Capítulo 10
Como hacía una vez al mes desde hacía ocho años, Franny alquiló una calesa el sábado siguiente por la mañana y fue a visitar a su familia. Aunque el camino estaba bien y era fácil de atravesar en el verano, el viaje siempre se le hacía largo y agotador, y le ocupaba casi todo el día. A dieciséis kilómetros de Grants Pass, había una casucha de mineros abandonada donde siempre se detenía a limpiarse el polvo del camino y cambiarse de ropa. Cuando salía de la maltrecha cabaña, la Franny de Tierra de Lobos desaparecía. En su lugar, aparecía Francine Graham, una joven bien peinada y bien vestida. El sombrero de ala ancha de Franny era cuidadosamente escondido en el fondo de su cartera, junto con el resto de sus secretos.
Ver a su familia no provocó en Franny la misma alegría que otras veces. Chase Lobo había abierto viejas heridas en su interior y la había obligado a ver lo solitaria y sin sentido que era su vida. El tiempo que pasaba con él hacía que desease cosas que tenía desde hacía tiempo por inalcanzables, y el dolor que crecía en su interior era difícil de mitigar.
Mientras estaba en casa, Franny trató de borrar a Chase de su mente, pero era como si todo le recordase a él. A la semana siguiente, Alaina cumplía dieciséis años y la chica no podía apenas contener su emoción. ¿Le había traído Franny un regalo? La pregunta trajo a la mente de Franny el vestido de encaje que había en su mesa de coser y la manera en que Chase lo había observado.
Y todo así.
Mirando las caras queridas de los miembros de su familia, Franny se recordó a sí misma cuál era su propósito en la vida. No tenía otra opción, y nunca la tendría. Chase Lobo era un peligro para ella. Y ya fuera queriendo o sin querer, también era cruel. Por razones que no podía imaginar, trataba de hacerle creer que quería cortejarla. El mero hecho le parecía absurdo. Los hombres no cortejaban a las prostitutas. Ni las respetaban. Cuando se enamoraban lo hacían de mujeres castas, buenas y puras. Nunca de prostitutas. Sería una imbécil si empezase a pensar de otra manera.
Además, se reconfortó, incluso si, por algún extraño hado del destino, Chase se hubiese enamorado de ella, tenía que saber que no estaba sola, que a su cargo tenía a una gran familia. La suma de dinero que necesitaría cada mes para mantenerlos y atender sus necesidades especiales era tan grande que ningún joven querría asumir esa responsabilidad. Necesitaría mucho más que amor para convencerle de hacerlo. Necesitaría que hubiese perdido la cabeza.
Durante su visita a casa, Franny vio que su hermano menor, Frankie, la observaba de tanto en tanto con una mirada inquisitiva. No pudo evitar recordar la noche en que él y un amigo suyo habían aparecido en el Lucky Nugget. Cuando pensaba en lo cerca que había estado de que la descubrieran, se echaba a temblar. ¿Había encontrado Frankie alguna forma de relacionarla con la prostituta del Lucky Nugget?
A ratos, Franny tenía que morderse la lengua para no reñir a Frankie. Sabía por qué él y su amigo habían ido tan lejos para entrar en una taberna. Menudos granujas. Aunque sabía que su hermano era casi un hombre ahora que había cumplido diecisiete años, quería castigarle por ir en busca de una mujer de la calle. Al menos, había sido discreto y se había ido lejos a buscarla. Pero aun así, le parecía grave que se hubiese ido a Tierra de Lobos a buscar una prostituta. No solo porque le veía muy joven para tales actividades, sino también porque no era propio de la educación que había recibido. A su madre le rompería el corazón saberlo, y Franny no podía evitar temer que la manera en que un hombre entraba en su vida adulta era la forma en la que después se movía por ella. Quería que su hermano fuera un hombre bueno, temeroso de Dios, que viviese una vida limpia, y que no fuera del tipo de hombres que visitan las tabernas y se relacionan con prostitutas.
Desgraciadamente, Franny no podía reñir a su hermano sin exponerse a sí misma.
Cuando Franny volvió a Tierra de Lobos el lunes por la noche, se detuvo en la habitación de May Belle y encontró a su amiga llorando. Alarmada, entró en el dormitorio y cerró la puerta tras ella.
—May Belle, ¿qué te ocurre? ¿Qué pasa?
May Belle pareció avergonzarse de que su amiga la encontrase en un momento de debilidad y hundió la cara entre la almohada. Sus hombros se arquearon con un sollozo. Preocupada, Franny se sentó en el borde de la cama y tocó levemente el pelo estropeado de su amiga.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —preguntó con amabilidad.
—Sí —respondió May Belle con voz amortiguada—. Puedes meter algo de sesera en esta vieja y hueca cabeza mía.
Franny acarició el hombro de la mujer.
—Vamos, vamos, no conozco a nadie con más sentido común que tú.
—No últimamente.
Con un sonoro sorbo, May Belle se puso de lado. Ahora que su edad la libraba de tener que entretener a los hombres, había dejado de maquillarse. Franny pensó que era mucho más guapa sin todo ese maquillaje. Las líneas de su piel se notaban menos, y su color natural tenía un brillo saludable que el polvo había estado escondiendo.
—Ay, Franny —susurró temblando—. Con todas las veces que te he advertido de esto, no vas a creerte lo que me ha pasado.
Perpleja, Franny trató de pensar en qué era lo que podría estar queriendo decir su amiga.
—Me he enamorado —dijo por fin May Belle.
Por un instante, Franny se sintió contenta. Además de su madre, no había otra mujer en la tierra más buena o cariñosa que May Belle, y el mayor deseo de Franny era verla encontrar la paz y la felicidad en sus años de retiro. ¿Pero un hombre? Retirada o no, el amor era arriesgado para una prostituta. May Belle había sido siempre de esta opinión y había enseñado a Franny a defenderla. La mujer de la calle que daba a un hombre su corazón buscaba problemas, normalmente más de los que ella podía imaginar.
Años atrás, May Belle se había enamorado de un jugador y había creído sus promesas de boda, casa y jardín con valla de madera pintada de blanco. Había empezado a viajar con él. Una noche al jugador le cambió la suerte y vendió los favores de May Belle a extraños de la taberna que había bajo su casa. Reformada y determinada a mantenerse así, May Belle se negó a hacerlo. Como represalia, el jugador le dio una paliza que casi la mata y la abandonó sin dinero ni nadie que la cuidase mientras se recuperaba del abuso. May Belle se vio forzada a prostituirse para sobrevivir, y terminó aquí en Tierra de Lobos, más sabia después de su experiencia. En todos los años que siguieron, nunca se había permitido encariñarse de ningún hombre, y a menudo advertía a Franny que no lo hiciera.
—¿Quién es? —preguntó Franny.
—Shorty —contestó sin demasiado entusiasmo May Belle.
Franny estuvo a punto de reírse. ¿Shorty? El viejo minero era lo más lejano a un Romeo que podía imaginarse: bajito, con barriga y sin la mitad de los dientes. Disfrazada con sus ropas de trabajo, Franny se había aventurado a bajar al bar algunas veces cuando Shorty estaba allí. Siempre había sido amable y educado con ella, y sabía que era un buen amigo de Índigo. Pero ¿era alguien de quien una podía enamorarse? No, en su opinión.
—Ah, ya sé que no parece gran cosa —admitió May Belle—. Pero cuando llegas a mi edad, cariño, la apariencia de un hombre es lo de menos. Él tiene un gran corazón y la manera en la que me trata… —su voz se quebró—. Me hace sentir especial, ¿sabes?
—¿Entonces cuál es el problema?
—No soy tan tonta como para volverme a tragar el anzuelo. Ese es el problema.
A pesar de todas sus carencias, Franny no creía que Shorty fuera de los que pudiesen usar a una mujer para luego dejarla. Cuando así se lo dijo, May Belle hizo un ruido de desdén.
—Al final, cariño, son todos iguales. Al menos cuando se trata de mujeres como nosotras. He sido una puta la mitad de mi vida, y estar jubilada no puede borrar eso. Incluso alguien como Shorty podría al final recobrar el sentido común y recordarlo. No quiero estar con él cuando esto ocurra. Me está persiguiendo para que me case con él. ¿Puedes creértelo? Dice que nos construirá una bonita casa junto al riachuelo, en algún lado, que plantará para mí rosas trepadoras por todo el porche y que podremos sentarnos ahí fuera en las noches de verano para escuchar a los grillos.
—Suena maravilloso —susurró Franny con nostalgia.
—Sí y, mientras dure, así será. Pero antes o después, de una forma o de otra, lo perderé todo.
Franny no sabía qué decir. Después de un momento, murmuró:
—Quizás a él no le importe lo que hayas hecho para ganarte la vida, May Belle. Quizás él…
—Son pocos los hombres a los que no les importa —sentenció la anciana mujer—. Tal vez dicen que no, pero al final siempre terminan por atormentarte. Cuando todavía trabajaba, ahorré dinero para hacerme mi propio nidito. Si me caso con él, podría quedarse mi dinero y decirme que me vaya a paseo. No soy tan estúpida.
Tampoco lo era Franny. Había una similitud entre los problemas de May Belle con Shorty y los suyos con Chase. Si fuera lista, escucharía los consejos de la vieja mujer y no se creería, ni siquiera por un segundo, que Chase Lobo podía ser sincero con ella. Siempre sería una prostituta. Solo un milagro podría cambiar eso y estaba segura de que Dios tenía cosas mucho más importantes que hacer que conceder milagros a las prostitutas.
Con la visita a May Belle aún reciente, Franny se alegró de ver que Chase aparecía en su puerta esa noche justo antes de anochecer. Su resuelta llamada en la puerta le dijo que era él. En primer lugar, porque ninguno de sus clientes llegaba antes de que fuese noche cerrada y, en segundo lugar, porque nunca anunciaban su llegada. Iba contra las reglas.
Envalentonada por las advertencias de May Belle, Franny dejó entrar a Chase, después se dirigió a abrir el cajón superior del escritorio y sacó los cien dólares de oro que él le había dado. Las piezas estaban envueltas en un pañuelo, y ella supo por su expresión que no tenía idea de lo que había dentro hasta que no le puso el hatillo en la mano.
Franny evitó la intensidad de su mirada y le rodeó para ir a abrir la puerta del cuarto. Después le hizo un gesto para que saliera.
—No quiero tu dinero —le dijo con educación, aunque también con firmeza—. No me lo he ganado y no acepto caridad. Ahora, si fueses tan amable de irte… tengo que vestirme para mi turno.
—Franny, ¿podemos hablar un minuto?
Su tono amable y persuasivo hizo que le subiera un escalofrío por la espalda. Él parecía estar derribando cada uno de los muros que con tanto cuidado había erigido y detrás de los cuales se había estado escondiendo todos estos años. Al hacerlo, su distancia con la realidad se desmoronaba. Cuando la miraba a los ojos, se sentía desnuda de una manera que nunca había sentido con ningún hombre, por mucho que supiera que no tenía intenciones de tomar su cuerpo. Él quería algo más, y ella no tenía nada más que darle. Trataba de hacerle creer en sueños imposibles. Si bajaba la guardia, terminaría por destrozarla.
—Quiero que te vayas —insistió ella—. Los hombres no pagan a las mujeres para hablar, lo que me parece bien porque no se me da muy bien hacerlo. Ellos quieren una única cosa cuando vienen a verme, y esto es todo lo que estoy dispuesta a ofrecer. —Hizo un gesto hacia la puerta, que estaba abierta—. A partir de ahora, aténgase a mis normas, señor Lobo, o no vuelva a cruzar mi puerta. Nada de luces, ni de conversación, ni de clientes para toda la noche. Por muy buenas intenciones que tenga, si dejo que monopolice mi tiempo, terminaré perdiendo al resto de mis clientes, y no puedo permitírmelo.
—Franny, yo…
—¡Adelante! —dijo con tono estridente—. Arme el lío que quiera y haga que pierda mi trabajo. Puedo ganarme la vida como prostituta en cualquier otro sitio. Siempre habrá otro pueblo, otra taberna, otra habitación esperándome. Si tengo que irme, no será agradable, pero no será tampoco el fin del mundo. Tengo algo de dinero ahorrado para mantenerme mientras encuentro otro trabajo.
Ese brillo familiar apareció en los ojos de él. Uno de los músculos de su mandíbula se puso tenso, palpitando al compás del corazón.
—Está bien —dijo en un tono neutro.
Franny saltó cuando él dejó caer el montón de dinero sobre el escritorio. Aflojando los nudos del pañuelo, sacó una pieza de oro de diez dólares y la puso a un lado.
—Según las reglas —dijo suavemente, inclinando la cabeza hacia el cartel—, aprovecharé lo que pueda.
Sintiéndose helada por dentro, Franny apretó el pomo de la puerta que tenía agarrado.
—No empiezo el turno hasta que se hace de noche —le recordó— y, como puede ver, no estoy del todo lista para trabajar todavía.
Él le miró la cara, que estaba limpia de maquillaje, y después bajó los ojos hacia su chal de seda.
—Será suficiente. De todas formas, no me gusta tu pelo almidonado.
Con esto, franqueó la distancia que había entre ellos con pasos lentos y medidos. Después de darle la vuelta al cartel para que se leyera que estaba ocupado, le cogió la mano con sus fuertes dedos alrededor del pomo. Con un gesto firme pero sin demasiada presión, soltó los dedos de él y empujó la puerta para cerrarla. Manteniendo la vista fija en esos brillantes ojos azules, susurró:
—¿Supongo que trabajas en la cama?
Antes de que Franny adivinase lo que se disponía a hacer, se inclinó sobre ella, cogiéndola con sus hercúleos brazos por la parte de atrás de las rodillas y alrededor de los hombros. Ella gimió al notar que la cogía en brazos. Por la manera en que tenía apretados los dientes, supo que las costillas le estaban haciendo pasar un mal rato.
—¿Qué está…? —le empujó sin mucho éxito en los hombros—. Bájeme ahora mismo.
—Estás hablando —le recordó—. ¿No iba eso en contra de las normas?
—¡Bájeme! —repitió ella furiosa.
Después de dar dos grandes zancadas, le hizo caso. Franny cayó como un fardo sin gracia sobre la cama. El somier crujió como señal de protesta. Ella intentó escaparse hacia un lado, pero él era mucho más rápido. Siguiéndola en la cama, la cogió por los hombros y presionó su espalda contra la almohada. Sujetándose con una rodilla, la inmovilizó con su pecho y susurró:
—¿Ibas a algún sitio?
—Todavía no es de noche. No trabajo antes de que oscurezca.
—Vuelves a hablar. No pensé que eso fuera parte de tus servicios. ¿Puedo interpretarlo como que estamos dispensados de esta regla? —Antes de que pudiera imaginar una respuesta, añadió—: Bien. El sexo no sería lo mismo sin un poco de conversación.
Franny nunca había sentido una fuerza tan grande en las manos de un hombre. Cuando intentó moverse, él tensó sus brazos y la cogió con rapidez. La facilidad con la que lo hizo le asustó.
—No me gusta que me maltrate, señor Lobo. Se está comportando como un bárbaro.
—Supongo que es mi lado salvaje. —La soltó y se sentó en la cama frente a ella. Inclinado hacia ella, dijo—: Ahora no te estoy maltratando. ¿Mejor?
—Si te fueras aún sería mejor.
Él rio en voz baja.
—¿Qué ocurre, Franny? ¿Tienes miedo de que tus lugares de fantasía no te salven esta vez?
De eso era exactamente de lo que tenía miedo, de lo que siempre había tenido miedo cuando él estaba con ella. Desde el principio, había sentido un lado implacable en él.
Con la mano que le quedaba libre, le tocó la mejilla. El contacto era abrasador y casi le cortó la respiración. Franny cerró con fuerza los ojos, tratando con todas sus fuerzas de conjurar una imagen en la que poder adentrarse. Lo único que vio fue negrura. El contacto de la punta de sus dedos callosos en su piel se le antojaba como la seda salvaje, y provocaba una reacción involuntaria en sus terminaciones nerviosas.
Seda salvaje con satín de fondo. Franny se quedó inmóvil, como si le hubiese atravesado un rayo. No es que fuera consciente de su presencia: era una consciencia extrema. Podía jurar que oía la sangre corriendo por sus venas. Con su mano dibujó un camino caliente por su garganta. Después descendió. Sintió que su dedo trazaba ligeramente una uve por el cuello de su chal.
Sintió vergüenza, una vergüenza tan espesa que parecía que fuera a estrangularla. Con el cuerpo rígido, trató de contener el sollozo que salía de su pecho. En su mente, vio unos penetrantes ojos azules escudriñándola. La palma de su mano recorrió con una lentitud agonizante el cuerpo de seda de su corpiño, en una caricia tan suave que tenía que concentrarse para sentir el contacto, y, pese a todo, reconocía en ella una petición que no podía ni negar, ni ignorar. El pezón de su pecho se puso duro e hinchado, anticipándose.
Él soltó una risa en voz baja, satisfecho.
—¿No hay imágenes ahora, Franny? ¿Ni lugares soñados en los que poder esconderse?
No pudo contener el llanto por más tiempo y se apartó de él saliendo a gatas de la cama. Tirándose sobre el escritorio, cogió el montón de dinero y se lo arrojó a Chase.
—¡Vete de aquí! —gritó—. Otros hombres pueden comprarme, ¡tú no! Ni siquiera quiero volver a verte. Nunca, ¿me has oído?
Las monedas golpearon el suelo y rodaron en todas direcciones. Con una mirada encendida y despiadada, Chase se levantó lentamente de la cama.
—Quédate el dinero, Franny. Es evidente que lo necesitas mucho más que yo. —Volvió a reírse, pero esta vez el sonido fue áspero y cortante—. Algunas personas nunca aprenden. Y supongo que yo soy uno de ellos. Lo importante aquí es que tú no quieres que te ayude. Te gusta tu vida tal y como es.
Ella se cubrió los ojos con una mano, temblando, notando su presencia con cada poro de su piel mientras él se acercaba a la puerta. Otro sollozo se formó en su pecho y explotó por salir. Se odiaba a sí misma por esto. Pero le odiaba a él mucho más.
Le oyó pararse en la puerta. Hubo un largo silencio entre los dos. Tan segura como si fuera una fuerza tangible, podía sentir su mirada.
—Ninguna mujer tiene que vender su cuerpo —dijo suavemente—. Siempre hay otras opciones. Siempre. Yo estoy dispuesto a ayudarte. —Dudó un momento, y después continuó—: Si no quieres que forme parte de tu vida, y es evidente que no, entonces te daré dinero. Sin ataduras. No tienes que devolvérmelo. Solo cógelo y deja esta vida. Vete a otro pueblo, encuentra cualquier tipo de trabajo y no mires nunca hacia atrás.
Otro silencio los envolvió. Ella sabía que él esperaba una respuesta, que esperaba que ella reconociese su oferta, incluso que la aceptase. Pero no podía hacerlo y, como no podía, no había nada más que decir. Franny sabía lo que él debía de estar pensando. Que no quería su ayuda ni la de nadie más. Que a ella le gustaba lo que hacía. ¡Nada más lejos de la verdad!
—De acuerdo —dijo él por fin—. Supongo que esto lo aclara todo. —Le oyó suspirar—. Daré la vuelta al cartel y pondré de nuevo que está ocupado para que tengas tiempo de prepararte para el trabajo. —Enfatizó las últimas palabras, rematándolas con un almibarado sarcasmo—. Disfruta la velada.
Un momento después, oyó el suave clic de la puerta al abrirse y después el que hizo al cerrarse. A diferencia de otros hombres que visitaban su habitación, Chase caminaba con pasos tan silenciosos que no podía oírle en las escaleras. Manteniendo la respiración un momento para contener el llanto, esperó hasta asegurarse de que se había alejado lo suficiente. Después, se hundió sobre las rodillas. Abrazándose la cintura con los brazos, hundió los hombros, gimió y empezó a llorar.
Fuera, en el rellano, Chase apoyaba la frente en la puerta de Franny. El sonido sofocado de sus sollozos partió a Chase por la mitad.
El domingo siguiente era el cumpleaños de la hermana de Franny, Alaina, que cumplía dieciséis años. Por eso Franny hizo un viaje extra a casa el sábado para poder celebrar el acontecimiento. La fiesta, que empezaría después de la comida del domingo, era esperada ansiosamente por toda la familia, y a Franny le había costado Dios y ayuda retener sentados en la mesa a los más pequeños. Acababa de conseguirlo y había pedido a su madre que bendijese la mesa. Fue entonces cuando alguien llamó a la puerta.
—¡Ay, qué lata! —susurró Franny. Como siempre hacía cuando estaba en casa los domingos, había cocinado una gran comida, cuya preparación había empezado justo después de acudir a misa. Con todo el trabajo que le había costado, odiaba ver que la comida se enfriaba en los platos—. Perdonad, voy a ir a ver quién es.
—¡Date prisa, Francine! —dijeron los niños al unísono—. ¡Dile a quien sea que se vaya!
Con una gran sonrisa en la cara, Franny corrió hacia la puerta, lista para invitar al párroco a unirse a ellos en la mesa. Siempre había mucha comida en casa de los Grahams. Franny se ocupaba de que así fuera. Su sonrisa desapareció al ver quién estaba en el porche.
Con una de sus largas piernas ligeramente doblada y la otra soportando casi todo el peso del cuerpo, la postura de Chase Lobo solo podía describirse como insolentemente masculina. Sus grandes manos flanqueaban sus caderas, y su mirada parecía decir que estaba listo para armar jaleo. Llevaba una camisa negra abierta hasta medio pecho, las mangas enrolladas hasta el codo para mostrar sus antebrazos velludos. Al ver el asombro en su rostro, le sonrió y se quitó el sombrero, inclinando la cabeza en un educado saludo.
—Hola, Franny —dijo suavemente.
Franny estuvo a punto de desmayarse. Él temía que fuese a hacerlo, porque alzó rápidamente los brazos para sujetarla. Ella fijó la vista en su hermosa cara, casi sin creer que estuviese ahí fuera. ¿Por qué? La pregunta se quedó suspendida en su cabeza. Era evidente que la había seguido. Pero ¿por qué? ¡Ay, Dios!
Lo primero que se le vino a la cabeza fue que estaba allí para descubrirla, y en cuanto recuperó la compostura susurró:
—¿Cómo te atreves?
Como si ella le hubiese expresado la mayor de las alegrías por verle, Chase le dedicó otra de sus atractivas sonrisas.
—Te dije que encontraría el camino sin perderme. Eres mejor indicando direcciones de lo que pensaba.
¿Direcciones? A Franny le temblaron las piernas.
Mirando hacia donde estaba su familia, él saludó educadamente. A Franny no se le pasó por alto el gesto contrariado en su sonrisa o la expresión de asombro de sus ojos al ver el gran grupo que eran. Ocho no era un número pequeño.
—¿Francine, querida, tenemos un invitado? —preguntó su madre.
Cogida por sorpresa, Franny fue incapaz de decir nada. Para su desconcierto, Chase tomó la iniciativa y dio un paso al interior como si hubiese sido invitado. Ella vio que sus ojos se entrecerraron levemente al intentar hacerse con la pobre luz de la pieza. El hecho de que su madre no pudiese ver por sí misma si tenían un invitado no le había pasado por alto, y dirigió una mirada inquisitiva a Franny.
—Usted debe de ser… la madre de Franny —observó él amablemente—. Qué alegría conocerla por fin. He oído tantas bondades de usted.
Franny tragó saliva. Chase dio otra zancada en la habitación. Por lo bajo, él le susurró:
—Será tu funeral.
Franny sabía que estaba amenazándola con educación. Si no le seguía el juego, la descubriría. Se apresuró a ponerse al día y dibujó lo que ella consideró una encantadora sonrisa en la cara mientras cruzaban el salón, juntos. Al entrar en la cocina, dijo:
—Mamá, me gustaría que conocieras a un amigo, Chase Kelly Lobo. Señor Lobo, mi madre, Mary Graham.
—Un placer, se lo aseguro —contestó elegantemente Mary Graham.
Aunque Chase había hecho muy poco ruido, sus ciegos ojos azules se giraron completamente hacia él. Él se dio cuenta de que debía de haber desarrollado con creces el oído para compensar su ceguera, un fenómeno que no le era desconocido, aunque nunca lo había comprobado por sí mismo. Su sonrisa era casi tan dulce como la de Franny; su cara, delicada, e igual de hermosa. Ahora Chase podía ver de dónde había heredado Franny su atractivo.
La voz de Chase se cubrió de sinceridad al responder:
—El placer es mío.
Frankie, que tenía el privilegio de sentarse en la cabecera de la mesa, se aclaró la garganta para captar la atención de su hermana mayor. Aún nerviosa, Franny se puso una mano en la cintura y dijo:
—Ah, Chase, me gustaría presentarle a mi hermano —dudó solo un instante antes de añadir—. Frank Graham.
Frankie echó hacia atrás la silla, puso la servilleta junto a su plato y se levantó. Extendiendo el brazo, dijo:
—Mis amigos me llaman Frankie.
Chase dio un paso hacia delante y le apretó la mano.
—Y yo soy Chase. He oído mucho de ti, Frankie. —Miró rápidamente a Franny—. Me alegro de poder conocerte finalmente.
Sonriendo ligeramente, Chase centró su atención en el resto de los niños. Empezó por Alaina, la siguiente en edad, y Franny fue presentándole al resto. La cabeza de Chase nadaba en nombres cuando ella terminó, y supo que tendría dificultades para recordar los de los más pequeños. Rubios, de facciones finas, con los ojos azules o verdes, todos se parecían a Franny. Incluso el niño al que llamaban Jason, y que tenía una expresión insípida en los ojos y una boca floja, era guapo.
Alaina, que estaba muy orgullosa de sí misma porque era su cumpleaños, le dijo con desenvoltura:
—Sería un honor si se uniera a nosotros para mi comida de cumpleaños, señor Lobo.
—Ah, no, de verdad, no puedo —dijo él.
Franny iba a decir lo mucho que sentía oír eso cuando su madre intervino.
—No se hable más, señor Lobo. Todos los amigos de Francine son amigos nuestros. Por favor, coja una silla. Tenemos mucha comida en la mesa.
Con una mirada rápida a los bien servidos platos, Chase tuvo que reconocer que era cierto. Franny estaba sin duda haciéndolo muy bien con su familia. Y la suya era una familia grande. Se le hizo un nudo en la garganta al aceptar la silla que Frankie le ofreció. Los tres niños que se sentaban a ese lado de la mesa se desplazaron para hacer sitio al recién llegado. Con la cara roja y los ojos extrañamente brillantes, Franny le dio un plato y un juego de cubiertos antes de reclamar ella misma su sitio en la mesa. A su derecha se sentaba el niño de ojos perdidos y mandíbula floja llamado Jason, en una silla alta de niño pequeño hecha especialmente para él. A juzgar por su tamaño, Chase adivinó que debía de tener unos diez años.
Jason gruñó con impaciencia y estiró las manos hacia la comida, con la boca llena de babas y la lengua lacia entre sus labios. En vez de reñirle, como más de uno hubiese hecho, Franny le canturreó suavemente y le calmó con un trozo de pan mientras la familia bajaba la cabeza para la bendición. En vez de atender a la oración de Mary Graham, Chase solo pudo oír los sonidos guturales del chico cuando devoraba el pan. Con una sensación de malestar en el estómago, Chase comprendió que por fin había descubierto los secretos de Franny: los ocho, siete hermanos y una madre ciega. Cuando recordó la manera en la que la había juzgado, lo arrogante y mojigato que había sido al acusarla de querer vivir tal y como vivía, se sintió más pequeño de lo que nunca se había sentido en su vida. Algunas veces, tal y como Franny había intentado explicarle, las circunstancias mandaban y uno hacía lo que hacía porque no tenía otra opción.
Después del responso y del turno de platos, Mary Graham fijó su mirada vacía en Chase con una precisión admirable y dijo:
—Entonces, señor Lobo, ¿es usted amigo de la señora Belle?
—¿Perdone?
—La señora Belle, mi patrona. —Franny intervino rápidamente—. May Belle.
—¡Ah!, sí, claro, May Belle. —Chase se rio con nerviosismo—. Es amiga mía; sí, claro.
Cuando Chase habló, Mary Graham movió la cabeza como para oír mejor, el primer gesto visible de su condición. Un rayo de sol entraba por la ventana que había tras ella y jugaba con su pelo color platino, que ella llevaba peinado en una corona de trenzas. Si tenía canas, lo que a su edad hubiese sido normal, él no pudo verlas.
—Ah —dijo ella en un tono divertido—, así es como conoce a Francine.
—Pues sí. —No era del todo una mentira. Aunque no tenía oficialmente el título, May Belle era, a efectos prácticos, la madama del Lucky Nugget, y velaba por los intereses de Franny—. Así es como nos conocimos, sí. A través de la señora Belle y de mi hermana, que es una buena amiga de Francine.
—¿Índigo? —preguntó la señora Graham.
—Sí.
—Ah, Francine habla tan bien de ella. Así que es usted su hermano, qué bien.
La sonrisa de Mary Graham era radiante. Como su madre, era todavía una mujer encantadora, del tipo de las que ha adquirido una belleza diferente con los años. Cuando Franny se hiciese mayor y el rubor de la juventud se hubiese desvanecido, sería igual de encantadora que ella. Eso si sus muchos apuros de la vida no la destrozaban. La idea hizo que a Chase le doliese el estómago.
Mary Graham llevaba un vestido azul de seda salvaje, con un corpiño finamente bordado y unos bordes en encaje color crudo que hacían juego con sus puños. Chase ya se había fijado en la ropa de los niños. Todo era hecho en casa, obsequios de Franny y su nueva máquina de coser Wheeler-Wilson, estaba seguro de ello. Solo mantener a estas personas bien calzadas, como estaban, debía de costar una fortuna al año. A Chase no se le pasó por alto que los zapatos de Franny estaban rozados y casi rotos por las suelas.
—Chase es cortador de leña, mamá.
—Ay, señor. Solo pensar en esos grandes árboles me pone la piel de gallina.
Chase sonrió.
—Cuando aprendes a hacerlo, no es tan peligroso.
—Pero es un trabajo duro.
—Sí, mantiene los músculos de un hombre tonificados. —Chase miró a Franny—. Este verano he estado recuperándome de una pequeña herida, y por eso volví a Tierra de Lobos y pude conocer a su hija.
—¿Qué tipo de herida?
—Unas costillas rotas. Estaba trasladando troncos, me resbalé y me aplastaron.
—Pensé que había dicho que no era peligroso —le recordó Mary.
Chase se aclaró la garganta.
—Sí, bueno… No estaba atento cuando ocurrió. Casi podría decir que me lo tengo merecido.
Franny abrió mucho los ojos.
—¿Y eso por qué?
—Estaba bajo los efectos de una botella de bourbon —admitió Chase.
Mary Graham arqueó su delicada ceja.
—¿Es usted bebedor, señor Lobo?
Por su tono imperioso, Chase supo que no aprobaba a los que bebían. Por suerte, Jason escupió la leche que Franny acababa de darle en ese mismo momento y la distracción salvó a Chase de tener que explicarse. Para asegurarse de que era así, se metió un gran trozo de pan en la boca.
—¿Desde cuándo conoce a la señora Belle? —preguntó Mary.
Chase se tragó el pan.
—Esto, ejem… desde hace años.
—Es una mujer muy generosa. Si no fuera porque ha aceptado contratar a Franny como mujer de compañía, de verdad no sé cómo esta familia hubiese sobrevivido. En todos los sentidos, ha sido nuestra salvación.
Chase examinó el rostro de la mujer ciega, preguntándose cómo podía creer que alguien pudiese ganar el dinero que ganaba Franny trabajando como mujer de compañía. Ella servía de compañía, sí, pero no de la manera que su madre pensaba. Chase miró fijamente a Franny. Tenía dos puntos sonrojados en las mejillas. Con el rabillo del ojo vio que Jason estaba sonriéndole. Jason, uno de los secretos mejor guardados de Franny. Se le ocurrió de repente que la mujer que tenía enfrente era una caja de secretos y que ninguna de sus identidades era del todo honesta. Aquí con su familia desempeñaba un papel; en Tierra de Lobos, otro. ¿Pero dónde estaba la verdadera Franny?
Conforme avanzaba la comida, los niños, extremadamente educados, se unieron a la conversación. Aunque todos ellos parecían querer genuinamente a Franny, Chase no pudo evitar notar que muchas de sus conversaciones tenían que ver con lo que ella tenía o podía traerles. Alaina y la pequeña Mary querían zapatillas de ballet. Theresa, una preciosidad de trece años, quería un peine de imitación de piedra preciosa. Matthew, un año más pequeño que Theresa, tenía grandes esperanzas de que Francine le consiguiese un rifle de cazar. Incluso Frankie le hizo una petición: una chaqueta de lana ya hecha y un chaleco que había visto en la tienda. Él ya tenía edad suficiente, dijo, para vestir con ropas de tienda. En opinión de Chase, también tenía edad para conseguir un trabajo y ayudar a la familia, pero nadie le pidió su opinión sobre el asunto.
Otra cosa que molestó a Chase fue que Mary Graham le daba la impresión de estar preocupada de que su hija mayor tuviese un pretendiente. Nada evidente, solo ciertos detalles en su expresión, tan sutiles que dudaba de que alguien más se hubiese dado cuenta. Franny era una joven guapa y agradable. También tenía veintidós años, una edad que se acercaba desgraciadamente a la de ser considerada una solterona. Cualquier madre en su sano juicio hubiese estado encantada de que su hija atrajese la atención de un joven. Pero Chase tuvo la extraña impresión de que era justamente lo contrario.
Aunque sabía que era poco caritativo de su parte, no pudo evitar preguntarse si Mary Graham no estaría preocupada de que su hija se casase y dejase de contribuir al sustento de su familia. ¿No sería que la madre sospechaba la verdad? ¿Que ella no solo sabía lo que Franny hacía para ganarse la vida, sino que lo aprobaba? La idea fue tomando forma en la mente de Chase, y una vez en ella se negó a salir. Al mirar a los platos llenos que había en la mesa y al número de codos doblados, dudaba de que no sospechase sobre la manera en la que su hija ganaba el dinero. No había muchos trabajos que pudiese hacer una mujer y que pagasen la comida y la ropa de ocho personas. Por lo que allí veía, Franny no solo conseguía cubrir sus necesidades, sino que también atendía a algunos de sus caprichos. Mary Graham era ciega, pero no estúpida.
El ambiente de alegría y de conversación animada de la mesa no dio a Chase mucho tiempo para ponderar todas estas cuestiones. Sin darse cuenta, se vio arrastrado por el espíritu cumpleañero. A pesar de la enfermedad de Jason y de la ceguera de su madre, los Grahams eran un grupo jovial y que parecía disfrutar de pasar un rato juntos. Cogiendo información de aquí y de allá, Chase supo que Frank Graham, el padre de Franny, había muerto en un accidente en la carpintería nueva años atrás. Sin preguntar, Chase adivinó que Franny, la hija mayor, debía de tener unos trece años cuando ocurrió.
—Fue una pérdida trágica —dijo Mary dulcemente, introduciendo una nota de tristeza en el ambiente—. Por razones que no debería traer aquí… —lanzó una sonrisa dulce a Franny— el sarampión entró en nuestra casa y toda la familia cayó enferma. Jason y yo… —Su voz se quebró como si estuviese sobrecogida de la emoción. Tragando saliva para recuperar la voz, continuó hablando—: Jason y yo sufrimos efectos permanentes y las facturas del médico fueron exorbitantes. Frank, que Dios le tenga en su gloria, aceptó todos los trabajos que pudo y trabajó hasta el agotamiento. Si no hubiese sido por eso… Vamos, él era muy ágil y siempre tenía cuidado. —Volvió a sonreír, pero sin tristeza—. Tenía tanta gente que dependía de él, ¿sabe? Sabía que estábamos muy necesitados y tomó todas las precauciones. Si no hubiese sido por la tragedia que asolaba nuestra familia, nunca se hubiese subido a reparar el tejado de la iglesia en un día de lluvia. Estaba resbaladizo y era peligroso. Pero quería terminar el trabajo para que le pagasen. Por eso siguió trabajando.
Chase no pudo pasar por alto la expresión de aflicción que cruzó el rostro de Franny. Se le encogió el corazón, pero, antes de que pudiese mirarle a los ojos, ella bajó la cabeza.
—¡Y ya está bien de esto! —exclamó Mary forzándose en parecer más animada. Poniéndose una mano en el pecho, dijo—: No sé por qué termino siempre hablando de lo mismo. Como si importase a estas alturas. Mi maravillosa y preciosa Francine ha cuidado de nosotros divinamente. Aunque siempre recordaremos la triste muerte de mi Frank, ninguno de nosotros puede decir que hemos pasado necesidad. Francine ha cuidado de nosotros, que Dios bendiga su gran corazón.
Chase se tragó un pedazo seco de carne. Mirando las encantadoras facciones de Mary Graham, trató de asegurarse a sí mismo de estar malinterpretando la situación. Por un momento, le había parecido que Mary Graham estaba revelando las circunstancias de la muerte de su esposo no para que él lo supiese, sino para recordar a Franny sus obligaciones familiares. ¿Quizás incluso para azuzar su conciencia? ¿Como si hubiese sido culpa suya que su familia cogiese el sarampión? Era una idea absurda. Chase decidió que, aunque pudiese leer a una persona bastante bien mirándole a los ojos, la ceguera de Mary Graham debía de estar dándole falsas señales.
Después de comer, Mary Graham fue instalada en un taburete para accionar la máquina de helado mientras Franny y las chicas lavaban los platos. Frankie invitó a Chase al exterior y empezó a liarse rápidamente un cigarrillo en cuanto estuvieron fuera en el porche. Reconociendo la marca dibujada en la talega de Frankie, Chase contuvo su enfado y tuvo que morderse la lengua para no preguntar cómo podía permitirse fumar un tabaco de tanta calidad. Frankie tenía edad suficiente para asumir las responsabilidades de un hombre, y, sin embargo, seguía yendo al colegio y tomaba clases de matemáticas avanzadas para preparar la entrada en la universidad con un tutor especial, lo que significaba que seguía dejando el cuidado de su madre y hermanos a su hermana mayor. Algo de esta imagen dejaba un mal sabor de boca en Chase. ¿Tenía idea el muchacho del gran sacrificio que hacía su hermana para darle el dinero que él desperdiciaba tan inconscientemente? Un tabaco muy caro, en realidad. Si el chico quería ser caprichoso, debería pagarse sus propios hábitos.
Chase no pudo evitar recordar los vestidos repasados y los zapatos viejos que Franny llevaba cuando estaba en Tierra de Lobos. ¿Por qué su familia usaba solo lo mejor? La casa era modesta en su estructura, pero el interior estaba bien decorado, con un mobiliario que distaba mucho de ser sencillo. Algo de todo esto parecía olerle mal. Muy mal. Se moría por quedarse a solas con Franny y preguntarle por qué no insistía en que Frankie y Alaina dejasen el colegio y trabajasen para que ella pudiese buscar otro empleo.
En una familia del tamaño de la de los Graham, Chase se dio pronto cuenta de que los momentos de privacidad eran un lujo escaso. En cuanto el helado estuvo listo, Franny cortó y sirvió el pastel de cumpleaños, lo que hizo que la fiesta llegase a su máximo esplendor.
Viendo una silla de pelo de caballo que había en una de las esquinas, Chase se retiró en ella para poder observar mejor sin perturbar a nadie.
Franny…
Viéndola con su familia, Chase apenas podía creer que fuese la misma mujer reservada que él había conocido. Aquí no tenía miedo a ser reconocida, una paranoia de la que ahora comprendía su razón de ser: Franny quería proteger a su familia del escándalo. Se reía con facilidad y su risa llenaba la casa como si fuera una canción. La tierna paciencia que mostraba con su madre y con Jason le decían más de ella de lo que pudiese imaginar, no solo que era tan dulce por dentro como lo era por fuera, sino que era amorosa y leal hasta la muerte.
Estas dos cualidades le habían sin duda llevado a esta vida de prostitución, el mayor sacrificio que una joven podía hacer. ¿Pero qué otras posibilidades había tenido? Mary Graham, por mucho que amase a sus hijos, estaba ciega y era incapaz de ocuparse de la responsabilidad de su cuidado. A diferencia de otras viudas, no había podido volver a casarse. Ningún hombre hubiese querido tomar a una mujer ciega como esposa, teniendo además como tenía una gran familia. Solo la carga financiera hubiese sido una causa de rechazo.
Este pensamiento hizo que el estómago de Chase se encogiese. ¡Qué alegremente había perseguido a Franny, pensando que podía rescatarla de la vida que llevaba! Ahora se daba cuenta de que no era tan simple. Asumir la responsabilidad de Franny significaba también asumir la responsabilidad de toda su familia. La cantidad mensual necesaria para comida y ropa sería ya, de por sí, considerable. Chase sospechaba que un niño como Jason necesitaba también atenciones médicas de costes extraordinarios. El hombre que aceptase el reto debía de ser un hombre pudiente. Cosas como comprar tierras para el negocio maderero quedaban del todo descartadas.
En ese momento Chase comprendió lo imposible de la situación. A solas, teniendo que preocuparse solo de él, el futuro parecía brillante. Podía querer la luna y tener muchas posibilidades de conseguirla. Si se casaba con Franny, podía muy bien despedirse de todos sus sueños.
Una vida a cambio de ocho; ese era el sacrificio que Franny había hecho. Por muy noble que fuese, era también una pérdida vergonzosa. Inclinada sobre Alaina mientras la chica abría sus regalos, Franny parecía tan dulce y hermosa, el sueño de cualquier hombre, con su sonrisa gentil y sus verdes y brillantes ojos. Se merecía mucho más de lo que tenía, mucho más. Y Chase se moría por dárselo.
Cuando Alaina abrió el regalo de Franny, Chase reconoció al instante el vestido de encaje rosa que había visto en la mesa de coser de Franny. La chica dio un chillido de placer y bailó por el salón, sosteniendo el vestido junto a su pecho.
—¡Ay, Franny, es tan bonito! Me encanta.
Chase dejó de mirar a Alaina y su vestido para fijarse en Franny. Su blusa rosa de algodón ligero tenía unas estilosas mangas de globo y fruncidos en la cintura. Su falda de lana, cortada al bies para que cayese con gracia desde las caderas al suelo, era de color rosa oscuro. En contraste con su pelo rubio, la mezcla de colores le recordó a los pétalos de rosa a la luz del sol. Era un vestido bonito y a la moda, a diferencia de los trapos antiguos y raídos que llevaba normalmente. Chase sospechó que apartaba su ropa especial para ponérsela solo cuando volvía a casa, para que su familia nunca supiese la verdad, el sacrificio que tenía que hacer para que a ellos no les faltase de nada.
Después de que Alaina terminase de abrir los regalos, Chase fue una vez más invitado a unirse a Frankie al exterior para fumar. Aunque le gustaba el tabaco tanto como estar junto al joven, Chase había sido criado por un padre que solía ayudar en las tareas de la casa, y encontraba la aversión de Frankie por «el trabajo femenino» irritante. A pesar de sus aires de hombre maduro, el chico tenía mucho que madurar, según Chase, y cuanto antes lo hiciera mejor sería para Franny.
Incapaz de resistirse a reírse un poco a costa de Frankie, Chase miró su hermoso perfil un momento.
—Sabes, Frankie, juraría que nos hemos visto antes.
Los ojos azules del chico mostraron desconcierto. Dando una gran calada del cigarrillo recién liado, exhaló y dijo:
—¿De verdad? Si es así, no lo recuerdo.
Divirtiéndose con el juego, Chase pretendió pensar en el pasado. Por fin, sacudió la cabeza.
—Sé que te he visto antes. Supongo que me acordaré antes o después.
Unos cuantos minutos más tarde, volvieron a entrar en la casa. Chase esperó a un silencio en la conversación, chasqueó los dedos, y dijo:
—¡Ya lo tengo!
—¿Qué es lo que tienes? —Dándose la vuelta en el fregadero, Franny le miró con curiosidad.
Chase dio una palmadita a Frankie en la espalda.
—Dónde había visto antes a Frankie. —Y le dirigió una sonrisa de reconocimiento—. ¡Tú, pequeño bandido! Es una buena cabalgata de aquí a Tierra de Lobos para ir a la taberna un sábado por la noche. Me sorprende que os hayáis aventurado tan lejos.
El silencio que cayó sobre la habitación parecía desafiante. A Frankie se le puso la cara de color escarlata.
—¿Tierra de Lobos? Me temo que…
Interrumpiéndole, Chase añadió:
—Sabía que antes o después lo recordaría. Donde te había visto, quiero decir. —Al ver la expresión de agonía de Frankie, Chase miró con rapidez a su madre—. Vaya, chaval, no pretendía… Vaya, ya sabes. Pensé que… —Chase se aclaró la garganta e hizo lo que pudo para parecer avergonzado—. Como eres el hombre de la casa y todo eso, pensé que esas cosas ya estaban superadas… Esto…, no era mi intención levantar la liebre.
—¿Frankie? —dijo Mary suavemente—. ¿Qué estabas haciendo tú en Tierra de Lobos? La única razón que se me ocurre es que fueses a visitar a tu hermana, y sabes muy bien que la señora Belle le prohíbe que tenga visitas en su casa.
Frankie se retorció avergonzado.
—Esto, yo… fui a Tierra de Lobos con unos amigos, mamá.
—¿A la taberna?
—Sí, mamá.
—¿Con qué amigos?
—Unos del colegio.
Chase miró de reojo a Franny. Para su alivio, sus ojos brillaban y pudo ver que estaba esforzándose por no echarse a reír. Con los labios apretados, asumió una expresión severa mientras doblaba el paño de secar y lo colgaba en la percha.
—La taberna de Tierra de Lobos no es lugar para los chicos de tu edad, Frankie —le reprendió—. He oído los rumores que circulan sobre ese sitio, y sucede que sé que hay mujeres de mala reputación en la planta de arriba.
Mary carraspeó. La cara de Frankie se ruborizó aún más.
Chase decidió que ahora era un buen momento para retirarse. Dando una palmada en la espalda a Frankie en señal de disculpa, se despidió de la señora Graham educadamente y le agradeció haberle incluido en el cumpleaños, expresando también su pesar por no poder quedarse más tiempo.
—Me queda un largo camino por delante —explicó—, y me gustaría hacer gran parte de él antes de que se haga de noche.
Como una reina en su trono, Mary Graham tendió la mano a Chase para que se la cogiera. Él sonrió levemente al gesto, consciente de que provenía más de la necesidad que de cualquier ilusión de grandeza. La mujer no podía ver y había aprendido a encontrar la forma de compensarlo. Extendiendo la mano, obligaba a la gente a cogérsela y por consiguiente evitaba tener que andar a tientas. Chase encontró simpáticas sus formas, signos de una mujer que no se había dejado abatir por la tristeza y que probablemente nunca lo haría.
—Le acompañaré —dijo Franny mientras sacaba su sombrero de la percha—. Discúlpame unos minutos, mamá. Volveré pronto.
Chase había atado su caballo en el abrevadero. Franny se puso a su lado al descender las escaleras del porche y caminó en esa dirección. Esperó hasta que estuvieron bien lejos de oídos indiscretos antes de hablar.
—Y bien, ¿ya estás satisfecho?
Chase oyó la amargura en su voz y supo lo que seguiría a continuación. Ahora que conocía a su familia, podía entender mejor su tendencia a guardar secretos.
—Lo siento, Franny. Cuando vi que te ibas otra vez del pueblo ayer, no pude resistirme a seguirte.
—¿Pasaste la noche en Grants Pass?
Él se puso el sombrero negro y se echó el ala hacia atrás para mirarla mientras caminaban.
—Estoy acostumbrado a dormir a la intemperie. Solo tuve que tender mi petate debajo de un árbol.
—¿Y esperar hasta mediodía para llamar?
Se encogió de hombros.
—No podía aparecer demasiado pronto sin que pareciese extraño. Si hubiese cabalgado todo el camino esta mañana, me habría llevado gran parte de la mañana.
—Entiendo.
Solo que, claro está, no lo entendía en absoluto. Chase lo vio en su expresión.
—Supongo que piensas que soy un pesado incurable.
—Estoy más preocupada por saber qué es lo que vas a hacer con lo que has averiguado.
Chase se detuvo.
—¿Qué diablos significa eso?
—Es solo que me parece muy difícil entender por qué descubrir la verdad era tan importante para ti.
—Franny, yo solo quería ayudarte, eso es todo.
Sus ojos se nublaron.
—¿Y ahora? ¿Estás todavía tan ansioso por ayudarme, Chase?
Los dos sabían que la respuesta a eso ya no era tan sencilla. Él tragó saliva y apartó la mirada, deseando poder decirle que sí. Pero lo cierto era que necesitaba tiempo para pensar. Franny venía en un paquete familiar de ocho. Cualquier hombre querría estar seguro de lo que iba a hacer antes de aceptar una responsabilidad semejante.
Cuando Chase bajó por fin la mirada hacia ella, vio un brillo sospechoso en sus ojos que él interpretó como restos de lágrimas. Dios santo, lo último que quería era lastimarla. Por lo mismo, no podía hacerle ninguna promesa, ni siquiera para proteger sus sentimientos. Por mucho que le importase, tenía docenas de sueños que conseguir y que no podría alcanzar ni en un millón de años si se comprometía con ella.
Era egoísta, y lo sabía. Imperdonable. Pero no era fácil despedirse de un plumazo de todo lo que había deseado. Desde que era un niño, había deseado tener su propia tierra maderera algún día. En los últimos años, había trabajado como una mula y ahorrado casi hasta el último centavo que había ganado para comprar esa tierra. Si se permitía amar a esta mujer, tendría que despedirse de todo eso.
—Franny, necesito tiempo para pensar en todo esto.
Su boca se torció en una sonrisa amarga.
—Intenté decirte que no había una salida para mí, pero no quisiste escucharme —dijo alzando la barbilla—. No te sientas mal por mí. Mis obligaciones pueden ser una sorpresa para ti, pero yo llevo soportándolas desde hace tiempo y ya hace mucho que las he aceptado.
—No, ahí es donde no estamos de acuerdo —se aventuró a decir Chase, esperanzado—. Frankie y Alaina tienen ya edad suficiente para ayudar a la familia. Deberías insistir para que lo hicieran y así poder conseguir tú otro tipo de trabajo.
—Entiendo —dijo ella suavemente—. ¿Y qué pasará con Frankie y Alaina? ¿Debo suponer que ninguno de ellos podrá casarse y tener la oportunidad de llevar una vida normal?
—¿Por qué no? Tú lo has sacrificado todo. No es justo que tú debas seguir siendo la única en hacerlo.
Empezó a soplar una brisa que levantó uno de sus rizos por la sien. Con dedos temblorosos, se retiró el pelo de los ojos.
—Eso mismo, tú lo has dicho… Yo lo he sacrificado todo. No hay vuelta atrás para mí, Chase. Desde esa primera noche, mi destino estuvo sellado. No puedo pretender que nunca pasó. Y aunque pudiera, ¿qué oportunidades tengo de poder llevar una vida normal?
—Con el hombre adecuado, una muy buena, maldita sea.
—¿Mientras Alaina y Frankie se hacen mayores cuidando de nuestra familia? Para cuando los otros niños sean lo suficientemente mayores para ganarse la vida y solo haya que cuidar a mamá y a Jason, Alaina será una solterona y Frankie un mal partido encadenado a una madre ciega y a un hermano idiota.
—Vaya, entiendo —dijo con un tono sarcástico—. Es mejor que seas tú la que te sacrifiques.
—Sí.
Esa simple respuesta le obligó a hundirse en lo más hondo de esos ojos verdes. Lo que leyó en ellos fue un pozo de dolor.
—¿Por qué, Franny? ¿No te mereces algo de felicidad? No es culpa tuya que tu madre y Jason estén como están.
—Sí —susurró de nuevo—. Es culpa mía. Totalmente mía.
—¿Qué? —preguntó, incrédulo—. ¿La ceguera y el retraso mental? Vamos, Franny. ¿Cómo puedes culparte por eso?
—Es una historia muy larga. Pero créeme si te digo que los dos serían normales si no hubiese sido por mí. Y como consecuencia de ello, también fui responsable de que mi padre se subiese a ese techo bajo la lluvia. —Levantó la mano en un gesto de impotencia—. Así que, ¿lo ves? Tomé la decisión de que mi deber era cuidar de mi familia hace mucho tiempo. Cuando los otros niños sean adultos, todavía tendrá que haber alguien dispuesto a sacrificarse para cuidar de mamá y de Jason. Es mejor que haya una vida arruinada que tres. Quiero que Alain y Frankie… —Su voz se quebró, y tragó saliva, cogiéndose por la cintura como para protegerse del frío—. Quiero que tengan la oportunidad de ser felices, eso es todo.
Chase sabía que había estado a punto de decir que quería que sus hermanos tuviesen la oportunidad de tener todas esas cosas que ella no había tenido.
—¿Y qué hay de tu felicidad?
Ella bajó las pestañas levemente, por lo que él no pudo leer la expresión en sus ojos.
—No importa.
—¿Que no importa?
Dejando caer los brazos, forzó una sonrisa triste.
—Adiós, Chase. Confío en que lo que has sabido hoy de mí sea un secreto entre nosotros. Causaría un daño irreparable en mi familia si llegasen a saber la verdad.
Con esto, se dio media vuelta para irse hacia la casa. Chase la cogió del brazo.
—Franny, espera.
Ella le miró por encima del hombro.
—¿No lo ves? —le preguntó en voz baja—. Si de verdad quieres ayudarme, aléjate de mí. Todo lo que has conseguido hasta ahora es hacerme desear cosas que nunca podré tener.
De este modo, se soltó de él y se alejó.