las ígneas brumas de Sagitario,
aquellos hirvientes enjambres de soles que ocultaban
para siempre el corazón de la Galaxia a la visión humana. Y la negra y ominosa mancha de la Vía Láctea, aquel boquete en el espacio donde no lucían las estrellas. Y Alfa del Centauro, el más próximo de todos los soles... la primera parada allende el Sistema Solar. Aun cuando superada en brillo por Sirio y Canopus, era Alfa del Centauro la que atraía la mirada y la mente de Bowman, mirase donde mirase en el espacio. Pues aquel firme punto brillante, cuyos rayos habían tardado cuatro años en alcanzarle, había llegado a simbolizar los secretos debates que hacían furor en la Tierra y cuyos ecos le llegaban de cuando en cuando.
Nadie dudaba que debía existir alguna conexión entre T.M.A.-1 y el sistema Saturniano, pero a duras penas admitiría cualquier científico que los seres que habían erigido el monolito fuesen posiblemente originarios de allí. Como albergue de vida, Saturno era todavía más hostil que Júpiter, y sus varias lunas estaban heladas en un eterno invierno de trescientos grados bajo cero. Sólo una de ellas -Titán- poseía una atmósfera, pero ésta era una tenue envoltura de ponzoñoso metano. Así, quizá los seres que visitaron el satélite natural de la Tierra hacía tanto tiempo no eran simplemente extraterrestres, sino extrasolares... visitantes de las estrellas, que habían establecido sus bases dondequiera les convenía. Y esto planteaba simultáneamente otro problema: ¿podría cualquier tecnología, por muy avanzada que estuviese, tender un puente sobre el espantoso abismo que se extendía entre el Sistema Solar y el más próximo de los soles?
Muchos eran los científicos que negaban lisa y llanamente tal posibilidad. Argüían que la Discovery, la nave más rápida jamás diseñada tardaría veinte mil años en llegar a Alfa del Centauro... y millones de años para recorrer cualquier distancia apreciable en la Galaxia. Pero si, durante los siglos venideros, mejoraban más allá de toda medida los sistemas de propulsión, toparían con la infranqueable barrera de la velocidad de la luz, la cual no puede sobrepasar objeto material alguno. En consecuencia los constructores de T.M.A.-1 debieron haber compartido el mismo Sol que el hombre; y puesto que no habían hecho ninguna aparición en tiempos históricos, probablemente se habían extinguido. Una minoría rehusaba este argumento. Aunque llevase siglos viajar de estrella en estrella, esto no podía suponer obstáculo alguno a exploradores suficientemente determinados. La técnica de la hibernación, empleada en la propia Discovery, era una respuesta posible. Otra era el mundo artificial, lanzándose a viajes que podrían durar generaciones.
En cualquier caso, ¿por qué se debía suponer que todas las especies inteligentes eran de vida tan corta como el hombre? Podía haber criaturas en el Universo para las cuales un viaje de mil años sólo representase un pequeño inconveniente. Estos argumentos, a pesar de ser teóricos, concernían a una cuestión de la mayor importancia práctica; implicaban el concepto del "tiempo de reacción". Si T.M.A.-1, en efecto, había enviado una señal a las estrellas -quizá con ayuda de algún otro ingenio situado en las proximidades de Saturno- esta no alcanzaría su destino durante años. Por lo tanto, aun cuando fuese inmediata la respuesta, la Humanidad tendría un lapso de respiro que ciertamente podría ser medido en décadas... más probablemente en siglos. Para muchos, éste era un pensamiento tranquilizador. Mas no para todos. Un puñado de científicos -pescadores de playa en las más salvajes orillas de la física teórica- formulaban la inquietante pregunta: "¿Estamos seguros que la velocidad de la luz es una barrera infranqueable?" Verdad era que la teoría de la Relatividad General había demostrado ser extraordinariamente duradera, y estaría
para siempre el corazón de la Galaxia a la visión humana. Y la negra y ominosa mancha de la Vía Láctea, aquel boquete en el espacio donde no lucían las estrellas. Y Alfa del Centauro, el más próximo de todos los soles... la primera parada allende el Sistema Solar. Aun cuando superada en brillo por Sirio y Canopus, era Alfa del Centauro la que atraía la mirada y la mente de Bowman, mirase donde mirase en el espacio. Pues aquel firme punto brillante, cuyos rayos habían tardado cuatro años en alcanzarle, había llegado a simbolizar los secretos debates que hacían furor en la Tierra y cuyos ecos le llegaban de cuando en cuando.
Nadie dudaba que debía existir alguna conexión entre T.M.A.-1 y el sistema Saturniano, pero a duras penas admitiría cualquier científico que los seres que habían erigido el monolito fuesen posiblemente originarios de allí. Como albergue de vida, Saturno era todavía más hostil que Júpiter, y sus varias lunas estaban heladas en un eterno invierno de trescientos grados bajo cero. Sólo una de ellas -Titán- poseía una atmósfera, pero ésta era una tenue envoltura de ponzoñoso metano. Así, quizá los seres que visitaron el satélite natural de la Tierra hacía tanto tiempo no eran simplemente extraterrestres, sino extrasolares... visitantes de las estrellas, que habían establecido sus bases dondequiera les convenía. Y esto planteaba simultáneamente otro problema: ¿podría cualquier tecnología, por muy avanzada que estuviese, tender un puente sobre el espantoso abismo que se extendía entre el Sistema Solar y el más próximo de los soles?
Muchos eran los científicos que negaban lisa y llanamente tal posibilidad. Argüían que la Discovery, la nave más rápida jamás diseñada tardaría veinte mil años en llegar a Alfa del Centauro... y millones de años para recorrer cualquier distancia apreciable en la Galaxia. Pero si, durante los siglos venideros, mejoraban más allá de toda medida los sistemas de propulsión, toparían con la infranqueable barrera de la velocidad de la luz, la cual no puede sobrepasar objeto material alguno. En consecuencia los constructores de T.M.A.-1 debieron haber compartido el mismo Sol que el hombre; y puesto que no habían hecho ninguna aparición en tiempos históricos, probablemente se habían extinguido. Una minoría rehusaba este argumento. Aunque llevase siglos viajar de estrella en estrella, esto no podía suponer obstáculo alguno a exploradores suficientemente determinados. La técnica de la hibernación, empleada en la propia Discovery, era una respuesta posible. Otra era el mundo artificial, lanzándose a viajes que podrían durar generaciones.
En cualquier caso, ¿por qué se debía suponer que todas las especies inteligentes eran de vida tan corta como el hombre? Podía haber criaturas en el Universo para las cuales un viaje de mil años sólo representase un pequeño inconveniente. Estos argumentos, a pesar de ser teóricos, concernían a una cuestión de la mayor importancia práctica; implicaban el concepto del "tiempo de reacción". Si T.M.A.-1, en efecto, había enviado una señal a las estrellas -quizá con ayuda de algún otro ingenio situado en las proximidades de Saturno- esta no alcanzaría su destino durante años. Por lo tanto, aun cuando fuese inmediata la respuesta, la Humanidad tendría un lapso de respiro que ciertamente podría ser medido en décadas... más probablemente en siglos. Para muchos, éste era un pensamiento tranquilizador. Mas no para todos. Un puñado de científicos -pescadores de playa en las más salvajes orillas de la física teórica- formulaban la inquietante pregunta: "¿Estamos seguros que la velocidad de la luz es una barrera infranqueable?" Verdad era que la teoría de la Relatividad General había demostrado ser extraordinariamente duradera, y estaría