9 – El correo de la Luna
El astrónomo ruso era alto, delgado y
rubio, y su enjuto rostro denotaba sus cincuenta y cinco años...
los diez últimos de los cuales los había pasado construyendo
gigantescos observatorios de radio en lejanos lugares de la Luna,
donde dos mil millas de sólida roca los protegerían de la
intromisión electrónica de la Tierra. ¡Vaya, Heywood! - dijo, con
un fuerte apretón de manos. ¡Qué pequeño es el Universo! ¿Cómo está
usted... y sus encantadores pequeños? - Magníficamente, respondió
Floyd con afecto, pero con un aire ligeramente distraído -. A
menudo hablamos de lo estupendamente que la pasamos con usted el
verano pasado. - Sentía no poder parecer más sincero; realmente,
había disfrutado una semana de vacaciones en Odessa con Dmitri
durante una de las visitas del ruso a la Tierra. - ¿Y usted...
supongo que va hacia arriba? - inquirió Dmitri. - Eh... sí...
volaré dentro de media hora - respondió Floyd -. ¿Conoce usted a
Mr. Miller?
El oficial de seguridad se había aproximado a respetuosa distancia
con una taza de plástico con café en la mano.
- Desde luego. Pero por favor deje eso, Mr. Miller. Esta es la
última oportunidad del Dr. Floyd de tomar una bebida civilizada...
no ha de desperdiciarla. No... insisto. Siguieron a Dmitri de la
antesala principal a la sección de observación, y de pronto
estuvieron sentados a una mesa bajo una tenue luz contemplando el
móvil panorama de las estrellas. La Estación Espacial Uno giraba
una vez cada minuto, y la fuerza centrífuga generada por esa lenta
rotación producía una gravedad artificial igual a la de la Luna. Se
había descubierto que esto era una buena compensación entre la
gravedad de la Tierra y la absoluta falta de gravedad; además,
proporcionaba a los pasajeros con destino a la Luna la ocasión de
aclimatarse.
Al exterior de las casi invisibles ventanas, discurrían en
silenciosa procesión la Tierra y las estrellas. En aquel momento,
esta parte de la Estación estaba ladeada con relación al Sol; de lo
contrario, habría sido impensable mirar afuera, pues la estancia
hubiese estado inundada de luz. Aun así, el resplandor de la
Tierra, que llenaba medio firmamento, lo apagaba todo, excepto las
más brillantes estrellas. Pero la Tierra se estaba desvaneciendo a
medida que la Estación orbitaba hacia la parte nocturna del
planeta; dentro de pocos minutos sólo habría un enorme disco negro
tachonado por las luces de las ciudades. Y entonces el firmamento
pertenecería a las estrellas.
- Y ahora - dijo Dmitri, tras haberse echado rápidamente al coleto
su primer vaso, volviendo a llenarlo -, ¿Que es todo eso sobre una
epidemia en el sector U.S.A.? Quise ir allá en este viaje. "No,
profesor -me dijeron-. Lo sentimos mucho, pero hay una estricta
cuarentena hasta nuevo aviso." Toqué las teclas que pude, pero fue
inútil. Ahora, usted va a decirme lo que está sucediendo.
Floyd rezongó interiormente. "¡Ya estamos otra vez! - pensó -.
Cuanto más pronto me encuentre a bordo de ese correo, rumbo a la
Luna, tanto más feliz me sentiré." - La... ah... cuarentena, es una
pura y simple medida de precaución - dijo cautelosamente -. Ni
siquiera estamos seguros de que sea realmente necesaria, pero no
queremos arriesgarnos.