Epílogo

Vestida por completo de blanco, símbolo de la pureza, Franny entró en la iglesia cogida del brazo de su hermano Frankie. El órgano empezó a sonar, suavemente al principio, y después subió de volumen hasta que la música vibró en el aire. Frankie dio unos pasos hacia delante para empezar su marcha hasta el altar. Ella se movía junto a él sintiéndose como si estuviera flotando.

Además de una multitud de gente bien intencionada cuyo número excedía todas sus mejores fantasías, Franny vio las caras sonrientes de los de su familia a un lado de la iglesia. Al otro vio las caras de la gente que había empezado a amar recientemente. Los recién casados, Shorty y May Belle, Índigo y su alto y guapo marido Jake, y sus dos hijos.

En la siguiente fila estaba Antílope Veloz, un hombre esbelto de pelo negro y aspecto peligroso cuya pícara mirada resplandecía de amor cada vez que miraba a su encantadora esposa, Amy. En contraste con la delicadeza de sus facciones rubias, tenía a dos niños morenos y de ojos negros a ambos lados, uno le cogía de la falda y el otro de la mano.

Franny apenas pudo contener las lágrimas al ver a su suegra, Loretta. Pero consiguió hacerlo por un rato. Cuando fijó la vista en Cazador Lobo, que estaba junto a su esposa, todos sus esfuerzos por contener la emoción fueron en vano. Vestido con su ante indio, como siempre, parecía un auténtico comanche y completamente orgulloso del pequeño de sus nietos, a quien sostenía en brazos. Por mucho que Franny lo buscase, no pudo encontrar nada en su expresión que denotase que el niño no era de su sangre.

Su hijo, el hijo de Chase, Chase Lobo Junior.

Incapaz casi de ver entre la cortina de lágrimas, Franny alejó la vista de sus padres políticos y se fijó en el hombre alto y moreno que la esperaba en el altar con una mano extendida. Temblando, acortó distancia y se puso junto a él. Juntos se volvieron para mirar al cura, el padre O’Grady, quien sonrió cálidamente y los bendijo con la señal de la cruz.

La luz del sol entraba por los cristales pintados de la ventana. Se hizo el silencio en la iglesia. Franny sintió un cálido sentimiento flotando sobre ella, y a través de sus lágrimas vio un halo dorado y una luz rosada rodeándola.

Sabía que era una tontería completamente extravagante. Pero no pudo evitar preguntarse si esa luz mística no sería una señal de arriba, una bendición especial de Dios. Cerró los ojos y dejó que el calor la llenase, sintiéndose totalmente en paz con lo que había sido una vez y con lo que se había convertido.

Algunas veces, pensó, Dios aún hacía milagros, incluso para el último de sus hijos. Su milagro estaba allí de pie junto a ella, un hombre testarudo, irritante, insistente y del todo maravilloso llamado Chase Kelly Lobo, quien le había dado el mayor regalo que un hombre podía dar a una mujer: el amor por ella misma.