No siendo ya de más utilidad, el mobiliario de la suite volvió a disolverse en la mente de su creador. Sólo la cama permanecía... y las paredes, escudando a aquel frágil organismo de las energías que todavía no podía controlar. En su sueño, David Bowman se agitó con desasosiego. No se despertó, ni soñó, pero no estaba ya totalmente inconsciente. Como la niebla serpeando a través de un bosque, algo invadía su mente. Lo sentía solo confusamente, pues el impacto cabal le habría destruido tan seguramente como los incendios que rugían al otro lado de esas paredes. Bajo aquel desapasionado escrutinio no sentía ni esperanza ni temor; toda emoción había sido aventada.
Le parecía hallarse flotando en el espacio libre, mientras en torno a él se extendía, en todas direcciones, un infinito enrejado geométrico de oscuras líneas de filamentos, a lo largo de los cuales se movían minúsculos nódulos de luz... algunos lentamente, y otros a vertiginosa velocidad. En una ocasión había escudriñado a través de un microscopio el corte transversal de un cerebro humano, y en su red de fibras nerviosas había vislumbrado la misma complejidad laberíntica... Pero aquello había estado muerto y estático, mientras que esto trascendía la propia vida. Sabía -o creía saber- que estaba observando la operación de una gigantesca mente, contemplando el universo del cual él era apenas una ínfima parte. La visión, o ilusión, duró sólo un momento. Luego, los cristalinos planos y celosías, y las entrelazadas perspectivas de moviente luz, titilaron agónicas y dejaron de existir, al trasladarse David Bowman a un reino de consciencia que hombre alguno había experimentado antes. Al principio, pareció como si el mismo tiempo corriera hacia atrás. Estaba dispuesto a aceptar hasta esta maravilla, antes de percatarse de la más sutil verdad.
Estaban siendo pulsados los muelles de la memoria; en recuerdo controlado, estaba reviviendo el pasado. Allí estaba la suite del hotel; allí la cápsula espacial; allí los ígneos paisajes estelares del rojo sol; allí el radiante núcleo de la galaxia; allí el portal a través del cual había emergido al Universo. Y no sólo visión, sino todas las impresiones sensoriales, y todas las emociones que sintiera en aquellos momentos, estaban pasando cada vez más rápidamente ante él. Su vida se estaba devanando como una cinta registradora que funcionase cada vez a mayor velocidad.
Ahora se encontraba otra vez a bordo de la Discovery, y los anillos de Saturno llenaban el firmamento. Antes de eso estaba repitiendo su diálogo final con Hal; estaba viendo a Frank Poole partiendo hacia su última misión; estaba escuchando la voz de la Tierra, asegurándole que todo iba bien.
Y al revivir esos sucesos sabía que todo estaba en verdad bien. Estaba retrocediendo en los pasillos del tiempo, siéndole extraído conocimiento y experiencia a medida que iba de nuevo a su infancia. Nada se perdía; todo cuanto había sido, en cada momento de su vida, estaba siendo transferido a más seguro recaudo. Aun cuando un David Bowman dejara de existir, otro se hacía inmortal. Más rápido, cada vez más rápido, fue retrotrayéndose a los años olvidados y un mundo más simple. Rostros que una vez amara, y que había creído perdidos en el recuerdo, le sonreían dulcemente. Sonrió a su vez con cariño, y sin dolor. Ahora, por fin, estaba cesando la precipitada regresión; las fuentes de la memoria estaban casi secas. El tiempo fluía cada vez más perezosamente, aproximándose a un momento de éxtasis... como un ondulante péndulo, en el límite del arco, helado durante un instante eterno, antes de que comience en siguiente ciclo.