Capítulo 12

Esa tarde fue el principio de un carísimo cortejo. Siempre con cincuenta dólares en la mano, Chase iba a recoger a Franny a la taberna mucho antes de que se hiciese de noche. La llevaba de paseo. Comían junto a Shallows Creek. Algunas veces iban a cabalgar. Una vez incluso la acompañó a Grants Pass a visitar a su familia y pudieron ir al circo que se había instalado en el pueblo. En esa ocasión, él fue maravilloso y paciente con Jason, lo que hizo que se ganase el favor de Mary Graham.

Franny sabía que trataba de hacerle ver cuánto se estaba perdiendo y lo buena que sería la vida a su lado. Y estaba teniendo más éxito de lo que ella se atrevía a admitir. El deseo que nacía en su interior era más inquietante que cualquier otra cosa que hubiese jamás experimentado. Estaba convencida de que al final terminaría sufriendo. ¿De qué otra forma si no podía acabar? Tal vez Chase pudiese pretender que no le importaba su pasado. Pero ningún hombre podía pretender para siempre. Antes o después la dejaría. Era tan inevitable como que las estrellas saliesen en una noche despejada.

Y, sin embargo, él no terminaba de dejarla. Los días pasaban, y estaban ya bien metidos en julio y el perezoso calor del verano. Franny trató de apartarse de Chase. Lo intentó con todas sus fuerzas. Pero Chase no era fácil de ignorar, ni siquiera para una experta como ella, acostumbrada a escaparse a un mundo de fantasía.

Como ella había percibido desde el principio, Chase no era el tipo de hombre que dejaba que las mujeres le tomasen a la ligera. Poco a poco, fue derribando cada una de las barreras que ella había levantado para protegerse y desveló sus más íntimos secretos, obligándola a mostrar emociones que nunca había revelado a nadie.

Una noche, después de asistir al circo de Grants Pass, él la sorprendió con la guardia baja al decir:

—Es una pena lo de Jason. Es un chico tan maravilloso en los demás sentidos. Guapo, bien proporcionado… Qué broma tan cruel del destino el haber permitido que naciese con esa debilidad en la mente.

Antes de pensarlo, Franny respondió:

—Él no nació así.

En el instante en que lo dijo, se dio cuenta de que había picado el anzuelo. Se estaban acercando a Shallows Creek y, para disimular su desconcierto, Franny se adelantó a toda prisa. Al ver una gran piedra sobre la ribera de arena, fue a inclinarse sobre ella. Después sonrió con nerviosismo, haciendo como si disfrutase del cielo estrellado y de la noche veraniega.

—Es maravilloso estar aquí fuera. Ahora me alegro de que me invitaras a venir.

En realidad, la invitación había sido más como un ultimátum, pero Franny no veía por qué debía hacer destacar ese detalle. Chase había conseguido lo que quería. Si había aprendido algo de él en las últimas semanas era precisamente eso. En este momento, sin embargo, la idea la llenaba de desasosiego. Había empezado a sospechar que terminaría por ganar, que ella terminaría por aceptar su petición de matrimonio, no porque sintiera que era lo más acertado, sino porque él la estaba arrinconando y no le dejaba otra opción. Podía utilizar una vara muy delicada si se lo proponía.

Dio un respingo cuando él se detuvo junto a ella y se recostó también sobre la piedra. Vestido completamente de negro, atuendo que parecía ser su favorito, parecía siniestro y grande en las sombras. Una luz de luna pálida dibujaba el perfil de su nariz y de su mandíbula. Su pelo negro refulgía en pequeños parpadeos que reaparecían cada vez que movía la cabeza. Tenía los hombros anchos, unas piernas poderosas y esbeltas que parecían no acabar nunca, y unos brazos musculosos capaces de ofrecer a una mujer refugio o convertirse en su peor pesadilla según fuese su conveniencia.

Franny jugó nerviosamente con un botón de su corpiño, consciente de cada movimiento que hacía el hombre que tenía al lado. Podía casi sentir la red cerrándose sobre ella, casi predecir su próximo movimiento.

—Está bien. Casi lo había olvidado. Jason no nació así, ¿verdad? Como dijo tu madre, ¿fue el sarampión, no?

Allí estaba, sabía que él volvería sobre el tema antes o después. Lo que le sorprendía es que hubiese tardado tanto en volver a sacarlo. ¡Qué estúpida era! ¿Por qué había abierto la veda en ese asunto? Lo único que tenía que hacer era morderse la lengua. Pero con Chase al lado, con él esperando constantemente a que cometiera un descuido, era casi imposible mantenerse firme.

—¿Y tú te sientes culpable de su retraso? El sarampión es una enfermedad caprichosa. ¿No crees? ¿Cómo puede alguien sentirse responsable de que otro enferme de sarampión?

Aterrorizada, Franny se apartó de la roca. En esta parte de la corriente había un recodo y el agua se arremolinaba en un saliente de piedras que dificultaba su discurrir. Caminó hasta el borde del remanso.

—Ah, mira. Peces.

Observándola, a Chase se le rompió un poco el corazón. Sabía que Franny se culpaba por la afección de Jason, de igual modo que asumía la responsabilidad de la ceguera de su madre. Lo sabía desde el primer día en que visitó su casa y conoció a su familia. Ya entonces había eludido su sentimiento de culpa, pero seguía sin querer hablar del tema desde entonces.

Chase sabía que era muy desconsiderado por su parte presionarla de esa manera. Solo hacía falta ver su postura para saber que no quería hablar del tema, y era imposible no ver su nerviosismo en la manera casi frenética en que hundía los dedos en el vestido. Chase presentía que había mucho más en juego de lo que la propia Franny se imaginaba.

—¿Qué ocurre, Franny? ¿Enfermaste tú primero o qué?

Dios, cómo se odiaba a sí mismo por ser tan incesante. Pero tenía que hacerlo. Cuantas más capas quitaba a Franny, más fascinado se sentía por ella. Con ella, nada se parecía a lo que se veía en la superficie.

—No fue tan sencillo como que yo me pusiese enferma primero —admitió por fin con voz temblorosa—. Fue culpa mía, y después de eso él nunca volvió a estar bien.

¿Culpa de ella? Una vez más se culpaba por algo de lo que con toda seguridad no podía ser responsable. Chase observó su espalda esbelta, que en estos momentos se mantenía rígidamente erguida, como si se preparase para el golpe. ¿Cómo podía seguir culpándose por una enfermedad? No tenía sentido. Ninguno. Pero no había duda de que para ella sí lo tenía.

—¿Cómo pudo ser culpa tuya, cariño?

—Yo traje… —Su voz se volvió quebradiza y se calló un instante. Él vio que respiraba profundamente antes de continuar—. Yo lo traje a casa. El sarampión. Por eso enfermaron todos.

Chase cerró los ojos un momento. Índigo y él habían pasado el sarampión de niños sin sufrir ninguna consecuencia, pero todavía ahora podía acordarse de lo aterrorizada que su madre había estado. En algunos casos, la enfermedad era maligna y dejaba a sus víctimas ciegas, a veces sordas. Y en el caso de los más jóvenes, las altas fiebres que provocaba podían llegar a destrozar la mente. ¿Pero que alguien se culpase de haber infectado a su familia por coger la enfermedad primero? Era una locura.

Antes de considerar el impacto que causaría en ella, pronunció una maldición y dijo:

—¿Cómo diablos puedes culparte por contagiar a los demás con el sarampión, por el amor de Dios?

Ella se encogió como si la hubiesen golpeado.

—Pues porque sí.

Chase no estaba dispuesto a aceptar una respuesta así.

—Me cago en ese «porque sí». La enfermedad es caprichosa. Es una locura que te culpes de algo así.

Ella se giró para mirarle. A la luz de la luna, sus ojos eran dos gotas de oscuridad que contrastaban con su palidez. Torció la boca, temblando al tratar de formar palabras que se agolpaban en su garganta. Por fin eructó una sarta de sonidos balbuceantes.

—Una… epidemia —consiguió decir, por fin—. Una epidemia de sarampión. Jason solo era un recién nacido.

—Pero no puedes responsabilizarte porque hubiese una epidemia, cariño.

—Sí.

En sus ojos, lo único que vio fue dolor. Chase quería ir hacia ella, cogerla en sus brazos, abrazarla hasta que nada más pudiera nunca hacerle daño. Pero sabía que no estaba lista para ello y que se moriría de miedo si lo hiciese.

—Yo empecé —se desahogó—. ¿La epidemia? Yo fui la única que expandió la enfermedad.

Chase rodeó estas últimas palabras, como si estuviese tratando de atrapar a una serpiente, sin saber muy bien qué hacer, con miedo a dar un paso equivocado.

—¿Puedes explicármelo, por favor, cómo pudiste ser tú la responsable?

—¿Qué quieres que te explique? Y además, puedo ver por tu tono que te estás burlando. No entiendes nada de nada.

En eso tenía razón. Se estaba burlando de ella, y por todos los diablos que no entendía nada de lo que decía.

—Bueno, pues explícamelo para que pueda entenderlo —replicó levantando las manos—. Lo siento. Pero de donde yo vengo, la enfermedad elige a sus víctimas. No es culpa de nadie. No puedo comprender cómo pudo ser diferente en el caso de tu familia.

Aún rígida por la tensión, se frotó la sien y después le dio la espalda, como si no pudiese soportar que él la mirase.

—Yo iba a la escuela de Jacksonville en aquel entonces. Mis padres apenas podían permitirse pagar mis clases, y yo en realidad no quería estar fuera de casa, pero insistieron porque querían que tuviese la mejor educación posible.

Atrapada en sus recuerdos, su voz adquirió un tono de lejanía, y se puso a caminar sin rumbo a su alrededor, deteniéndose para dar una patada a una piedra con el pie, moviéndose después para tocar las hojas brillantes que caían de la rama de un laurel.

—Era una niña muy testaruda —murmuró.

Chase sonrió tristemente al escucharla, porque no era nada nuevo para él. Seguía siendo igual de testaruda de mayor. Nadie lo sabía mejor que él.

—Me molestaba que me hubiesen mandado lejos para ir al colegio. Me sentía muy sola durante la semana y los fines de semana; cuando papá venía a recogerme para llevarme a casa, le pedía siempre que no me llevase de vuelta al colegio. Ellos se hacían los sordos y yo me rebelaba. Nada serio. Solo tenía doce años, por lo que mis travesuras eran bastante inocentes. —Volvió a respirar hondo—. Solo que, al final, no lo fueron tanto.

Chase supo que ella se había perdido en el pasado y no quiso arriesgarse a decir nada.

—Había una familia que vivía a las afueras de Jacksonville, los Hobbs. El padre era un bebedor empedernido, y la madre tenía dudosa reputación. Un día, al escaparme de la escuela, conocí a su hija, Trina, y nos hicimos amigas. Cuando mis padres lo supieron, se preocuparon y me prohibieron que fuese con ella. No porque fuese una mala niña, sino porque temían que me hiciesen daño. Su padre tenía fama de ser violento en sus borracheras.

Cogió un puñado de hojas de laurel y las guardó con fuerza entre los dedos. Cuando los abrió, su expresión mostró un dolor tan intenso que Chase sufrió por ella.

—Enfadada como estaba, no obedecía a mis padres y quedaba con Trina siempre que podía. Un día no acudió a nuestro lugar de encuentro y fui a su casa para ver qué le pasaba. Uno de los niños pequeños contestó a la puerta y, cuando entré, pude oler la enfermedad. Siguiendo el ejemplo de mi madre, hice lo que pude por ayudar —explicó levantando las manos en una súplica impotente—. Desgraciadamente, no tenía ninguna experiencia como enfermera y no reconocí los síntomas ni supe el peligro al que me exponía. Unos días más tarde, Trina se recuperó, y ella y yo empezamos a encontrarnos en secreto de nuevo.

Chase presintió lo que venía después.

—Cuando empecé a sentirme mal, ni siquiera pensé en aquellos pocos minutos que había pasado dentro de la casa de los Hobbs. ¡Apenas estuve allí un momento! —Volvió una mirada agonizante hacia él—. Era viernes por la noche cuando la enfermedad me alcanzó. Al principio solo me sentía cansada y un poco acalorada. Mi padre vino para llevarme a casa y me fui con él, sin pensar que iba a llevarles una enfermedad que estuvo a punto de matar a mi madre y a mi hermano pequeño.

—Ay, Franny.

La luz de la luna iluminaba las lágrimas que le caían por los ojos.

—Todas las del colegio que no eran inmunes enfermaron y llevaron la enfermedad también a sus familias. El sarampión. Asoló Jacksonville y Grants Pass como una venganza, salvando solo a los que estaban inmunizados. No todos padecieron secuelas. Pero en mi familia la enfermedad fue devastadora.

Con un nudo en la garganta, Chase tragó con fuerza. La sensación no desapareció.

—Franny, seguramente hubiese ocurrido de cualquier forma. No puedes…

—Sí puedo. Fue culpa mía. Desobedecí a mis padres. Fui a la casa de los Hobbs. Cogí el sarampión y llevé el virus a mis seres más queridos. ¿Cómo no voy a culparme por esto?

—Tu intención no fue hacer daño a nadie.

—Dile eso a Jason —le contestó con voz trémula—. Él era un niño sano. Acababa de empezar a andar cuando ocurrió. Después ni siquiera pudo volver a sostenerse la boca. Dile a Jason que no era mi intención, Chase. Por desobedecer a mis padres, destrocé su vida y dejé ciega a mi madre —emitió una carcajada húmeda y temblorosa—. Y peor aún, por fin conseguí lo que quería. Después de eso, papá no volvió a enviarme al colegio. Me quedé en casa para cuidar de mi madre y de mis hermanos mientras él trabajaba y trataba de pagar todas las facturas. —Su pequeño rostro se contrajo—. Y murió tratando de pagarlas.

—Dios mío, Franny, no fue culpa tuya.

—Sí. Puedes pintar las cosas como quieras, pero fue todo culpa mía. Los Hobbs no se mezclaban mucho con otros vecinos de Jacksonville. Si no hubiese sido por mi contacto con ellos, la enfermedad hubiese seguido su curso dentro de su familia.

—Eso es bastante improbable.

—Nunca lo sabremos, ¿verdad? —Se apartó con furia un mechón de pelo que le caía por la frente. Después, como si el dique que contenía sus sentimientos se hubiese desbordado, empezó a expulsar palabras por la boca—. Solo unos cuantos meses más tarde, mi padre se cayó de la torre del campanario. No había más dinero. Mi madre no podía trabajar. Yo era la mayor y la responsabilidad de alimentar a mi familia recayó sobre mí. Jason no estaba bien, y necesitaba una medicina especial para fortalecer su organismo. Era muy cara. El doctor me dio varios frascos gratis, y algunos vecinos se ofrecieron a comprarme unos cuantos después. Para que hubiese comida en la mesa, trabajé lavando ropa y limpiando establos. Nos apañamos así un tiempo.

Chase se levantó de la roca. Durante semanas había intentado hacer que sacara todo esto, pero, ahora que por fin se había decidido a contárselo, casi deseaba no tener que oírlo.

—Franny, cariño, esas cosas ocurren. Cosas que no podemos evitar.

—Una de mis mejores clientas de la lavandería era la madama del prostíbulo —continuó—. En la misa del domingo, el pastor Elías hablaba de las hermanas del pecado y de los fuegos de Satán, que abrasarían a aquellos que se aventuraran a acercarse al establecimiento. Nunca había pedido lavar la ropa de ese lugar porque tenía miedo a acercarme. Pero un día en la calle, esta mujer maquillada me detuvo. Dijo que había oído que lavaba la ropa a los demás y que quería contratarme. Su propuesta significaba un aumento sustancial de mis ingresos, así que no podía decirle que no. La semana siguiente, tenía miedo de llamar a la puerta de servicio del burdel para recoger la ropa, pero necesitaba tanto el dinero que me obligué a hacerlo.

»La madama parecía una buena mujer y, cada vez que me veía, decía que podría ganar mucho más dinero siendo simpática con un caballero de lo que ganaría nunca lavando ropa. Me dijo que me pusiera un vestido bonito y que le hiciera una visita el sábado por la noche. Me prometió que al menos ganaría siete dólares. Siete dólares sonaban como una fortuna para mí.

Chase dio un paso hacia ella y después dudó. Parecía tan rígida que tenía miedo de que fuera a romperse si la tocaba.

—Los vecinos no pudieron seguir ayudándome a comprar la medicina de Jason mucho tiempo, y finalmente llegó el momento en el que tuve que elegir entre poner comida en la mesa o seguir dándole la medicina. Unos días después de que dejásemos de suministrarle la dosis, empezó a perder fuerza, y pronto enfermó. El doctor dijo que sin los reconstituyentes sanguíneos moriría. —Su boca temblorosa se torció en una sonrisa triste—. Sabía cómo podía ganar siete dólares. Lo único que tenía que hacer era ponerme un vestido bonito y ser simpática con un caballero. Un sábado por la noche, fue eso precisamente lo que hice. —Hizo un gesto vago con la mano—. Esto… el caballero fue bastante educado y amable hasta que subí las escaleras con él. Cuando quise darme cuenta de lo que significaba ser «simpática» con él, era demasiado tarde. Él había pagado a la madama por mi compañía, y no aceptaría un «no» por respuesta.

—Dios santo.

Temblando, se abrazó a la cintura. Aunque su mirada parecía fija en la cara de él, Chase tuvo la impresión de que hacía tiempo que había dejado de verle.

—Pagó treinta dólares por ser el primero —susurró—. Las chicas vírgenes son las más cotizadas en esos lugares. Mi parte se suponía que iba a ser la mitad. ¡Quince dólares! Solo que no pude recogerlo hasta por la mañana. Cuando el caballero dejó la habitación, no podía moverme, mucho menos levantarme. El segundo hombre lo tuvo fácil, y mucho más el tercero. Dejé de contarlos entonces y cerré mi mente a lo que estaba pasando. Al amanecer, recibí veinte dólares por los inconvenientes —emitió una carcajada histérica—. Después de todo aquello, la madama además me timaba. Se suponía que iba a tener la mitad de todo y, por mucho que lo pensase, veinte no era suficiente.

Chase deseó no tener que escucharla. Mejor aún, deseó poder volver atrás en el tiempo y matar a esos bastardos con sus manos. ¿Qué clase de monstruos son capaces de utilizar así a una niña? ¿Qué clase de mujer sería capaz de inducirla a una trampa semejante?

—Un par de semanas después, los veinte dólares se habían esfumado —dijo con voz hueca—. Teníamos crédito en la tienda y me había retrasado con el pago. La medicina de Jason costaba mucho dinero. Antes de darme cuenta, estábamos otra vez sin blanca, y casi sin existencias de la medicina.

»El vestido bonito que llevé la primera vez estaba destrozado, pero tenía otro. Cuando Jason empezó a ponerse otra vez enfermo, me lo puse y volví para ser simpática con los caballeros. Tenía miedo, pero era eso o ver cómo mi hermano pequeño moría. Así que fui.

Chase quería llorar por ella y por la niña que había sido una vez.

—Ay, cariño…

—No fue tan malo —le aseguró—. Mientras subía las escaleras con el primer cliente, no era tan ignorante como había sido la vez anterior. Tenía tanto miedo que me temblaban las rodillas. Para no salir corriendo, pensé en mi padre. En los veranos que pasábamos los domingos, cuando nos llevaba a una pradera a merendar después de misa. Siempre me encantó ese sitio. Así que me lo imaginé. Tan claro como si fuera un cuadro en mi cabeza. Un lugar hermoso donde esconderme y donde nada pudiese alcanzarme. Esa noche no fue tan mala. Y la vez siguiente, fue incluso más fácil. Me hice toda una experta en imaginar cuadros en mi cabeza, sobre todo el prado, pero algunas veces otros sitios también. Muy pronto, esos lugares parecían tan reales que no quería volver de ellos y enfrentarme a la realidad. ¿No es una locura? Solo quería seguir en mis sitios secretos y pretender que nada de lo que pasaba en la realidad sucedía.

—No —susurró él con voz ronca—, no es una locura, cariño. Gracias a Dios que pudiste encontrar la forma de esconderte.

Ella parpadeó, como si quisiera agitarse mentalmente la cabeza.

—En cualquier caso, tenía que volver cuando las noches terminaban. Mi familia me necesitaba.

—¿Cuánto tiempo trabajaste en el burdel de Grants Pass? —preguntó Chase.

—Unos cuantos meses. Como vivía siempre con el temor a que me descubriese mi familia, terminé por venir a Tierra de Lobos a trabajar con May Belle. Llevo aquí desde hace ocho años, creo. Pero ¿a quién le importa?

—A mí —dijo él suavemente, y cerró la distancia que aún les separaba para cogerle de los hombros—. A mí —repitió—, y desearía poder volver atrás en el tiempo, Franny. Desearía poder volver atrás y deshacer todo lo que te han hecho.

—Nadie puede hacer eso —dijo ella débilmente.

—No —admitió él—, pero puedo cambiar las cosas desde ahora. Solo tienes que darme la oportunidad de hacerlo. ¿Confiarás en mí?

Ella levantó la vista para mirarle. Viendo su dolor, le sirvió de poco consuelo advertir un brillo de reconocimiento en los ojos de ella. Él estaba tocándola y ella no trataba de esconderse de él. Lo había llamado «un lugar secreto en su cabeza». Y tenía razón: parecía una locura. Pero Chase sabía que era también la verdad. Esta mujer que se llamaba a sí misma prostituta, quien no creía ya que nada bueno en la vida pudiera pasarle, era aún una niña en muchos aspectos… una niña pequeña, escondida de una fealdad que su mente no podía aceptar. A él le correspondía ahora mostrarle que esa fealdad podía ser a veces maravillosa en los brazos del hombre adecuado.

Él era ese hombre. Lo había sentido desde hacía tiempo, y lo único que tenía que hacer era convencer a Franny de ello.

—Me gustaría confiar en ti, Chase. De verdad que me gustaría —susurró ella.

Chase sonrió con tristeza.

—¿Entonces qué es lo que te lo impide?

—Tengo miedo.

Su voz tembló al pronunciar esta última palabra, lo que le indicaba el miedo que de verdad sentía.

—¿De qué, Franny? —le preguntó con dulzura. Hasta aquí, había sido una noche cargada de sinceridad, y rezó para que siguiese siendo así—. ¿De mí? ¿De que te toque?

—Sí, de la parte en la que me tocas.

Casi sonrió de nuevo al oírlo. Su expresión decía mucho mejor que sus palabras que la simple idea de que hubiese contacto físico entre ellos la superaba. Pero era evidente que no había nada gracioso en ello. Nada que le causase un dolor semejante debía ser tomado a la ligera, por mucho que a él le resultase absurdo.

—Nunca te haría nada que no te gustase —le aseguró él.

—No me gusta nada de ello.

—Entiendo. —Y así era. Con total claridad. El problema era que Franny no lo entendía—. Franny, con el hombre adecuado, puede ser mágico.

Ella tembló levemente.

—Claro.

No pudo evitarlo; por mucho que lo intentó, no pudo evitar sonreír.

—¿Claro?

—Lo odio. Todo. Por eso me das miedo, porque sé que no dejarás que me esconda en mis lugares mágicos. Harás que…

Chase le tocó la boca con la punta del dedo.

—Te equivocas, Franny. Yo iré contigo a ese lugar mágico.

Sus ojos se abrieron mucho, y liberó su boca para decir:

—Es mi lugar mágico, me pertenece. No quiero que vengas allí conmigo. Ni tú ni nadie.

—Entiendo.

—No, no lo entiendes —replicó. Se soltó de él y dio varios pasos para alejarse—. Así es como sobrevivo. ¿Lo entiendes? Es la única manera que tengo de vivir con todo esto. Y tú lo destrozarías si te dejara entrar.

Se giró para mirarle, mostrando su corazón al hacerlo.

—Si te dejo, me destrozarás a mí también. ¿Por qué no puedes entender esto?

—Tal vez deberías explicármelo.

Levantó las manos.

—¿Explicártelo? Me muestras sueños como si pusieses golosinas delante de un niño. Me haces querer cosas que nunca podré tener. ¿Tienes idea de lo mucho que duele? Estaba contenta con mi vida hasta que apareciste. Ahora todo lo que hago es pensar en las cosas que podría tener si sucediese un milagro. El problema es que los milagros no existen para las mujeres como yo. Nosotras somos las últimas de la cola y, cuando Dios tenga tiempo para solucionar problemas, lo hará por la gente que merezca la pena, y no por las prostitutas.

—¿Gente que merezca la pena? Cariño, no hay nadie que merezca la pena más que tú.

—¿Cómo puedes decir eso? La gente se cambia de acera al verme en la calle principal. Soy una perdida a sus ojos, y también a los ojos de Dios. ¿Cómo puedes siquiera pensar en casarte conmigo? ¿Tener hijos conmigo? ¡Soy una paria! Y siempre será así. No puedes imaginarte cómo es en realidad.

—Nos iremos de aquí —trató de reconfortarla—. Me dedico a la madera, Franny. La tierra que compré está cerca de Canyonville. Nadie te conoce allí. Y en cuanto a la gente de aquí, ¿a quién diablos le importa lo que sospechen? Si han visto de refilón tu cara, te reconocerán solo a medias. Los únicos que sabremos con seguridad que eres tú seremos May Belle y Gus. Los otros murmurarán y especularán, tal vez te acusarán, pero, si venimos aquí solo de visita, ¿a quién le importa? Tendremos una vida en otro lugar entre gente que no te conoce.

—Estás soñando.

—La vida es soñar. Sin sueños, ¿qué nos queda? Sueña conmigo. Aprovecha esta oportunidad conmigo. Si Canyonville no está lo suficientemente lejos, iremos a algún otro lugar.

—¿Y qué hay de mi familia? Me necesitan.

—Ellos necesitan el dinero que les proporcionas. Yo seguiré manteniéndoles.

—¿Y qué pasará con tus sueños de convertirte en un gran propietario?

Chase suspiró y se pasó una mano por el pelo.

—Me llevará más tiempo, eso es todo.

—¿Jamás, quizá? Ah, Chase, no funcionaría. Terminarías odiándome. ¿No lo entiendes?

—No; estoy enamorado de ti, Franny.

Ella apartó la cara como si él la hubiese abofeteado.

—¡Ay, Dios mío!

—Es verdad. Creo que me enamoré de ti la primera vez que te vi, y desde entonces he caído en picado. Quiero una vida contigo. ¿Tan difícil es eso?

—Me temo que sí. No estás siendo realista.

—¿Y tú? ¿Estás siendo tú realista? Podríamos hacer que funcionase, si lo intentamos. Te lo prometo. Al menos, piénsalo. —Se frotó la boca con la parte exterior de la mano—. ¡Maldita sea! Eres la mujer más testaruda que he conocido nunca, te lo aseguro. No puedo quedarme aquí para siempre, y lo sabes. Mis costillas hace ya tiempo que sanaron. Tengo que volver al trabajo. ¿Cuánto tiempo vas a seguir titubeando?

—¿Titubeando dices? Me estás pidiendo que cambie toda mi vida.

—¿Qué vida? —respondió él—. ¿Llamas a esa habitación de la taberna vida? Momentos robados con mi hermana y sus hijos, ¿es eso vida? Diablos, no. ¿No es tiempo de que te concedas un poco de felicidad? La excusa de tu familia ya no te sirve, Franny. Lo único que te mantiene ahora en Tierra de Lobos es el miedo. ¿Tan cobarde eres que no puedes darme ni una oportunidad?

Ella le miró fijamente por un momento interminable.

—Quizá lo sea. Quizá tengo miedo a creer que es posible porque lo quiero con todo mi corazón. No lo sé.

—Averígualo.

—Ah, Chase. Haces que parezca tan sencillo.

—Porque lo es. Lo único que tienes que hacer es venirte conmigo. Arriesgarte. Te lo prometo, Franny; nunca te arrepentirás. Al menos dime que lo pensarás.

Ella respiró temblorosa y por fin asintió.

—De acuerdo, lo pensaré. Pero necesito algo de tiempo, Chase.

—Un día.

—Una semana —le contestó.

—¿Una semana? —perjuró en voz baja—. Está bien, una semana.

—Y quiero que te mantengas lejos de mí ese tiempo.

—¿Durante una semana? Maldita sea, no.

—Sí. Cuando estás cerca, no puedo pensar con claridad.

—Demonios.

—Una semana no es mucho.

—Pero nada de clientes en ese tiempo —advirtió—. Te daré el dinero para que cubras lo que ganarías, pero no trabajes.

—No trabajaré —asintió ella.

En el instante en que accedió a su petición, Chase supo que había ganado, incluso aunque ella aún no lo supiese. Unas cuantas semanas antes, su preciosa clientela lo había sido todo para ella, y ahora estaba dispuesta a arriesgarla. Lo supiese o no, empezaba a confiar en él, aunque fuera solo un poco. No era exactamente lo que él llamaría un gran paso, pero al menos iban en la dirección correcta.

Hacia él.