10
Condujimos en silencio. Todos ensimismados en nuestros propios mundos. Había puesto a calentar un poco de maíz para el viejo, antes de que se tumbase en la parte trasera del carro, con el antiguo sombrero de mi padre cubriéndole la cara, adormilado.
No logré sacarle una palabra más. No hizo más que farfullar sinsentidos acerca del rey y de la tierra prometida, adoptando una expresión solemne cuando le mencionaba a mi padre.
De vez en cuando sentía el peso de la mirada de Zee. Hacía como que se disponía a hablar, pero entonces lo dejaba correr. Mierda, yo qué sé, tal vez era capaz de oír cómo se me recalentaba el cerebro y había distinguido el humo que me salía en espiral de los oídos.
Volví la vista para mirar al espantajo que transportaba en la parte trasera del vehículo. Apoyaba la nuca en la pistola remachadora y tenía el estómago hecho de madera. Le había pasado algo. Puede que se tratase de una mutación. Pero no guardaba el menor parecido con nada que yo hubiese visto.
—¿Crees ahora? —preguntó finalmente Zee.
—¿El qué?
—En la existencia de Sión, la tierra prometida.
—Creo que hay árboles en alguna parte a donde no llegan las langostas. Pero ¿dónde?
—No lo sé —admitió Zee—. Pero sería capaz de ir a buscarlos a donde fuera. Daría cualquier cosa. Haría lo que fuese necesario.
Arrugué el entrecejo, pensativo. Allí arriba, en la distancia, alcancé a ver el perfil de la zona de chabolas, cuyos tejados y lonas quemaba el sol. Y más allá de las callejuelas que formaban se alzaba la casa de Frost. Habría cundido la alarma. La niña había desaparecido y el constructor de árboles no asomaba por ninguna parte.
—Tendrías que haberme dicho que era tu padre —recalcó Zee.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Eso cambia las cosas, ¿no crees?
Puse los ojos en blanco, pero tenía razón. Lo cambiaba todo. Papá era una mitad mía que siempre había estado ahí. Perdida esa mitad, yo me había desdibujado.
—Afirmas que ese lugar es Sión —dije—. Pero a juzgar por el modo en que mi padre está encadenado no parece que eso sea precisamente un paraíso.
—No importa.
—A mí sí me importa.
—Pero si ha habido gente que ha llegado allí —afirmó Zee—. Si han sido capaces de encontrarla, entonces nosotros también podemos.
—O Frost puede —repliqué, pensando en su habitación llena de mapas y libros—. Ese tipo debe de tramar algo.
—Cuervo le convenció de la existencia de Sión. —Señaló hacia atrás—. Al otro lado del agua. Pero creo que están esperando algo antes de partir.
—¿Qué será?
—No tengo ni idea. Lo poco que sé se lo debo al hecho de que Frost me toma por idiota.
—Y ¿qué planean hacer si llegan allí?
—¿Bromeas? Se pagarían fortunas por un pedacito de Sión.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Encontrar la tierra prometida para saquearla y venderla?
—Lo único que quiero es respirar aire puro. —Se señaló con el pulgar el pecho silbante—. Hallar un lugar donde vivir en libertad.
—¿Con ese cabrón de Frost?
—No si doy con la manera de librarme de él.
—Quizá tendrías que fugarte.
—¿Sin comida y un lugar a donde ir?
—Entonces es posible que no puedas ser más libre de lo que eres.
—¿Cómo? —preguntó Zee, burlona—. ¿Acaso tú te crees libre? Vagabundeando en tu herrumbroso carro, arrastrándote para comer algo. No eres libre. Nadie lo es. No mientras GenTech sea la única capaz de cultivar.
—Podría haber árboles frutales —dije—. En la fotografía, digo.
—Y ¿quién sabe qué más crecerá allí?
—En fin, esté donde esté, habrá que andarse con ojo. Las langostas infestan los campos de maíz, pero podrían hacer una excepción si les das un nuevo lugar donde anidar.
—Si encuentro Sión nunca me marcharé de allí. Nunca.
—No lo harás si te encadenan a esos jodidos árboles. —Pensé en papá, y me volví para mirar a Zee—. Necesito que me des las coordenadas.
Ella sonrió, pero no a mí. Era como si hubiese conseguido algo que anhelaba. Hundió la espalda en el asiento.
—No voy a decirte nada más, constructor de árboles. Pero si quieres mi ayuda, tendrás que hacer lo que yo te diga.
—¿Qué coño se supone que significa eso?
—Significa que somos un equipo. Trabajaremos juntos mientras tenga sentido hacerlo. Cuando uno de nosotros tire por su cuenta el equipo quedará desbandado. En ese preciso instante, no antes ni después.
—Claro —dije—. Me parece bien.
—Entonces acelera. Esta mañana Cuervo visita la zona de las chabolas.
Apreté el freno, a pesar de que las chabolas se recortaban aún en la distancia.
—¿Cuervo?
—Sí. Hoy es cuando acompaña a mi madre al tripnotista. —Ahogó una tos—. Para su cita semanal.
—¿Quieres hablar con Cuervo?
—No. —Zee hizo un gesto de negación con la cabeza—. Quiero recuperar a mi madre.
—Podríamos volver más adelante a por ella —propuse, pensando en mi padre y en la advertencia del viejo rasta—. Ir tirando, porque necesitamos aprovechar toda la ventaja que podamos obtener.
—No vamos a dejarla atrás, constructor de árboles. Frost la ha destrozado y la tiene hasta las cejas de metanfetaminas, pero sigue siendo mi madre. —Y concluyó Zee, mirándome a los ojos—: Además, vamos a necesitarla si queremos encontrar el lugar donde se alzan esos árboles.