- Puede usted instalarse donde guste,
pero el capitán Tynes le recomienda el asiento
de la ventana de la izquierda, si desea contemplar las operaciones de desatraque. - Pues sí - respondió él, moviéndose hacia el asiento preferido. La azafata revoloteó en derredor suyo durante unos momentos, yéndose luego a su cubículo, a popa de la cabina. Floyd se instaló en su asiento, ajustó el cinturón de seguridad en torno a cintura y hombros, y sujetó su cartera de mano en el asiento adyacente. Momentos después se oyó en el altavoz una voz clara y suave.
- Buenos días - dijo la voz de miss Simmons -. Este es el Vuelo Especial 3, de Kennedy a la Estación Uno del Espacio.
Al parecer, estaba determinada a largar todo el rollo rutinario a su solitario pasajero, y Floyd no pudo resistir una sonrisa mientras ella continuaba inexorablemente: - Nuestro tiempo de tránsito será de cincuenta y cinco minutos. La aceleración máxima alcanzará dos ge, y estaremos ingrávidos durante treinta minutos. No abandone por favor su asiento hasta que se encienda la señal de seguridad. Floyd miró por encima de su hombro y dijo "Gracias", teniendo el vislumbre de una sonrisa un tanto embarazada pero encantadora. Retrepóse en su butaca y se relajó. Calculó que aquel viaje iba a costar a los contribuyentes un poco más de un millón de dólares. De no ser justificado, él perdería su puesto; pero siempre podría volver a la Universidad y a sus interrumpidos estudios sobre la formación de los planetas.
- Establecido el autoconteo - dijo la voz del capitán en el altavoz, con el suave sonsonete empleado en la cháchara del RT. - Despegue en un minuto.
Como siempre se pareció más a una hora. Floyd se dio buena cuenta, entonces, de las gigantescas fuerzas latentes a su derredor, en espera de ser desatadas. En los tanques de combustible de los dos ingenios espaciales, y en el sistema de almacenaje de energía de la plataforma de lanzamiento, se hallaba encerrada la potencia de una bomba nuclear. Y todo ello sería empleado para trasladarle a él a unas simples doscientas millas de la Tierra.
No se produjo el antiguo conteo a la inversa de cuatro-tres-dos-uno, tan duro para el sistema nervioso humano.
- Lanzamiento en quince segundos. Se sentirá usted más cómodo si comienza a respirar profundamente.
Aquella era buena psicología y buena fisiología. Floyd se sintió bien saturado de oxígeno, y dispuesto a habérselas con cualquier cosa, cuando la plataforma de lanzamiento comenzó a expeler sus mil toneladas de carga útil sobre el Atlántico. Resultaba difícil decir el momento en que se alzaron sobre la plataforma y se hicieron aerotransportados, pero cuando el rugido de los cohetes redobló de súbito su furia, y Floyd sintió que se hundía cada vez más profundamente en los cojines de su butaca, supo que habían entrado en acción los motores del primer cuerpo. Hubiese deseado mirar por la ventanilla, pero hasta el girar la cabeza resultaba un esfuerzo. Sin embargo, no había ninguna incomodidad; en realidad, la presión de la aceleración y el enorme tronar de los motores producía una extraordinaria euforia. Zumbándole los oídos y batiéndole la sangre en sus venas, Floyd se sintió más viviente de lo que había estado durante años. Era joven de nuevo, y sentía deseos de cantar en voz alta, lo cual podía muy bien hacer, pues nadie podría posiblemente oírle.
de la ventana de la izquierda, si desea contemplar las operaciones de desatraque. - Pues sí - respondió él, moviéndose hacia el asiento preferido. La azafata revoloteó en derredor suyo durante unos momentos, yéndose luego a su cubículo, a popa de la cabina. Floyd se instaló en su asiento, ajustó el cinturón de seguridad en torno a cintura y hombros, y sujetó su cartera de mano en el asiento adyacente. Momentos después se oyó en el altavoz una voz clara y suave.
- Buenos días - dijo la voz de miss Simmons -. Este es el Vuelo Especial 3, de Kennedy a la Estación Uno del Espacio.
Al parecer, estaba determinada a largar todo el rollo rutinario a su solitario pasajero, y Floyd no pudo resistir una sonrisa mientras ella continuaba inexorablemente: - Nuestro tiempo de tránsito será de cincuenta y cinco minutos. La aceleración máxima alcanzará dos ge, y estaremos ingrávidos durante treinta minutos. No abandone por favor su asiento hasta que se encienda la señal de seguridad. Floyd miró por encima de su hombro y dijo "Gracias", teniendo el vislumbre de una sonrisa un tanto embarazada pero encantadora. Retrepóse en su butaca y se relajó. Calculó que aquel viaje iba a costar a los contribuyentes un poco más de un millón de dólares. De no ser justificado, él perdería su puesto; pero siempre podría volver a la Universidad y a sus interrumpidos estudios sobre la formación de los planetas.
- Establecido el autoconteo - dijo la voz del capitán en el altavoz, con el suave sonsonete empleado en la cháchara del RT. - Despegue en un minuto.
Como siempre se pareció más a una hora. Floyd se dio buena cuenta, entonces, de las gigantescas fuerzas latentes a su derredor, en espera de ser desatadas. En los tanques de combustible de los dos ingenios espaciales, y en el sistema de almacenaje de energía de la plataforma de lanzamiento, se hallaba encerrada la potencia de una bomba nuclear. Y todo ello sería empleado para trasladarle a él a unas simples doscientas millas de la Tierra.
No se produjo el antiguo conteo a la inversa de cuatro-tres-dos-uno, tan duro para el sistema nervioso humano.
- Lanzamiento en quince segundos. Se sentirá usted más cómodo si comienza a respirar profundamente.
Aquella era buena psicología y buena fisiología. Floyd se sintió bien saturado de oxígeno, y dispuesto a habérselas con cualquier cosa, cuando la plataforma de lanzamiento comenzó a expeler sus mil toneladas de carga útil sobre el Atlántico. Resultaba difícil decir el momento en que se alzaron sobre la plataforma y se hicieron aerotransportados, pero cuando el rugido de los cohetes redobló de súbito su furia, y Floyd sintió que se hundía cada vez más profundamente en los cojines de su butaca, supo que habían entrado en acción los motores del primer cuerpo. Hubiese deseado mirar por la ventanilla, pero hasta el girar la cabeza resultaba un esfuerzo. Sin embargo, no había ninguna incomodidad; en realidad, la presión de la aceleración y el enorme tronar de los motores producía una extraordinaria euforia. Zumbándole los oídos y batiéndole la sangre en sus venas, Floyd se sintió más viviente de lo que había estado durante años. Era joven de nuevo, y sentía deseos de cantar en voz alta, lo cual podía muy bien hacer, pues nadie podría posiblemente oírle.