más lejos. Atando cabos con las creencias de las diversas religiones, especulaban que la mente terminaría por liberarse de la materia. El cuerpo- robot, como el de carne y hueso, sería solamente un peldaño hacia algo que, hacía tiempo, habían llamado los hombres "espíritu".
Y si más allá de esto había algo, su nombre sólo podía ser Dios.
33 – Embajador
Durante los últimos tres meses, David
Bowman se había adaptado tan completamente a su solitario sistema
de vida, que le resultaba difícil recordar cualquier otra
existencia. Había sobrepasado la desesperación y la esperanza, y se
había instalado en una rutina completamente automática, punteada de
crisis ocasionales cuando uno u otro sistema de la Discovery
mostraba señales de funcionar mal. Pero no había sobrepasado la
curiosidad, y a veces el pensamiento de la meta hacia la cual se
dirigía le colmaba de una sensación de exaltación... y de un
sentimiento de poder. No sólo era el representante de la especie
humana entera, sino que su acción, durante las próximas semanas,
podía determinar el futuro real de aquella. En toda la historia no
se había producido jamás una situación semejante. El era el
embajador extraordinario -y plenipotenciario- de toda la Humanidad.
Ese conocimiento le ayudaba de muchas sutiles maneras. Le mantenía
limpio y ordenado; por muy cansado que estuviera nunca dejaba de
afeitarse. Sabía que el Control de la Misión le estaba vigilando
estrechamente para ver si mostraba los primeros síntomas de
cualquier conducta anormal; él estaba decidido a que esa vigilancia
fuera en vano... cuando menos en cuanto a cualquier síntoma serio.
Se daba cuenta de algunos cambios en sus normas de conducta;
hubiese sido absurdo esperar otra cosa, dadas las circunstancias.
No podía soportar ya el silencio; excepto cuando estaba durmiendo o
hablando por el circuito Tierra, mantenía el sistema de sonido de
la nave funcionando con tal sonoridad, que resultaba casi molesto.
Al principio, como necesitaba la compañía de la voz humana, había
escuchado obras teatrales clásicas -especialmente de Shaw, Ibsen y
Shakespeare- o lecturas poéticas, de la enorme biblioteca de
grabaciones de la Discovery. Pero los problemas que trataban le
parecían tan remotos, o de tan fácil solución con un poco de
sentido común, que acabó por perder la paciencia con
ellos.
Así pasó a la ópera... generalmente en italiano o alemán, para no
ser distraído siquiera por el mínimo contenido intelectual que la
mayoría de las óperas presentaban. Esta fase duró dos semanas,
antes que se diese cuenta que el sonido de todas aquellas voces
soberbiamente educadas eran sólo exacerbantes en su soledad. Pero
lo que finalmente remató este círculo fue la Misa de Réquiem de
Verdi, que nunca había oído interpretar en la Tierra. El "Deus
Irae", retumbando con ominosa propiedad a través de la vacía nave,
le dejó destrozado por completo; y cuando las trompetas del juicio
final resonaron en los cielos, no pudo soportarlo más.
En adelante, sólo escuchó música instrumental. Comenzó con los
compositores románticos, pero los descartó uno por uno al hacerse
demasiado opresivas sus efusiones sentimentales. Sibeluis,
Tchaikovsky y Berlioz duraron una semana, Beethoven
bastante