Capítulo 8

En el momento en que estuvieron fuera del local, Chase se cambió la cesta de mano, desató los lazos del sombrero de Franny y se lo quitó de la cabeza. No se le pasó por alto la cara de pánico que vio en sus ojos. Ella trató salvajemente de recuperar el sombrero, determinada a ponérselo otra vez.

—Es noche cerrada, por el amor de Dios. No necesitas esconder tu cara ahora.

Por su expresión, Chase supo que había dado en el clavo más de lo que ella hubiese deseado. Ella dudó y después dejó caer la mano, con la vista fija todavía en el sombrero.

—He pagado cincuenta dólares para estar contigo —dijo suavemente—. Sería una condena tener que ver toda la noche el ala de tu sombrero.

Determinado a ignorar la expresión asustada de su rostro, Chase dobló el sombrero de tela y se lo metió debajo del cinturón. Hecho esto, la cogió por el codo para guiarla a lo largo de la acera, su cabeza llena de preguntas que sabía que no recibirían probablemente respuestas. ¿Por qué temía tanto que la reconocieran? ¿Se escondía de alguien?

Al observar su pálido perfil, Chase tuvo que reconocerlo. Los rizos almidonados y el maquillaje que llevaba cuando trabajaba alteraban tanto su apariencia que solo alguien que la mirase muy de cerca podría establecer una conexión entre esta joven remilgada y con maneras de señora y la prostituta que trabajaba en el Lucky Nugget.

Chase se había propuesto que la noche fuese lo más productiva posible. Así que dejó a un lado todas sus preguntas y le soltó el codo para tomarle de la mano. Ella le miró incrédula, lo que le hizo preguntarse si alguna vez habría tenido novio. Era tan guapa que le parecía imposible que no lo hubiese tenido. No podía ser la primera vez que un joven la cortejaba.

A este extremo del pueblo estaba el salón comunal. Un poco más al norte estaba la casa de Índigo y la escuela. Chase tenía un destino en mente y aligeró el paso cuando salieron de la acera de la calle principal. Hasta él llegó un sonido de risas y voces, y levantó la vista para ver a varias parejas que salían del salón. El baile debía de haber terminado. Deseó haber podido llevar a Franny allí. Casi podía sentirla flotando en sus brazos al compás del vals, las mejillas sonrojadas, los ojos brillantes de placer.

Bajando la vista hacia ella, no pudo evitar percibir el anhelo en su expresión cuando vio a las jóvenes vestidas con sus mejores galas, acompañadas todas por jóvenes atentos. Tampoco le pasó por alto el hecho de que aligerase el paso en un intento por evitar a toda costa ser vista. Chase sufría por ella, incapaz de entender por qué seguía ejerciendo una profesión que le causaba tanto dolor. Tenía que haber una salida para ella. Lo único que tenía que hacer era ayudarle a encontrarla.

Solo cuando se acercaron a la escuela pudo ella relajarse, aunque fuera solo un poco. Chase prefirió ignorar su incomodidad y llevarla al patio. Cuando se dio cuenta de que él quería que se sentase en uno de los columpios, se agarró la falda y sacudió la cabeza.

—No me he subido a un columpio desde hace años. No creo que…

—Entonces ya es hora, ¿no crees?

Después de dejar a un lado la cesta, él la presionó para que se sentara.

—Agárrate fuerte —le ordenó, y después no le dejó otra opción, porque cogió las cuerdas y la atrajo hacia atrás hasta que sus pies no pudieron tocar el suelo.

Ella gritó al ver que la soltaba. Su falda voló con el viento. Con una mano, trató de taparse las piernas con la falda. Que Dios la perdonase por enseñar los tobillos. Chase sonrió para sí y le puso las manos en la cintura cuando volvió hacia él. ¡Dios, cómo deseaba retenerla y acariciarle el espacio de la nuca en el que esos rizos rubios le caían como una tentación!

Resistió la necesidad y le dio otro empujón suave. Observándola, sintió cierto grado de satisfacción al ver que la tensión de sus hombros cedía un poco. Sabía demasiado bien que ella no siempre era tan seria y comedida. Quería hacer todo lo posible para atravesar sus barreras hasta que ella se sintiese cómoda a su lado y se riese como lo hacía con Índigo y los niños.

Cogiéndola de la cintura otra vez, la mantuvo suspendida un momento, en una postura en la que el trasero le presionaba el abdomen. Tenía la nuca a la altura perfecta para besarla, y una vez más tuvo que resistir la tentación de hacerlo. Imaginó una piel tan suave como el terciopelo al contacto con sus labios, y recordó su olor de la noche anterior, un olor que él adivinaba a lavanda dulce.

Pero Chase tenía una misión en mente y asustarla con insinuaciones sexuales no entraba en el plan. La soltó y siguió columpiándola con otro empujón que la mandó más alto que la vez anterior. Ella gritó asustada otra vez, pero la risita que siguió le hizo comprender que estaba más emocionada que asustada por la altura.

—Me estás empujando demasiado. ¿Y si me caigo?

—Te cogeré.

—¿Y qué hay de tus costillas?

Chase había casi olvidado sus costillas.

—Están mejor.

—No pueden estar mucho mejor.

—¿Dejarás que sea yo el que me preocupe por eso? Relájate, Franny. Diviértete un poco, por una vez.

Ella se rio asustada al notar otro empujón.

—Me parece una manera muy peculiar para un hombre de gastar cincuenta dólares.

—Es que yo soy un tipo peculiar.

Él siguió empujándola hasta que ella le hizo caso y empezó a divertirse. Cuando por fin estuvo cansado y detuvo el balanceo, ella torció la cabeza para mirarle, interrogándole, perpleja. Así era como la quería: curiosa.

—¿Por qué me has traído aquí fuera? —preguntó por fin.

Cada minuto que pasaba en su compañía, sus motivos se hacían más confusos, incluso para él. Evadiendo la pregunta, la dejó allí sentada y fue a buscar la cesta del pícnic. Ella le observaba con recelo mientras él extendía una manta ligera bajo el gran roble que había al borde del patio de juegos. Sentándose con las piernas cruzadas sobre la tela, le indicó con la mano un sitio junto a él para que se sentara.

—Vamos, no muerdo. Al menos, no muy fuerte.

Ella permaneció en el columpio un momento, recelosa e insegura de sus intenciones. Chase pretendió no darse cuenta y empezó a sacar la comida de la cesta. No era nada especial, pero lo mejor que había podido conseguir sin tener que pedir a su madre que preparase algo especial. Bizcochos de maíz, melón, pollo frío y una botella de vino que había comprado especialmente para la ocasión. Sirvió un poco del burdeos en el par de tazas que había traído, lentamente, consciente de que ella le estaba observando desde el otro lado.

—Espero que te guste el pollo frío. —Hundió los dientes en un muslo y se reclinó sobre el codo, sonriendo mientras masticaba—. ¿Tienes hambre?

A decir verdad, Franny estaba hambrienta. Rara vez comía por la noche. Hasta que su primer cliente llegaba, siempre se ponía medio enferma de la tensión, y había aprendido mucho tiempo atrás que su estómago se rebelaba a comer nada hasta no haber terminado el turno.

—Supongo que podría comer algo.

Él hizo un gesto para que se sentase. Sabía lo rápido que podía moverse, pero tener algo entre ellos, aunque fuera una débil cesta, hacía que se sintiera mejor. Agarrándose la falda, se sentó de rodillas. Él la observó, pensativo. Con cuidado de no enseñar los tobillos, echó una mirada curiosa a la cesta, vio otro muslo de pollo y estiró la mano hacia él, algo indecisa. Empanado y crujiente. Le dio un bocado pequeño.

—Mmmm, está buenísimo.

—Mi madre cocina de maravilla.

Cambiando de codo, Chase se inclinó más cerca de la cesta para rebuscar en su contenido. Ella oyó ruido de cubiertos. Un instante después, su mano salió con un tenedor en cuyo extremo había pinchado un trozo de melón. Sin avisarla, se lo acercó a la boca sin darle otra opción que no fuera la de abrirla. Melón cantalupo. Se le llenó la boca del dulce zumo. El sabor era exquisito. Gus rara vez compraba fruta fresca: era algo que sus intoxicados clientes no apreciaban. Ella había comido fruta algunas veces en la casa de Índigo, claro, pero aparte de eso no solía tomarla.

Después de tragar, se dio cuenta de que no era aún temporada de melón. Sorprendida, y olvidando por un momento sus recelos, preguntó:

—¿Dónde demonios has encontrado melón?

—Jeremy, el cuñado de Índigo. ¿Lo conoces, el hermano de Jake? Estuvo en California y pasó por aquí en su viaje de vuelta a Portland. Le trajo a mamá un cargamento entero de melones. No estaban maduros, así que mi madre los envolvió en papel para hacer que endulzasen. Ahora tenemos melón cantalupo que nos sale hasta por las orejas.

A Franny, eso le pareció el paraíso y deseó tener alguno para poder llevarle a su madre el próximo fin de semana. El melón era la fruta favorita de Mary Graham.

—¿Melón casi dos meses antes? Me cuesta incluso creérmelo, ¡y sabe tan bien! ¿Quién hubiese imaginado que madurarían envueltos en papel?

—Las estaciones duran mucho más en California. El sol, mucho sol. La gente de allí está morena casi todo el año.

—Y los de Oregón se oxidan —añadió ella.

—O mucho me equivoco o hablas como una verdadera palmípeda. ¿Dónde naciste, Franny? ¿Por aquí cerca?

El calor le subió por las mejillas. Era evidente que estaba esperando a que ella se descuidase, y no podía permitirle que la engatusase de tal modo y dejar así que consiguiese lo que quería.

—De un campo de fresas, ¿recuerdas?

—Pero no de un campo de aquí de Tierra de Lobos. Si fuera así, hubieses ido a la escuela de aquí, y no te recuerdo.

—Tal vez nunca fui a la escuela.

—¡Señor! Eres demasiado bien hablada como para no haber ido. Tengo cierta habilidad para los errores gramaticales. Mi tía Amy nos metió con pico y pala la gramática inglesa.

—He leído mucho.

—¿Y quién te enseñó a leer?

Franny suspiró.

—Un profesor, claro. Fui a la escuela hasta los trece años. Después, tuve que dejarla.

A Chase se le encogió la garganta. Trece años. Poco más que una niña. Jesús.

—¿Es entonces cuando empezaste a trabajar?

—Un poco después.

—¿A los trece?

—Sí.

—Hijo de puta. —Chase tiró su muslo. Quería tirar más que eso. La cesta del pícnic, quizá. Una niña vendiendo su cuerpo a los hombres—. ¿Dónde diablos estaba tu padre? ¿No tenías?

—No. Él murió en un accidente.

—¿Y te dejó huérfana?

Ella dudó.

—Sí. Huérfana.

Desde luego, no tenía mucha habilidad para mentir.

—¿Y nadie se ofreció a cuidarte?

Ella apartó la mirada. Después de un rato, dijo:

—He dicho todo lo que iba a decir. Si me has traído aquí para interrogarme, me vuelvo a casa.

Chase sabía lo que eso significaba. Él trató de recuperar el hilo de la conversación anterior. California. Palmípedos. Tierra segura.

—¿Quieres más melón?

—No, gracias.

Había conseguido aguarle la fiesta y por eso quería castigarse a sí mismo. Antes o después, terminaría sabiendo todo lo que quería saber de ella, pero el proceso no podía ser doloroso.

—¿Alguna vez has estado en California?

—No, pero he conocido a gente de allí. —Tratando de recuperar la compostura, respiró hondo, se sacudió la cabeza y después se esforzó en sonreír—. Todos parecen ricos. Sé que no pueden serlo, claro, pero hay algo en ellos que… Un aire de sofisticación. Y todos llevan ropa comprada en tienda. ¿No te has fijado?

—No todos. Quizás aquellos que tú has visto. Supongo que los tipos que pueden permitirse ir al teatro son los adinerados. He visto tantos tipos pobres como ricos de allí abajo. Lo único que la mayoría de ellos tiene en común, según mi opinión, es que sus caras son como las pasas.

—¿Incluso las de las mujeres?

La boca se le puso tensa.

—No, las mujeres no, claro. Ellas se protegen la piel. —Tocando el sombrero que llevaba guardado bajo el cinturón, añadió—: La mayoría con pamelas.

—Mucho más bonitas que esta, supongo.

—Algunas. Para decirte la verdad, no traté mucho con mujeres cuando estuve allí.

Algo en su expresión y en la forma en que dijo «mujeres» le dijo que su visita allí no había sido agradable. No pudo evitar preguntarle:

—¿Qué te llevó allí?

—La madera. Corté madera en los bosques de secuoya para ganar dinero. Cuando me despidieron, bajé más al sur en busca de otro trabajo. Si crees que aquí hace calor, deberías bajar allí en verano. Puedes freír un huevo en el asiento de un carromato.

—Bueno, pues todo ese sol hace posible que los melones de allí sepan tan bien.

—Es aún más dulce si madura en la mata. —Bebió un sorbo de vino y le guiñó un ojo por encima del borde de la taza—. Como ocurre con las fresas.

Franny raras veces se permitía beber más de unos cuantos sorbos de alcohol, incluido el vino, pero esa noche decidió hacer una excepción. Chase la ponía tensa. No podía bloquearle en su mente como hacía con los otros hombres. No en estas circunstancias, al menos. Dio un sorbo al burdeos y miró con nostalgia a la cesta, deseando poder comer más melón. Como si le leyese el pensamiento, partió otro pedazo y se lo ofreció a ella. Esta vez no dudó. Inclinándose hacia delante, lo cogió con los dientes. Para su consternación, el zumo salió disparado.

Él gimió y se cubrió los ojos. Aterrorizada, Franny se tragó la fruta sin masticar.

—¡Ay, querido! Lo siento mucho.

Abriendo los dedos, miró hacia ella, con una sonrisa pícara en los labios.

—Te lo has creído.

Ella rio con ganas.

—Eres imposible.

—¿A que sí?

Él se rio y volvió a fijar su atención en el pollo. Franny hizo lo mismo. Un confortable silencio se instauró entre los dos, algo que ella hubiese creído imposible. Tomó otro trago de vino, preguntándose si su efecto calmante no tenía algo que ver con que empezase a sentirse relajada.

Chase devoró otros dos trozos de pollo antes de que ella terminase con el primero. Ella observó que había dejado la mitad del cuenco de melón para ella. Mientras terminaba de comer, él rodó sobre su espalda y se puso a mirar al cielo lleno de estrellas. Franny se entretuvo con la comida, temiendo el momento en que su boca dejase de estar llena y él esperase que empezase a hablar. No tenía ni idea de qué más podía contarle. Nadie podía hablar de melones y de californianos eternamente.

Al final, sin embargo, empezó a sentirse llena y supo que, si seguía comiendo, le sentaría mal. Después de tirar las sobras en la oscuridad para los animales salvajes, empezó a limpiar los platos con una servilleta y guardó la comida que sobraba. Entonces cogió la garrafa de vino, a lo que él dijo:

—Déjala fuera. No sé tú, pero yo tomaré un poco más.

Franny no estaba segura de que debiese hacer lo mismo. Pero cuando él se dispuso a rellenar las tazas, no le dio mucho margen para rechazarlo. Se limitó a verter el vino y pasarle la taza. Ella aceptó en silencio. Cruzando las piernas y metiendo los talones bajo sus muslos, Chase se estremeció y se echó hacia delante un poco, con los codos sobre las rodillas. Aunque sus costillas le estaban a todas luces molestando, tenía mucha agilidad para un hombre tan alto y musculoso. Parecía tan cómodo que Franny se soltó la falda y adoptó la misma postura.

Mirándola con cariño, dijo:

—Hubieses sido una joven india muy bonita con ese color rubio plateado y esos grandes ojos verdes. En los días de mi padre, algún joven aguerrido y guerrero te hubiese robado. Con ese pelo, hubiesen podido cambiarte por un centenar de caballos, tirando por lo bajo.

—Los cincuenta dólares que tú has pagado esta noche ya son suficientemente vergonzosos.

Franny se arrepintió al instante de sus palabras. Pero lo dijo sin pensar. Hubo un silencio tenso. Esa noche, ella pertenecía a ese hombre, y su absurdo comentario les había recordado a los dos eso mismo.

Buscando algo que decir, cualquier cosa que pudiese ayudar a pasar el momento, se frotó las manos en la falda.

—Con las piernas cruzadas. ¿Es así como se sientan todas las mujeres comanches?

—Se sentaban —corrigió él. Y luego se encogió de hombros—. No todas, supongo, pero bastantes sí. Pocas veces tenían sillas, ¿sabes?, y si se hubiesen sentado de otra manera hubiesen tenido problemas de espalda.

Franny no pudo evitar notar que él hablaba del pueblo de su padre en pasado, y se preguntó cómo se sentiría por ello. Una sociedad entera destrozada. Desde que empezase a ejercer su profesión, Franny había encontrado a menudo consuelo en los libros y, por su amistad con Índigo, leer sobre los indios de la planicie le había resultado interesante durante un tiempo. No mucho. Pronto se dio cuenta de que la mayoría de los libros que hablaban de los comanches o de cualquier otra tribu habían sido escritos desde un punto de vista muy parcial.

—Debe de ser muy difícil para ti y para tu padre saber que los pocos que sobrevivieron de vuestro pueblo están ahora en reservas. La forma de vida que él amó una vez ya no existe.

—Él no lo ve así.

Franny se preguntó de qué otra manera podría verse. Como hacerle hablar de ello evitaba que tuviese que hablar ella, decidió preguntarle.

—Mi padre cree que su pueblo pervive en nosotros —explicó suavemente—. Siempre y cuando cantemos sus canciones, nunca morirán. Los comanches fueron unas personas maravillosas, y las personas maravillosas siempre dejan una huella difícil de borrar.

Era una idea preciosa. Franny suspiró y tomó otro trago de vino. Siguiendo su ejemplo y apoyando los codos en las rodillas, empezaba a creer, incluso aunque fuera en contra de su juicio común, que quizá todo lo que de verdad quería de ella era amistad. No había hecho ningún otro movimiento hasta el momento.

—Nuestro pueblo mantenía que no había ayer, solo mañana —siguió—, así que mi padre nunca nos ha dejado lamentarnos por lo que fue. Él mantiene la vista fija siempre en el horizonte. Lo que ocurrió hace un minuto, o un día, o un año, ya no importa. Lo que él fue entonces no importa. Solo el ahora y la manera en la que él labra su futuro tienen importancia.

—Eso es muy idealista.

—Pero es cierto. —A la luz de la luna, sus ojos brillaban como terciopelo azul engarzado en diamantes—. Piénsalo. Ahora, trata de concentrarte en este momento. —Se quedó en silencio un momento y después la sonrió—. ¿Ves? Incluso antes de que hayas podido capturarlo, el momento se ha ido. Se ha ido para siempre y nunca podrás hacerlo volver. Cuando piensas de esta forma, resulta absurdo que tanta gente se lamente por lo que les pasó ayer. Se ha acabado, se ha ido, es polvo en el viento.

—Pero, sin embargo, es un vivo recuerdo.

—Si dejas que sea así.

—Algunas veces nuestro pasado controla nuestro presente y nuestro futuro, por mucho que queramos evitarlo.

Él sacudió la cabeza.

—El pasado no cuenta porque el momento en el que pasó queda tras de ti.

Era una idea maravillosa. Ella sonrió con nostalgia.

—Ojalá la vida pudiese ser tan simple.

—La vida es como una manta en la que te enrollas. Tú te haces el tejido.

Mientras hablaba, se rio como si fuera una antigua broma. Fascinada, Franny le observó. Era más parecido a Índigo de lo que había pensado en un principio, pensó. Ayer por la mañana, nunca hubiese imaginado que podría decir algo tan maravilloso, tan profundo. Pero al mirarle a los ojos, supo que creía de verdad en lo que decía. Igual que Índigo hacía. También sabía que sus palabras iban dirigidas directamente a ella, que trataba de decirle que no estaba obligada de por vida a llevar la vida que llevaba, que podía cambiar si quisiera.

Ojalá fuese tan sencillo.

Desear. Algunas veces pensaba que había pasado toda su vida deseando, y siempre cosas imposibles. Dijese lo que él dijese, las circunstancias solían a veces confeccionar el tejido de la vida por ti, y no había nada que se pudiera hacer para cambiarlo.

—Vente conmigo —susurró él.

Las palabras se colaron suavemente en la cabeza de Franny. Por un momento, pensó que las había imaginado. Pero cuando volvió a centrar su atención en la cara de Chase, pudo ver por su expresión que no era así.

—Vente conmigo —repitió—. Cuando tenga las costillas curadas y me vaya, vente conmigo. Sin obligaciones. Solo como amigos. Te ayudaré a encontrar trabajo en otro lugar. Puedes dejar todo esto atrás y olvidar que ocurrió alguna vez. Tierra de Lobos es un lugar pequeño e, incluso aunque te encuentres con caras familiares allá abajo, no reconocerán la tuya. Con la cara lavada y el pelo cepillado, no te pareces en nada a la Franny del Lucky Nugget.

Ella sabía que no se parecía en nada a la Franny del Lucky Nugget. Se había cuidado muchísimo de que fuera así. Tratando de encontrar la forma de explicarle las circunstancias sin revelarle demasiado de su vida, dirigió la vista hacia la negrura del bosque que rodeaba la escuela. Se dio cuenta de que había juzgado mal a Chase. Su incesante persecución estaba impulsada por motivos filantrópicos, no carnales. De verdad quería ayudarla, no como un héroe que la pusiese a sus pies y la llevase a sus brazos, sino como un amigo. Darse cuenta de esto hizo que se le saltaran las lágrimas.

—Si la idea de irte de aquí te asusta —susurró él—, no dejes que eso ocurra. Hasta que puedas valerte por ti misma, yo estaré a tu lado. Si algo sale mal, me tendrás como apoyo.

Franny parpadeó. ¡Ah, Dios! Era tan injusto. Tener a alguien que te ofreciese algo así y no poder aceptarlo. Lo peor de todo era que dudaba incluso de poder hacer que lo entendiese sin revelar demasiados secretos.

Con voz contraída, ella dijo:

—Aprecio tu oferta, Chase, pero hay razones que me impiden aceptarla.

Él la observó un buen rato.

—¿Qué razones? Tal vez pueda ayudarte.

—No. Quizá lo intentarías. Pero algunas dificultades no pueden resolverse.

—Mi familia no es como las demás. Sabes que Índigo te apoyaría. Y mis padres son exactamente como ella. Entre ellos y yo, podemos de algún modo hacer que tus responsabilidades sean menores.

Esto costaría una fortuna, por no hablar de que haría falta un milagro.

—Mis responsabilidades son un poco peores que las de la mayoría, me temo.

—Cuéntamelas.

Parecía tan serio que, por primera vez en nueve años, estuvo tentada. Pero el sentido común le dijo que no debía dejarse convencer. Incluso aunque tuviese las mejores intenciones, Chase podría repetir accidentalmente algo de lo que ella le contase. Si la verdad sobre su identidad se hacía alguna vez pública, sería desastroso. Lo sería hasta tal punto que causaría daños irreversibles incluso a personas que solo sospechasen quién era realmente. Grants Pass, su pueblo natal, estaba lo suficientemente lejos como para estar a salvo si era cuidadosa, pero no lo suficientemente lejos como para estar libre de los cotilleos que ella se había cuidado de provocar. Había mucha gente a la que amaba que saldría muy perjudicada.

—Por favor, no me malinterpretes —dijo rápidamente—. Siempre te estaré agradecida por la ayuda que me ofreces. —Consiguió sonreír—. He tenido otras ofertas antes, claro, pero siempre ligadas a compensaciones. Eres el primer hombre en mi vida que no quiere nada para él.

Se le contrajo la boca.

—Eso no es del todo cierto. Hay algo que quiero para mí.

—Ah.

Él hizo una mueca.

—Nada de lo que estás pensando. Y no creas que no te considero extremadamente atractiva, porque así es. Es solo que… —respiró profundamente—. Me gustaría ayudarte a empezar de nuevo sin que exista nada de eso entre nosotros. ¿Lo entiendes? Sin obligaciones, sin complicaciones. Solo como amigos. Necesito hacerlo así.

Franny arrugó el entrecejo.

—¿Lo necesitas? Lo siento, pero no te entiendo.

Él se frotó la nariz y miró su taza de vino. En la oscuridad, Franny supo que no podía ver nada, que estaba enfocando el contenido de la taza solo porque le costaba mirarla a ella.

—Una vez, hace mucho tiempo, pude haber ayudado a alguien, pero al final le di la espalda y no lo hice. Desde que te he conocido, me he dado cuenta de lo mucho que me equivoqué. —Por fin levantó la mirada—. No puedo volver atrás y cambiar el pasado. Solo puedo mirar hacia delante. Pero si puedo ayudarte, tal vez pueda dejar de sentirme culpable.

—Entiendo.

—Probablemente no. No me he explicado muy bien, lo sé. Pero lo he hecho lo mejor que he podido.

—Si tu plan es rescatar a un alma descarriada, me temo que has elegido a la mujer equivocada. No existe salida para mí. En unos cuantos años —agitó la mano—, espero que las cosas sean un poco más manejables para mí, que pueda elegir incluso otra forma de ganarme la vida, pero, hasta entonces, no tengo otra alternativa que seguir haciendo lo que hago.

—Todo el mundo tiene otra alternativa, Franny.

—No —se limitó a decir ella—. Algunos no la tenemos.

Su frustración era evidente.

—Ha sido maravilloso —le dijo—. Pero ahora creo que debo volver. Si me acompañas, te devolveré los cincuenta dólares. Todavía tengo libre parte de mi turno. Puedo recuperar el tiempo perdido.

—Me estás poniendo entre la espada y la pared. No puedo dejarte en ese agujero. Si no puedo sacarte de allí de una forma, lo haré de otra.

—Necesitarás una carga de dinamita y varias palancas —dijo ella tímidamente.

Él sacudió la cabeza.

—No me alejaré esta vez. Que te quede claro.

Volvía a tener ese brillo de determinación en la mirada. Se dio cuenta de que lo decía en serio. Pasase lo que pasase, estaba dispuesto a sacarla de allí. Si hubiese sido cualquier otro hombre, a Franny le hubiese parecido divertido. Pero desde el principio había sentido que Chase Lobo tenía un lado peligroso. No era un hombre al que una podía tomar a la ligera, y tenía el presentimiento de que rara vez fallaba en conseguir lo que se proponía.

—Si tengo que hacerlo, seguiré el ejemplo de mi padre y te secuestraré —dijo en broma.

A pesar del tono casual, Franny no pudo menospreciar la amenaza. Con todo el mundo en el pueblo, había oído los rumores que circulaban sobre Chase Lobo. Era un rebelde, eso sin duda. Si decidía secuestrar a una mujer, probablemente lo haría, sin reparar en las consecuencias. No sería la primera vez que se daba de bruces contra la justicia.

Algo en la expresión de ella debía de haberle revelado lo que estaba pensando, porque su voz se hizo más dulce.

—No empieces a tenerme miedo otra vez, Franny. De verdad, soy inofensivo.

Acero envuelto en terciopelo, pensó ella de forma absurda. Para nada lo que ella consideraba inofensivo. Tiró lo que quedaba de su vino y metió la taza en la cesta. Al levantarse, dijo:

—De verdad, tengo que volver.

Ella esperaba que él la contradijera. Sin embargo, se puso en pie, puso la taza y la botella dentro de la cesta y después la ayudó a doblar la manta. Acercándose para igualar los extremos, Franny rozó accidentalmente sus nudillos con los de él. El contacto la electrificó, y levantó los ojos hacia él, incapaz de apartar la mirada. Durante un momento interminable, pensó que él iba a besarla. Y lo que era aún peor, hubiese querido que lo hiciera. Tanto, que le dolía el estómago.

No había duda: Chase Lobo era peligroso.