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Como no sabía de qué metal estaba hecha esa funda, seguía temiendo que una bala pudiera atravesada y agujerear el tanque, echándolo todo a perder. Bastaría con eso para que el viaje de vuelta de mi padre al continente acabase antes siquiera de empezar.

Así que habría que esperar antes de sacar el tanque de allí y dirigirnos a la última colina, antes de tomar el sendero que ascendía y descendía por la otra cara, antes de subir a bordo del barco.

Pero el tiroteo no cesaba. Era un toma y daca constante. Ninguno de los bandos obtenía la ventaja.

Me resguardé en el interior del huerto de árboles frutales, pero dejé la puerta abierta. El tanque estaba cubierto por el metal negro, y descansaba contra la pared que había detrás de mí, apartado de la línea de tiro del enemigo.

Zee había cubierto el cadáver de mi madre con una chaqueta, y el logotipo púrpura de GenTech prácticamente resplandecía en la negrura.

—Están cercados —me informó Zee, que miraba conmigo el exterior—. Atrapados en el búnker.

—Sí. Y se quedarán sin munición antes de que lo hagan los agentes.

—Tenemos que hacer algo.

—Estoy en ello.

—Tenemos que ir a por Cuervo.

—No, no hace falta —dije.

Lo dije porque estaba ahí.

El guardián caminaba cojo, arrastrando la otra pierna. Había salido del otro edificio y atajaba hacia el búnker, con una metralleta en cada mano y la cabeza bien alta.

Alcanzaba una altura superior a los tres metros, y sus armas lograron distraer la atención del enemigo, que se vio obligado a dispersarse. Los prisioneros tuvieron un respiro para abandonar la posición en la que estaban clavados.

En ese momento, las puertas del búnker se abrieron y un centenar de cuerpos desnudos inundaron la noche. Los que habían estado durmiendo cargaron sin miedo como una oleada que rompe contra la orilla hecha de piel y hueso.

Los agentes no supieron adónde disparar: al gigantesco hombre árbol con piernas de madera, o los cuerpos rasurados con brazos agujereados. Los agentes no tardaron en verse de espaldas a la ladera lejana. De pronto íbamos ganando.

Por el momento.

Me volví hacia Zee.

—Esta es nuestra oportunidad —dije—. Tenemos que alcanzar el barco antes de que obtengan refuerzos. Hay muchos más agentes ocupándose del incendio.

—¿Y qué hacemos con ellos? —preguntó Zee, señalando a los rebeldes.

—No te preocupes —dije—. Nos acompañarán. —Arranqué el rifle de manos de Frost y me sumé a la refriega.

Llamé a Alfa y también a Cuervo, pero lo único que pude ver fueron los cuerpos y los fogonazos de los disparos.

—¡Atrás! —grité—. ¡Al barco! ¡Al barco!

Algunos de los prisioneros me oyeron y señalaron el sendero que llevaba a la orilla.

—Llegaos al barco —les dije—. ¡Corred!

—¿Tan pronto te marchas, hombrecito?

Me di la vuelta y levanté la vista a Cuervo. Sus jodidas piernas eran tan altas como yo.

—¿Cómo te encuentras? —pregunté.

—Ah, mucho mejor. Claro que he llegado a pasarlo mucho peor. ¿Dónde está Zee?

—Allí, bajo la cúpula. —Nos cubrimos tras unos palés de cargamento cuando las balas mordieron el hielo que nos rodeaba.

—¿Y Frost? —preguntó Cuervo.

—Muerto. Zee lo mató.

—¿De veras? Buena chica.

—Tenemos que lograr que todo el mundo se retire hasta el lago. Los agentes no tardarán en obtener refuerzos.

—Pues si quieres que se muevan, será mejor que se lo digas a la jefa.

Cuando Cuervo me la señaló, la vi inmediatamente. Me pregunté si la chica podría conformarse con plantar árboles y sentar la cabeza. Al verla sumida en la vorágine saltaba a la vista que estaba en su salsa.

Alfa había arrancado un pedazo de tela de una capa de GenTech que había enrollado alrededor del brazo, ensangrentado. También tenía un corte feo en la pierna, y permanecía arrodillada en la nieve, amunicionando el arma sin quitar ojo de la colina.

—Tenemos que retroceder —le grité entre el estruendo de los disparos—. ¡Alfa! Reculad. Ahora.

Se levantó con un grito, mientras yo señalaba la ladera de la colina. Todos nosotros corrimos en dirección al huerto de árboles frutales, tan rápido como nos fue posible.

Una vez lo alcanzamos, dije a Cuervo que siguiera adelante. Avanzaba con lentitud, debido al par de piernas nuevas.

—En seguida nos reuniremos con vosotros —le dije—. Nos veremos en el barco.

—De acuerdo. Daos prisa.

Lo vi subir la colina junto a los demás. Después, Alfa y yo nos encogimos bajo la cúpula.

—¿Quién es ésta? —preguntó Zee, mirando con los ojos muy abiertos a Alfa.

—Su chica —respondió Alfa, asiendo el mando de control—. ¿Y quién coño eres tú?

—Es mi hermana —respondí, antes de pedir a Alfa que me ayudase a abrir el panel de la caja metálica, y señalé el interior del tanque, donde los arbolillos brotaban de los restos verdes de mi padre—. Y éste es mi padre.

—Jo, tío. Menuda familia más rara tienes —bromeó Alfa, cerrando el panel.

Supuse que tenía razón. Pero estas cosas no te queda otro remedio que aceptarlas como son.

Hay que conformarse con lo que se tiene.