mencionar el piloto, copiloto y dos
mecánicos. Dudaba que ningún hombre en la historia
hubiese recibido servicio tan exclusivo, y era sumamente improbable que sucediera en el futuro. Recordó la cínica observación de uno de los menos honorables pontífices: "Ahora que tenemos el Papado, disfrutemos de él." Bien, el disfrutaría de ese viaje, y de la euforia de la ingravidez.
Con la pérdida de gravedad había, cuando menos por algún tiempo, descartado la mayoría de sus preocupaciones. Alguien había dicho alguna vez que uno podía sentirse aterrorizado en el espacio, pero no molestado. Lo cual era perfectamente verdad. El camarero y la azafata estaban al parecer determinados a hacerle comer durante las veinticuatro horas del viaje, pues se veía rechazando constantemente platos no pedidos. El comer con gravedad cero no constituía ningún problema real, contrariamente a los sombríos augurios de los primeros astronautas. Sentábase a una mesa corriente, a la cual se sujetaban fuentes y platos, como a bordo de un buque con mar gruesa. Todos los cubiertos tenían algo de pegajoso, por lo que no se desprendían yendo a rodar por la cabina. Así un filete estaba adherido al plato por espesa salsa, y mantenida una ensalada con aderezo adhesivo. Había pocos artículos que no podían ser tomados con un poco de habilidad y cuidado; las únicas cosas descartadas eran las sopas calientes y las pastas excesivamente quebradizas o desmenuzables. Las bebidas eran, desde luego, cuestión muy diferente, todos los líquidos habían de tomarse simplemente apretando tubos de plástico.
Una generación entera de investigación efectuada por heroicos pero no cantados voluntarios, se había empleado en el diseño del lavabo, el cual estaba ahora considerado como más o menos a prueba de imprudencias. Floyd lo investigó poco después del comienzo de la caída libre. Se encontró en un pequeño cubículo dotado de todos los dispositivos de un lavabo corriente de líneas aéreas, pero iluminado con una luz roja muy cruda y desagradable para los ojos. Un rótulo impreso en prominentes letras anunciaba: ¡MUY IMPORTANTE! Para su comodidad, haga el favor de leer cuidadosamente estas instrucciones.
Sentóse Floyd (uno tendía aún a hacerlo, aunque ingrávido) y leyó varias veces las instrucciones. Y al asegurarse que no había modificación alguna desde su último viaje, oprimió el botón de Arranque.
Al alcance de la mano, comenzó a zumbar un motor eléctrico, y Floyd se sintió moviéndose. cerró los ojos y esperó, tal como lo aconsejaban las instrucciones. Al cabo de un minuto, sonó levemente una campanilla y miró en derredor. La luz había cambiado ahora a un sedante rosa- blanquecino; pero, lo que era más importante, se encontraba otra vez sometido a la gravedad. Sólo la tenuísima vibración le reveló que era una gravedad falsa, causada por el giro de tiovivo de todo el compartimiento de aseo. Floyd tomó una jabonera, y la contemplo caer con movimiento retardado; juzgó que la fuerza centrífuga era aproximadamente un cuarto de la gravedad normal. Pero ello era ya bastante; garantizaba que todo se movía en la dirección debida, en un lugar donde eso era lo que más importaba.
Oprimió el botón de Parada para salir, y volvió a cerrar los ojos. El peso diminuyó lentamente al cesar la rotación, la campanilla dio un doble tañido, y volvió a encenderse la luz roja de precaución, y seguidamente se entornó la puerta con la debida posición para permitirle deslizarse fuera de la cabina, donde se adhirió tan rápidamente como le fue posible a la alfombra. Hacía tiempo que había agotado la novedad de la ingravidez, y agradecía a los deslizadores "Velcro" que le permitiesen andar casi normalmente. Tenía mucho en que ocupar su tiempo, aun cuando no hiciese más que sentarse y leer. Cuando se aburriese de los informes y memorándums y minutas oficiales, conmutaría la
hubiese recibido servicio tan exclusivo, y era sumamente improbable que sucediera en el futuro. Recordó la cínica observación de uno de los menos honorables pontífices: "Ahora que tenemos el Papado, disfrutemos de él." Bien, el disfrutaría de ese viaje, y de la euforia de la ingravidez.
Con la pérdida de gravedad había, cuando menos por algún tiempo, descartado la mayoría de sus preocupaciones. Alguien había dicho alguna vez que uno podía sentirse aterrorizado en el espacio, pero no molestado. Lo cual era perfectamente verdad. El camarero y la azafata estaban al parecer determinados a hacerle comer durante las veinticuatro horas del viaje, pues se veía rechazando constantemente platos no pedidos. El comer con gravedad cero no constituía ningún problema real, contrariamente a los sombríos augurios de los primeros astronautas. Sentábase a una mesa corriente, a la cual se sujetaban fuentes y platos, como a bordo de un buque con mar gruesa. Todos los cubiertos tenían algo de pegajoso, por lo que no se desprendían yendo a rodar por la cabina. Así un filete estaba adherido al plato por espesa salsa, y mantenida una ensalada con aderezo adhesivo. Había pocos artículos que no podían ser tomados con un poco de habilidad y cuidado; las únicas cosas descartadas eran las sopas calientes y las pastas excesivamente quebradizas o desmenuzables. Las bebidas eran, desde luego, cuestión muy diferente, todos los líquidos habían de tomarse simplemente apretando tubos de plástico.
Una generación entera de investigación efectuada por heroicos pero no cantados voluntarios, se había empleado en el diseño del lavabo, el cual estaba ahora considerado como más o menos a prueba de imprudencias. Floyd lo investigó poco después del comienzo de la caída libre. Se encontró en un pequeño cubículo dotado de todos los dispositivos de un lavabo corriente de líneas aéreas, pero iluminado con una luz roja muy cruda y desagradable para los ojos. Un rótulo impreso en prominentes letras anunciaba: ¡MUY IMPORTANTE! Para su comodidad, haga el favor de leer cuidadosamente estas instrucciones.
Sentóse Floyd (uno tendía aún a hacerlo, aunque ingrávido) y leyó varias veces las instrucciones. Y al asegurarse que no había modificación alguna desde su último viaje, oprimió el botón de Arranque.
Al alcance de la mano, comenzó a zumbar un motor eléctrico, y Floyd se sintió moviéndose. cerró los ojos y esperó, tal como lo aconsejaban las instrucciones. Al cabo de un minuto, sonó levemente una campanilla y miró en derredor. La luz había cambiado ahora a un sedante rosa- blanquecino; pero, lo que era más importante, se encontraba otra vez sometido a la gravedad. Sólo la tenuísima vibración le reveló que era una gravedad falsa, causada por el giro de tiovivo de todo el compartimiento de aseo. Floyd tomó una jabonera, y la contemplo caer con movimiento retardado; juzgó que la fuerza centrífuga era aproximadamente un cuarto de la gravedad normal. Pero ello era ya bastante; garantizaba que todo se movía en la dirección debida, en un lugar donde eso era lo que más importaba.
Oprimió el botón de Parada para salir, y volvió a cerrar los ojos. El peso diminuyó lentamente al cesar la rotación, la campanilla dio un doble tañido, y volvió a encenderse la luz roja de precaución, y seguidamente se entornó la puerta con la debida posición para permitirle deslizarse fuera de la cabina, donde se adhirió tan rápidamente como le fue posible a la alfombra. Hacía tiempo que había agotado la novedad de la ingravidez, y agradecía a los deslizadores "Velcro" que le permitiesen andar casi normalmente. Tenía mucho en que ocupar su tiempo, aun cuando no hiciese más que sentarse y leer. Cuando se aburriese de los informes y memorándums y minutas oficiales, conmutaría la