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Todo cambiaría una hora después de la puesta de sol. Según mis cálculos, sería entonces cuando el medicamento empezaría a transformar a los prisioneros en algo que no era humano. Sería entonces cuando perderíamos a nuestro ejército, cuando perdería a Alfa.
Pero eso no iba a suceder, me dije.
No estaba dispuesto a permitirlo.
El sol se ponía a eso de las tres, y Frost dispondría de una hora de oscuridad para introducir a hurtadillas las armas en el búnker y cerrar el sistema para despertar a los prisioneros. Mi trabajo consistía en crear una distracción. Pero también tenía que encontrar un modo de obtener la llave del huerto de árboles frutales. Supuse que lo primero era fácil. Lo segundo... no tanto.
Lo de Frost eran ganas de arriesgarse. Era consciente de ello. No importaba cómo lo enfocase, porque era un riesgo. Pero ¿qué otra cosa podía hacer sino intentar usarlo? Tal como se habían desarrollado los acontecimientos, no podía confiar en que Zee mantuviese la boca cerrada. Y Cuervo ni siquiera era capaz de caminar.
Seguí pidiendo a Zee que se acercase a visitarlo. Ella recorría la nieve y después regresaba al bosque, pero las noticias siempre eran las mismas.
No había noticias.
La mañana pasó más rápido de la cuenta, y estuve trabajando distraído. Construí un árbol solitario en mitad del claro. Un solo árbol. Pero sin disponer de mis herramientas de costumbre, y tal vez por cómo me sentía, no parecía que nada se desarrollara como debía.
Estaba cansado. Me quedaba sin combustible. Pero doblé e introduje el hierro herrumbroso en un embudo de dos metros, y eso fue lo que enterré en el suelo. Luego rompí tuberías y aproveché los restos de metal para hacer las ramas que engarcé en tapacubos, antes de cubrirlas de cristales rotos cuyo objeto consistía en representar las hojas.
Lo dicho: un trabajo apresurado.
Lo más importante fue lo que hice con el cable y con el enorme tambor de metal. Reforcé el tambor, de modo que no tuviera goteras, y luego lo puse a modo de corona sobre el árbol. Después tendí cable desde el tambor alrededor de todo el bosque. Me llevó una eternidad. Tenía que colocarlo bien, unir todas las copas de los árboles en una telaraña gigante.
Otra cosa: antes de tender el cable, lo había sumergido en un viejo tonel lleno de la misma sustancia que había vertido en el tambor de metal con el que había coronado el árbol.
Combustible.
Mi ingrediente secreto.
Recuerda, cuando se construye algo todo depende de los pequeños detalles. Pues bien, ése era el detalle que haría cobrar vida al bosque. Se iluminaría mucho más que si lo hubiera enterrado en bombillas.
Y se consumiría en llamas hasta acabar hecho un manto de ceniza.
Zee regresó después de su visita a Cuervo cuando acababa de asegurar el cableado. El ambiente frío no enmascaraba el fuerte tufo a combustible, y Zee se frotó la nariz mientras contemplaba el árbol.
—¿Qué te parece? —le pregunté.
—No te mentiré, los he visto mejores.
—Supongo que eso me pasa por correr. La grandeza no responde bien a las prisas.
—Pues esta grandeza apesta un poco. Su aspecto supera con creces al olor que despide, eso te lo concedo.
—El generador pierde un poco.
—¿No puedes encender las luces?
—Ya veremos —dije, pues necesitaba cambiar el tema—. ¿Cómo has visto a Cuervo?
—Igual que hace dos horas. O sea, igual que hace cuatro, aunque dice que quiere venir a ver tu árbol.
—No —dije—. No puede venir. Tienes que asegurarte de que no se mueva de donde está.
—¿Por qué?
Quise confesarle que necesitaba que Cuervo y ella se mantuvieran a salvo, lejos de lo que iba a suceder, pero no podía explicarle la causa. Aún no.
—Tú hazme el favor de retener a Cuervo donde está. Fuera de la vista.
—Está empeñado en venir a ver el árbol.
—¿Por qué? —pregunté, irritado—. No es más que un montón de chatarra. Dile que no se mueva de donde está. —Tendría que haber compartido mi plan con él, en lugar de ello estaba perdiendo el control. Ya no había tiempo.
El sol se hundía en el firmamento. Había pedido a la creadora que se acercase en cuanto se intuyera el anochecer. La había invitado para mostrarle mi obra. Mi lamentable árbol falso.
La protesta de los pulmones de Zee se manifestó en forma de tos. Se me quedó mirando.
—Escucha —le dije—. Vuelve corriendo a la base y haz compañía a Cuervo. Dile que Banyan le ha dicho que siga donde está. ¿Lo harás?
Zee no respondió.
—Yo no tardaré en seguirte —le aseguré—. Tened paciencia y esperadme.
—Vale —dijo ella, que se dio la vuelta y echó a correr por el bosque.
Seguí mirándola, esperando a verla en lo alto de la loma, más allá de los árboles.
Saqué de la caja de herramientas que me habían prestado una pistola remachadora. Hundí la pistola en el bolsillo del abrigo. Luego me senté en la nieve y esperé a la puesta de sol.