Seis
Unas voces la llamaban procedentes de algún lugar lejano… pero Allie siguió corriendo, lo más rápidamente posible. Las voces se apagaron.
El cielo nocturno estaba despejado. A la luz de la luna, el bosque era un paisaje de sombras azuladas que ella recorría a toda prisa por el sendero.
No sabía adónde iba ni por qué corría, pero sabía que no debía detenerse. Resollaba con fuerza; le ardían los pulmones. Siguió corriendo.
En aquel momento, alcanzó a ver un movimiento entre los árboles.
Parecía el revuelo de un pájaro, pero Allie sabía que no era un ave. Se paró a coger aliento.
—¿Quién anda ahí? —llamó en la oscuridad, y ahogó un grito al ver aquel movimiento otra vez. Alguien avanzaba lo bastante despacio como para ser visto. Tan deprisa como para que no lo reconocieran.
—Esto no tiene gracia —chilló.
Luego empezó a temblar. Algo iba mal. Algo iba muy mal. ¿Adónde se dirigía? ¿Y por qué estaba en el bosque a esas horas de la noche?
De repente, a su espalda, sonó un gruñido bajo y amenazador.
Allie se incorporó en la cama con un grito ahogado. Se rodeó con las mantas y miró alrededor de la habitación, asustada. Al principio estaba desorientada. La habitación no le resultaba familiar. Nada estaba donde debía.
Pero entonces, recordó.
—Cimmeria —murmuró, recostándose otra vez—. Estoy en Cimmeria —cerró los ojos—. Estoy a salvo.
A la mañana siguiente, tras desayunar a toda prisa, Allie dio una excusa a Jo y se dirigió a la biblioteca en busca de Rachel. Tenía que hacer las paces con ella. No le apetecía nada estar enfadada con su mejor amiga recién llegada al colegio.
En el interior de la biblioteca, los pintores instalaban un bosque de escaleras haciendo mucho ruido. Había latas de pintura por todas partes, y rodillos de mango largo color azul claro se apoyaban aquí y allá como árboles caídos; el olor acre del aguarrás ya impregnaba el aire.
Allie recorrió la sala alargada abriéndose paso entre el barullo. Delante de una gran mesa metálica instalada contra la pared, Eloise y Rachel guardaban libros en cajas de cartón. Colocaban en las cajas hojas de papel de seda arrugadas a modo de protección e iban depositando los viejos volúmenes encuadernados en piel como si fueran frágiles piezas de cristal.
Subiéndose las gafas hacia el puente de la nariz, Eloise interrogó a Allie con la mirada.
—¿Puedo hablar un momento con Rachel? —preguntó esta última.
Eloise las miró por turnos; Rachel evitaba los ojos de Allie. Con expresión compasiva, la bibliotecaria colocó una caja sobre la mesa.
—¿Por qué no lleváis esto a la furgoneta? Pesa demasiado para una sola persona.
Cogieron la caja cada una de un extremo y la transportaron entre las estanterías hacia la puerta trasera. En el exterior aguardaba una furgoneta blanca con las puertas de la parte trasera abiertas. A un par de metros del vehículo, el conductor charlaba por el móvil. No les prestó atención.
El rocío de la mañana humedeció la piel de Allie como aceite sobre agua. El día era tranquilo y gris. Solo el crujido de sus pasos contra la grava y la voz monótona e indiferente del conductor rompían el silencio cuando depositaron la caja sobre otra idéntica en la parte trasera de la furgoneta.
—Lo siento —dijo Allie de repente—. No tuve en cuenta tus sentimientos respecto a… todo. Me he portado como una egoísta y…
El alivio inundó los ojos de Rachel, que se precipitó a interrumpirla.
—Yo también. Tienes que hacer lo que más te convenga. No puedo obligarte a que pienses como yo.
—Es que… —Allie dibujó una línea en la grava con la punta del pie—. Tengo que hacerlo, Rach. No porque comparta sus principios sino por todo lo que acabo de descubrir. Aprenderé a defenderme. Y si estoy dentro averiguaré más cosas acerca de mi familia. Ya no podrán seguir ocultándome información. Tal vez averigüe lo que le pasó a Christopher, porque tengo la sensación de que lo saben y no quieren decírmelo. ¿Entiendes mi postura?
—Claro.
Sin embargo, Allie percibió cierto recelo en el tono de Rachel.
—Es que me gustaría que hubiera otra manera… por tu seguridad. Tengo la impresión de que, una vez dentro, te vas a encontrar algo mucho peor de lo que te esperas.
Allie miró de reojo al conductor. Seguía hablando por teléfono.
Advirtiendo el gesto de su amiga, Rachel señaló la puerta con la cabeza. Mientras volvían a entrar, cambió de tema.
—¿Hoy vas a trabajar con Jo?
—Pintando —asintió Allie—. Me tomo el arte muy en serio.
Rachel resopló, pero la miró con gravedad.
—¿Cómo crees que está?
Allie pensó en Jo, que el día anterior reía y pintaba como si tal cosa.
—Mejor de lo que esperaba. Está… bien, supongo.
—¿Demasiado bien, quizás?
Nada más oír la pregunta, Allie comprendió que su amiga tenía razón.
—¿Crees que está fingiendo? —susurró Allie—. O sea, Isabelle la ha llevado a ver a un psiquiatra y tal.
Rachel no pareció convencida.
—No quiero ser una arpía, pero Jo es una experta en manipulación y engaño; cualquiera que se hubiera criado en sus mismas circunstancias lo sería. Acaba de pasar por un trance horrible y sigue siendo la Jo dicharachera de siempre —se encogió de hombros—. No es normal. Podría sufrir una crisis en cualquier momento. Así que… no la pierdas de vista.
Allie asintió.
—Claro.
—Y lleva cuidado con todo ese —Rachel hizo un gesto vago— asunto en el que te estás metiendo. Vigílate las espaldas.
—No estaré sola —arguyó Allie—. Tu padre cuidará de mí.
Rachel la miró con escepticismo.
—No creas que va a hacer concesiones contigo solo porque le caigas bien. Es más duro de lo que crees.
—Estoy preparada —prometió Allie, pero en su fuero interno se preguntó si lo estaba.
—Bienvenidos a la Academia Cimmeria. Que los nuevos alumnos se pongan en fila a la izquierda, por favor. Los demás, a la derecha.
Isabelle estaba de pie en una pequeña tarima al fondo del salón de actos. No gritaba, pero su potente voz se alzaba sobre la cháchara de los doscientos alumnos. Aquel día se inauguraba el trimestre de otoño. Allie y Rachel ocuparon sus puestos en la fila de la derecha ataviadas con idénticas camisas blancas adornadas con el emblema azul de la escuela y faldas plisadas azul oscuro.
—Cielos, no me puedo creer que esté diciendo esto, pero me alegro de volver a llevar este estúpido uniforme —comentó Allie a la vez que se alisaba el borde de la falda.
—Te he oído —Rachel frunció la nariz—. Pero no estoy de acuerdo contigo.
Las dos observaron a los nuevos alumnos, que formaban fila al otro lado de la sala.
—Parecen tan jóvenes y tan nerviosos —dijo Allie—. ¿Yo tenía ese aspecto cuando empecé?
—Claro que no —Rachel se echó hacia atrás la coleta larga y rizada antes de cambiar de tema rápidamente—. El edificio tiene un aspecto magnífico, ¿verdad?
—Ya lo creo —Allie siguió la mirada de su amiga hacia las paredes, de nuevo forradas de roble, luego en dirección al pasillo, cuyos suelos de madera brillaban recién pulidos y por fin hacia las lámparas de araña, que resplandecían sin una mota de polvo—. No me puedo creer que hayamos hecho todo esto —dobló los dedos y se miró las ampollas, casi cicatrizadas—. Queda mucho trabajo por hacer, pero lo más importante ya está terminado.
—¿Pues sabes lo que te digo? Que ya era hora, maldita sea —replicó Rachel—. Espero no tener que volver a clasificar y amontonar libros, a pintar o a barrer durante el resto de mi vida.
Los últimos diez días habían sido intensos e inacabables. Habían fregado paredes, retirado pesadas alfombras para que las limpiaran y vuelto a colocarlas, pulido suelos y trasladado muebles hasta la saciedad. Cada día requería infinidad de trabajo que las dejaba sin fuerzas para hacer nada que no fuera dejarse caer en la cama. Aún quedaban algunas habitaciones sin reparar, pero habían logrado que el edificio reuniese las condiciones indispensables para empezar el trimestre.
—Allie.
Esta se dio media vuelta y vio a una chica que la miraba con desgana. La luz del sol se reflejaba en su melena pelirroja e iluminaba su tez aterciopelada.
—Oh —Allie se metió las manos en los bolsillos e intentó aparentar indiferencia—. Hola, Katie.
Katie parecía incómoda; se toqueteaba el borde del jersey azul que, a juzgar por lo enojosamente bien que le sentaba, debía de estar confeccionado a medida.
—¿Podemos hablar un momento?
Allie y Rachel se miraron perplejas.
—Te guardo el sitio —le dijo Rachel a su amiga, dándole un codazo.
Allie siguió a Katie hasta un rincón tranquilo.
—¿Te acuerdas de lo que pasó el trimestre pasado, cuando salvaste a todo el mundo y tal? —empezó diciendo Katie.
Allie pensó mil respuestas sarcásticas, pero se limitó a asentir sin inmutarse.
—¿Y recuerdas que trabajamos juntas y que todo fue bien?
Otro asentimiento, esta vez más receloso.
—Bueno, fue importante y me alegro de que lo hiciéramos, pero no creo que debamos ser amigas, ¿vale? O sea, a pesar de todo aquello. Fue genial y no me pareciste tan cretina como de costumbre pero prefiero no relacionarme contigo. No me caes bien, para ser sincera. Bueno, casi nunca. Solo quería decirte que, por favor, no vayas a pensar que desde ahora somos colegas ni nada parecido.
Estupefacta, Allie buscó una respuesta. La desagradable idea de que no era justo que una persona fuera tan guapa y tan… horrible al mismo tiempo pasó fugaz por su pensamiento.
Se produjo un silencio largo e incómodo. Por fin, Allie se dio media vuelta y se alejó.
—Lo que tú digas.
Cuando volvió a su puesto en la fila, Rachel enarcó las cejas al máximo, pero Allie negó con la cabeza, asqueada.
—Da igual —dijo Rachel—. ¿Por dónde íbamos?
—Me parece que estábamos hablando de nuestro fantástico trabajo —dijo Allie, pero la absurda conversación que acababa de mantener con Katie la había dejado anonadada y estalló en carcajadas.
Rachel la miró perpleja, pero enseguida se echó a reír con ella.
—No sé de qué me río exactamente, pero me hago una idea.
—Es que es… —resolló Allie, llorando de risa— la mayor arpía que te puedas imaginar.
Aquella frase las hizo reír todavía más. Aún se les escapaba alguna que otra risilla cuando llegaron a la mesa de registros un minuto después, pero la sonrisa de Allie se desvaneció en cuanto vio a Zelazny que, tieso como un palo, pasaba páginas al otro lado del escritorio.
—Sheridan. Patel —ladró mientras les lanzaba dardos con la mirada—. Compórtese, Patel. Aquí tiene su horario y su lista de lecturas.
—Gracias, señor Zelazny.
El tono de voz de Rachel, mientras cogía los papeles que el profesor le tendía, fue casi demasiado educado como para resultar creíble.
—Sheridan —interrumpió él con brusquedad antes de que Rachel hubiera acabado de hablar—. Su horario —Allie se dispuso a darle las gracias pero Zelazny la hizo callar con una mirada gélida—. Este trimestre le han asignado clases extracurriculares. La esperan esta noche a las veintiuna horas. En la hoja está indicado dónde debe presentarse. No se tolera la impuntualidad.
Allie echó una ojeada al papel y vio las palabras «Sala de Entrenamiento Uno» escritas al principio de la hoja. Un dedo helado le recorrió la espalda. No hacían Educación física ni había solicitado actividades extraescolares. Solo cabía una explicación de que la convocasen a una sala de entrenamiento.
Voy a empezar esta misma noche, pensó. Esto va en serio.
Justo después del mediodía, Allie entró corriendo en el comedor pero se detuvo de repente al oír un escándalo tremendo. La sala estaba atestada. Casi pegadas entre sí, las mesas ocupaban el comedor de punta a punta, cada una rodeada de ocho sillas talladas. El griterío era ensordecedor.
Jo la saludó con entusiasmo desde una mesa situada junto a la enorme chimenea de piedra.
—¡Aquí!
Allie se abrió paso por el comedor hasta la mesa donde Jo la esperaba. No saludó a nadie por el camino. La sala estaba llena de gente que no conocía de nada.
Jo dio unas palmadas a una silla vacía.
—Te he reservado un sitio para que no te murieras de hambre. Esto es una locura.
Algo aturdida, Allie hizo un gesto con el brazo que abarcaba todo el comedor.
—¿De dónde han salido?
Jo se echó a reír.
—¡Ya lo sé! ¿Qué te parece, comparado con el trimestre pasado? Hay muchísima gente. Los nuevos se han sentado a nuestra mesa, los muy caraduras —señaló hacia el centro de la sala, donde Allie y sus amigos solían sentarse. La mesa estaba ocupada por chicos y chicas de catorce años que comían en incómodo silencio—. Me ha sabido mal echarlos —Jo esbozó una sonrisa beatífica—. Son tan pequeños… Le pediré a Lucas que los haga levantar más tarde. Con amabilidad.
—Quieres decir que le pedirás a Lucas que los amenace —dijo Allie mientras se sentaba.
—Por supuesto.
Allie, que no había olvidado los comentarios de Rachel acerca de Jo, llevaba días observándola de cerca, pero su amiga parecía la misma de siempre, tan alegre, boba y charlatana como de costumbre.
A lo mejor Rachel exagera.
Jo hundió la cuchara en una sopa de un sospechoso color rojo.
—Siempre y cuando la mesa esté libre mañana, les perdonaré la vida. ¿Y a ti cómo te va?
—¿Qué es eso? ¿Tomate?
Allie intentaba adivinar cuál era el ingrediente principal de la sopa.
—Sí, pero creo que lleva remolacha —Jo frunció su bonita nariz—. Por el color, se diría que son vísceras. Y sabe a polvo. O quizás a veneno.
En Cimmeria había buenos cocineros, pero de vez en cuando sus experimentos no acababan de funcionar. En cualquier caso, después de coger medio sándwich de la bandeja que habían dejado en el centro de la mesa, la curiosidad fue más fuerte que Allie, quien se sirvió un cuenco de sopa. Hundiendo la cuchara en el líquido, olisqueó el contenido con desconfianza antes de probarlo.
—No creo que esté envenenada —dijo.
—Bien. De todas formas —Jo dio un mordisco a su bocadillo—, no pienso arriesgarme. Eh, ¿qué tal tu horario? ¿Coincidimos en alguna clase? —tendió la mano con la palma hacia arriba—. Pásamelo.
Allie se metió el último trozo de sándwich en la boca y hurgó en el interior de su cartera hasta encontrar la hoja.
—Toma —murmuró con la boca llena.
—Qué buenas maneras —dijo Jo, y acto seguido gritó de la emoción—. ¡Coincidimos en tres clases! Historia, Biología y Francés. Es genial —le guiñó el ojo a Allie por encima de la hoja—. A lo mejor puedo convencer a Isabelle para que nos asigne el mismo dormitorio. Le prometeré portarme bien. Por primera vez en la vida.
—Te hartarías de mí —dijo Allie—. Ronco.
—No me sorprende.
Jo le devolvió el horario.
—Espera un momento —dijo Allie levantando la vista—, ¿cómo es posible que vayamos juntas a Francés? Pensaba que tú hacías Francés avanzado.
Jo echó mano de su cartera.
—Me temo que a ti también te han puesto en Francés avanzado, ma petite chou.
—Ni de coña.
Allie miró a Jo con desconfianza.
—También estás en Historia, Biología y Literatura avanzadas.
—Qué fuerte.
Jo puso los ojos en blanco.
—Allie, ¿acaso no has mirado tu horario?
—Avanzado y un cuerno —musitó Allie mientras revisaba la hoja, pero Jo tenía razón; casi todas sus clases eran avanzadas.
Sonrió eufórica. A lo largo de los últimos años, sus notas habían caído en picado, directas hacia el desastre, pero el esfuerzo hecho en verano había dado fruto.
—Por desgracia, sigues en mates normales y corrientes —dijo Jo con una sonrisa petulante—, lo cual es patético —se levantó—. ¿Y bien? ¿Te vienes?
—Quizás —repuso Allie—. ¿Adónde vas?
Jo, que ya se alejaba, respondió por encima del hombro.
—A la sala común. A hacer pipí alrededor de mi sofá favorito, para que los peques no me lo roben también.
Cogiendo otro sándwich para comer por el camino, Allie se apresuró a seguirla.
Después del bullicio del comedor, el pasillo se les antojó un oasis de paz. Las cosas habían vuelto a la normalidad. La luz del sol se reflejaba en las paredes revestidas de roble y los antiguos óleos volvían a decorar los lugares que los habían albergado siglos y siglos. Las suelas de goma de los zapatos de Allie se adherían ligeramente a la madera del suelo, recién barnizada.
Allie tenía la sensación de que todo iba bien. Como si el colegio nunca se hubiera incendiado. Y Cimmeria estuviera a salvo.
El mobiliario de la sala común, a la que se accedía por una puerta prácticamente oculta bajo la escalera principal, consistía en varias estanterías altas y un buen número de sofás y butacas de piel. Un brillante piano de cola mignon presidía una esquina.
Jo se dirigió al centro de la sala y se dejó caer en un sofá con un suspiro de satisfacción.
—Esos enanitos tan molestos no me van a quitar el sitio —se desperezó con un movimiento lánguido—. No puedo creer que las clases empiecen mañana. Nos hemos pasado todo el verano trabajando.
—Venga, deja de quejarte.
Alzaron la vista y vieron entrar a Rachel, muy sonriente. La acompañaba un chico delgado de cabello castaño con el flequillo sobre la frente.
—Hola, Rach. Hola, Lucas —dijo Allie.
—¿Habéis tenido que aplastar a muchos nuevos para llegar hasta aquí? —preguntó Jo a la vez que tendía la mano para coger una revista de una mesita auxiliar.
—Hay demasiados —Lucas se dejó caer en una de las butacas de enfrente—. Nos hemos batido en retirada.
—A mucha honra —Rachel se acomodó en una otomana, al lado de Lucas—. Son legión.
—No debería estar permitido —opinó Jo mientras hojeaba la revista sin mirarla realmente.
—Allie —dijo Lucas—, hemos visto a Carter fuera, en el pasillo. Te estaba buscando.
Bostezando, Allie se puso en pie y se encaminó hacia la puerta.
Al salir, se cruzó con un grupo de alumnos nuevos que se habían quedado parados a la entrada de la sala común, como si dudasen.
—No hay televisión —dijo uno—. Me voy a morir.
—Ni ordenadores —replicó otro en tono exasperado—. En serio. ¿Qué demonios vamos a hacer?
Allie apenas los oía ya cuando el tercero suspiró.
—En estos momentos, odio a mis padres con toda mi alma.