Nueve

Sorprendida, Allie miró a Carter con los ojos muy abiertos durante unos instantes antes de reaccionar.

—Es que… mira… nosotros… —farfulló, incapaz de hilvanar una explicación.

Mientras ella intentaba justificarse, Sylvain la soltó y retrocedió. Horrorizada, Allie comprendió que la situación se prestaba a engaño. Carter miraba fijamente a Sylvain; la tensión chisporroteaba entre los dos chicos como electricidad.

—Sylvain me estaba enseñando a derribarlo. Solo estábamos… practicando —la voz temblorosa de Allie resonó en el silencio.

—No entiendo nada. ¿Acaso no acabamos de pasar una hora entrenando con Raj?

—Sí, pero… —las mejillas de Allie ardían—. No sé si te has dado cuenta. No he hecho un gran papel que digamos.

—Yo podría haberte ayudado —Carter estaba pálido de rabia.

Esto tiene mala pinta.

—Espera un momento. No entien… Yo no se lo he pedido. Nos hemos… No sé. Encontrado por casualidad.

Allie evitaba mirar a Sylvain, pero sentía una mezcla de miedo y resentimiento. El pobre chico se había pasado un buen rato ayudándola. Y ella tenía derecho a escoger a sus amigos, ¿no?

Lanzó a Carter una mirada de advertencia.

—Tú no eres la única persona del mundo que puede ayudarme. Que yo sepa, no vamos por ahí encadenados por el tobillo. Jules y tú os habéis divertido mucho, y yo no he dicho ni pío.

—Sabes que no es lo mismo —Carter tenía la cara congestionada y se le marcaban los tendones del cuello como cables expuestos—. No me puedo creer que hayas venido al bosque con él después de lo que te hizo.

Por la mente de Allie desfilaron instantáneas del baile: Sylvain empujándola contra una pared, besándola con fuerza. Negándose a soltarla cuando ella se debatía.

Carter los había encontrado. Carter lo había detenido.

El mero recuerdo de aquella noche la asqueaba. Allie tragó saliva.

Por otro lado, Sylvain se había pasado meses tratando de reparar su error; la había rescatado la noche del incendio. Allie pensaba que estaba sinceramente arrepentido.

¿O se estaba portando como una ingenua?

—Esto es absurdo, Allie —Carter parecía impaciente, pero sus ojos reflejaban tristeza—. No pienso quedarme aquí discutiendo contigo delante de Sylvain. Deberíamos estar en los dormitorios. Jules se preguntaba dónde estabas y me ha enviado a buscarte. Tienes que volver.

Carter dio media vuelta y echó a andar hacia el edificio.

Mientras lo veía alejarse entre los árboles, Allie se quedó muy quieta, pero por dentro estaba hecha un lío. Su propia reacción la había pillado por sorpresa. Estaba muy enfadada. Carter se había portado como si le hubiera puesto los cuernos solo porque la había encontrado entrenando con Sylvain.

Como si no confiara en ella.

De repente, la noche se le antojó vacía y silenciosa; inspiró a fondo el aire frío para calmarse y por primera vez se fijó en las estrellas, una escarcha de plata en el cielo oscuro.

Se alegraba de que Sylvain no hubiera dicho nada, de que no hubiera empeorado las cosas. Por un segundo, consideró la idea de comentar algo sobre lo sucedido la noche del baile. Quizás que le perdonaba sus errores y que estaba dispuesta a recordar solo lo bueno. Que seguían siendo amigos.

No lo hizo.

Mientras enfilaban hacia el edificio del colegio en incómodo silencio, Allie formuló mentalmente todo aquello que habría debido decir. Las frases que Carter querría que dijera.

Te agradezco que me hayas ayudado, Sylvain, de verdad, pero no lo podemos repetir. Carter no lo entendería y no le hace ninguna gracia que pase el rato contigo. Ni que hable contigo. Ni siquiera que respire el mismo aire que tú.

En cambio, se limitó a decir:

—Gracias por ayudarme.

Cuando Sylvain sostuvo la puerta para cederle el paso, sus ojos eran tan azules y enigmáticos como la lisa superficie de un lago. Solo respondió:

—De nada.

Al día siguiente, pese a lo tarde que se había acostado, Allie despertó antes de que sonara la alarma del reloj y ya no pudo volver a dormirse.

Cuando se dio por vencida, se sentó despacio. Le dolían todos los músculos, incluidos algunos cuya existencia desconocía.

Tenía agujetas por todo el cuerpo.

Con un gemido, se levantó y se echó una toalla al hombro antes de recorrer el pasillo en silencio. El baño estaba casi vacío, pero oyó ruido de agua en una de las duchas.

El último compartimento de la fila era su favorito; daba la sensación de ser más grande que los demás y además era más luminoso.

Dejó las zapatillas en el banco de teca y colgó la bata en un gancho de latón sujeto a las baldosas color crema de la pared. El chorro de agua caliente le desentumeció los agarrotados músculos, y para cuando salió de la ducha, un buen rato después, volvía a sentirse en forma. Había otra chica en el baño, envuelta en una bata blanca idéntica a la de Allie, delante de una pila.

Para que ambas tuvieran intimidad, Allie escogió el último lavabo. Sin embargo, mientras se cepillaba los dientes delante del espejo, la chica se dirigió a ella.

—Perdona. ¿Eres Allie?

Tenía acento francés y una voz suave, cantarina.

—¿Sí?

La otra se acercó. Era minúscula, advirtió Allie; apenas mediría metro cincuenta. Le pareció delicada también, con sus enormes ojos marrones y unas pestañas increíblemente largas y espesas. La cara le sonaba de algo, pero Allie no supo ubicarla.

—Eso me había parecido —la desconocida sonrió complacida—. Sylvain me ha hablado muchísimo de ti. Soy Nicole.

Allie nunca había oído hablar de ella; Sylvain jamás la había mencionado.

—Ah, sí… Bueno… —farfulló entre la pasta de dientes—. Claro. Encantada de conocerte.

Nicole la miraba con un parpadeo de ojos.

—Este verano, en sus cartas, te nombraba con tanta frecuencia que tengo la sensación de conocerte.

Hasta parpadea con elegancia, pensó Allie.

No sabía a qué venía todo aquello. ¿Acaso Nicole era la novia de Sylvain? ¿Una novia que había olvidado mencionar? Y si lo era, ¿qué más daba?

Allie tenía que enjuagarse la boca cuanto antes.

—Ayer por la noche, después del entrenamiento, me dijo que iba a ver qué tal estabas —por lo visto, a Nicole le traía sin cuidado que Allie rezumara espuma—. Le pareció que estabas disgustada. ¿Te encontró?

Allie se ruborizó. De la Night School. De eso me suena. Y eso significa que me vio hacer el ridículo.

—Sí. Me encontró.

—Y te ayudó.

Nicole lo dijo tan tranquila, como si supiera a ciencia cierta que no había pasado nada entre ellos.

—Fue muy amable —repuso Allie, incómoda. Luego se dio media vuelta y escupió la pasta.

Después de enjuagarse la boca, se dispuso a recoger sus cosas, pero cuando alzó la vista advirtió que Nicole aún la miraba.

Tenía una risa melodiosa, como un arroyo cantarín.

—Lamento haberte molestado sin… ser presentada —frunció su coqueta nariz—. Es que tenía ganas de saber quién eras.

—Y yo me alegro de haberte conocido al fin —respondió Allie con falso entusiasmo mientras se dirigía a toda prisa hacia la puerta—. Sylvain también me ha hablado mucho de ti.

—¿Quién es Nicole, y por qué es tan guapa y tan francesa?

Allie miró a Rachel de reojo.

—Ah. La novia de Sylvain. Ahora sí y ahora no. Muy sofisticada, divina de la muerte —contestó Rachel—. ¿Por qué?

—¿Ahora sí? —quiso saber Allie—. ¿O ahora no?

Rachel enarcó una ceja con ademán inquisitivo.

—No… creo. Pero vete a saber. ¿Por qué?

Recorrían el pasillo entre clase y clase. Allie estaba deseando hablarle de lo sucedido la noche anterior, pero era muy consciente de que, aparte de que no debía mencionarlo, Rachel prefería permanecer en la ignorancia. Le daba muchísima rabia no poder contárselo todo a su mejor amiga. Le resultaba incómodo… como si la estuviera engañando.

—No, por nada —Allie se encogió de hombros—. Hemos hablado esta mañana en el baño. Me ha puesto histérica.

—Odio que la gente me hable en el baño —se compadeció Rachel mientras esquivaban a un grupo de chicas que intercambiaban risitas—. ¿Qué te ha dicho?

—Solo que Sylvain le había hablado de mí. No ha sido una situación desagradable ni nada. Solo… rara.

—Lo entiendo perfectamente —dijo Rachel, que negó con la cabeza y miró a Allie como si se hubiera vuelto loca.

—Ya lo sé —suspiró Allie—. No tiene sentido. Olvídalo. Quiero preguntarte algo más importante.

—Suéltalo.

—¿Qué sabes de una tal Zoe?

—¿Quién? —Rachel parecía confundida—. ¿Te refieres a Zoe Glass? ¿Dónde os habéis conocido?

Allie se encogió de hombros sin responder y Rachel la miró con cara de circunstancias. Cuando Rachel siguió hablando, lo hizo con vehemencia.

—Muy bien. ¿Qué quieres saber?

—Algo de su historia —dijo Allie—. Es una chica extraña. Parece… no sé… un robot violento.

Rachel no se rio; nada de lo relacionado con la Night School le parecía divertido.

—Zoe es lo que llamaríamos una niña prodigio. Tiene trece años pero va al mismo curso que tú; que nosotras, de hecho. Y cursa asignaturas universitarias con un profesor particular.

—Para el carro. ¿En serio? —la interrumpió Allie. Dejó de andar tan de repente que alguien chocó con ella por detrás—. Lo siento —dijo echando un vistazo por encima del hombro. Un chico de primero la adelantó nervioso, sin mirarla a los ojos—. ¿Tiene trece años? Sabía que era más joven que nosotras, pero…

—En serio. Es una especie de genio.

Allie no se esperaba aquello, en absoluto. Rachel, por su parte, aún no había terminado. Mientras subían a la zona de aulas, la puso al día de los hechos más significativos de la biografía de Zoe.

—Su padre es abogado, su madre periodista, creo. Procede de Londres, igual que tú. Sus padres son mayores. Vamos, que seguramente nació por accidente. Sea como sea, antes de venir aquí estudiaba en casa con sus abuelos. Y hasta ahora, nunca había alternado con gente de su edad —llegaron al rellano y aflojaron el paso mientras Rachel proseguía—. Tiene cero don de gentes. Como si se hubiera criado entre lobos. Supongo que tiene algo de Asperger… pero en el buen sentido, no sé si me entiendes.

—Es una manera amable de decir que está un poco loca, ¿no?

Rachel la miró con reproche.

—No seas mala.

—Lo siento —Allie levantó las manos en ademán de disculpa.

Rachel, sin hacerle caso, ya había reanudado su informe.

—Le cuesta relacionarse con desconocidos; no le gustan los cambios. Así que… buena suerte. Ahora bien, si te acepta, será tu amiga más fiel. Te seguirá a todas partes.

Se detuvieron en el rellano.

—Si me acepta —musitó Allie.

Rachel asintió.

—Hay alumnos del colegio a los que ignora por completo, como si no existieran. Si se interpusieran en su camino, chocaría con ellos. Finge que no los ve.

Aquella última información no sorprendió a Allie en absoluto.

—Y los demás… ¿la aceptan a ella? —preguntó—. O sea, es muy rara, ¿no?

Rachel frunció el ceño.

—Algunos no entienden su manera de ser. La consideran maleducada porque… bueno, es maleducada. Sin embargo, lo hace sin querer. Me refiero a que no es una persona… cruel. Parece maleducada porque es sincera. Y no estamos acostumbrados a la sinceridad.

Allie sintió un pinchazo en el corazón, como si las palabras de Rachel la hubieran lastimado físicamente.

Echó un vistazo al reloj y dio un respingo.

—Oye, será mejor que me vaya. Tengo clase con Zelazny. Si llego tarde, estoy perdida.

Con un breve gesto de despedida, Allie echó a correr por el pasillo hasta la clase de Historia, donde Jo le había guardado un sitio. Se sentó justo antes de que Zelazny entrara en el aula. El profesor observó a sus alumnos con expresión sombría.

—Parece ser que todos han llegado puntuales —hizo una marca en una hoja de papel y la guardó en un archivador—. Muy amable por su parte. Bienvenidos a Historia Antigua. Este trimestre nos centraremos en las civilizaciones clásicas de Grecia y Roma.

Al mismo tiempo que hablaba, recorría el aula dejando caer un libro en cada pupitre.

—La participación en clase contará para la nota final —dijo arrojando un volumen al pupitre de Jo—, así que espero muchas intervenciones. Esto es Historia avanzada; que nadie se duerma en los laureles.

Mientras Zelazny se desplazaba por el aula, Jo se puso a escribir rápidamente. Cuando el profesor se hubo alejado lo suficiente, colocó el cuaderno de lado para que Allie pudiera leer la nota.

ESTO VA A SER UNA MIERDA PINCHADA EN UN PALO.

Allie ahogó una carcajada. Fingió un ataque de tos para disimular, pero Zelazny se giró y la fulminó con la mirada. Ella se hundió en el asiento, haciendo esfuerzos por no echarse a reír, mientras Jo miraba a su alrededor con expresión inocente y buscaba una página en blanco en su libreta.

Por la tarde, Allie se dirigió a la clase de Inglés de Isabelle con la cartera cargada de libros y una lista interminable de deberes. Se preguntaba cómo se las arreglaría para hacer todo aquello. La Night School empezaba a las diez, así que tendría que terminar las tareas antes de esa hora. Como fuera.

Recorría el pasillo con la cabeza gacha cuando tropezó con alguien.

—Lo siento —dijo automáticamente. Alzando la vista, se topó con los ojos oscuros de Carter.

—¡Eh! —el semblante de Allie se iluminó y acercó la cara para besarlo, pero él dio un paso atrás.

Allie fue presa de la duda y la confusión.

—¿Qué pasa?

Carter parecía furioso.

—Oye, no me irás a decir que aún estás enfadado por lo de ayer —Allie no se lo podía creer—. ¿Va en serio, Carter?

—¿Si estoy enfadado? —él se hizo a un lado para no interrumpir el paso y bajó la voz—. Claro que estoy enfadado, Allie. ¿Tú no lo estarías? Ponte en mi lugar. Sales disgustada de clase y en vez de acudir a mí te vas a buscar a Sylvain para que te consuele. ¿Cómo te sentirías si yo me hubiera ido a buscar a una de mis ex?

Algo de razón tenía, pero Allie no estaba dispuesta a admitirlo.

—Eso no es justo, Carter. Yo no fui a buscarlo. Vino él a preguntarme si todo iba bien. Y luego se ofreció a ayudarme.

—Mejor me lo pones —replicó él—. ¿Y no te pareció un poco raro que fuera a buscar a la novia de otro?

—Carter, de verdad —Allie se encendía por momentos. Hizo esfuerzos por tranquilizarse—. En primer lugar, yo no soy «la novia de nadie». Soy Allie Sheridan. Una persona. Y en segundo lugar: No. Pasó. Nada. Tienes que confiar en mí.

—¿Ah, sí? —objetó Carter—. ¿Confiarías tú en mí en la misma situación? Sinceramente, si me encontraras en el bosque entrenando con Claire, ¿confiarías en mí?

Allie se encogió: Claire era la ex de Carter.

—No, porque Claire no pertenece a… bueno, ya sabes qué. Así que no lo entendería —Carter puso los ojos en blanco, pero antes de que pudiera interrumpirla, Allie añadió—: Ahora bien, ¿si te encontrara haciendo prácticas con Jules? Sí. Me parecería bien. ¿Y si estuvieras estudiando con Claire? Sí, me parecería bien. Porque confío en ti.

—¿De verdad? Bueno, pues ya lo comprobaremos —la amenazó él antes de alejarse.

—Carter —lo llamó Allie, pero el chico no se volvió.

Con un suspiro, Allie se echó la cartera al hombro y entró en clase detrás de él.

Isabelle siempre colocaba los pupitres en corro para lo que denominaba su «seminario» de Inglés. Enfurruñado, Carter se sentó y, evitando los ojos de Allie, tendió sus largas piernas hacia el centro. Allie se estaba preguntando si debía sentarse a su lado cuando Zoe corrió hacia ella con los ojos brillantes. Vestida con el uniforme, mocasines y unos relamidos calcetines blancos, parecía más una niña pequeña que una experta en artes marciales con dificultades para relacionarse.

—¡Allie! —exclamó—. Ayer por la noche te busqué por todas partes.

—Sí —Allie no sabía qué decir—. Yo…

Sin dejarla terminar la frase, Zoe siguió hablando en voz baja.

—Estuve hablando mucho rato con el señor Patel y me explicó lo que estaba haciendo mal. Fue culpa mía que no te saliera bien la llave. Me dijo que no debía volver a lastimarte —hizo un gesto de dolor—. Fue muy tajante al respecto. ¿Te hice daño?

Allie recordó lo mucho que le dolía la espalda cuando se había metido en la cama la noche anterior, y en lo humillada que se había sentido al caer una y otra vez de cara a aquel estúpido techo. Miró a Zoe, que la observaba con curiosidad.

—Qué va —se encogió de hombros—. Estoy de una pieza.

—Guay —dijo la otra con palpable alivio—. Esta noche no te haré daño. He estado practicando.

—Yo también.

—Sentaos, por favor.

Las palabras de Isabelle interrumpieron la conversación.

Justo cuando la directora daba inicio a la clase, entró Sylvain. Buscó a Allie con la mirada y esta se quedó petrificada, temiendo que se sentara a su lado. Allie miró brevemente a Carter, que los observaba a ambos con los ojos entrecerrados.

Por suerte, Sylvain se acomodó junto a Nicole, a la que Allie no había visto hasta aquel momento. La francesa se acercó a Sylvain y le dijo algo que lo hizo reír. Al mirarlos, Allie sintió una extraña sensación de vacío.

—Este trimestre —empezó diciendo Isabelle, que caminaba por el aula depositando un libro en cada pupitre—, nos centraremos en la literatura de principios del siglo XX. El programa es algo apretado; leeremos cuatro libros. El primero será La edad de la inocencia, de Edith Wharton.

Mientras escuchaba a la profesora, Allie cedió a la tentación de mirar a Carter. Este contemplaba la portada del libro con tanta atención como si quisiera memorizarla. No le devolvió la mirada.

—Por ahora, un asco —dijo Jo. Tomó un sorbo de agua—. Tardaré una semana entera en hacer todos los deberes y solo llevamos un día de clase.

—Yo también —suspiró Allie.

Los demás asintieron.

Estaban sentados a la mesa de costumbre en el bullicioso comedor. A su alrededor, el fuerte murmullo de la conversación subía y bajaba como una marea.

Al entrar, habían descubierto que sus compañeros más jóvenes se habían apoderado otra vez de su mesa, pero Lucas se había acercado a informarlos.

—Por fin —había comentado Jo satisfecha cuando los nuevos se habían marchado a toda prisa—. Ya es nuestra para siempre.

Rachel y Lucas se sentaron al otro lado de la mesa, riendo. Allie estaba contenta de ver cuánto tiempo pasaban juntos últimamente. Se les veía muy a gusto. Tenía la esperanza de que empezaran a salir. A Rachel le gustaba Lucas desde el día de su llegada a Cimmeria. Sin embargo, hasta el momento no habían pasado de una mera amistad.

Poco después, Carter se acercó despacio. Se sentó junto a Jo sin dirigirle la palabra a Allie. Rachel, que se había dado cuenta, echó una ojeada a su amiga y enarcó una ceja con gesto de sorpresa.

Allie negó con la cabeza y murmuró:

—Luego.

Los ojos de Allie se desplazaron hacia la mesa de al lado, donde Sylvain se había sentado junto a Nicole. A lo mejor Rachel se equivocaba y volvían a estar en fase de «ahora sí». Siempre estaban juntos. Él sonrió en respuesta a algo que le había dicho su amiga y luego, como si se sintiera observado, alzó la vista. Cuando los ojos de Sylvain y de Allie se encontraron, el chico la miró con curiosidad, como si se preguntara qué estaría pensando.

Ruborizada, Allie devolvió la vista al plato.

—¿Y qué? ¿Todo el mundo irá directamente a la biblioteca después de cenar? —preguntó Rachel—. Yo no tengo más remedio.

—Oh, sí —repuso Jo alegremente—. Todos estaremos allí. La tortura educativa de Cimmeria acaba de empezar.

—¿A vosotros Zelazny también os ha puesto un trabajo? —preguntó Allie, y los demás asintieron.

—Dos mil palabras —Lucas cogió una rebanada de pan—. Ese hombre es un sádico.

—Deberíamos rebelarnos —sugirió Jo—. La revuelta de los privilegiados.

—¿Una revolución al revés? Me gusta la idea —asintió Rachel.

Mientras la retahíla de quejas proseguía, Allie echó un vistazo al atestado comedor. Los preparativos para la cena eran más o menos los mismos que se hacían en verano. Los manteles blancos de rigor cubrían las mesas, y ante cada comensal aguardaba un juego de platos blancos con el escudo azul marino de Cimmeria. Los vasos de cristal destellaban como siempre a la luz de las enormes lámparas de araña que brillaban en lo alto. Sin embargo, no había velas por ninguna parte. Isabelle había anunciado que esperarían a que llegaran las cortinas y los manteles nuevos, a prueba de fuego, para utilizarlos. De momento, las ventanas seguían desnudas.

Allie se quedó sin aliento; el tenedor se le cayó de la mano y aterrizó en el plato con estrépito.

El día aún no había declinado del todo. Y vio a Gabe al otro lado de la ventana. Mirándola.