Capítulo 5

Al haber crecido junto a una hermana de edad cercana a la suya, Chase tenía más experiencia en ver llorar a las mujeres que el resto de los hombres y, sin embargo, se sintió impotente frente a Franny. Se suponía que una mujer de su profesión debía ser fuerte e imperturbable. Aunque era cierto también que Franny no se ajustaba al estereotipo. Hasta nerviosa como estaba, seguía tratando de cubrirse con las solapas de su capa como si temiese que alguna parte de su cuerpo quedase al descubierto. Una avezada prostituta no se hubiese preocupado por algo así.

Sintiéndose como si estuviera metiéndose en terreno resbaladizo, Chase le puso la mano en el hombro. Su intención era atraerla hacia sus brazos, pero, al tocarla, dio un salto como si él la hubiese pinchado con un alfiler. Chase se quedó tan sorprendido como ella. ¿Era esta la reacción de un alma descarriada? Tuvo que reprimirse una docena de preguntas.

—Sea quien sea ese Frankie —dijo él con voz suave— bien está lo que bien termina, ¿no crees? Le viste a tiempo y pudiste salir de allí.

—Us… usted no lo entiende. ¡Po… podría volver!

Alzando la vista hacia él, se mordió el labio inferior en un claro intento por silenciar sus sollozos. A la luz de la luna, sus ojos llenos de lágrimas brillaban como la plata, y el rímel negro de sus ojos se escurrió en riadas por sus mejillas.

—¿Y qué pasa si vuelve a venir el próximo sábado y no sé que es él? —Tenía la cara torcida y emitió un gemido bajo—. Dios mío, ¿y si resulta que ya ha venido antes y yo no lo he sabido?

La pregunta se quedó flotando en el aire, como una auténtica tortura para ella y un verdadero misterio para él. La chica debía de saber quiénes eran sus clientes. Nadie podía hacer ese tipo de trabajo y no retener algún rasgo de los hombres con los que se acostaba.

¿O sí?

Chase recordó la explicación de Jake de que Franny se perdía en un mundo de sueños cuando trabajaba y se levantaba a la mañana siguiente sin haber sido tocada por las experiencias nocturnas.

—Franny…

Ella volvió a cubrirse los ojos con las manos.

—Desearía estar muerta.

—Supongo que todo el mundo se siente así alguna vez. Pero nada puede ser tan grave. No cuando piensas un poco más en ello.

—Esto sí es grave, se lo aseguro. Si pudiera, ¡me pegaría un tiro! —Cerrando la mano en un puño, se frotó la mejilla y se embadurnó de kohl la parte baja de un ojo—. Lo… lo siento. No suelo llorar. Al menos no delante de alguien.

Su garganta se convulsionó en otro sollozo ahogado. Era evidente que le incomodaba mostrar así sus sentimientos. Para esconderse, giró el rostro hacia el bosque que había detrás de ellos. Tenía la cara tan desencajada y sucia que Chase no pudo soportarlo más. Sacó un pañuelo de su bolsillo y, sintiéndose bastante torpe, le limpió los tiznes negros de la cara. Su roce volvió a asustarla, y ella se echó hacia atrás cogiéndole la muñeca. El contacto de esos pequeños y asustados dedos en su piel le llegó al alma.

—Tranquila… solo quería limpiarte un poco —explicó él sin dejar de limpiarle la mejilla—. No puedes volver ahí dentro en este estado. No a menos que puedas permitirte asustar a los clientes.

—No querría hacerlo.

Esta contestación reveló a Chase más de lo que ella pudiese imaginar. Trató de imaginarse cómo debía de ser su profesión. La eterna sumisión. Dejar que unos dedos sucios y extraños te acariciasen el cuerpo. ¿Quién podía culparla por tratar de anularlo todo de su mente? Solo de pensarlo se le revolvían las tripas.

Cuando se puso a buscar un extremo limpio en el pañuelo, ella le miró con una expresión contrariada en el rostro, completamente ajena a lo que él estaba pensando.

—Puedo limpiarme la cara sola, gracias.

—Si pudieras verte, no dirías eso. Tienes esa pintura que utilizas para los ojos embadurnándote toda la cara.

—¿Ah, sí? —Se frotó sin mucho éxito la mejilla—. ¿Dónde?

Chase no pudo evitar sonreír.

—Lo estás empeorando. Estate quieta.

Resignada, levantó la cara. Al bajar los ojos hacia ella, Chase supo que estaba perdido. Fuese o no una prostituta, solo un bastardo sin corazón podría resistirse a esos ojos. Ella resopló suavemente cuando él le pasó la punta del pañuelo por debajo de la nariz. Chase contuvo otra sonrisa, recordando todas las veces que había hecho lo mismo por Índigo en el pasado. ¿Acaso esta chica era tan diferente a su hermana? El simple hecho de estar haciéndose esa pregunta era un indicio de que se estaba rindiendo a ella más de lo que hubiese querido y, lo que era aún peor, no le importaba lo más mínimo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Franny?

—Se lo he dicho. Salí a ver a May Belle y…

—No, no. —Hizo un gesto hacia la taberna—. No me refiero a aquí fuera, sino a aquí. Ya sabes, en el Lucky Nugget. ¿Cómo acabaste trabajando en el segundo piso?

Ella cerró las pestañas lentamente.

—Yo… esto… Eso no es de su incumbencia.

—Tal vez quiero que sea de mi incumbencia.

Mientras lo decía, Chase se dio cuenta de que de verdad era así. El cambio parecía venir de algún sitio desconocido para él, tan repentino que se sintió como el péndulo que cambia de un extremo al otro. Pero al pensar en ello, supo que no era exactamente así. Desde el primer momento que había puesto los ojos en esa joven, había estado luchando contra los sentimientos que manaban ahora de él. Sentimientos posesivos. Y protectores, también.

Santo Dios. Necesitaba unos litros del café de su madre, y rápido.

Por fin, ella levantó las pestañas de nuevo para mirarle, con una mirada de desconcierto que revelaba más de lo que seguramente hubiese deseado: confusión y un temor que Chase no alcanzaba del todo a comprender. Comprendió que le aterrorizaba que él se interesase por ella. Estaba claro que la vida le había jugado bastantes malas pasadas.

Chase no pudo evitar recordar otros ojos llenos de temor y dolor: ojos mentirosos que él había creído en aquel entonces. Ahora, años más tarde, se encontraba con Franny, cuya cara dulce le llegaba al corazón y cuyos ojos le enviaban mensajes que ella quería ocultar. ¿Prostituta o ángel?

Aunque le costase admitirlo, Chase sabía la respuesta. La emoción desnuda que había leído en su expresión no podía ser fingida. Una víctima, como su padre la había llamado, y Chase supo, casi demasiado tarde, que no podía ser otra cosa. Al mirar a sus asustados ojos, era imposible creer que hubiese elegido esa vida por decisión propia.

Mucho tiempo atrás, tanto que ya era tarde para rectificar, había dado la espalda a unos ojos como esos. Si volvía a hacerlo otra vez, se sentiría tan fracasado como ella.

Ahora su cara estaba más o menos limpia, pero Chase no quería alejarse de ella, así que le cogió la barbilla y continuó limpiando suavemente sus mejillas, mientras estudiaba sus facciones. Tenía unas cejas finamente arqueadas, una nariz pequeña de frágil puente y una mandíbula tan delicada que un soplo de él podría quebrarla. Y su boca… Nunca había visto una boca tan vulnerable. Incluso ahora seguía temblando ligeramente al reprimir las lágrimas. Sin duda era uno de los rostros más hermosos que había tenido el placer de contemplar nunca.

Al buscar su expresión, Chase recordó lo que su padre le había dicho, que un hombre puede marcharse del lugar en el que se crio y viajar constantemente hasta descubrir que no ha llegado en realidad a ningún lado. Antes estas palabras no habían tenido mucho sentido para él, pero ahora creía entender lo que significaban. Le habían criado para ser parte de su tribu, y nunca podría escapar a eso. Si lo intentaba, solo conseguiría darse de bruces contra un muro de ladrillos, en este caso, Franny. Al mirarla, se sintió un estúpido por compararla con un muro de ladrillos. Pero que le perdonasen si no era exactamente eso: un obstáculo infranqueable.

Como si ella adivinase sus pensamientos, dijo de repente:

—Se… será mejor que me vaya.

Dejando caer la mano, Chase miró hacia la taberna, tratando de buscar rápidamente una excusa para mantenerla allí, aunque solo fuera por unos minutos más.

—¿Crees que Frankie se ha ido?

Ella bajó la cara.

—Se… seguramente no. Puse el cartel de «Ocupado», pero Gus tardará aún un rato en darse cuenta de que he terminado por hoy. Normalmente recibo las visitas hasta la una.

¿Visitas? Era una forma educada de decirlo. ¿Y solo trabajaba hasta la una? Esta era la hora de la noche en la que la mayoría de los que frecuentaban las tabernas empezaban a ponerse en marcha.

—Entonces esperaré contigo. No es el sitio más apropiado para que una mujer ande sola por las noches.

No había terminado de decirlo cuando recordó con quién estaba hablando. Franny entretenía a los borrachos por las noches. Que se encontrara con uno más o menos no debería preocuparle, ni a él ni a ella. Como si ella no hubiese notado lo absurdo de su comentario, tembló y se abrazó la cintura, como si hubiese imaginado lo que podía pasar si se quedaba sola y como si esta idea le resultase abominable.

Sintiéndose extrañamente cansado, Chase se apoyó contra el árbol, aprovechando el momento de silencio para observar a la mujer que le acompañaba. Allí de pie, parecía una niña de doce años, con la barbilla temblorosa y su frágil figura envuelta en seda y encaje. Parecía una niña pequeña que hubiese subido al desván de su casa y se hubiese disfrazado con la ropa de vestir desechada por su madre, un poco desigual porque solo llevaba una zapatilla. Se dio cuenta de que ella parecía habitualmente incómoda en su presencia, otro descubrimiento misterioso que le desconcertaba. Él tenía lo mismo que los otros hombres. ¿En dónde veía la amenaza entonces?

Chase ahogó una sonrisa. Supuso que estar fuera de la taberna con un hombre no entraba dentro de su rutina. En estas circunstancias, debía de ser un poco difícil trascender a la realidad con un sueño, un hecho que se esforzó por recordar. Si volviese a estar con ella de nuevo (o mejor, cuando volviese a estar con ella), no dejaría que lo olvidase, lo que seguramente significaba que estaba destinado a convertirse en la maldición de su existencia.

Este pensamiento dio a Chase un momento de reflexión y le obligó a retroceder y analizar cuáles eran sus intenciones. Un ejercicio, sin duda, imposible. ¡Que le condenasen si sabía cuáles eran sus intenciones! Había ido a la taberna (bueno, quizá fuese más apropiado decir que se había tambaleado hacia ella), para fingir unas disculpas y contentar así a su hermana y a su padre. Ahora, ellos se habían convertido en la menor de sus preocupaciones, y solo le preocupaba saber cuándo volvería a ver a Franny.

Era una locura, una auténtica locura. Al diablo. Quizás era un signo distintivo de su familia.

—¿Cuánto tiempo cree que llevamos aquí fuera? —preguntó ella de repente.

Chase se obligó a centrarse en el presente. Ella no era la única que podía perderse en ensoñaciones. Sacándose el reloj del bolsillo, le echó un vistazo y miró después a su cara ensombrecida.

—¿Diez minutos, quizá?

Ella emitió un suspiro de disgusto.

—Parece mucho más.

No para Chase. Le tocó la manga con los nudillos y sonrió.

—¿Tienes frío? Tengo calor de sobra si te hace falta.

Ella le miró sorprendida y se apartó un paso de él.

—No tengo el más mínimo frío.

—¿Entonces por qué tiemblas?

Ella jugueteó con la parte exterior de su cinturilla y se abrazó a ella una vez más.

—No me había dado cuenta de que lo hacía.

Su voz sonó tan baja, sus palabras tan dubitativas, que Chase se preguntó si tenía alguna experiencia en hablar con hombres. Y eso que le parecía increíble que pudiese dedicarse a lo que se dedicaba sin conversar con sus clientes.

—¿Eres vergonzosa, Franny?

Chase la obsequió con la sonrisa que había estado practicando en el espejo desde la adolescencia. Una sonrisa desenfadada, asimétrica y juguetona, diseñada y ejecutada con precisión.

—Te sonrojas. No he visto a una chica sonrojarse de forma tan hermosa en cientos de años.

Ella parpadeó. No era la reacción que él había esperado.

—Te doy miedo, ¿verdad?

—Sí.

Una vez más, no era el tipo de respuesta que esperaba. Sorprendido de que lo admitiese tan abiertamente, dijo:

—¿Por qué?

Ella levantó la mirada hacia él un buen rato, con una expresión de confusión en sus ojos.

—No… no estoy segura. Pero es así.

—Soy el hermano de Índigo, ¿recuerdas? ¿Qué mejor garantía necesitas para…?

—Usted no es tan amable como Índigo.

Incómodo, Chase resopló.

—¿Quién lo dice?

Ella puso los ojos en blanco.

—No sea tonto. Sabe que no lo es… Índigo es… —Se calló, y su expresión se suavizó—. Nunca he conocido a nadie como Índigo.

Chase se rindió.

—Es una persona muy especial.

—Sí —asintió ella, aún dubitativa—, muy especial. Es la mejor amiga que he tenido nunca. Le confiaría mi vida. Incluso los animales salvajes la quieren.

—A mí también me quieren. —Chase se sintió ridículo por decir eso. Sonaba como un niño fanfarrón—. Al menos, antes sí.

Ella no parecía muy convencida.

—Oye… solía tener hordas de ellos alrededor de mi cuando era pequeño. Mapaches, ciervos. Incluso tuve una serpiente de cascabel como mascota una vez.

Ella se estremeció.

—No mordía —tratando de encontrar una razón para reírse de sí mismo, añadió—: y yo tampoco. —Se encogió de hombros—. Sé que esta mañana no me porté muy bien contigo. Lo siento de veras. Espero que no me lo eches en cara siempre. Si es posible, me gustaría que fuéramos amigos.

—¿Amigos?

Era evidente que la idea le parecía horrible, y eso le dolió.

—Sí, amigos. ¿Qué hay de malo en ello?

Lo atravesó con la mirada. Chase quería tranquilizarla, decirle que no tenía nada que temer de él, pero, a juzgar por lo que leyó en sus ojos, él debía de ser más que una amenaza.

—Se… será mejor que me vaya —dijo temblando.

Él volvió a sacar su reloj.

—Solo han pasado veinte minutos, como mucho. ¿Crees que Frankie se habrá ido?

—Seguramente. Los chicos de su edad no esperan mucho.

¿Chicos? Chase levantó la ceja en señal de interrogación, pero ella lo ignoró.

—Vas a arriesgarte.

—Echaré un vistazo antes de entrar. Esos caballos de ahí fuera son de él y sus amigos. He reconocido a Moses.

Chase no recordaba haber visto ningún caballo, pero entonces no había tenido ojos para otra cosa que no fueran Franny y sus piernas.

—¿Moses?

—Nuestro ca… —Se calló—. Moses es el caballo de Frankie.

Como él la ponía tan nerviosa era evidente que no podía pensar a derechas. Había estado a punto de dar información que no deseaba revelar. Eso era una buena señal. En lo que se refería a obtener información de ella, parecía tener ventaja.

Retrocediendo para darle el espacio que creía que estaba necesitando, dijo:

—Bien, entonces creo que debo darte las buenas noches.

Ella asintió, sin saber muy bien qué más decir. Después de un momento, susurró:

—Gracias por ayudarme a bajar del tejado.

—Ha sido un placer. —Y se dio cuenta de que sí, había sido un placer bastante inusual.

Cuando empezó a andar, ella miró hacia abajo e, incluso con la escasa luz que había, Chase se percató de la gran desesperación que llevaba dibujada en la cara. Sus ojos miraban aterrorizados a la taberna. Entonces, se golpeó las mejillas con las manos.

—¡Dios mío!

—¿Qué?

—Estaba tan preocupada pensando en Frankie ¡que no pensé en nada más! ¿Cómo podré volver a mi habitación?

Chase vio que esto le preocupaba de verdad, pero, que Dios le perdonase, no era capaz de comprender por qué.

—¿Como lo hace el resto de los mortales, quizá? ¿Por la puerta?

—¿Así? —Señaló su apariencia—. ¡Ay, vaya lío!

Haciendo lo posible por mantener una expresión de solemnidad, Chase miró su indumentaria. La chica llevaba capas suficientes como para ser enviada a otro país. Supuso que era el tipo de vestido que llevaba lo que le preocupaba, no la falta de él. Metiéndose las manos por la cintura, se sacó los faldones de la camisa.

—Puedes utilizar esto.

Con una mueca, se quitó la camisa por la cabeza y la cubrió con ella. Los faldones le llegaban casi hasta las rodillas.

—¿Ves? Esto te cubrirá.

Ella le miró, incrédula.

—¿De verdad? Pero entonces usted… —Apartó la vista de sus hombros desnudos—. No puedo llevarme su camisa.

—¿Por qué demonios no puedes?

—Bueno, porque… No tendrá nada que ponerse.

—Oye, mi padre va por ahí sin camisa la mitad del tiempo. Soy indio, ¿recuerdas? —Esto era nuevo. Nunca había tenido que recordárselo a ninguna mujer—. Además, solo tengo que volver rápido a casa. Es de noche. Si alguien más me ve, me tambalearé un poco y pensarán que solo estoy un poco borracho.

—Es que está borracho.

En eso tenía razón. Chase insistió en darle la camisa.

—Sí, bueno, he tenido un día difícil. —Mientras hablaba, recordó la razón por la que había ido a la taberna en un primer momento y decidió que no se había excusado lo suficiente con ella—. Por cierto, ahora me acuerdo, Franny. Cuando venía hacia aquí, era porque quería hablar contigo.

Ella parecía cansada.

—¿De qué?

—Quería pedirte disculpas.

—Ya lo ha hecho.

—No como debería. Esas cosas que te dije… sobre hacer que la gente del pueblo fuese contra ti si seguías viendo a mi hermana… No era mi intención.

—Ella le envía, ¿verdad?

Como no quería herirla más de lo que lo había hecho ya, Chase se vio tentado a mentir. Pero por razones que no tuvo tiempo de analizar, frenó el impulso de hacerlo.

—En realidad, fue mi padre quien lo hizo.

—¿Su padre?

—Sí. —Sintió una aspereza en la garganta y una emoción que no era capaz de identificar. Solo sabía que hubiese deseado que la idea de venir a disculparse hubiese nacido de él. O mejor aún, que no le hubiese dicho esas vilezas.

—No tiene de qué disculparse —dijo ella en voz baja—. Sé que solo estaba tratando de proteger a Índigo. Si hubiese estado en su lugar, hubiese hecho lo mismo. —Se encogió de hombros levemente—. En honor a la verdad, me sorprende que Jake no me haya echado de su casa. No soy exactamente el tipo de compañía que Índigo y sus hijos necesitan. Soy consciente de ello.

El dolor que vio en su expresión hizo que Chase se sintiese avergonzado. Él era en buena parte el responsable pero, que Dios le perdonase, no encontraba nada que decir para deshacer el daño que había causado.

—Ah, Franny, lo siento de veras.

Ella le lanzó una sonrisa.

—No se preocupe. Yo también quiero a Índigo. Compartimos la misma necesidad de protegerla.

En opinión de Chase, Franny era la única que necesitaba ser protegida. De imbéciles sin corazón como él.

—Quiero que olvides lo que dije y que la visites todo el tiempo que quieras. De verdad.

Ella se mordió el labio, mirándole sin creerle del todo.

—Me temo que no entiendo ese cambio.

Y ya eran dos.

—¿Está seguro de que no va a cambiar de idea? —insistió—. No quiero problemas. Por razones que no puedo contar, es muy importante para mí que las malas lenguas hablen de mí lo menos posible.

—Estoy seguro. No te daré problemas, te lo prometo.

Ella le miró fijamente durante un rato. Después, asintió.

—Está bien, entonces. Dios sabe lo mucho que me hubiese dolido no ver más a Índigo y los niños. Ellos son un rayo de luz en mi existencia.

Chase tuvo el presentimiento de que debían de ser el único rayo de luz.

—¿Me perdonas?

Una sonrisa rápida tocó su boca.

—Sí, claro que sí.

Esa sonrisa. Por muy dubitativa que fuese, conseguía alegrarle el alma. Inclinó la cabeza hacia la camisa que ella sujetaba.

—Será mejor que te la pongas, no vaya a ser que te olvides.

—Ah.

Ella sonrió nerviosa y se pasó la prenda por la cabeza. Chase la ayudó a darle la vuelta y después le metió los brazos por las mangas, tirando de los bordes de su echarpe para que no se quedasen enganchados en los codos. Su largo pelo se quedó entremetido por el cuello y él le cogió un mechón para sacárselo. Los rizos que tocó le parecieron de alambre.

—Madre mía. ¿Qué te has puesto en el pelo?

Ella escupió para sacarse un mechón de la boca. Arrugando la nariz con disgusto, dijo:

—Almidón.

No pudo reprimir una carcajada.

—¿Almidón?

—Almidón de lavar. Mi pelo no se queda rizado sin él.

Chase se preguntó cómo hacía para no sacar un ojo a sus clientes, pero no lo dijo en voz alta. ¿Almidón? Podría utilizar su pelo para hacer alambradas.

—Entiendo —dijo, aunque, desde luego, no entendía nada en absoluto. Si su pelo no era rizado, ¿por qué no se lo dejaba tal cual, suave y natural?

Se inclinó para tirar de los faldones de la camisa y cubrir con ellos sus múltiples capas de encaje y seda.

—Ya está. Ahora podrías ir a misa de domingo si quisieras.

—Lo dudo. —Ella tiró a su vez de la camisa—. Pero gracias de todos modos. Al menos, ayuda. —Mirándole, volvió a morderse el labio superior. Incluso a la luz de la luna, Chase percibió el leve sonrojo de sus mejillas cuando le extendió la mano para despedirse—. Estoy en deuda con usted, señor Lobo.

—Chase.

—Sí, bueno —se sonrojó aún más—. Te estaré agradecida siempre.

Él le cogió la punta de los dedos y rozó levemente con el dedo pulgar sus nudillos.

—Como ya he dicho, el placer ha sido mío.

Ella le retiró la mano y se giró para irse. Al dar el primer paso, se tambaleó. Recordando que solo llevaba una zapatilla, Chase sonrió. La vio cruzar el jardín hasta la taberna y se maravilló al comprobar que, a pesar de todo, conseguía mantener una imagen de dignidad, incluso andando de forma irregular. Otra persona, vestida como estaba, con una camisa de hombre que le llegaba casi hasta los pies y unos rizos como alambres extendidos en todas las direcciones, hubiese parecido ridícula.

Franny se detuvo frente a la puerta de la taberna y echó un vistazo hacia la esquina. Satisfecha al parecer de que el misterioso Frankie hubiese desaparecido, le dijo adiós con la mano y desapareció.