorpresa.

—Llevo toda la noche buscándote —dijo Carter a la vez que le entrelazaba los dedos. Ella se preguntó si notaría que le sudaban las manos—. ¿Dónde has estado?

Allie meditó muy bien la respuesta.

—Ah, he estado estudiando y luego he ido a dar una vuelta, he estado charlando con Isabelle, ya sabes…

—¿Ah, sí? —el semblante de Carter no se alteró—. ¿Y de qué habéis hablado?

Los sonidos de alrededor —alumnos conversando, ruido de pasos, risas— se perdieron a lo lejos. Allie se sintió incapaz decírselo. No habría podido soportar la expresión de su rostro: el dolor de saberse traicionado.

—De nada —dijo, y la sangre se le heló en las venas—. Voy algo retrasada en mates y esperaba que me consiguiese algo de tiempo.

Carter hizo chasquear la lengua y levantó un dedo, como para amonestarla.

—¿Se ha retrasado, señorita Sheridan? Apuesto a que a Isabelle no le ha hecho ninguna gracia.

—No —Allie lanzó una carcajada falsa—. Me ha dicho que me ponga al día. Deprisa. Sin ayuda.

—Un buen consejo, jovencita.

Carter se había parado en un peldaño inferior y Allie tuvo que bajar la mirada para buscar sus ojos. El sentimiento de culpa la consumía.

Acabo de mentir a Carter por primera vez.

Llevada por un impulso, le soltó la mano y le pasó los dedos por el cabello oscuro y suave; al instante, Carter le rodeó la cintura para atraerla hacia sí. Allie se inclinó para besarlo.

—¡Hora de irse a la cama!

La voz de Zelazny se abrió paso entre sus emociones confusas.

—Capullo —susurró Carter contra los labios de Allie.

Se produjo un revuelo inmediato. Una marea de ruidosos alumnos tomó la escalera de camino a los dormitorios, pero Carter no la soltó. Recorría la espalda de Allie con las manos una y otra vez, provocándole descargas en el sistema nervioso.

—Ojalá pudiéramos ir a alguna parte. Y estar solos —la atrajo hacia sí para hablarle al oído—. Si no estás cansada, ¿te parece bien que pase por tu habitación más tarde?

Allie tragó saliva. Acababa de traicionarlo. ¿Podría fingir que no había pasado nada mientras se enrollaba con él?

—La gente lo hace —había dicho Eloise—. Constantemente.

Pero Allie no podía hacerlo.

—De verdad, Carter —protestó—. Voy muy retrasada en mates. Tengo que ponerme al día o estoy perdida.

Mentira número dos. Que él se tragó como si nada.

Porque confía en mí.

Mientras subía corriendo a los dormitorios de las chicas, le pesaba tanto el corazón que apenas si podía cargar con él. Le costaba poner un pie delante del otro.

Le había mentido a Carter. Jamás hubiera imaginado que fuera capaz. ¿Cómo era posible que las cosas se hubieran complicado hasta tal punto?

En la seguridad relativa de su cuarto, cerró la puerta y se apoyó contra la hoja. Al ver su propio reflejo en el espejo de cuerpo entero, frunció el ceño.

¿Qué has hecho?

Tenía que decirle la verdad, desde luego. La averiguaría de todos modos en cuanto Isabelle hablara con él. Y cuando comprendiese que le había mentido…

Se estremeció con una repentina sensación de frío y cruzó la habitación para cerrar la ventana, que golpeteaba el marco a causa del viento. El escritorio estaba mojado de lluvia.

Dos cosas sucedieron al mismo tiempo: recordó que ella no había abierto la ventana aquel día y vio un sobre encima de la mesa.

Estaba confeccionado con papel grueso y pesado, del que se usa para las invitaciones. Y llevaba escrito su nombre en el reverso. Con la caligrafía de Christopher.