Capítulo 11
Chase pasó el día siguiente sufriendo por lo que había descubierto de Franny. Incluso aunque la había visto volver a Tierra de Lobos esa misma tarde, no había ido a visitarla a la taberna. Por muy dulce y encantadora que fuera, venía en un paquete de otras ocho personas y, si se casaba con ella, la naturaleza seguiría su curso. Terminarían por tener hijos. Antes de darse cuenta, tendría dos grandes familias a las que mantener. Eso le asustaba. Es cierto, había ganado bastante dinero con la madera. Poseía ya un terreno y, con lo que tenía ahora en el banco, podía comprar algo más. Si cosechaba bien, los árboles podrían proporcionarle unos ingresos estables y respetables en los próximos años.
El problema era que había soñado con amasar una fortuna y no con tener un modesto negocio maderero. Sus sentimientos por Franny amenazaban esos sueños.
Al final, Chase hizo lo que siempre había hecho cuando tenía problemas: ir a hablarlo con su padre. Sin mencionar nombres, explicó que había llegado a importarle mucho una chica de la que dependían ocho personas.
Cazador lo miró como si lo entendiera todo.
—Esta joven debe de tener un buen trabajo si es capaz de mantener a ocho personas.
—Eso no importa —dijo Chase—. Si me caso con ella, tendré que asumir la responsabilidad de su familia y, si lo hago, veré que mi sueño de crear un imperio de la madera se convierte en polvo.
Estaban sentados en la orilla de Shallows Creek. La luz de la luna iluminaba la noche, derramando su plateada luz sobre el torrente de agua y haciendo dibujos sobre las hojas susurrantes de los árboles. En alguna parte, un pájaro, molesto en su nido, piaba frenéticamente, haciendo que Chase se preguntase si un animal de presa habría encontrado su nido. Vivían en un mundo muy duro, pensó con tristeza. Los indefensos parecían ser siempre atacados. Volvió a pensar en Franny, y eso le llenó de dolor. ¿Por qué nada en la vida era sencillo? ¿Por qué tenía que elegir entre sus sueños y la mujer que quería? No era justo. Simplemente, no lo era, por muchas vueltas que le diera. Ni para Franny ni para él.
Cazador atrajo la atención de Chase matando un mosquito. Después se frotó el músculo del hombro y sonrió, mostrando sus dientes blancos en la oscuridad.
—Les gusta este comanche, ¿eh?
Chase dio un tortazo a uno que se le había posado en él y se rio.
—También les gusta este comanche.
Cazador cambió de sitio los pies y dejó caer sus poderosos brazos sobre las rodillas. Chase adoptó la misma postura, viendo al hacerlo que su pierna doblada era tan larga como la de su padre y que sus brazos doblados eran igual de musculosos. Otra ola de tristeza le invadió, ya que de niño había creído que sería todo fuerza y sabiduría cuando fuese igual de grande que su padre. Desgraciadamente, no era así.
El silencio se instaló entre ellos, roto solo por los gritos ocasionales de los pájaros y el sonido precipitado del agua al correr. Un olor a humedad y tierra mojada llenaba el aire de la noche, mezclándose con los olores frescos del verano y de la naturaleza en su esplendor. Chase respiró hondo, reconfortado por ese sentimiento de eternidad. La tierra de Dios producía vida en un ciclo infinito: las cosas nacían, morían y la vida se reponía a sí misma. Hacía que sus preocupaciones pareciesen pequeñas y menos importantes al verse inmerso en ese gran círculo.
Cuando Cazador se decidió por fin a hablar, no dio ninguna respuesta al problema de Chase, y se limitó a responder con otra pregunta.
—¿Cuando seas un leñador rico, hijo, con quién compartirás tu alegría?
Chase sonrió levemente. Era muy propio de su padre abordar el problema desde el lado contrario.
—No lo he pensado todavía. Hasta que tenga la madera, es como si pensase en el carro antes de tener el caballo, ¿no crees?
—Ah —dijo Cazador—. Ese es uno de los sabios consejos de tu madre, ¿verdad?
—Sí, creo que es a ella a quien se lo oí.
Cazador asintió.
—Ella puede ser una mujer muy estúpida a veces.
Chase arqueó una ceja. Nunca había oído a su padre decir que su madre era poco inteligente.
—¿Cómo has dicho?
—Su estupidez… no viene de que no tenga cerebro —reflexionó Cazador—, sino de que fue criada dentro de las paredes de madera de los tabeboh, y no le enseñaron las verdades sencillas. Ignorancia, creo que lo llaman. Yo lo llamo estupidez.
—A mí me criaron entre paredes de madera.
—Sí, y puedes ser igual de estúpido también algunas veces.
Su padre se volvió para mirarle, con unos ojos azul oscuro que parecían negros en la oscuridad y tan brillantes como el azabache.
—Si no tienes carro, ¿para qué necesitas un caballo que tire de él?
Cogido por sorpresa, Chase consideró estas palabras y después sonrió.
—En otras palabras, si no tengo a nadie con quien compartir todas mis riquezas, ¿por qué molestarme en conseguirlas?
Cazador se encogió de hombros.
—¿Darás la espalda al amor verdadero para llenar tus bolsillos? Un día, tus bolsillos te pesarán, pero también lo hará tu corazón. Las riquezas verdaderas de la vida son el amor y la risa. Con esta mujer que tiene a ocho personas a las que alimentar tendrás mucho más amor y mucha más risa en tu hogar. Cuando vengan los hijos, el amor y la risa se multiplicarán un centenar de veces. Serás rico de la forma en la que importa, y serás feliz. Un hombre feliz no necesita dinero.
—El dinero es un demonio necesario.
—Tener suficiente para sobrevivir es necesario. Más no lo es. Sigue tu corazón, Chase, no sueños estúpidos. Cuando llegue el invierno a tu pelo y la sabiduría a tus ojos, el dinero no aplacará tu soledad. Una mujer que te ame sí lo hará.
—¿Por qué un hombre no puede tener ambos, riqueza y amor? —protestó Chase.
—El amor brota de un lugar secreto. No elegimos a la mujer, ni el lugar, ni el momento. Aléjate de ello para ir en busca de tus sueños, y perderás para siempre la oportunidad de amar.
Chase suspiró.
—Algunas veces, padre mío, hablas como un idealista incurable.
—¿Solo algunas veces? Qué desilusión oír eso. Intento serlo siempre.
De esta forma, Cazador se puso en pie. Chase levantó la vista.
—No vas a irte. Solo acabamos de empezar a hablar.
—Yo he terminado. No tengo ninguna otra palabra en mi interior.
Chase sacudió la cabeza.
—Muy bonito. Dices lo que te parece y, ahora, ¿es mi problema?
—Es tu corazón y, por tanto, tu decisión. Debes encontrar la solución tú mismo. Yo puedo indicarte el camino, pero debes ser tú el que decida el camino que quieres seguir. Asegúrate solo de fijar la vista delante de ti, hijo mío, para ver adónde vas.
Las sombras rodearon a Cazador mientras se daba media vuelta y se iba caminando.
A solas con sus pensamientos, Chase vacilaba, convencido un momento de que debía elegir a Franny y receloso al momento siguiente a abandonar sus sueños. En lucha con sus propias emociones, dejó pasar otro día completo sin ver a Franny, con la esperanza de que, si se daba más tiempo para pensar, encontraría con más claridad la solución.
Mientras, Franny pensó que lo inevitable había ocurrido. Chase Lobo había por fin recuperado el sentido común. No había otra explicación. Como May Belle le había dicho siempre, una prostituta siempre era una prostituta. Franny había sabido que eso pasaría desde el primer momento. Por un breve instante, Chase casi le había convencido de que podría tener una oportunidad para algo más, y volver a la realidad dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Una estúpida. Había sido una estúpida. Corazones grabados en el tronco de un árbol. Paseos a la luz de la luna. Esas cosas no eran para ella. Había renunciado a todo ello cuando tenía trece años. ¿Qué sentido tenía lamentarse por algo que nunca sería suyo?
Ningún sentido, se aseguró a sí misma. Ninguno en absoluto. Incluso así, Franny se encontró a sí misma sentada cerca de la ventana toda la mañana y también la tarde, con la vista fija en la gran casa de madera que había al final del pueblo. La casa de los Lobo. La casa de Chase. Le imaginó sentado con sus padres a la débil luz de la lámpara la noche anterior, cenando con ellos en la mesa, y después retirándose a su confortable cama para hundirse bajo su manta de colores. Franny nunca había visto el interior de la casa, pero conociendo a Chase e Índigo la había pintado de color de rosas en su cabeza, un lugar donde había amor y calor en abundancia.
La punzada de soledad dentro de Franny era tan intensa que pensó que iba a marearse. A la hora del desayuno, fue incapaz de dar un solo bocado a los huevos, y solo comió un poco de tostada. Incluso esto había hecho que su estómago se rebelase. Mal de amores, se mofó. Aquí estaba ella, a sus veintidós años y suspirando por un hombre. A la hora del almuerzo, trató de comer algo más, pero solo consiguió terminar un tercio de lo que había en el plato.
Unos cuantos minutos después de dejar el plato de comida sin terminar en el rellano de la puerta, May Belle le hizo una visita. Como si fuera un barco a toda vela con su gran chal blanco, entró en la habitación y, con ella, un fuerte olor a rosas, su perfume favorito.
—¿Estás mala? —le preguntó—. Gus dice que no has probado bocado.
Franny cogió la silla de la ventana y la movió hacia May Belle para que se uniese a ella en la mesa.
—Supongo que algo tristona, sí. Como sin ganas.
May Belle pareció aliviada.
—Gracias a Dios. Lo primero que pienso cuando una mujer no prueba la comida es que se ha quedado embarazada.
—No lo digas ni en broma. —Franny se rio y sacudió la cabeza—. Esta mujer no. Uso con esmero las esponjas de jabón de vinagre, nunca me olvido de irrigar y por las noches me tomo esos polvos que tú me diste.
May Belle sonrió.
—Sí, pero ni siquiera mis remedios son infalibles, cariño.
—Me han funcionado bien durante ocho años. De verdad, May Belle, solo me siento algo decaída. Pasará.
—No es propio de ti estar triste. ¿Por qué no vas a ver a Índigo? Sal de aquí un rato. Te hará bien.
—Estuve fuera todo el fin de semana.
May Belle se recolocó la peineta de carey en el pelo, con una mirada llena de preocupación.
—¿Va todo bien en casa? ¿Qué tal está Jason?
Franny suspiró.
—Está bien. El doctor ha encontrado un nuevo remedio para él. Es caro, pero mamá cree que de verdad está mejorando mucho desde que Alaina empezó a dárselo.
—¿Y los otros chicos?
Franny se dio cuenta de lo pesimista que debía parecer y se dio una sacudida a sí misma para remediarlo. Su camino estaba marcado desde el día en que su padre murió, y había sido una tonta por pensar que algo diferente pudiese pasar.
—Todos están bien, May Belle —reconfortó a la anciana mujer con una sonrisa—. Solo es uno de esos días de casitas de madera con jardín. Todos los tenemos a veces, ¿no?
En el negocio, la expresión era utilizada por las prostitutas para describir el deseo que algunas veces las asolaba de tener familia e hijos, casa, y chimenea. May Belle tensó la boca.
—Dios mío, dime que no es un hombre. Deja que lo adivine. Alto, moreno y tan guapo que las mujeres caen a sus pies como árboles cortados.
Franny se arrancó un trozo suelto de encaje amarillento de su manga.
—Qué estúpida soy, ¿verdad? Él podría chasquear los dedos y tener a cualquier mujer que quisiese. Es una locura pensar que podía haberse enamorado de verdad de mí.
—Él es un Lobo. De tal palo, tal astilla.
Franny se encontró con la mirada de su amiga.
—¿Qué quieres decir?
May Belle se encogió de hombros.
—Su padre marcha con una música diferente. Siempre lo ha hecho, y siempre lo hará. Quizá Chase sea como su padre. —Sus ojos se suavizaron—. Cariño, sabes que siempre te he advertido de que no hay que agarrarse a las cuerdas que los hombres tratan de tendernos. Y sigo pensándolo. Pero eso no significa que haya por ahí uno o dos bichos raros. Si tuviese que apostar por un tirador que supiese siempre donde apuntar, sin duda apostaría por Cazador Lobo. Chase podría ser como él.
A Franny se le encogió el corazón.
—Sabe lo de mi familia. Desde entonces no he vuelto a verle.
May Belle pareció pensar en esto.
—¿No podría ser que estuviese tratando de aclarar sus ideas?
—Más bien corriendo de miedo, diría yo. —Sin poder estar sentada por más tiempo, Franny se puso en pie y empezó a deambular por la habitación—. ¡Ay, May Belle! Ningún hombre en su sano juicio me querría. Soy prostituta. Y aunque pudiese pasar eso por alto, está luego lo de mi familia. Si combinamos las dos cosas, lo que obtengo es un obstáculo demasiado grande para cualquiera.
—Ya veremos. ¿Quién sabe? Quizá Dios esté mirando hacia abajo y diciendo: «Esa pequeña Franny no pertenece a esa vida». Tal vez quiera hacer un milagro, ¿verdad?
Con miedo a creerlo, ni siquiera un momento, Franny volcó toda su amargura en su amiga.
—Dios no concede milagros a las prostitutas, May Belle. Si lo hubieses creído así, hubieses aceptado la propuesta de Shorty y te hubieses largado de aquí.
—En eso tienes razón.
Luchando por controlar una náusea, Franny se abrazó a la cintura.
—No puedo permitirme que me rompan el corazón —susurró con tristeza—. Todo lo que quiero en forma de milagro es que Chase Lobo se aleje de mí. Es como una poción mágica. La probé una vez y caí bajo sus efectos. Cuando camina, cuando habla, todo son problemas para mí. En cuanto olvide eso, estaré perdida.
La tarde siguiente, Franny abrió la mirilla de la puerta en respuesta a una tibia llamada, y se encontró con el que caminaba y hablaba problemas de pie en el sombrío umbral. Con un ojo, le miró por la pequeña rendija, el corazón tan acelerado como el de una colegiala.
—Te he visto la cara —dijo suavemente—. Sé tu verdadero nombre. ¿De verdad crees que es necesario que nos veamos a través de una mirilla?
Incluso aunque sabía que alguien de abajo podía verla si no tenía cuidado, Franny se retiró de la puerta para dejar que entrase. Cuando hubo entrado en la habitación y cerrado la puerta tras él, ella se relajó un poco. Pero solo un poco.
—¿Qué quieres, Chase?
Como respuesta, dio un paso hacia el escritorio y tiró allí un fajo de piezas de oro. Ella no necesitaba contarlo para saber que había cinco de los grandes. Él se volvió para mirarla, con una ceja arqueada.
—Lo mismo que quiero desde el principio… A ti.
Cruzándose de brazos, Franny se alejó.
—Te pedí que te alejaras de mí. Si quieres jugar, encuentra a alguien que conozca las reglas. Ya tengo bastantes problemas yo solita.
—Tus reglas apestan —le contestó él—. De ahora en adelante, vas a empezar a obedecer una nueva lista de reglas: las mías.
—Vete de aquí —dijo ella débilmente.
—Solo si te vienes conmigo.
—No puedo hacerlo, y sabes por qué. Tengo una familia que depende de mí. Yo…
—Deja que sea yo el que me ocupe de tu familia.
—¿Tú?
—Es el trabajo de un marido.
Franny solo podía mirarle, segura de que no le había oído bien.
—Vas a casarte conmigo —le dijo con dulzura—. Podemos ocuparnos de ello hoy mismo, o podemos dejarlo para más tarde. No me importa. Pero a partir de ahora, no venderás más tu cuerpo en este agujero para mantener a tu familia. No hay ninguna excusa que valga.
Estirando la espina dorsal, Franny se obligó a mirarle a los ojos.
—¿Por quién me tomas, por una estúpida? Desde que supiste lo de mi familia no te has dignado a pisar mi casa.
—Tú no tienes casa. Esta es una de las cosas que pretendo remediar.
Ella optó por pretender que no había dicho eso.
—Y de repente te presentas aquí, y me pides que me case contigo.
—Así es.
—Lo siento. Pero sé muy bien cómo terminan estos cuentos de hadas. —Fijándose en sus facciones morenas, decidió que su legado comanche nunca le había parecido tan evidente como hasta ahora: la forma en la que se mantenía erguido, la fuerza de su cuerpo, la forma desnuda en la que enfrentaba su mirada. Había algo salvaje en él que no podía ignorar, algo que tenía impreso en la sangre. No pudo evitar temer que ese lado salvaje le hiciese ser alguien impetuoso, alguien que podía decir un día una cosa y al siguiente, la contraria—. Puede que ahora creas que lo que soy no te importa —le dijo amablemente—, pero, dentro de unos meses, despertarás y verás la realidad.
—¿Y la realidad es?
—¡Que soy prostituta! —gritó ella convulsivamente—. Una prostituta siempre es una prostituta, Chase. Es algo que no puede cambiarse. Aprecio tu gesto filantrópico, pero llegará un día en el que mirarás a otros hombres en la cara, hombres de este pueblo, y te preguntarás cuántos de ellos han estado con tu esposa. La respuesta será que probablemente una docena. Saber eso te comerá por dentro de tal forma que llegarás a detestarme.
Moviéndose rápidamente, para que ella no pudiese reaccionar, redujo el espacio entre ellos y cogió con un puño el corpiño de su vestido. Franny sintió la ira que emanaba de su cuerpo y supo que estaba a unos centímetros de rasgarle la ropa.
—¿Una prostituta siempre es una prostituta? ¿Te han tatuado eso en la piel, Franny? ¿Algún tipo de marca imposible de borrar de tu mente? Es mentira. Puedes cambiar de vida. Lo único que tienes que hacer es darle la espalda. Conmigo. Siendo mi esposa. No volveremos a mirar atrás, al menos yo no. Va en contra de todo lo que me han enseñado.
A Franny le quemaban las lágrimas en las mejillas.
—Eres una mujer preciosa, eso es lo que eres —susurró con rabia—. Cualquier hombre estaría orgulloso de tenerte como mujer, de que fueras la madre de sus hijos.
—No —su protesta fue débil y trémula—, ningún hombre en su sano juicio.
—Yo sí lo estaría y, en cualquier caso, lo que importa es lo que yo siento.
—No. Lo que yo siento también cuenta. No puedo arriesgar la vida de ocho personas escuchando bonitas promesas, por muy sinceras que sean ahora. Si dejo este trabajo, alguien más vendrá a tomar mi puesto. Si las cosas salen mal entre nosotros, tendré que irme a otro sitio a encontrar trabajo y volver a empezar de cero con una clientela nueva. Mientras, mi familia tendrá que sufrir las consecuencias. No puedo arriesgarme, da igual lo mucho que desee hacerlo.
—La vida está llena de riesgos, Franny. Tienes que confiar en mí.
Recordando el voto que acababa de hacer de no dejar que le hiciese creer en estúpidos sueños, le dijo:
—No, no tengo que confiar en ti ni en nadie. Y no lo haré. No puedo. Hay demasiado en juego, y el precio es demasiado alto.
—Supongo que eso significa que tengo que demostrártelo, ¿verdad?
—¿Y cómo esperas hacerlo?
—Pasando tiempo contigo. Cuando me conozcas un poco mejor, te darás cuenta de que no hago bonitas promesas a menos que pueda mantenerlas. Los únicos riesgos que encuentro aquí están todos en tu cabeza.
—No puedo pasar mucho tiempo contigo. Tengo que trabajar, ¿recuerdas?
Hizo una señal con el pulgar hacia el escritorio.
—Estos cincuenta dólares cubren lo que ganarías esta noche. Coge tu sombrero. Vamos a ir de paseo.
Nunca en toda su vida había querido Franny decir sí con tanta fuerza.
—No puedo hacerlo.
—¿Por qué demonios no puedes?
—Porque… ya te lo dije. Mi familia depende del dinero que gano de este trabajo. Si dejo que monopolices mi tiempo, perderé a mis clientes habituales.
Ese brillo de determinación seguía flotando en sus ojos azul oscuro.
—No luches contra mí, Franny. Si lo haces, no jugaré limpio y, al final, perderás.
—Limpio o no, eso es asunto tuyo. Yo solo sé lo que tengo que hacer yo.
—Eso se podría debatir.
—Quizás en la manera de pensar que tú tienes. Pero eso no importa ahora.
—¿En serio? ¿Y si no estoy de acuerdo?
—Ese es tu problema.
—No si elijo discutir el caso en el salón de tu madre la próxima vez que vayas a hacerles una visita.
Franny se puso pálida.
—No lo harías.
—Ponme a prueba.
—Eso sería deleznable. Si ella supiese la verdad, se le rompería el corazón.
—Entonces compláceme para que no tenga que saberlo.
—¿De verdad estás dispuesto a chantajearme para conseguir lo que quieres?
—Como acabas de decir, soy deleznable.
—¿Y de verdad crees que con este tipo de comportamiento puedes ganarte mi confianza?
Su boca se abrió en una de esas sonrisas suyas que cortaban la respiración.
—¿Soy un encanto, eh? —E inclinando la cabeza hacia su biombo, dijo—: Coge el sombrero.