flotando en el medio de los incendios de una estrella doble a veinte mil años- luz de la Tierra, una criatura abrió sus ojos y comenzó a llorar.
46 – Transformación
Luego calló, al ver que no estaba ya
sola. Un rectángulo de espectral resplandor se había formado en el
vacío aire. Se solidificó en una losa de cristal, perdió su
transparencia, y quedó bañado en pálida y lechosa luminiscencia. A
través de su superficie y en sus profundidades se movieron
atormentadores fantasmas vagamente definidos, los cuales se
fusionaron en franjas de luz y sombra, formando luego rayados
diseños entremezclados que comenzaron a girar lentamente, al compás
del ritmo de vibradora pulsación que parecía llenar ahora todo el
espacio.
Era un espectáculo como para prender la atención de cualquier
chiquillo, o de cualquier mono-humanoide. Pero, tal como lo fuera
hacía tres millones de años, era sólo la manifestación exterior de
fuerzas demasiado sutiles para ser conscientemente percibidas. Era
simplemente un juguete para distraer los sentidos, mientras el
proceso real se estaba llevando a cabo en niveles más profundos de
la mente. Esta vez, el proceso era rápido y cierto, a medida que
estaban tejiendo el nuevo diseño. Pues en los eones transcurridos
desde el último encuentro, mucho había sido aprendido por el
tejedor; y el material en el que practicaba su arte era ahora de
una textura infinitamente más fina. Pero sólo el futuro podría
decir si habría de permitírsele formar parte de la tapicería aún en
desarrollo. Con ojos que tenían ya una intensidad mayor que la
humana, la criatura fijó su mirada en las profundidades del
monolito de cristal, viendo -aun- que no comprendiendo, sin
embargo- los misterios que más allá había. Sabía que había vuelto
al hogar, que allí estaba el origen de muchas razas junto con la
suya; pero sabía también que no podía permanecer allí. Más allá de
este momento había otro nacimiento, más singular que cualquiera en
el pasado.
Había llegado ya el momento; las incandescentes formas no
repercutían ya los secretos en el corazón de cristal. Y al
apagarse, también las paredes protectoras se desvanecieron en la
inexistencia de la que habían emergido brevemente, y el rojo sol
llenó el firmamento.
Fulguró llameante el metal y el plástico de la cápsula espacial, y
el atuendo llevado otrora por un ente que se llamaba a sí mismo
David Bowman. Habían desaparecido los últimos lazos con la Tierra,
reducidos de nuevo a sus átomos componentes. Pero la criatura
apenas se dio cuenta de ello, al adaptarse al dulce resplandor de
su nuevo ambiente. Necesitaba aún, por un poco de tiempo, esta
concha de material como foco de sus poderes. Su indestructible
cuerpo era en su mente la imagen mas importante de sí mismo; y a
pesar de todos sus poderes, sabía que era aún una criatura. Y así
permanecería hasta que decidiera una nueva forma o sobrepasara las
necesidades de la materia.
Era ya tiempo de emprender la marcha... aunque en cierto sentido no
querría abandonar jamás aquel lugar donde había renacido, pues el
sería siempre parte del ente que empleó aquella doble estrella para
sus inescrutables designios. La dirección, aunque no la naturaleza,
de su destino aparecía clara ante él, y no había necesidad alguna
de