Capítulo 17
Cuando Franny despertó, era bien entrada la mañana y Chase se había ido. Tocando la parte hundida de la almohada en la que había estado su cabeza morena, miró soñolienta al sol que entraba por la ventana. Su posición en el cielo azul blanquecino le dijo que debían de ser más de las diez, una hora inusualmente tardía para despertar, incluso para ella.
Recuperando poco a poco el control de sus sentidos, Franny miró a su alrededor. De las paredes de tronco emanaba el espíritu del chico que había dormido entre ellas durante muchos años; la ropa de la percha y las pertenencias que se alineaban en las estanterías mostraban al hombre que era hoy. Examinó la camisa verde azulada que colgaba del gancho y recordó la noche en la que le había visto con ella puesta. Tuvo tanto miedo de él entonces… Ahora la atemorizaba pero de una manera muy diferente.
En el estante que había encima de la percha descansaba su sombrero negro. Bajo su ropa tenía las botas de leñador. Con un respingo, Franny se fijó en que había ropa femenina colgada de un borde de la percha. Parpadeó y se irguió sobre un codo para mirar al surtido de corpiños. Con una apariencia un tanto frívola, vio que sus zapatillas rosas estaban junto a las botas y, junto a estas, sus botines negros. Mientras dormía, había desempaquetado las pertenencias de ella y las había organizado junto a las de él.
Como si fuese ese su sitio. Como si siempre lo hubiese sido. Por tonto que pareciese, Franny se encontró deseando que así fuera. Quería todo esto. Lo quería con toda su alma.
Tapándose con la colcha hasta la altura el pecho, Franny se sentó y dejó los pies colgando sin tocar el suelo. El movimiento hizo que se le revolviese el estómago y tuvo que tragar convulsivamente. Salvo unas pocas experiencias con enfermedades propias de la niñez, siempre había sido una persona sana, y no estaba acostumbrada a sentirse mal.
Náuseas mañaneras.
Se puso la mano en el vientre y, a pesar de la náusea, sonrió débilmente. Un hijo. ¿Se sentían todas las mujeres tan felices cuando sabían que iban a tener un niño? A Franny le parecía increíble. Un hijo. Su propio hijo. Había envidiado tantas veces a las mujeres embarazadas que veía pasar por la calle cuando estaba en su habitación, que estaba convencida de que la maternidad era algo que nunca podría experimentar. Ahora, no solo estaba embarazada, sino casada también.
Era demasiado bueno para ser cierto.
La sonrisa de Franny se desvaneció y su débil estómago volvió a endurecerse con la tensión. Tenía miedo de creer que todo eso podía durar mucho. En el instante en que empezase a pensar que Chase la amaba de verdad, en el mismo instante en que pensase que podrían de verdad construir una vida juntos, todo eso le sería arrebatado. Todo. Algo iría mal. Siempre pasaba así.
—¿He oído a alguien moviéndose ahí? —preguntó en voz baja Loretta Lobo.
Franny respondió con un deje de culpabilidad.
—Esto… sí, me acabo de despertar.
—Quédate tranquila, querida. Te traeré un té. Chase puso la bacinilla debajo de la cama para ti. Mientras te lo sirvo, atiende tus necesidades matutinas. Estaré contigo en breve.
Con las manos aún en el estómago, Franny se inclinó para coger la bacinilla. ¿Té en la cama? No era una inválida. Tan rápido como pudo, hizo sus necesidades. Cuando Loretta empezó a subir las escaleras del altillo, Franny estaba sentada en la cama con la espalda apoyada en las almohadas y arropada con la colcha hasta las axilas. Atusándose los cabellos, se obligó a sacar la mejor de sus sonrisas para recibir a su suegra. Por el sonido de los pies en los escalones, pudo notar que las subía con la misma seguridad que su hijo. Franny no pudo imaginarse subiendo esas escaleras con algo en las manos.
Loretta rodeó la pared divisoria de la habitación con energía y un revuelo de faldas de percal. Sus botines sobresalían, relucientes, de debajo. En las manos traía dos tambaleantes, humeantes y delicadas tazas de porcelana china con sus respectivos platillos. Mirando a Franny, hizo una mueca con los labios.
—Ay, querida, no tienes buena cara. —Con una expresión de simpatía en los ojos, se sentó con cuidado en el borde de la cama—. Bueno, no te preocupes; haremos que te sientas de nuevo a gusto con el mundo en un periquete.
Franny aceptó la taza, notando al hacerlo que había dos finas rebanadas de pan en el platillo.
—Siento haber dormido hasta tan tarde.
—No importa. Estoy segura de que estás acostumbrada a estar despierta hasta tarde, por lo que por la mañana te despiertas también más tarde. Pero con el tiempo, te acostumbrarás a los horarios.
Franny la miró con asombro, pero Loretta estaba ocupada limpiando unas gotas de café del platillo y no se dio cuenta.
—Chase y Cazador han ido a la taberna a coger el resto de tus cosas. —Sonrió con complicidad mientras levantaba la taza y soplaba el café antes de dar un sorbo—. Tú nunca me has visto hacer esto, ¿estamos?
Franny sonrió sin querer. Verter el café no era exactamente la idea que ella tenía de comportamiento escandaloso.
—Su secreto está a salvo —dijo en voz baja mientras Loretta daba un trago al café. En secreto, deseó beber ella también un trago de café, aunque dudaba que le hiciese algún bien a su maltrecho estómago—. Tiene una porcelana preciosa.
—Traída directamente desde Boston —dijo con orgullo—. Como mi piano. Traído del Horn, como un pedido especial. —Sus ojos brillaron al recordar—. Justo después de encontrar su primer filón de oro, Cazador me compró el Chickering, la vajilla y los cristales para todas mis ventanas. Esto fue…, madre mía…, hace ya veinte años. Ay, cómo pasa el tiempo. —Fijó la vista en la ventana—. Cazador trajo todo desde Jacksonville en un carromato. Todo, excepto el azucarero, llegó en perfectas condiciones.
No había duda de que cuando Loretta hablaba de su marido sus facciones se endulzaban con amor. A Franny se le hizo un nudo en la garganta por la emoción. Sospechó que debía de ser envidia. Debía de ser maravilloso amar y ser amado por alguien como Cazador Lobo, haber dado a luz a dos hijos y haberlos criado en esta casa de madera tan acogedora. No pudo evitar pensar entonces en Chase, que era el vivo retrato de su padre. Ah, cómo hubiese deseado que el hijo que llevaba en las entrañas fuera de él, que un día todos comentaran el gran parecido con su padre.
—En cuanto sacamos los platos de las cajas, Chase Kelly rompió uno —añadió Loretta con una carcajada—. Hasta hoy, he deseado siempre haber podido captar la expresión que cruzó la cara de Cazador. Después de todo el cuidado con el que transportó las cajas, y tuvo que ver cómo se rompía la porcelana ante sus pies.
—Me sorprende que Chase haya sobrevivido a ello con la piel intacta —murmuró Franny.
Loretta sonrió.
—Ah, Cazador nunca ha castigado a los niños… no físicamente, al menos.
Franny no pudo esconder su incredulidad.
—¿Nunca? ¿Entonces cómo ha podido educarlos?
—De la misma manera que Chase educará a este. —Devolviendo la taza a su plato, Loretta se inclinó hacia delante para acariciar la colcha que cubría el vientre de Franny—. Con una mirada, y nada más. —Se encogió de hombros—. Bueno, algunas veces las acompaña con un sermón. Cazador siempre ha sido bueno para pontificar.
—¿Una mirada y un sermón? Esto no puede causar mucho efecto en un niño pequeño.
—En realidad es muy efectivo. —Loretta encontró la mirada de Franny—. Los niños son más perceptivos de lo que creemos. Índigo y Chase siempre sabían si su padre estaba desilusionado con ellos, y ese era castigo suficiente. Incluso cuando eran pequeños. —Ella dejó escapar una risa tintineante—. No creo que entendiesen mucho de sus elocuentes sermones. Pero parecían comprender el mensaje. Algo que me gusta mucho de los comanches es que tienden a comunicarse con las manos y las expresiones faciales tanto como con las palabras. Fíjate en todos ellos cuando se ponen a hablar. Verás lo que quiero decir.
Al volver la vista atrás, Franny recordó las veces en las que Chase e Índigo le habían transmitido sus emociones con gestos en lugar de palabras.
—Creo que sé a lo que se refiere.
Loretta cerró el puño de una mano y se golpeó con él el pecho. Imitando a su marido, dijo:
—Mi corazón está por los suelos.
Franny rio.
Riéndose con ella, Loretta dijo:
—¿Ves? Di esto a un niño travieso, y entenderá que ha hecho algo que —cambió la voz a un tono más masculino— hace sentir «gran tristeza».
Franny volvió a reír. De todos los escenarios posibles, nunca hubiese imaginado que su suegra fuese tan cariñosa y simpática con ella. Ese pensamiento hizo que se pusiese seria. Tambaleando la taza y el plato con una mano, se cogió sin darse cuenta un mechón de pelo. Se hizo un silencio entre las dos. Levantando la mirada, Franny dijo:
—Señora Lobo, quiero agradecerle su calurosa bienvenida.
—¿Señora Lobo? Por favor, Franny. Me haces sentir más vieja que Matusalén. Llámame madre, y si no Loretta.
¿Madre? Franny no se atrevería a tanto.
—Loretta, entonces. Gracias. —Tragó saliva y respiró hondo—. A pesar de que Chase trata de asegurarme lo contrario, estoy segura de que debes sentir cierto resentimiento hacia mí. Gracias por no mostrarlo.
Los ojos azules de Loretta se oscurecieron.
—¿Resentimiento, Franny? ¿Por qué bendita razón debería yo estar resentida contigo?
—Bueno, por eso. No puedes dejar de… —Franny perdió el asidero que tenía en el pelo y dejó caer el plato. La porcelana hizo un ruido estrepitoso y ambas estiraron la mano para inmovilizar la taza. Sus dedos se rozaron y, con el contacto, Loretta rodeó los dedos de Franny con los suyos. Apresurándose a decir lo que creía que debía decir, Franny terminó diciendo—: Ya sabes lo que soy… Y que mi hijo no es hijo del suyo. Habéis sido muy amables, y quiero que sepan que…
Loretta sujetó con más fuerza los dedos de Franny.
—Calla —le dijo en voz baja, pero con firmeza—. No quiero oír una palabra más sobre esto. —Soltó los dedos de Franny para coger las migajas que habían caído del pan. Con una voz más cariñosa ahora, dijo—: Tú eres la mujer de mi hijo y estás esperando a mi tercer nieto. No digas algo diferente, al menos no en mi presencia. Si lo hicieras, querida niña, sí estaría resentida contigo, y mucho. Cuando accediste a casarte con mi hijo, dejaste todo eso atrás.
—Pero yo…
—No hay peros.
—Pero yo…
—¡No hay peros que valgan! —indignada, Loretta buscó los ojos de Franny—. Nadie habla mal de uno de los míos. Eso te incluye a ti. En el instante en que te casaste con Chase, te convertiste en mi hija, y cualquiera que te critique en mi presencia tendrá que vérselas conmigo.
Franny no podía dejar de mirarla. Pero por mucho que lo intentó, no consiguió detectar ni un asomo de pretensión en la expresión de su suegra. Por imposible que pareciese, estaba diciéndolo completamente en serio.
Con la misma rapidez con la que expresó su enfado, expresó ahora su amabilidad.
—Ahora, creo que deberías beberte el té y tomarte esta tostada. Si este hijo resulta ser como su padre, necesitarás tener algo en el estómago antes de levantarte y empezar a moverte. Cuando estaba embarazada de Chase, me pareció que eso me ayudaba.
Franny cogió obedientemente una rebanada de pan y le dio un mordisco. Para su sorpresa, su estómago, que parecía algo más calmado después del jengibre, acogió bien la comida.
—Creo que ya empiezo a sentirme mejor —admitió.
—Sí, tienes mejor aspecto. Quizá más tarde quieras echar un vistazo a algunos de mis patrones para vestidos. Necesitamos decidir el estilo de tu vestido.
Franny estuvo a punto de escupir el pan.
—¿Vestido?
—Para tu boda.
—Pero Chase y yo… Nosotros no… Pensé que… —Franny se calló, impotente.
—Franny, todas las jóvenes deberían tener una bonita boda —le recordó Loretta—. Chase nos habló de tus reservas esta mañana. Pero Cazador está del todo seguro de que tus temores son infundados. Él… esto… —Hizo un movimiento con la mano—. ¿Cómo puedo explicar a Cazador? Dado sus orígenes, cree mucho en las ceremonias. E insiste en que debe haber una ceremonia religiosa. Sencilla, si lo prefieres, pero tiene que haber una ceremonia para hacer valer el día en la iglesia que tú elijas. Como no puede ser de otro modo, tendremos también que hacer un vestido, ¿no crees?
Franny quería gritar que Cazador Lobo no tenía nada que decir sobre el asunto. Era una decisión de Chase y suya, era su vida. Sin duda tuvo que dejar traslucir sus sentimientos en la cara porque Loretta pareció incómoda. Miró hacia arriba un momento.
—Ah, Franny. Ahora que Chase nos lo ha contado, creo entender cómo te sientes. De verdad, pero… —la miró directamente a los ojos— Cazador no puede ni concebir ese tipo de pensamientos. Para él, no hay ayer. ¿Entiendes, aunque sea un poco, algo de todo esto?
Si volvía a escuchar esa expresión una vez más, Franny pensó que se pondría a gritar. «No hay ayer.» Eran las palabras favoritas de Chase, y estaba claro por qué le parecían tan naturales.
—En todo caso —siguió Loretta—, en las familias comanches, el padre tiene la última palabra. Cazador no suele echar mano de la autocracia, pero no cederá en esto. Chase no tiene más remedio que honrar sus deseos y, como su esposa, tú también. Así son las cosas.
Franny miró su taza de té.
—Quizá si lo hablas con Cazador —sugirió Loretta—. Déjaselo caer, y dile que no quieres de ningún modo una boda. Tal vez transija si llega a entender cómo te sientes. En cuanto a nosotros, nos mira a Chase y a mí como si le hablásemos en griego. Nos mira como si… bueno, es evidente que no ve el problema.
Franny no tenía intención de enfrentarse a su suegro acerca de la boda o de cualquier otra cosa. En primer lugar, porque se sentía intimidada por él. Y en segundo lugar, porque era a Chase a quien correspondía discutir el tema, no a ella. Estaba dispuesta a hacérselo ver así en el momento en que encontrase la ocasión de hablar con él. ¿Qué significaba eso de que un hombre adulto como Chase tuviese que obedecer a su padre? Era absurdo.
—Hablaré con Chase —dijo Franny.
—¿Y con Cazador?
Nunca. Pero Franny no estaba dispuesta a decirlo.
—Vamos, Franny, una boda no es tan mala. De verdad. Podríamos celebrarla en Grants Pass, donde habrá menos oportunidades de que la gente te reconozca. Y solo con la familia, ¿qué puede ir mal?
Todo. Todo podía ir mal. Pero por mucho que lo sintiese, Franny no podía poner palabras a sus temores.
Loretta dio una palmadita a Franny en la pierna al levantarse.
—Termínate el té, cielo. Creo que Índigo vendrá en un instante. Nos tomaremos un buen almuerzo cuando estés levantada y vestida. Algo que no sea demasiado pesado para tu frágil estómago, ¿de acuerdo?
Tras esto, salió de la habitación.
Franny se quedó allí mirándola. Una boda. En lo más profundo de su corazón, la idea de que tal vez fuese a tener una verdadera boda le llenaba de placer. Pero pronto volvió a la realidad. Incluso aunque nadie en Grants Pass sospechase la verdad sobre su profesión y pudiese probablemente tener una boda por la iglesia normal, con vestido blanco y todo, ella sabría la verdad. No podía siquiera concebir la idea de caminar hacia el altar vestida de blanco virginal. Sería una burla y una mentira. Dios le daría su merecido si se atrevía a hacerlo.
Franny necesitaba pasar un tiempo a solas. Aunque Índigo había dicho que iría a visitarla, Franny se disculpó ante Loretta y escapó de la casa. Sus pasos la llevaron al arroyo. En vez de sentarse en un lugar, optó por vagar su nerviosismo y seguir la ribera, buscando los lugares familiares a los que había ido con Chase e Índigo.
El ejercicio no la ayudó a calmarse. Tenía la piel de gallina y cualquier ruido la sobresaltaba. Detrás de sus ojos, tenía un dolor pálido que no podía calmar, y un peso en el pecho que sabía que provenía de sus reprimidas lágrimas.
¿Cómo iba a poder alguien entender lo que sentía?
La pregunta le hizo aligerar el paso, porque, cuando tuviese que responder, dudaba de que ella misma fuera capaz de comprender esos sentimientos. Pánico. Así es como se sentía. Como un animal impotente y atrapado en una jaula a la que la gente azuzaba con palos.
Sin duda era una comparación desmesurada. Pero era así como se sentía. Tensa. Asustada. Convencida de que algo horrible iba a ocurrir. Quería salir corriendo, pero no sabía adónde ir. Quería rezar, pero no encontraba las palabras, y no estaba segura de que Dios la escuchara aunque pudiese.
No solo era la boda. Franny no estaba segura de qué era exactamente lo que le molestaba. Solo sabía que sentía una fatalidad de la que no podía deshacerse.
Todo era demasiado limpio y fácil. Chase la amaba. Había insistido en que se casase con ella. Iba a tener un hijo. El ayer quedaba atrás, para siempre a sus espaldas. Su familia recibiría todos los cuidados que necesitase. Era como un sueño perfecto. Y sabía que no podía durar.
En el instante en que Chase supo que Franny había dejado la casa, fue en su busca. Aunque ella había seguido la ribera rocosa del arroyo, la capacidad de Chase para el rastreo le permitió encontrarla sin dificultad. La siguió, moviéndose tan rápido como sus ojos podían seguir el camino. Estaba preocupado. Sabía que su madre había dicho a Franny que su padre insistía en que debían casarse por la iglesia. Ese era uno de los problemas de tener familia, que no podían estarse con la boca cerrada. Franny no estaba lista para afrontar todo eso aún. Chase quería ir despacio con ella, pero todo parecía ir cuesta abajo.
Mientras la seguía, se le pasó por la cabeza la idea de dejar Tierra de Lobos inmediatamente. Él hubiese querido quedarse, aunque solo fuese unos pocos días, para que Franny pudiese darse cuenta de que su madre y su padre la aceptaban de verdad, a ella y al bebé. Chase no podía evitar sentir que eso era fundamental para que Franny pudiese encontrar la felicidad. Pero lejos de allí, él tendría más control sobre la situación. Nadie diría a su esposa cosas que la incomodasen.
Diablos. Incluso en su frustración, Chase sonrió levemente. Su madre lo había hecho con su mejor intención. Su corazón era del tamaño de Texas. Y también el de su padre. Tanto el uno como el otro, lo único que querían era que Franny se sintiese acogida y parte de la familia. Chase sabía que esa era la razón principal por la que su padre insistía en que tuviesen una boda religiosa, porque hacer una excepción con Franny era como decir que ella era diferente. Su padre era todo menos insensible. Con una mirada en los ojos de alguien, podía leer directamente el corazón, como les pasaba a Chase e Índigo. Chase sabía que su padre había percibido la baja autoestima de Franny, y si se mostraba firme con lo de la boda era porque creía que con eso podía ayudarla.
El problema era que en la cabeza de Franny había muchas más cosas de las que incluso Chase podía adivinar. Algo que estaba consumiéndola por dentro. Cuando la miraba a los ojos, podía sentir su miedo. Pero por alguna razón no alcanzaba a dar con la causa. Era como si Franny estuviese corriendo sin saber muy bien por qué.
Chase la alcanzó en un recodo del arroyo. Ella se había detenido a lanzar piedras en el agua y, como pudo observar, con bastante ira. Nunca había visto a Franny mostrar ese temperamento antes, y verlo le hizo detenerse. Después de observar cómo lanzaba las piedras un momento, decidió coger el toro por los cuernos, pensando que lo peor que le podía pasar es que ella le diese una paliza. Al menos así le diría qué era lo que le molestaba tanto.
—¿Te importa si me uno? —le preguntó, agachándose para coger una piedra.
Ella se volvió hacia él, con una expresión furiosa en sus ojos verdes.
—¡Tú!
Chase casi miró por encima del hombro. Por lo que él recordaba, se habían dormido anoche en paz.
—¿He hecho yo algo para que te hayas enfadado de esta forma?
Ella levantó la piedra que llevaba en la mano, lo que a Chase le hizo temer que pudiese lanzársela a él.
—Es lo que no has hecho. Cuando me casé contigo, no me di cuenta de que estaba comprometiéndome con un pusilánime que hacía todo lo que su padre le pedía.
—Ah. —Chase apuntó a un árbol que había al otro lado del río y lanzó. La piedra alcanzó su objetivo con un golpe sonoro.
—¿Y por eso estás así?
—Tú eres un hombre adulto. Lo sabes. ¡No quiero casarme por la iglesia! Lo que no alcanzo a entender es por qué tu padre tiene que intervenir en la decisión.
Chase se inclinó para coger otra piedra, esta vez una plana, para poder hacerla saltar sobre el agua.
—Franny, las costumbres comanches son un poco diferentes a las de los blancos. Esto no las hace malas. No es una cuestión de ser pusilánime, sino de ser respetuoso —dijo mirándola con cariño—. Él es mi padre. Cada diez años o así, insiste en algo, y, por algún motivo, no me siento capaz de contradecirle en estos casos. ¿Lo entiendes?
—No. —Y lanzó una piedra bastante grande al agua, cerca de la ribera.
El impacto alcanzó en forma de salpicaduras de agua los pantalones de Chase. La miró sin poder creérselo.
—¿Lo has hecho a propósito?
—¿Qué pasa si es así?
Él sonrió. No pudo evitarlo. Nunca había visto a Franny tan enfadada. Le ardían las mejillas. Sus ojos echaban chispas.
Sus ojos. Chase miró profundamente en ellos, y lo que vio tras esa flama no fue ira, sino dolor. Y un miedo que avanzaba lentamente. Se le encogió el corazón.
—Franny, cariño, ¿por qué no hablas conmigo? Esto no tiene nada que ver con la boda, ¿verdad?
Ella se cogió las manos y, con un deje de frustración, las dejó caer pesadamente sobre los muslos.
—¡Sí! No me acercaré al altar embarazada. No lo haré. ¡Métetelo en la cabeza! Y cuando lo hagas, díselo también a tu padre.
—Está bien.
Ella estaba a punto de decir algo más, pero su respuesta se lo impidió.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Escúchame. Retrasaremos la boda hasta que nazca el niño. Después volveremos a hablarlo y organizaremos la ceremonia. ¿Te gusta más esto?
Él pudo ver en su expresión que no pensaba que volviese a sacar el tema de la boda si esperaban tanto tiempo. Su mujer tenía mucho que aprender acerca de los comanches, como, por ejemplo, que eran las personas más testarudas del mundo.
—¿Se lo dirás a tu padre?
Chase no deseaba hacerlo. Pero por lo que veía, no le quedaba otra opción. La lealtad que debía a su esposa estaba por delante de la que le debía a su padre.
—Sí, se lo diré. Pero entiende que, en cuanto nazca el niño, habrá una boda por la iglesia. En tu iglesia o en la mía, no me importa. Pero será en una iglesia y tú irás de blanco. ¿Está claro?
Ella asintió a regañadientes y el rojo de sus mejillas empezó a ceder. Al mirarla a los ojos, Chase comprobó que el enfado de ella era lo que menos le preocupaba. Sin embargo, no estaba seguro de que hablar de sus sentimientos fuese una gran idea. Notaba su confusión. No estaba ni siquiera seguro de que Franny supiera por qué estaba tan enfadada. Si lo sabía, no estaba preparada todavía para verbalizarlo. Estaba tan tensa como las cuerdas de un piano. Pensó que no tardaría mucho en romperse.
—Entonces… ¿podemos cerrar este tema?
Ella asintió, como si fuera una rebelde que acaba de perder la batalla.
—Supongo que sí.
Chase sonrió levemente.
—Bien, porque tengo que resarcirme ahora de algo.
Ella le miró asombrada.
—¿A qué te refieres?
—Tiene que ver con el hecho de que me hayas salpicado a propósito.
Ella le miró los pantalones.
—Ah, eso.
Dio un paso amenazador hacia ella.
—Sí, eso. ¿Sabes qué es lo que hago con las chicas que me salpican?
Ella abrió aún más los ojos, y después dio un paso hacia atrás.
—No. ¿Qué?
Había más de una forma de hacer que una mujer se olvidase de sus preocupaciones, pensó Chase, y, hasta que Franny estuviese lista para enfrentarse a las suyas, podía ser tan creativo como quisiese. Extendiendo las manos y moviéndolas en todo momento, asumió una actitud de predador.
—Las arrojo al río, con ropa y todo.
Para que ella viera que estaba bromeando, exageró mucho su expresión de ceño fruncido. Como recompensa, vio una pequeña sonrisa en su boca, suficiente para hacer que Chase se animase a continuar con el juego. Gruñó. Ella dio un gritito, dando otro paso hacia atrás y levantando las manos.
—¡No te atreverás!
—Ah, eso habrá que verlo.
—Pero tus padres… ¿qué pensarán si vuelvo a casa mojada?
Él dio otro paso.
—No me importa un carajo lo que piensen.
Ella se giró para correr, dando inicio a la persecución. Él le dejó una cabeza de ventaja y después se puso en movimiento, alargando las zancadas. Sin dejar de gritar y reír, Franny dejó atrás la ribera y se metió en el bosque. Poniendo un árbol entre los dos, empezó a moverse de un lado a otro para quedarse siempre fuera de su alcance. Por unos minutos, Chase dejó con alegría que ella le burlase. Reía como una niña pequeña. Sus ojos brillaban excitados. Chase intuyó que Franny no había correteado y jugado demasiado de pequeña.
Después de fintar a la izquierda, Chase embistió a la derecha para interceptarla. Ella se encogió al sentir que él la cogía por la cintura y la levantaba contra él. Agitando los pies, trató de librarse de él. Él vio un lugar lleno de hierba bajo un árbol, la llevó hasta allí y, con cuidado de no hacerle daño, la bajó al suelo.
—¡Este no es el arroyo! —gritó ella sin aliento.
Bajando con ella, Chase le cogió los brazos y se los esposó con una mano por las muñecas. Poniéndoselos por encima de la cabeza, se inclinó sobre ella.
—Antes de ahogar a mis víctimas, primero las mordisqueo un poco.
Ella soltó una última carcajada y después se puso seria, buscando con sus hermosos ojos los de él. Las lágrimas rebosaron en lagunas verdes con tanta rapidez que a Chase le cogió desprevenido. Por un momento, pensó que estaba asustada. Pero después sollozó y susurró su nombre como si se le rompiera el corazón.
Chase le soltó las muñecas para ponerle la cara entre las manos. Quería mirarle a los ojos, pero ella lo evitó cogiéndose violentamente a su cuello y hundiendo su cara en su hombro.
—Abrázame. —Lloró con voz entrecortada—. Ah, por favor, Chase, abrázame. No dejes que me vaya.
Él la complació con gusto. Cogiéndola fuerte entre sus brazos, se giró de costado llevando consigo el peso de ella. Notó un escalofrío en ella. Y entonces, como cuando se abren las compuertas de un dique, empezó a llorar. Pasándole la mano por el pelo, Chase susurró:
—Franny, cariño, ¿qué ocurre? Cuéntamelo.
—Tengo miedo… Tengo mucho miedo.
Repitió estas palabras una y otra vez, como una letanía. Chase sabía que buscaba que él la reconfortase, pero, que Dios le ayudase, no sabía cómo hacerlo. Era evidente que no era a él a quien tenía miedo. Aun así, había algo que la aterrorizaba. Podía verlo por el temblor que recorría su cuerpo.
Chase la abrazó con más fuerza.
—¿De qué es de lo que tienes miedo? Dímelo, y yo me encargaré. No dejaré que nada te lastime. Te lo prometo.
Al oírlo, Franny gimió.
—No puedes hacer nada. Nadie puede. Será como con Toodles. ¡Lo sé! Yo le quería, ¿sabes? Pasará como con Toodles, solo que peor, mucho peor. No creo que pueda soportarlo.
Perplejo, Chase le pasó la mano por la espalda, masajeando los músculos tensos de sus hombros y el recorrido de su espina dorsal.
—¿Toodles? Franny, ¿quién es Toodles?
—Está muerto. —Sus sollozos fueron más fuertes después de esta confesión—. Murió.
Chase cerró los ojos, sintiendo su dolor tan intensamente como si fuera el suyo. ¿Toodles? Besándole el pelo, susurró:
—¿Quién era Toodles, cariño? Dímelo.
—Un gato. Solo un viejo gato desaliñado.
Chase abrió un ojo.
—¿Qué?
—Un gato. Mi gato. Intenté no amarle. De verdad que lo intenté. ¡Pero él era igual que tú!
—¿Igual que yo?
—Sí. Hiciera lo que hiciera, no se iba. Incluso llegué a darle una patada una vez. Era tan… —balbució mientras encontraba la palabra adecuada— estúpido. Era estúpido. No le quería. Nunca le quise. Pero él no se iba.
Chase no estaba seguro de que le gustase ser comparado con un gato, mucho menos si era estúpido, pero ella parecía tan preocupada que lo dejó pasar.
—Siguió viniendo a mí —dijo con un hilo de voz—. Daba igual lo que yo hiciese, él venía a mí, y yo empecé a encariñarme con él.
A Chase se le hizo un nudo en el estómago al empezar a comprender.
—Era mío. ¿Lo entiendes? Algo que me pertenecía solo a mí y que me amaba de forma incondicional. Y una noche ellos… —se agarró a su camisa con las manos— le dis… dispararon. Él solía entrar en el local. A Gus no le importaba. Los clientes habituales le daban le… leche. Pero dos forasteros… se volvieron locos y le dispararon antes de que Gus pudiese de… detenerlos.
—Ah, Franny.
—Y ahora yo te quiero. ¿No lo ves? Ahora yo te quiero.
Con esto, volvió a deshacerse en lágrimas. Chase puso su cara en el hueco de su cuello y la rodeó con los hombros. Ella le quería. Dios, había trabajado como un perro para conseguir oír esas palabras de sus labios y, ahora que por fin las decía, lo único que quería hacer era llorar con ella.
«Ahora yo te quiero.»
Había un corazón partido en esas cuatro palabras. No era necesario que ella dijese nada más, eso lo explicaba todo. «Ahora yo te quiero.» Chase gimió, entendiendo finalmente y rogando a Dios no hacerlo.
El misterio de Franny. Como si hubiese tenido en sus manos un hermoso e intrincado rompecabezas, había ido desmenuzándola, pieza por pieza, estudiándola, analizándola, tratando desesperadamente de entenderla. Su fe cristiana. Su creencia en el pecado. Y, sin embargo, se le había pasado por alto lo más evidente, especialmente para un católico. La penitencia. En la cabeza de Franny, tenía que ser castigada por todos sus malos actos, y qué mejor forma que recibir de Dios el castigo de negarle todo lo que amaba y deseaba para sí.
Toodles y Chase, los dos estúpidos que no se iban de su lado, hiciese lo que hiciese. Los que siempre volvían a ella, una y otra vez. Los que sabían todo lo malo que había hecho y aun así la amaban. Su familia no contaba porque, para tener su amor, ella tenía que esconder la verdad. Chase sintió una rabia profunda. Pero murió tan pronto como la sintió. No podría ayudarla si se dejaba dominar por la rabia.
Buscó algo que decir, cualquier cosa que pudiese aliviarla, pero no encontró nada. Podía decirle misa bendita. Pero sus creencias estaban demasiado arraigadas para que las palabras pudieran hacer algo. Franny, la prostituta, no podía ser amada por definición. Cualquiera que se atreviese a transgredir esa ley no escrita le sería arrebatado.
Toodles y él.
Chase hizo lo único que sabía hacer: abrazarla. Con Franny, parecía reducirse a eso. Ella se colgó de él y lloró hasta la extenuación. Hasta que no le quedaron más lágrimas. Después se quedó recostada en sus brazos, en silencio, pasándole la punta de los dedos por el pelo, por el cuello y sobre los hombros.
A Chase se le rompía el corazón ver cómo ella le tocaba. Lo hacía de una manera maravillosa, como si tratase de memorizar todo de él. Ahora entendía mejor su rechazo a una boda. Y Dios le prohibía que fuese de blanco. Durante toda su vida, había oído a la gente decir de broma que el techo de la iglesia se desplomaría si entrara. En cierto sentido, Franny se sentía igual. Pero su paranoia iba más allá. Ella era una mala persona. Y si se atrevía a olvidar eso, si se creía más de lo que le correspondía, la venganza de Dios sobre ella sería implacable.
Amar y ser amada era, para ella, la luz al final del túnel, algo que se otorgaba a alguien solo cuando se lo merecía. Entendía ahora lo mucho que deseaba tener una boda, pero ¿acaso se lo merecía? En su mente, ir al altar de blanco sería como desafiar a Dios y a su destino. ¿Aceptar y ser aceptada por su familia? Lo mismo. No se lo merecía, y si admitía, aunque solo fuera a sí misma, lo mucho que deseaba la vida que él le ofrecía, Dios se lo arrebataría con toda seguridad.
Chase se sintió atrapado entre paredes de ladrillo de diez metros de alto. Ahora que conocía cuál era el problema de Franny, no tenía ni idea de cómo iba a resolverlo.
Ni idea.
A su debido tiempo, quizá. Estaba seguro de que terminaría por superarlo. Pero Chase odiaba dejar que sufriera de esa manera.
—Franny —le dijo con cariño—, ¿qué te parecería hablar con el padre O’Grady?
Ella se puso tensa.
—¿De qué?
¿De qué? Esa era una buena pregunta.
—Ah, pues de cosas. De Toodles, quizá. Y de mí. Sobre cómo te sientes.
—¿A un cura?
Dijo «cura» como si fuera una palabra sucia. Chase sonrió sin querer.
—¿Con el pastor Elías, tal vez?
Eso hizo que levantara la cabeza.
—¿Te has vuelto loco? No puedo hablar de esto con el pastor Elías. Si lo hiciese, lo sabría.
—¿Saber qué?
—Que soy… —Se calló de golpe y se levantó sobre un codo para mirarle con expresión de incredulidad—. ¡Sabes muy bien a lo que me refiero!
—Franny, él pertenece al clero. Debe de haber visto y oído muchas cosas. ¿Crees que se moriría de la sorpresa si supiera lo tuyo?
—Seguramente. Y me odiaría. Podría también… bueno, ¡podría hablar con mi madre!
Chase tenía el presentimiento de que Mary Graham ya lo sabía.
—¿Tan malo sería eso?
Se le dilataron las pupilas.
—¿Malo? ¿Que si sería tan malo dices? Nunca volvería a mirarme de la misma manera. Nunca. —Se irguió para librarse de su abrazo—. No se te ocurra pensarlo siquiera. ¿No lo entiendes? He pasado mucho para conseguir que mi familia no se entere, ¿y ahora quieres que me arriesgue a contárselo todo al pastor?
Chase le cogió el brazo. Manteniéndole la mirada, dijo:
—Necesitas hablar con alguien, cariño. Alguien en quien puedas confiar. Alguien que pueda entender tus temores y tranquilizarte. ¿Conoces a alguien?
—¿A ti? —dijo con un hilo de voz.
Chase suspiró.
—Franny, yo no puedo tranquilizarte. Lo he intentado. Llevas sobre tu espalda una gran cantidad de culpa. Crees que Dios va a castigarte. No puedes seguir pensando de esta manera. No es sano ni para ti ni para nuestro hijo.
—No puedo arriesgarme a que mi familia se entere —dijo llorando—. ¡No lo haré! Ellos son todo lo que tengo. ¿No lo entiendes? Ellos me quieren.
—¿Y no te querrán si conocen la verdad?
—¿Cómo podrían?
Chase gimió y la soltó para pasarse el antebrazo por los ojos.
—Dios. —Moviendo el brazo lo suficiente para verla, dijo—: Del mismo modo que yo lo hago. Es fácil quererte, Franny. Y tu familia no es lo único que tienes. Ya no. Me tienes a mí. Tienes a mis padres y tienes a Índigo.
—Por ahora.
—¡Para siempre! ¿Crees que Dios va a matarnos a todos?
Ella se puso de rodillas.
—No quiero hablar de eso.
—Porque lo que digo es verdad, y lo sabes. Cariño, te lo aseguro, tu familia va a quererte de todas las maneras. Porque tú eres tú. Y piensa. ¿No sería un alivio que supieran la verdad? ¿Que todas esas personas sepan lo que hay que saber de ti y te quieran de todas formas?
Ella negó con la cabeza. Chase vio que hablar con ella era inútil. La miró fijamente con sus grandes ojos azules.
—Chase, prométemelo. Prométeme que no le dirás nada a mi madre. Que ni siquiera lo pensarás. Si lo haces, nunca podré perdonarte; nunca.
—Nunca haría algo así, y lo sabes.
—Tú me amenazaste justamente con eso ayer.
—Sí. Te amenacé. Y los dos sabíamos que era solo eso, una amenaza. —Él se sentó, quitándose la pinocha y las hojas que se habían quedado enredadas en su camisa. Levantando la vista hacia ella, dijo—: Tú sabías que nunca iría a Grants Pass. En el fondo de tu corazón, lo sabías, lo que nos lleva a otro asunto que quiero hablar contigo. Tú quieres esta boda, Franny. Lo quieres todo. Mi apellido, el niño, la vida que te he prometido. Lo que ocurre es que tienes miedo de conseguirlo y hacerte con ello. Si yo lo sé, ¿no crees que Dios también lo sabe? —Levantó las manos y miró al cielo—. ¿De verdad crees que Él es estúpido?
Ella bajó la cabeza y jugó nerviosamente con su cuello.
—La vida está llena de riesgos, Franny. Todos nacemos y todos morimos. Lo único que hay entre medio es conseguir disfrutar al máximo de lo que tenemos. Las cosas malas suceden a veces, y no puedo prometerte que no vayan a sucedernos a nosotros. Pero puedo decirte algo: Dios no está ahí eligiendo a la gente como objetivos para castigarles por lo que hicieron mal.
Ella miró hacia arriba, con una expresión de incertidumbre en los ojos.
Notando un cierto avance, Chase señaló a una planta llamada pincel indio que había cerca.
—Piensa en los arreglos florales que haces, metidos en cristal, y piensa en cómo te sientes al hacerlos.
—¿Qué pasa con ellos?
Chase cruzó los brazos sobre las rodillas y miró hacia el bosque.
—¿Cuántas veces has hecho uno de esos arreglos, has visto un fallo y los has tirado al suelo y pisoteado?
Ella le miró sin dar crédito a lo que oía.
—Ninguna.
—¿Por qué?
—Bueno, porque yo… —Sacudió ligeramente la cabeza como si así pudiera pensar mejor—. Me lleva mucho trabajo hacerlos. Y creo que son hermosos. ¿Por qué diablos iba a querer estropearlos solo porque tienen un fallo? Es suficiente con que quite el cristal y los vuelva a arreglar… —Se calló como si empezase a darse cuenta de lo que estaba diciendo—. Los arreglo, no los tiro.
Enrojeció levemente y apartó la vista. Pero Chase pudo ver que tenía sentido para ella.
—Deja que Dios levante el cristal y vuelva a arreglar las cosas —dijo él suavemente—. Piensa en ti como en una flor a la que colocaron en un mal sitio en el arreglo. Él te cogerá de un sitio y te pondrá en otro. Aquí, conmigo. Donde debes estar. En el lugar al que perteneces. Ten fe de que es aquí donde Él te quiere.
Chase se puso en pie y miró hacia abajo, donde ella estaba arrodillada frente a él.
—¿Me quieres? —preguntó él.
—Sí —admitió ella con voz trémula.
—¿Quieres una vida conmigo?
—Pues claro que sí.
Con la punta de su bota, dibujó una línea en el suelo y extendió una mano hacia ella.
—Entonces da un paso hacia mí —le dijo con brío—. Deja tus últimos nueve años al otro lado. Haremos un mundo solo para nosotros, donde nada pueda tocarnos, donde podamos hacer que nuestros deseos se conviertan en realidad. Un lugar de ensueño, cariño. Solo que será nuestra realidad.
Ella miró su mano con los ojos muy abiertos.
—Vamos.
—¿Pero y si… —se calló y extendió los dedos por su pecho— algo malo ocurre, Chase? ¿Y si me permito amarte y algo horrible ocurre?
—Lo que tenga que ser será. La vida no viene con ninguna garantía. Para nadie. Por eso es tan condenadamente importante que no perdamos el tiempo preocupándonos de nuestro pasado. Lo que tenemos es el ahora y la esperanza para el futuro.
Ella se puso de pie con un escalofrío, con la mirada aún fija en la palma de su mano. Chase quería decir que solo era una raya estúpida en la tierra. Quería acercarse y cogerla. Pero sabía que ese paso tenía que darlo ella.
Por fin ella le miró a la cara. Tenía los ojos verdes oscurecidos como el agua de tormenta en un día de invierno.
—¿No me dejarás nunca? ¿No dejarás que yo empiece a quererte para luego decidir que no me quieres?
—Mientras me quede aliento, nunca te dejaré —dijo él solemnemente—. Te lo prometo.
En vez de cogerle la mano, Franny se lanzó sobre él. Chase la cogió en los brazos y giró en una vuelta vertiginosa, con el rostro presionado sobre su hermoso pelo. Ella se agarró a él como si no fuera a soltarle nunca.
Y él esperaba que no lo hiciera.