Queridos lectores:

Muchos de los libros que he escrito a lo largo de mi carrera se basaban en una historia especial, y, de ellos, cabe destacar el de Magia comanche, publicado originalmente en 1994. Hasta que el movimiento por la defensa de los derechos de las mujeres empezó a provocar cambios en la última mitad del siglo XX, la sociedad restringía enormemente las oportunidades laborales de las mujeres. En el siglo XIX y principios del XX, esta situación fue más común que en ninguna otra época que se recuerde. Las viudas y las mujeres abandonadas no tenían forma alguna de ganarse la vida de forma respetable y, a menos que dejasen a un lado sus remilgos puritanos, sus hijos solían pasar hambre. Esta convención social afectó directamente a mi bisabuela, quien, casada y con siete hijos, se quedó sola cuando su marido decidió emigrar a Australia en busca de fortuna. Creo que se marchó a buscar diamantes, pero dado que mi abuela me contó esta historia cuando aún me sentaba en su regazo, no estoy segura de que fueran riquezas lo que buscase mi bisabuelo. Al marcharse, prometió a mi bisabuela que les enviaría dinero a ella y a los niños. Desgraciadamente, no volvió a oír nada de él en siete años.

Para alimentar a sus hijos, mi bisabuela tuvo que trabajar en todo lo que le ofrecieron, pero ninguno de estos trabajos le daba lo suficiente como para sacar adelante a su familia. Muy pronto se vieron en la indigencia. Mientras mi bisabuela se mantuvo en el camino de la decencia y aceptó las normas morales de la sociedad del momento, fue respetada por la gente del pueblo. Ninguno de ellos se paró a pensar en si sus hijos tenían frío, hambre o si necesitaban alguna cosa. Ella era aún una gran señora aferrada a su moral.

En realidad, mi bisabuela no respetaba las convenciones. Sentía que era su deber ante Dios cuidar de sus hijos. Para hacerlo, hizo lo inimaginable. Un viudo del pueblo con varios hijos le ofreció trabajo en su casa. A cambio de cuidar de su casa y su familia, el hombre le daría alojamiento, comida y ropa para los niños. Mi bisabuela contravino las convenciones y aceptó el trabajo. (En aquella época, un hombre y una mujer no podían vivir bajo el mismo techo si no estaban casados. ¡Era un escándalo!) Ella y sus hijos vivieron con el viudo unos cuantos años. Mi bisabuela se convirtió entonces en una «descarriada» o en una mujer de dudosa reputación. Las mujeres respetables dejaron de tratarla.

Para no extenderme mucho, unos cuantos meses antes de que mi bisabuelo fuese declarado legalmente muerto (en aquel entonces, si alguien desaparecía durante siete años, se le consideraba legalmente muerto), el viudo pidió matrimonio a mi bisabuela «para hacer de ella una mujer honesta». Ella aceptó y, cuando estaba a punto de casarse, mi bisabuelo volvió al pueblo. Estoy segura de que no le hizo muy feliz ver que su mujer y sus hijos vivían con otro hombre. Recuperó a su familia y nunca más volvió a marcharse en busca de fortuna. Así todo terminó más o menos bien, y la reputación de mi bisabuela fue restaurada en cierto modo.

Solo que, para mí, este no fue un buen final. Siempre que escuchaba esta historia familiar, me enfurecía. En mi opinión, no me parecía justo que mi bisabuela fuera juzgada tan duramente. Si hubiese dejado que sus hijos se muriesen de hambre, supongo que la hubiesen considerado una santa. ¿Qué le pasa a la gente que es capaz, incluso hoy, de mirar al infortunio de los demás y condenarles por su pecado? ¿Se paran alguna vez a pensar en qué es lo que les ha llevado a vivir de esa forma? Para mí, es una pregunta a la que la sociedad ha respondido de manera errónea y, como escritora, tenía la necesidad de escribir una historia que pudiese hacer que la gente buscase en su interior algo de compasión por los demás.

Por eso escribí Magia comanche, sobre una joven llamada Franny que, sin ser responsable de nada, tiene una madre ciega y varios hermanos que dependen de ella. Las necesidades de la familia de Franny la obligan a llevar una vida de paria, la peor de las vidas, la de una prostituta. Es una historia llena de giros emocionales y creo también que es una de las historias de amor más románticas y mágicas que he escrito nunca. Si no habéis leído aún Magia comanche, os animo a que dejéis a un lado todas las ideas preconcebidas de propiedad y os unáis a mí en este increíble viaje de esperanza, comprensión, redención y amor verdadero, un amor milagroso capaz de resistir a todo.

Con cariño,

CATHERINE ANDERSON