Capítulo 2

Tres horas más tarde, Chase se balanceaba en una de las sillas de la cocina de su hermana, con una taza de café colgada del labio. Frente a él, Jake Rand, su cuñado, tenía cogida a Amelia Rose en las rodillas mientras le daba de comer una horrible mezcla machacada de carne con salsa. Amelia Rose se negaba a tragar y sacaba la lengua con los ojos llenos de lágrimas.

—Cariño, tienes que comer —suplicó Jake a su hija—. ¿Un bocado más por tu papá?

Amelia Rose dejó caer la bola de comida por la boca y esta llegó hasta su regazo. Parpadeó con un escalofrío. Jake suspiró y trató de limpiar las manchas de su hermoso vestido.

—Ese es el puré más desagradable que he visto en mi vida —comentó Chase—. No me extraña que no quiera comérselo.

Jake levantó una ceja, con un brillo divertido en los ojos.

—Habló la voz de la experiencia.

—No necesito ser padre para tener sentido común. ¿Por qué le mezcláis la cena de esa manera? Solo de pensarlo me dan ganas de vomitar.

Índigo se dio la vuelta en el fregadero. Con un brillo desafiante en los ojos, levantó a su hija de las piernas de Jake y se la dio a Chase.

—Enséñanos entonces cómo se hace, tío Chase. Si consigues que coma, te haré pastel de manzana todos los días durante una semana.

Celebrando el reto, Jake arrastró el plato de la niña hasta el otro lado de la mesa. Chase miró la desagradable comida y después observó a su sobrina. Le gustaba demasiado el pastel de manzana como para negarse. Mordiéndose una sonrisa, cogió el tarro de miel de la mesa y vertió un generoso chorro del dulce líquido sobre el plato de Amelia Rose. Los ojitos marrones de la niña se iluminaron con admiración.

—Eso es trampa —gritó Índigo, con las mejillas sonrosadas—. De verdad te lo digo, Chase Kelly; no puedo contigo. Has echado a perder su cena, y ahora tendré que ponerme a picar más venado.

Chase dio una gran cucharada a su sobrina. La niña masticó, parpadeó, tragó y abrió la boca pidiendo más. Chase atravesó a Índigo con la mirada.

—No me digas que no sé cómo conseguir lo que quiero con las mujeres. Si lo que les das es lo bastante dulce, las tendrás pidiendo más.

Índigo cerró sus grandes ojos azules.

—Parece que lo tienes clarísimo.

Jake se rio.

—El caso es que funciona. Si nuestra hija no come, se quedará tan delgada como su madre. —Jake pellizcó a su mujer en el trasero cuando pasó junto a él—. Y no creas que estoy quejándome.

Su mujer le fulminó con la mirada antes de volverse hacia el fregadero y ponerse a lavar los platos. Chase siguió poniendo bocados de papilla con miel en la boca de su sobrina.

—Ya puedes ir haciendo la masa del pastel, peso pluma. No voy a perder esta apuesta.

Índigo sacudió la cabeza.

—Es una golosa redomada. Estoy segura de que sabes cómo complacerla. Y no me llames peso pluma. Sabes que lo odio. Cazador repite todo lo que oye.

—Pero Cazador ha salido fuera a jugar, así que puedo llamarte como quiera. —Al ver la mirada enfadada de Índigo, Chase se rio e hizo una mueca al notar el puntapié en las rodillas. Después volvió a coger la cuchara para llenar la boca de Amelia Rose. Después de un rato, se puso serio y levantó la vista—. Hablando de nombres, ¿qué quisiste decir antes con lo de que Fanny era «algo así como una prosti… algo así como una desgraciada»?

Índigo dio la espalda al fregadero.

—Franny, no Fanny, y no pude ser más clara. Ella es algo así como eso, pero no realmente.

Chase miró a Jake inquisitivamente, quien se encogió de hombros y levantó los ojos al cielo, como diciendo que a veces Índigo le resultaba del todo incomprensible. Chase no pudo estar más de acuerdo con él. Su hermana era muy rara. Aunque claro, la gente había dicho lo mismo de él una vez. No podía ser de otra forma, habiéndose criado con un padre comanche y una madre profundamente católica.

Jake se levantó de la mesa.

—Creo que voy a ir a partir la leña que trajimos ayer para la estufa. ¿Quieres venir, Chase?

—En un momento. —Chase rebañó el plato de Amelia Rose y puso la última cucharada de papilla en su boca. La niña le hizo un mohín. Con cuidado de no hacerse daño en las costillas, se inclinó para ponerla en el suelo—. Estaré esperando ese pastel mañana, peso pluma —dijo a su hermana al levantarse.

Índigo levantó delicadamente una ceja.

—No esperarás que cumpla mi parte, ¿verdad? Porque has hecho trampa.

Chase le guiñó un ojo.

—Nunca dijiste que no pudiese utilizar la miel.

Chase siguió a Jake fuera de la casa y se apoyó sobre la pila de madera mientras veía a su cuñado empuñar el hacha. Deseó tener mejor las costillas para ayudarle, pero para eso aún tendrían que pasar unas semanas. Frustrado y sintiéndose inútil, trató de encontrar un tema de conversación. Como seguía dándole vueltas en la cabeza, decidió recuperar el tema que habían dejado a medias en la cocina.

—¿No te preocupa, Jake, que tus hijos estén bajo la influencia de una prostituta?

—Me sorprendes, Chase. Pensé que tu padre os había enseñado a no juzgar a los demás por el mismo rasero que lo hacen los otros.

Chase hundió la suela de su bota en la tierra. En los últimos años, las enseñanzas de su padre se habían convertido en una úlcera para él. Seguir los pasos de Cazador Lobo era una garantía segura de terminar mordiendo polvo.

—No estoy juzgándola.

—Pues a mí me parece que sí.

—Llámame cauto. Nunca he conocido a una puta que no tenga puesta la vista en el dinero fácil. Todo el mundo sabe en Tierra de Lobos que provienes de una familia adinerada, Jake, y mi hermana es un alma cándida; siempre lo ha sido y siempre lo será.

—No es malo que Índigo sea así —contestó Jake con un pequeño gruñido—. Lo cierto es que me gusta así.

—¿Cómo te sentirás cuando no haya más panceta en la mesa porque ella le habrá dado vuestro dinero a la puta del pueblo? Te lo advierto, ten mucho cuidado. ¿Qué otra cosa podría atraer a una perla como Fanny de alguien como mi hermana? Índigo será muy buena, pero excitante, desde luego, no es.

Jake se rio.

—Yo la encuentro excitante. Supongo que tiene que ver con el punto de vista, ¿no? Y el nombre de esa «perla» es Franny, no Fanny. Dime qué es lo que sospechas.

—¿Qué va a ser? Por el precio justo, ese hermoso culito suyo es diversión para cualquier hombre.

Los músculos de la mandíbula de Jake se tensaron. Agitó el hacha sin convicción, poniendo más fuerza cuando por fin partió la madera.

—Habla más bajo. Cazador está jugando un poco más arriba.

Chase miró en esa dirección y bajó la voz.

—Es solo que no creo que entiendas lo seria que puede terminar siendo la situación. Índigo podría dar su último par de mocasines a cualquiera que le contase una historia triste. Confía en mí que sé de lo que hablo.

—¿Porque tú eres igual? ¿O debería decir, porque eras así?

—La gente cambia.

Jake se detuvo a observar a Chase un momento, y después sacudió la cabeza.

—Sin embargo, tú has cambiado demasiado. No estoy seguro ya de conocerte.

—Claro que me conoces. Es solo que he madurado. Nos pasa a todos.

—Entonces deja que siga teniendo el corazón de un niño para siempre.

Eso le dolió. Chase se cruzó de brazos y sonrió, como si no le importara. Pero lo cierto era que estaba ya bastante harto de que todos en su familia le encontrasen defectos.

—El tipo de trabajo que hago endurece a los hombres por el exterior. Eso no significa que no siga siendo la misma persona en el fondo.

Poniendo en vertical un tronco, Jake balanceó el hacha un momento.

—No es tu duro exterior lo que me preocupa, Chase, sino la manera en la que ves ahora las cosas. Al hablar de la gente que cuenta historias tristes, me da la impresión de que tú también tienes una que contar. ¿Quieres que hablemos de ello?

Chase se rio y levantó los brazos.

—Dios santo, Jake, ¿te estás escuchando? No soy lo que se dice el único que tiene esta opinión sobre las prostitutas.

—No. Desde luego que no eres el único, por desgracia. Pero me pregunto qué es lo que te ha hecho tener una opinión tan radical sobre ellas. A mí me parece que hay un poso de amargura en tus palabras. ¿Has estado tratando de salvar prostitutas, Chase?

—No, desde que supe que no debía hacerlo.

—Te quemaste, ¿verdad?

—Si puede decirse así…

—Bien, no dejes que un solo gusano te arruine el gusto por las manzanas. Índigo asegura que Franny es una «perla» estupenda, y tengo que creerlo. Sabes tan bien como yo que tiene una virtud especial para calar a las personas.

—Las putas no son buenas, Jake. Tienen que enseñar sus garras para sobrevivir.

—No es el caso de Franny. Según Índigo, se escapa a un mundo de sueños mientras hace su trabajo. Por la mañana, se despierta siendo la misma Franny tímida, inalterada por lo que le pasó la noche anterior.

—Debe de haber algún truco —dijo Chase con un gruñido.

—Es lo único que tiene sentido. —Su cuñado levantó una ceja—. Ya has conocido a Franny. Si se te ocurre otra razón para que siga siendo tan tímida y reservada, estaré encantado de oírla.

—Es una actriz condenadamente buena, es todo. Ninguna mujer con ese trabajo puede ser tan tímida. Te lo advierto, no confíes en ella. Esa chica busca algo. Aún no ha puesto sus cartas sobre la mesa.

—Índigo y ella llevan años siendo amigas. No puede ser tan lenta, ¿no crees?

—Sé lo que me digo. Te arrepentirás si no me haces caso.

—Pues me arrepentiré. Espero que no te ofendas, Chase, pero soy yo quien debe preocuparse de con quién van mis hijos y mi mujer, y no tú.

—Ella es mi hermana. Supongo que tengo también derecho a preocuparme.

—Supongo que sí. Ella es tu hermana, y sé que la quieres. —Balanceando el hacha en el hombro, Jake cruzó la mirada con la de Chase—. Te aprecio demasiado como para arriesgar nuestra amistad prohibiéndote que interfieras —dijo suavemente—, pero, antes de decir nada o hacer nada que puedas lamentar, hazme el favor de pensarte las cosas dos veces. Sobre todo porque te irás pronto. No puedes esperar que viniendo una o dos veces al año a visitarnos dos días, cambiemos nuestra forma de comportarnos o de pensar. Franny es importante para Índigo. Si dices algo o haces algo que perjudique su amistad, le romperás el corazón.

—Precisamente, no quiero que le hagan daño. —Chase suspiró y sacudió la cabeza—. Trataré de mantenerme al margen, ¿de acuerdo? —concedió finalmente—. Pero no puedo prometértelo. Solo de pensar que mi hermana anda por ahí con una prostituta me pongo enfermo. Es algo que no puedo remediar.

—Ya lo veo —murmuró Jake.

Más tarde esa noche, las estrellas brillaban como diamantes en el cielo color índigo. En el extremo norte del pueblo, Chase trataba de concentrarse en la luz blanquecina que emitía la luna, sentado en el porche de la casa de sus padres, y de no pensar en las dos ventanas del piso superior del Lucky Nugget, la única cantina de Tierra de Lobos. Una de las ventanas estaba levemente iluminada por la luz de una lámpara, la otra tan oscura como la muerte. Chase supuso que la ventana a oscuras era la de la habitación de May Belle. Se rumoreaba que estaba ya retirada y que vivía de sus ahorros y de un porcentaje de los ingresos de Franny. La mujer mayor debía de estar con toda seguridad dormida mientras que Franny trabajaba en la habitación contigua en la que se veía luz.

Franny. No podía quitarse esos increíbles ojos verdes de la cabeza. Le habían hipnotizado durante toda la tarde. Ahora llegaba el momento de acostarse y ¿qué era lo que hacía?: mirar a su habitación, preguntarse qué demonios estaría haciendo en estos momentos.

Como si no lo supiera. Aunque había tenido cuidado de no alardear de sus costumbres frente a sus padres y hermana, en los siete años que llevaba viviendo en campos madereros había visitado más de un burdel. Pelirrojas, rubias, castañas, todas pintadas de manera chabacana. Después de un tiempo, uno no podía recordarlas más que en una nube borrosa. Un leñador soltero llevaba una existencia solitaria y dura, y el póquer, el whisky y las mujeres eran sus únicas vías de escape.

Había habido un tiempo en el que Chase no se hubiese imaginado pensar de la manera en la que lo hacía ahora. Pero nadie es un inocente y un idealista para siempre. A excepción, tal vez, de su padre. Cazador Lobo era diferente a la mayoría de los hombres, puro de corazón y profundamente noble. A Chase le resultó imposible seguir su ejemplo en cuanto salió de Tierra de Lobos.

«Házselo a los otros antes de que los otros tengan la oportunidad de hacértelo a ti», era la regla de oro con la que vivía ahora. El mundo real que había detrás de las montañas pedía que el hombre se rigiera por ella si quería sobrevivir.

Chase dudaba de que algún día su padre llegase a entenderlo, o, por el mismo motivo, su madre. Para ellos, todo era o blanco o negro, sin ningún gris en medio. Chase sabía que les había defraudado.

Demonios, si era honesto consigo mismo, hasta él mismo se sentía defraudado. Una tristeza inexplicable le embriagó. Qué estupidez. Un hombre tenía que labrarse su propio camino. Supuso que tenía que ver con estar de vuelta en casa no solo de visita, como había sido su costumbre en los últimos años, sino para quedarse una temporada. Tenía demasiado tiempo para pensar, demasiado tiempo para recordar cómo solían ser antes las cosas.

¡Todo había sido tan sencillo en su niñez! Entonces, creía que su padre tenía todas las respuestas. Chase echó un vistazo a la ventana superior iluminada del Lucky Nugget y se transportó a unos años atrás, a la primera vez que visitó un prostíbulo en Jacksonville. Diez minutos por cinco dólares. No podía recordar mucho de la mujer, solo que se llamaba Clare, y que estaba gorda y olía mal. Y lo último, no poco. Había ido con cinco amigos y estaban cuatro haciendo cola.

Incluso ahora podía recordar lo ansioso que se había sentido esperando de pie en ese sucio y apestoso pasillo, a la espera de que le llegase su turno. A esa edad (dieciséis, si no le fallaba la memoria), eran todos unos pardillos, con una única cosa en mente: hacerlo. Todos sus amigos habían salido de allí sonriendo y alardeando, rememorando lo «apetitosa» que era y haciéndole creer que iba a tener la experiencia más maravillosa de su vida. Cuando por fin le llegó el turno y entró en la habitación del placer, la única explicación que encontró para mantener su frágil orgullo masculino fue que había estado tan excitado antes de entrar que había perdido su habilidad tan rápido como había ganado su entusiasmo.

Como si la aventura de aquella noche se hubiese transmitido a Tierra de Lobos, su padre y los padres de sus amigos supieron de alguna forma lo que sus hijos habían ido a hacer a Jacksonville. Cada uno de ellos había recibido un sermón, Chase incluido. Solo que el padre de Chase, a diferencia de los otros, no le había hablado de enfermedades o de cosas como la discreción. El sermón del padre de Chase había consistido en una frase inolvidable: «El que explota al indefenso y da limosna para salvar su conciencia se verá un día bajo la suela de las botas de otros hombres sin encontrar consuelo en el dinero».

Como muchos de los consejos de su padre, este había dejado a Chase tratando de descubrir su significado durante todo un año. Era incapaz de ver la relación que tenía con lo que él había hecho con la prostituta gorda. ¿Indefensa? Según sus cálculos, Clare tenía más dinero en su baúl que el cepillo de la iglesia de los domingos.

Después, en una noche inolvidable en que acompañó a su padre a Jacksonville para asistir a la reunión de unos mineros, Chase entendió lo que su padre había querido decirle. Después de la reunión, los hombres habían vuelto a Tierra de Lobos y se habían congregado en la taberna. Varios de ellos, casados o no, habían subido al segundo piso con una May Belle de mirada triste, cuya radiante sonrisa parecía pintada en su boca. Chase se escandalizó, porque la mayoría de esos hombres, que iban regularmente a misa, no habrían saludado a la pobre mujer si la hubiesen visto por la calle. A Chase no le cabía ninguna duda de que a esos hombres no les importaban lo más mínimo los sentimientos de May Belle, si es que pensaban que los tenía. Como estaba haciéndose mayor y perdiendo atractivo, ni siquiera le pagaron la tarifa habitual de diez dólares.

Cuando la ya madura prostituta bajó hasta donde estaban Chase y su padre, Cazador Lobo puso cuatro piezas de diez dólares en su mano, suficiente para pagar ocho visitas, según los cálculos de Chase. Durante un instante horrible, Chase pensó que su padre, a quien siempre había considerado un hombre perfecto, pensaba traicionar a su madre y subir a la planta segunda. Pero entonces Cazador Lobo dijo algo que Chase nunca olvidaría: «Mi mujer dice que su puerta siempre está abierta. Encontrarás amigos en nuestra casa si algún día quieres entrar en ella».

Ahora, nueve años después, Chase miraba fijamente la ventana del segundo piso del Lucky Nugget y pensaba que era un círculo sin final. Los días de May Belle habían terminado, y ahora una joven de rostro angelical y grandes ojos verdes la había sustituido. «Los hombres no nos habéis dado muchas opciones en lo que se refiere a ganarnos el pan.»

Chase apoyó la cabeza en la columna del porche y cerró los ojos, recordando a la joven prostituta que le había timado unos años atrás. Volvió a embargarle esa vieja amargura, pero aquí en Tierra de Lobos, donde las lecciones de su juventud estaban más presentes, el efecto en él era diferente. En vez de sentir que tenía razones para sentirse dolido, se sentía culpable por pensar de la manera en la que lo hacía. Más aún, dudaba de que hubiese cambiado tanto. Algunas experiencias de la vida dejan una marca tan profunda que es difícil escapar a ellas.

La Franny de los ojos verdes que había conocido hoy había elegido su destino, y, que Dios le perdonase, no sería él el que la ayudase a salir de él.

Sombras… Franny sentía que la rodeaban, que se movían, como en un susurro, en una caricia. Pero no eran reales. Algunas veces, esos susurros sonaban como preguntas y, si esas preguntas se ajustaban al diálogo que estuviese manteniendo en sus sueños, entonces contestaba. Si no, no se molestaba. Al fin y al cabo, nadie le pagaba por hablar.

Cerró los ojos y se perdió en un rayo de sol. Iba en el carro de camino a la iglesia. La brisa de la mañana era fresca, cargada del olor a flores, y su madre cantaba canciones de misa. Franny hizo descansar la cabeza de su hermano pequeño Jason sobre su pecho y lo atrajo hacia ella, con la mirada perdida en el campo de margaritas que tenían ante ellos. La boca relajada de su hermano se abrió en una sonrisa bobalicona. Ella cogió el pañuelo de su madre y le limpió la saliva que le caía por el labio inferior.

—Di que me quieres. Quiero oírte decirlo.

A Franny se le hinchó el pecho de alegría al oír hablar a Jason.

—Pues claro que te quiero.

Acarició el pelo de Jason y se preguntó si de verdad sabía lo mucho que le quería, o lo mucho que sentía el daño que le había hecho. La pena de su madre era algo soportable. Al menos a ella podía ayudarla y cuidarla. Pero la vida de Jason había terminado antes de que empezara; ahora vivía en un mundo oscuro del que no podría escapar nunca. Y todo había sido culpa suya.

—Te quiero… te quiero muchísimo. Con todo mi corazón.

La sombra se apartó, y Franny oyó el tintineo de unas monedas. Apoyó la cara contra la sábana de franela y volvió a sonreír. Ahora estaban en la iglesia y los monaguillos recorrían las filas con el cepillo para el pastor Elías. Franny se inclinó sobre su hermana Alaina para poner dinero en la mano de su madre. Después le guio el brazo para que pudiera poner su donativo en la cesta. Aunque Franny ganaba todo el dinero que tenía su familia, le parecía más conveniente que fuera su madre la que hiciese el donativo, ya que era viuda y cabeza de familia.

Otra sombra se movió hacia Franny. Oyó una voz que decía:

—Vamos a pasar un buen rato, cariño.

Ella sonrió entre sueños y dijo:

—Sí, un buen rato.

Estaba en el salón de su casa. Era el cumpleaños de Ellen, y Franny tenía una gran sorpresa para ella escondida detrás del sofá, una par nuevo de zapatos de tacón de la marca Montgomery Ward & Company, sus primeros zapatos de señorita. Antes de abrir los regalos, claro está, jugarían a algo y se comerían la tarta. Su madre había casi terminado de hacer girar la manivela de la máquina de helados. Eso era algo que podía hacer sin ayuda después de que Franny la hubiese puesto en marcha, y la mujer parecía estar disfrutándolo. Seguramente porque así se sentía útil. Bastante a menudo, su madre se quedaba sentada a un lado, deseando poder participar, con la cabeza inclinada para oír mejor, y sus grandes ojos grises fijos en el infinito. Franny sabía que no era fácil para ella estar atrapada en la oscuridad.

Pero ya estaba bien de pensar en cosas tristes. Era un momento de celebración. ¡Ellen cumplía catorce años! Franny apenas podía creer que su hermana pequeña hubiese crecido tan rápido. ¡Ah, qué día tan magnífico! Los nueve iban a pasar un día extraordinario. Jason adoraba el helado.

—Háblame, cariño. Dime lo bien que te sientes.

Franny se levantó la falda y giró en el salón agarrada de su hermano Frankie. Estaba enseñándole a bailar y dejándose los pies en el intento. Con diecisiete años, le sacaba una cabeza y tenía unos pies gigantescos que parecían ir en todas direcciones salvo en la que él quería. Aun así, aprendía rápido, y Franny nunca había estado más orgullosa de él. ¡Se parecía tanto a su padre!

—Ah, es perfecto —gritó—. Me siento como si flotase en el aire.

Frankie se puso colorado y dijo que tenerla en sus brazos era como estar en el cielo. Franny se rio. ¡Decía unas cosas tan tontas algunas veces!

Por último, la sombra se alejó de Franny y oyó unas monedas que caían en su tocador. Con los ojos cerrados, esperó a oír la puerta al cerrarse, tratando de no ver al hombre en la delgada franja de luz que entraba cuando se abría la puerta. Si no lo hacía así, tendría que enfrentarse a la realidad, algo que Franny evitaba siempre que le era posible.

Los hombres que la visitaban no parecían quejarse de las poco ortodoxas costumbres que ella les imponía. En realidad, lo que ellos querían era alquilar a una mujer y, en un lugar tan pequeño como Tierra de Lobos, no había competencia de la que preocuparse. Ella estaba disponible desde que se hacía de noche hasta la una de la mañana, sin excepciones. Siempre en la oscuridad, por un tiempo límite de treinta minutos, sin posibilidad de alargarlo. La mayoría de sus clientes eran habituales que aceptaban estas normas sin cuestionarlas, utilizaban un tercio del tiempo estipulado y eran de fiar a la hora de dejar el dinero en el tocador. Algunas veces, si alguno no tenía suficiente, supliría la diferencia en su próxima visita. En las pocas ocasiones en las que llegaban forasteros al pueblo en busca de compañía femenina, Gus, el propietario de la taberna, les explicaba las normas y recogía el dinero para ella en la barra. De esa forma Franny no tenía que ocuparse de las transacciones económicas.

Para distanciarse aún más, Franny conjuraba una imagen de Shallows Creek y, con la facilidad que le daba la práctica, conseguía evadirse rápido en ella. La luz del sol. Índigo y sus hijos. Conforme la imagen se iba haciendo más nítida, su sonrisa se iba agrandando. Podía verse caminando trabajosamente por el agua, riéndose con el pequeño Cazador en su carrera para cazar el mismo perro de agua.

Entonces, la imagen le dio un escalofrío. Alguien estaba observándoles. Franny levantó la vista hacia la parte de la ribera sombreada por los árboles. Un hombre de pelo oscuro la miraba sentado, con su musculoso hombro apoyado en un roble y el brazo sobre la rodilla flexionada. La brisa arremolinaba su pelo, que le caía por la frente. Tenía sus ojos azules fijos en ella, como si la atravesara con la mirada. Ella no podía moverse, no podía respirar.

La manera en la que la miraba hacía que se sintiese desnuda. Y hermosa. Supuso que era Chase, el hermano de Índigo. Pero a juzgar por la admiración que vio en sus ojos, supo que estaban en desigualdad de condiciones. Con la cara sin pintar y el pelo rizado suelto, no podía reconocerla.

Durante un instante de locura, Franny deseó que nunca lo hiciera. Era un hombre increíblemente guapo: su cuerpo moreno y bruñido exhalaba un aura de poder. Su sonrisa carismática dejaba al descubierto unos dientes blanquísimos y unos ojos azules llenos de un brillo irresistible. Ella había conocido a muchos hombres, pero ninguno le había hecho sentir de esa manera, como si llevase toda la vida esperando poder mirarla así.

En cuanto fue consciente de este sentimiento, Franny lo descartó. Por muy guapo que fuese, Chase Lobo no era para ella. Ni siquiera sabía cómo se atrevía a pensar en semejante estupidez. Lo último que necesitaba o quería en su vida era un hombre.

Con un suspiro cansado, sacó esa imagen de su cabeza y se obligó a abrir los ojos en busca de las sombras. Estaba a solas y, si su reloj interno no le fallaba, su turno había terminado por esa noche. En el piso de abajo se oía el sonido de risas y la música del piano. Tirando del borde de su cobertor, se deslizó fuera de la cama. Después abrió la puerta y le dio la vuelta al cartel para que indicara «Ocupado». La cerró y echó el cerrojo. Atravesó la habitación y llegó hasta el lavabo. Como era su costumbre, se lavó todos los restos de su vida profesional antes de encender la luz. Así, todo parecía menos real.

Cuando la habitación volvió a estar iluminada por la lámpara de gas, apartó el biombo que escondía la mesa de sus labores. Sonrió al sentarse en su silla de coser y levantó el vestido que estaba cosiendo para su hermana Alaina, que iba a cumplir dieciséis años. Era rosa, su color favorito. Franny sacó la aguja del acerico y reanudó la labor de coser el volante fruncido al dobladillo.

En unos segundos, los sonidos provenientes de la planta baja empezaron a apagarse en un ruido de fondo, y ella solo fue consciente de las cosas familiares que constituían su cotidianidad y que la rodeaban. Fijó la vista en el arreglo de flores prensadas que había colocado bajo el cristal en el que ahora apoyaba el codo, un regalo que estaba terminando para Índigo. En la mesa que había junto a la mecedora descansaba su Biblia, abierta por el pasaje en el que había dejado de leer y había marcado con una cinta. Junto a su nueva máquina de coser estaba la almohada con cara de payaso que bordaba para Jason.

Franny buscó con sus pies el pedal de la máquina. El trabajo duro del día había terminado, y ahora podía ponerse con el nuevo vestido para el colegio que le estaba haciendo a su hermana sin que nadie la interrumpiera. Esta era su realidad, se dijo. Lo único que de verdad importaba. Sus vagos recuerdos de lo que había pasado antes quedarían confinados a la oscuridad, a un rincón secreto de su mente en donde solo existían las pesadillas.