Capítulo 14

Chase estaba en el establo, dando aceite a los aperos cuando Gus irrumpió por la puerta. Con el pelo despeinado por el viento y los ojos como platos, jadeaba con tanta fuerza que le llevó un momento hablar. Chase dejó caer el arnés que sostenía y se puso en pie lentamente, con el corazón en un puño.

—¿Gus, qué ocurre?

Aún sin aire, el corpulento tabernero tragó saliva y se frotó la boca con el puño de su camisa blanca.

—May Belle. Dice que… Es Franny. Será mejor que vengas… rápido.

Franny. Chase lo había sospechado desde el momento en que vio a Gus. Sin detenerse si quiera a limpiarse las manos, corrió fuera del establo. El Lucky Nugget estaba solo a unos pasos de la calle principal, pero, en ese momento, le pareció como si tuviera que recorrer medio país. A grandes zancadas, cruzó la calle por el medio esquivando una carreta que pasaba y después un caballo. Franny. Algo terrible le había pasado. May Belle nunca hubiese enviado a Gus a buscarle si no fuera así.

Franny. ¡Dios mío! Una docena de ideas pasaron por la cabeza de Chase en ese momento, a cual más siniestra. Que se había caído por las escaleras, que un cliente se había puesto como una fiera. La vio golpeada e inconsciente. Hacía semanas que había decidido que amaba a esa mujer. Pero el pensamiento de perderla hizo que se diese cuenta de hasta qué punto la amaba. Franny, su pequeño ángel de ojos verdes. Dios. Si alguien le había hecho algo tendría que vérselas con él. Lo mataría con sus propias manos, le estrangularía hasta sacarle el último aliento.

Chase pisó la acera que bordeaba la taberna, y las botas golpearon la madera con un sonido hueco. Con un hombro, abrió de un golpe las puertas batientes y entró en el mal iluminado salón. A esas horas tempranas de la tarde, solo había un cliente, un minero sin rostro que se sentaba en las sombras, con una mano cerrada alrededor del asa de la jarra de whisky. Chase apenas le miró un instante. Desviándose a la derecha, corrió por las escaleras, utilizando la barandilla para impulsarse.

—¡Franny! —golpeó el descansillo. Su puerta estaba abierta—. Franny.

Chase no estaba seguro de qué esperaba ver al entrar en la habitación. Una pieza desordenada, quizá. En vez de eso encontró que todo estaba perfectamente en orden. May Belle estaba de pie junto a la cama, con la cara blanca y demacrada, los ojos oscurecidos por la preocupación. Chase se tambaleó al detenerse.

—¿Dónde está? —preguntó.

—Esperaba que pudieras decírmelo tú. No está con Índigo, y estoy preocupada, Chase. Muy preocupada.

Después del miedo que le había hecho pasar, Chase se sintió algo irritado.

—¿Estás preocupada porque se ha ido? Ella va y viene todo el tiempo.

May Belle hizo un gesto hacia la cama. Chase se giró para mirar. La colcha estaba algo arrugada, como si Franny hubiese estado allí tumbada. Además de eso… su vista recayó sobre una pieza larga de alambre. Se acercó y vio que era una percha que alguien había desdoblado y enderezado. Sin entender el significado, volvió a mirar a May Belle.

Las pestañas de May Belle se movieron sobre sus mejillas. Después de dar un sonoro suspiro, dijo:

—Fue a ver al doctor Yost hace un par de horas. Le dijo que estaba embarazada.

Chase trató de asimilar estas palabras. Embarazada. Por fin empezó a entender lo que sucedía y volvió a mirar a la percha.

—Ah, Dios mío.

—Iba a aceptar tu proposición de matrimonio, ¿sabes? —dijo May Belle con un temblor en la voz—. Estaba tan contenta. —Levantó las manos y después se palmeó las caderas—. Y ahora esto. Te juro que esa chica nunca ha tenido suerte en la vida, y ahora le ocurre esto.

Chase sintió como si se le doblasen las piernas. Al vivir en los campamentos de leñadores, había aprendido más del lado amargo de la vida de lo que pensaba. No hacía falta que May Belle le explicara cómo iba Franny a utilizar el alambre, ni para qué. La idea le horrorizó. ¡Por Dios, que Franny no hubiese llegado tan lejos! Las mujeres que lo hacían solían terminar muertas.

—Tenemos que encontrarla —dijo nerviosa May Belle—. Dios sabe dónde habrá ido o en qué condiciones estará. Si ha usado esa percha, podría estar… —Su voz se quebró y se cubrió los ojos con la mano—. Nunca me perdonaré haberla dejado sola. Nunca. Sabía que estaba angustiada, que no sabía lo que iba a hacer. Pero no me di cuenta de lo desesperada que se sentía. Qué vieja tan estúpida soy, la dejé sola… solo unos minutos, no creas… pero cuando volví se había ido.

Se había ido. Ah, por el amor de Dios. Chase dio media vuelta y se fue corriendo de la habitación. Cuando salió de la taberna y se encontró en la acera, se detuvo para mirar en todas direcciones, frenético. ¿Si no estaba con Índigo, dónde podría estar Franny? Las posibilidades eran infinitas.

Siguiendo su instinto, Chase cruzó la calle y bajó por un callejón. Si hubiese recibido noticias devastadores y se sintiese desesperado, buscaría un lugar solitario y tranquilo en el que curar sus heridas. En su opinión, no había un lugar más tranquilo y solitario que las orillas de arena de Shallows Creek, un sitio en particular. Estaba convencido de que Franny habría ido allí.

Su corazón latía desbocado mientras corría por la maraña de árboles. La maleza se interponía en su camino. Sin querer perder tiempo esquivándola, saltó sobre ella cuando era posible y, cuando no, la atravesó como pudo. Las imágenes que le pasaban por la cabeza eran aterradoras. Franny tumbada en el arroyo, su cuerpo sin vida en medio de un charco de sangre. Ay, Dios. ¿Y May Belle se sentía culpable? Él era el único culpable aquí. Debía de haber insistido a Franny para que se casasen hacía semanas. Aunque no lo hubiese conseguido, al menos hubiese tenido que asegurarse de que ella sabía lo mucho que la amaba. Nada podría cambiar esto. Nada. Y desde luego no un embarazo. Amando a Franny como la amaba, ¿cómo no iba también a amar a su hijo?

La encontró sentada junto al roble de ramas abiertas en el que él había grabado sus nombres. Chase tenía la impresión de que había pasado toda una vida desde entonces. Abrazándose los codos, estaba sentada en la hierba, con la cara sobre las rodillas. Junto a ella, en la hierba, estaba su sombrero. Llevaba una camisa fruncida a la cintura de azul desvaído, en la que rápidamente Chase buscó rastros de sangre. Nada. Físicamente, parecía encontrarse bien. Todo lo bien que podía encontrarse una persona que tenía el corazón roto. Como un niño perdido, balanceaba rítmicamente su cuerpo adelante y atrás. A pesar del sonido del agua, Chase pudo oír sus sollozos. Un llanto profundo y desgarrador.

Su primer impulso fue correr hacia ella y apretarla en sus brazos, asegurarle que él cuidaría de todo y que no necesitaba preocuparse de más; pero, al oír su llanto y la impotencia profunda que expresaba, se contuvo. No era un niño, sino una mujer. Desde los trece años, la vida le había obligado a seguir un camino que no hubiese elegido por voluntad propia. Ahora la Madre Naturaleza le había puesto por fin en jaque mate. No podría seguir viviendo como hasta ahora, pero tampoco podría volver atrás, y, para una mujer de su profesión, había pocas salidas.

En ese momento, Chase sufrió por ella como nunca lo había hecho por nadie. La vida le había robado demasiado. No solo su niñez, sino todas las demás cosas que a los demás les venían dadas, incluso el derecho a poder andar con la cabeza bien alta. ¿Ahora él estaba a punto de robarla otra vez, metiéndole prisas para rescatarla y ofreciéndole que fuese su esposa? Sus intenciones eran buenas, y solo Dios sabía lo mucho que la quería. Sin embargo, ¿lo sabía ella?

Franny. Las lágrimas se agolpaban en la garganta de Chase al mirarla. Si había una mujer en el mundo que se merecía que la cortejasen y la mimasen debidamente, esa era ella. Flores, un anillo de compromiso, una petición de mano romántica con la rodilla en el suelo, un vestido de bodas bonito con todos sus encajes. Otras jóvenes tenían eso como algo normal, esperado y sin tener siquiera que pedirlo. Para Franny, estas cosas eran sueños que no podría tener nunca.

Mientras Chase se movía lentamente hacia ella, se sintió, sin saber por qué, enfadado. No con ella, desde luego, sino con el hecho de que no hubiese podido tener todos estos sueños delante de su puerta. Y desde luego él no se lo había ofrecido tampoco. Después de ver la percha sobre la cama, supo que su única opción era casarse con la chica lo antes posible. No se atrevía a hacerlo de otra manera. Pero diablos, cómo hubiese querido levantar el puño en alto, si no contra Dios, sí contra el destino, que volvía a empujarla a otra situación que ella no podía controlar.

Por supuesto, Chase esperaba conseguir que ella se casase con él antes o después, y, si no, la hubiese presionado hasta la saciedad. Pero nunca la hubiese obligado a hacerlo. Ahora no tenía otra alternativa. Si tenía que hacerlo, utilizaría incluso el chantaje. Si le detestaba por ello, tendría que arriesgarse. Cualquier cosa era mejor que su idea de poner fin al embarazo a cualquier precio.

Un niño. Con todas las prisas del momento, Chase no se había parado a pensar un segundo en esa criatura, y ahora no podía permitírselo. Según las creencias de la tribu de su padre, si un hombre reclamaba a una mujer como suya, también reclamaba como suyos los hijos que esta tuviera, y ellos se convertían en hijos de sangre.

Como si de repente sintiese su presencia, Franny levantó la cabeza y clavó su mirada dolorida en él. Con manos temblorosas, se limpió rápidamente las mejillas.

—Chase —dijo débilmente.

Sabía que ella deseaba que se fuese, pero no iba a darle ese gusto. Bajando al sitio en donde ella estaba, agachó y colocó los brazos sobre las rodillas. Para darle tiempo a que se recompusiera, pretendió estar muy interesado en algo que había al otro lado del arroyo. Por el rabillo del ojo, vio que ella trataba de colocarse el pelo, nerviosa. A pesar de todo lo que la vida le había hecho pasar, se aferraba con uñas y dientes a su dignidad. No quería que él la viese de esa manera. Golpeada, sin ningún sitio adonde ir. No, Franny no. Si él la hubiese dejado, hubiese intentado mejorar su aspecto y no hubiese derramado una lágrima en presencia de él. Pero no iba a dejarla. De ahora en adelante, se iba a pegar a esa chica como una lapa.

Como no había forma de encontrar la manera de abordar el tema, decidió coger el toro por los cuernos.

—May Belle encontró la percha de alambre. Como no sabía dónde estabas o lo que podías haber hecho con ella, se asustó y vino a buscarme.

Con voz débil y atiplada, contestó:

—¿Quieres decir que te lo ha dicho?

—¿Que estás embarazada? —la dejó paralizada con su mirada—. Sí, me lo ha dicho.

Avergonzada, apartó la cara. Cogiendo un puñado de hierba, abrió sus delicados dedos y observó las briznas verdes que tenía en la palma.

—Franny…

Sin querer mirarle aún, alzó la otra mano para pedir que se callara.

—Lo sé. Por favor, no lo digas. Vete y ya está. ¿De acuerdo?

Chase no podía imaginar qué quería decir con eso.

—Cariño, yo…

—Lo entiendo. De verdad que sí. —Hizo otro extraño sonido y se encogió de hombros—. Nunca hubiese funcionado de todas formas, Chase. Yo soy… —Tragó saliva y trató de mantener el tono de voz—. Creo que… eres un buen hombre por venir incluso a explicármelo. De verdad que sí. La mayoría de los hombres ni siquiera me lo hubiese pedido, eso para empezar, y desde luego no se hubiesen sentido mal cuando algo así… —hizo un gesto débil con la mano—. Pero por alguna razón, ha pasado, y no tienes que decirme nada. Lo entiendo.

—Quizá quiera decir algo. Si me dejas, claro.

—Pues, lo mejor es que no. —Se frotó las mejillas con unos dedos temblorosos, después le miró—. Dejemos esto así, ¿de acuerdo? —Se rio apenas sin fuerza—. Sé que tal vez suena estúpido, sobre todo viniendo de alguien como yo, pero tú eres el único pretendiente que he tenido nunca. Me gustaría guardar esos buenos recuerdos y no terminar esto con tristeza.

«Él único pretendiente que he tenido nunca.» En su opinión, eran muy pocos los buenos recuerdos que él le había proporcionado. Pero ella lo veía como si hubiese habido muchos.

—Franny…

Le temblaban las comisuras de los labios. Haciendo un gran esfuerzo para contener las lágrimas, dijo:

—Antes de que vinieras, estaba sentada aquí preguntándome… bueno, estupideces, supongo. Como el color que tendrían sus ojos.

Que le confesase algo así fue mucho más revelador para Chase de lo que ella hubiese imaginado. Ahora sabía que todos los esfuerzos que había hecho para ganarse su confianza no habían sido en vano. Como mínimo, ella había llegado a confiar en él como en un amigo. Se sentía como si acabara de entregarle un pedazo de su corazón roto. Y, Dios, cómo deseaba él poder arreglarlo.

Franny había perdido la batalla contra las lágrimas, que cayeron desconsoladas por sus pestañas y hasta sus mejillas. Un rayo de luz atravesó en ese momento los árboles y expandió las gotas por su pálida piel como si fueran diamantes.

—¿No es absurdo? Con todas las preocupaciones que tengo ahora mismo y en lo único en lo que puedo pensar es en el color de sus ojos.

Chase buscó en su interior hasta encontrar la voz.

—No creo que sea absurdo.

Ella tragó una vez más y dejó que su garganta emitiese sonidos.

—Esto… —Levantó uno de sus frágiles hombros—. Como crecí en una gran familia, siempre soñé de pequeña que algún día tendría un hijo. Ahora Dios me envía uno y, lo mire por donde lo mire, no encuentro la manera de quedármelo. —Se sonó la nariz y tembló—. Supongo que es lo que tiene que ocurrirnos a algunas.

—Una percha no es la solución, Franny.

—No —admitió ella, temblando—. Quería hacerlo. De verdad. Pero en el último segundo, empecé a preguntarme… —su voz se quebró y tragó saliva para poder seguir— tonterías, como si sería un niño o una niña. Y de repente dejó de ser un problema del que tenía que deshacerme. Esto… yo… no pude hacerlo. Simplemente no pude.

Cuando ella le miró, sus bellos ojos estaban llenos de sombras y el contraste con la palidez de su rostro resultaba asombroso. Puntiagudas como las puntas de una estrella y húmedas en su negro brillante, sus pestañas realzaban su color, de un verde aún más imposible. Un haz de sol atravesó los árboles que tenía a la espalda creando un aura dorada alrededor de su cabeza. Nunca le había parecido tanto un ángel como ahora. Chase no quería otra cosa que no fuera estrecharla entre sus brazos.

—De todas formas —continuó ella con voz poco firme—, he decidido que seguiré adelante y tendré a este niño. May Belle cree que puede encontrarle unos padres adoptivos, y se ha ofrecido a dejarme dinero para mantenerme a mí y a mi familia hasta que nazca el bebé. Soy buena cosiendo y haciendo manualidades. He estado pensando que podría ganar suficiente para devolverle el dinero si vendo estas cosas en las tiendas. No solo aquí, sino tal vez en Jacksonville y Grants Pass también. ¿Crees que la gente compraría mis confecciones?

Su capacidad de adaptación asombró a Chase. Pero solo un momento. Una de las cosas que había hecho que se enamorase de Franny al principio era que había encontrado la forma de sobrevivir. No era una mujer muy grande, y sus frágiles facciones y sus grandes ojos hacían que pareciese aún más delicada. Al recordar la primera vez que la vio, pensó que ya entonces había querido luchar contra pumas por ella y ganarlos. Pero era ahora cuando se daba cuenta de que Franny no necesitaba a nadie para luchar sus batallas. No era precisamente un brazo fuerte lo que necesitaba para enfrentarse a la adversidad.

—Bien —siguió—, ¿qué opinas?

—Opino —contestó lentamente— que eres la mujer más maravillosa que he conocido nunca.

Ella le miró, incrédula.

—¿Cómo dices?

—Me has oído.

Sus mejillas se sonrojaron.

—Ah, vamos.

—No, te lo digo en serio. —Era evidente que ella no se consideraba admirable, ni ninguna cosa que se le pareciese, lo que le hacía aún más creer que debía decírselo—. Eres única. Hermosa, dulce, deseable. Estar contigo hace que me sienta como si midiera tres metros de alto.

Recorrió con el dedo el hueco de sus húmedas mejillas. El hueso que tenía allí parecía increíblemente frágil al contacto con su dedo, y deseó poder explorar un poco más, para sentir la delicada estructura de su mandíbula, la uve de su cuello. Amándola como la amaba, sufría cada vez que recordaba esa percha de hierro en la cama y lo que hubiese podido ocurrir si la hubiese utilizado. Con lo valiente que era, no había aún garantías de que no hiciese algo desesperado en un momento de pánico. Bastaba con que pensase en que su familia podía quedar desprotegida y seguramente lo arriesgaría todo para evitarlo, incluida su propia vida. Por mucho que odiase obligarla a nada, este era un riesgo que no estaba dispuesto a tomar.

—Franny, ¿qué dirías si te pidiese que te casases conmigo y me dejases ser el padre de tu hijo? —le preguntó suavemente.

Ella le dedicó otra de esas miradas incrédulas.

—Por favor, piénsalo antes de responder. Te quiero, ¿sabes? Esto debe contar, ¿no crees?

—Estás burlándote de mí, ¿verdad?

—Dios, no. Esto no es algo para burlarse. —Chase la miró profundamente a los ojos, tratando de transmitirle lo profundo de sus sentimientos. En su corazón, solo podía pedir para que le creyese y le dijese que sí: «Por favor, Dios, no me hagas hacer algo que la impulse a despreciarme». En voz alta, le dijo—: Te quiero, Franny. Hazme el hombre más feliz del mundo y dime que te casarás conmigo.

El poco color que aún le quedaba en las mejillas se desvaneció.

—No puedes casarte conmigo.

—Ah, claro que sí.

Ella sacudió la cabeza con violencia.

—¿Has perdido la cabeza? No puedes casarte con una prostituta embarazada.

Dios, cómo detestaba esa palabra. Prostituta. Ella hablaba de sí misma como si fuera una boñiga de excrementos. Le ponía furioso, no podía remediarlo. ¿Cómo podía mirarse en el espejo y no verse como él la veía?

—En el momento en el que accedas a casarte conmigo dejarás de ser una prostituta embarazada —susurró—. Serás mi mujer. —Extendió una mano, se la puso sobre el regazo y añadió—: Y este niño será mío.

Ella se apartó como si su contacto la quemase. Empujándole el brazo, gritó:

—No seas absurdo. Ni siquiera sé quién es el padre de esta criatura.

Viendo su pánico, Chase retiró el brazo, dándole algo de espacio y sabiendo lo mucho que lo necesitaba.

—No importa.

—¡Sí! Importa. ¡Importa muchísimo! —Agitó las manos en el aire—. Ni siquiera puedo adivinar quién es su padre, Chase.

—Así nadie podrá reclamarlo.

Ella le miró fijamente como si se hubiese vuelto loco.

—Si nos sentamos frente a la tienda de abastos y vemos pasar a los hombres de este pueblo, no podría señalar a uno solo y jurar que ha estado en mi habitación. Siempre apago las luces. Hablar no…

—Conozco todas tus reglas, Franny —la interrumpió con amabilidad—. Entiendo que no conocías a los hombres, que ellos… —Era su turno de gesticular con las manos—. Dios santo. ¿Qué importancia tiene si los conocías o no? La verdad es que prefiero que no. Quiero que sea mi hijo. Solo mío.

—¡Ah, Chase! —Le empezó a temblar la barbilla y, en un esfuerzo por controlarse, abrió los labios—. No me hagas esto.

Podía ver por su mirada destrozada que de verdad sentía esa súplica.

—¿Hacerte qué, cariño? ¿Pedirte que seas mi mujer? ¿Que estés a mi lado el resto de nuestras vidas? Es donde perteneces, ¿no lo ves?

—Vete —suspiró entrecortadamente—. Por favor, vete. Me estás cogiendo en un momento de debilidad. No puedo ser fuerte ahora. Vete. Antes de que haga una locura y te diga que sí. ¿Por favor?

Si no hubiese sido por el terror que vio en sus ojos, Chase hubiese respirado de alivio. Estaba a punto de decir que sí. Gracias al Dios de su madre y a los dioses de su padre, estaba a punto de decir que sí.

—Te has propuesto que te quiera —balbució—. Nunca te rindes, ¿verdad? Y será un desastre si lo hago. ¿Por qué no puedes entenderlo? —Ella se giró, como si no pudiera soportar mirarle—. ¿Crees que estoy hecha de piedra? En este preciso momento, estoy más asustada de lo que he estado en toda mi vida. Y nunca me había sentido tan sola.

Deseando poder abrazarla, Chase se conformó con tocarle el hombro. Ella se encogió.

—Cariño, no tienes que estar sola. Nunca más. Deja que cuide de ti, ¿de acuerdo? De ti y de tu niño. De tu familia. Lo único que necesitas es una palabra. Sí. Y no tendrás que tener miedo nunca más.

El llanto se agolpó en su pecho.

—Ah, Chase. ¿No sabes lo que he estado a punto de hacer? —Cerró los ojos con fuerza—. Cuando supe que estaba embarazada, pensé en casarme contigo y pretender que el hijo fuera tuyo. Pensé en mentir y en decir que era nuestro. Así es como me siento de desesperada.

—Entonces, hazlo. —Le cogió la barbilla con la palma de la mano y la obligó a mirarle a los ojos—. Cásate conmigo, amor mío, y dime que este niño es mío. Eso es lo que quiero. ¿No lo ves? No hay nada que me haga más feliz. Dilo ahora: «Chase, este es tu hijo. Y, sí, me casaré contigo». Dilo, Franny.

Ella se alejó de él y se puso en pie.

—¡Basta! ¡Basta ya! —Poniéndose los dedos en la sien, se volvió para darle la espalda—. Te has vuelto loco, y me has hecho perder el juicio a mí también. Si me caso contigo y reclamas el hijo como propio, terminarás por odiarme. Antes o después empezarás a buscar entre las caras de los hombres de este pueblo, buscando algún parecido con su hijo. Le mirarás a la cara y te preguntarás cuántos de ellos se acostaron con tu esposa, y la respuesta será que una docena al menos. No puedo hacerte esto, y mucho menos a una criatura inocente.

—Franny…

Ella se tapó los oídos con las manos.

—¡Cállate! ¡No digas nada más, Chase Lobo! Si lo haces, podría… —Se calló y sacudió la cabeza—. Sería una locura.

—¿Qué harías? ¿Decir que sí? —Él se puso en pie—. Entonces, cariño, hazlo. Escucha a tu corazón y hazlo.

—¿Mi corazón? —Se volvió para mirarle, consternada—. Ah, Chase. ¿Y qué pasará con tu familia? ¿Tus padres? Nunca te perdonarán, y me odiarán. Nunca aceptarán a este niño, ni en un millón de años. Será un paria.

—No sabes nada de mis padres —la reprendió—. Te amarán y amarán a mi hijo, te lo prometo.

—No es tu hijo.

Chase respiró profundamente.

—Sí. Mi mujer, mi hijo. Ya he tenido bastante. Casarte conmigo es lo mejor para los dos, y es exactamente lo que vas a hacer.

—No tientes a tu suerte.

—Te lo estoy diciendo.

Ella le miró sin creer lo que veía, alarmada por la firmeza de su tono.

—Acabo de explicarte por qué no puedo hacerlo.

Chase se puso los brazos en jarras.

—Es evidente que estás ahora demasiado confundida como para tomar una decisión. O eso o es que tienes miedo. Así que estoy tomando la decisión por ti. No tienes alternativa. ¿Qué te parece? Te casarás conmigo. Si después resulta que todo se convierte en un desastre, entonces no será culpa tuya, sino mía. Si no es la mejor decisión, acepto toda la responsabilidad.

Ella le miró con sus ojos llorosos.

—Ah, Chase, es un gesto maravilloso. Pero tengo que pensar en mi hijo.

—No es un gesto, es una orden. Y desde este segundo en adelante, no te permito que pienses. No en lo que respecta a esto. Vas a casarte conmigo, fin de la conversación. Así que, vamos y acabemos con esto.

Ella se abrazó a la cintura. Con la nariz roja de llorar y una expresión atónita en los ojos, parecía una niña de doce años. Chase imaginó que en esos momentos su aspecto debía de parecerse bastante al que tenía aquella fatídica noche de hacía nueve años. Pequeña, asustada y exhausta de tanto llorar. ¿Cómo podía un hombre que se considerase como tal hacerle lo que le hizo? Solo de pensarlo se ponía enfermo. Incluso ahora, ella seguía siendo un ser pequeño y frágil. Sabía que podía tirarla al suelo sin apenas ningún esfuerzo. Podía fácilmente cogerle de las muñecas con una mano y de las piernas con la otra. Ella podría forcejear un poco, pero para él no serían sino unos pocos rasguños. Podría servirse lo que quisiese y hacer suya la parte de su cuerpo que quisiese, tomándola primero con la boca y las manos y después invadir todo su cuerpo.

Solo que, al tomarla, él sería cariñoso con ella, una consideración que dudaba mucho de que ese bastardo hubiese tenido con ella. Un hombre que paga diez dólares por acostarse con una virgen es el tipo de hombre capaz de satisfacer sus necesidades usando la fuerza contra los indefensos, aterrorizando y haciendo daño. A Chase le parecía inconcebible que otro hombre hubiese llegado después a la habitación, hubiese visto a una niña dolorida y sangrante en la cama y hubiese vuelto a utilizar su pobre cuerpo. ¿Qué clase de monstruos hacían cosas así? ¿Cómo podían después asumir el papel de respetabilidad y volver a casa con sus hijos sin sentirse despreciables?

Moviéndose hacia Franny con pasos lentos y comedidos, Chase le cogió de la mano.

—Ven conmigo, cariño. Ya se ha acabado. No tienes que sufrir más. Yo he tomado la decisión por ti.

Ella miró su mano cogida como si se tratase de una serpiente a punto de morderla.

—No puedo.

—No tienes elección.

—Claro que sí.

Con el pulso acelerado, Chase sacó su única gran arma. Furioso consigo mismo por tener que usarla contra ella, aunque convencido de que así las cosas serían más fáciles, dijo:

—No, Franny, no la tienes. Si quieres que sigamos con esta discusión, lo haremos en el salón de tu madre.

Su cuerpo se puso tenso y le miró con ojos acusadores.

—¡No lo harás! Sé que no lo harás, Chase. No serías tan cruel.

—Ponme a prueba.

—Ella es ciega. Sería muy cruel hacerle cargar con esto.

Chase se esforzó por mantenerse firme al ver la súplica en sus ojos.

—Franny, tengo la crueldad en mis venas. Soy comanche, ¿recuerdas? Provengo de un linaje de hombres que pusieron la vista en sus mujeres y fueron rudos con ellas. Es como la primera vez que me subí a un caballo. Me sale de forma natural. Te quiero, y voy a tenerte. Tan sencillo como eso. —Se encogió de hombros—. Y en cuanto a lo de ser rudo, tu madre podría darnos lecciones.

—¿Lecciones? ¿Qué demonios quieres decir?

—Que ha pretendido ser mucho más ciega de lo que es estos últimos nueve años, eso es lo que digo.

Ella se estremeció como si la hubiesen golpeado, lo que hizo que Chase se arrepintiera de sus palabras. No había sido su intención sacar el tema, no ahora, tal vez nunca. Algunas verdades son demasiado dolorosas de aceptar, y sentía que para Franny esta era una de ellas.

—¿Cómo te atreves a decir que ella lo sabe? —gritó con voz ronca—. ¿Cómo te atreves?

Chase podía decir mucho más, pero lo que quería era proteger a Franny, no destrozarla. Preparado para que ella se resistiera, le cogió el brazo.

—Son casi las cuatro. Si vamos a ir a ver al juez de paz y acabar con esto, tenemos que darnos prisa.

Ella trató de soltarse. Él la agarró con más fuerza.

—Puedes venir por tu propio pie —dijo suavemente—, o puedo cogerte y llevarte sobre mis hombros. Y por favor, no cometas el error de pensar que es un farol. Me crie escuchando las historias de cómo mi padre secuestró a mi madre. Cuando era niño, solía soñar con coger yo también a una jovencita y secuestrarla, de la misma manera que hizo mi padre con mi madre. Llevarte en mis hombros cumplirá estas fantasías de adolescente.

Ella abrió los ojos como platos.

—Eso es una barbaridad.

—¿Verdad que sí? —Sonrió para dar más valor a su amenaza—. Y bastante divertido, aun a expensas tuya. Vamos, cariño. La segunda forma de transporte va a provocar muchas miradas indiscretas cuando lleguemos al pueblo.

La boca le tembló y un músculo del ojo parpadeó.

—No serás capaz.

Chase se dobló como para cogerle las piernas. Con un grito asustado, le agarró los hombros con las manos.

—¡No, espera! Caminaré.

Se levantó lentamente. Cuando ella trató de alejarse, él le agarró con firmeza por el brazo.

—Mi sombrero —dijo ella temblando.

—Déjalo —contestó Chase firmemente—. De ahora en adelante, no vas a necesitarlo.