Capítulo 15
Sintiéndose como los restos de un naufragio al que las olas empujan, Franny vivió la hora siguiente en un mar de aturdimiento. Sin admitir más quejas, Chase la llevó de vuelta al pueblo, buscó al juez de paz y le pidió que los casase inmediatamente. Franny apenas pudo asimilar lo que había dicho. Cuando la breve ceremonia comenzó, Chase tuvo que darle un pequeño codazo para que dijera el «sí quiero».
En un momento, se había convertido en la señora de Chase Lobo. Chase selló sus votos con un cariñoso beso, el primero que le había dado nunca, y Franny estaba tan aturdida que ni siquiera pudo sentirlo. Desgraciadamente, el adormecimiento no llegaba hasta su estómago y, cuando salieron a la calle, sintió una pequeña náusea provocada no sabía muy bien si por el embarazo o por los nervios. Balanceándose ligeramente, se cogió el estómago con la mano.
—¿Estás bien? —preguntó Chase amablemente, con un tono que resultó extrañamente suave después de la arrogancia con la que le había hablado unos minutos antes.
Con miedo a correr riesgos, murmuró:
—Me mareo. —Y tragó, temiendo ponerse en ridículo en medio de la calle y, de paso, a él también. Manchar sus botas negras no era exactamente la mejor manera de comenzar su vida en común.
¿Su vida? Las palabras resonaban en su mente. Sus oportunidades de construir una vida en común eran mínimas. Sería más acertado decir que iban a construir un circo, con todo el mundo mirándoles boquiabiertos. La única diferencia sería que la gente no tendría que pagar para verlo.
—Ah, cariño. —Con una solicitud de marido bien avenido, le puso la mano sobre el vientre—. Deja que te lleve a casa entonces. Mamá sabrá qué darte. Es muy buena con los remedios caseros, especialmente en cosas como esta.
Casa. Su madre. Franny tenía unas ganas incontenibles de correr. Aunque no supiera dónde. Cualquier sitio sería bueno, siempre y cuando fuera lejos de él. Sencillamente, no podía llevarla a casa como si fuera un animal abandonado al que hubiese encontrado en la calle. ¿Qué diría a sus padres? ¿Que se había casado con la prostituta del pueblo? ¿Ah, y que, además, estaba embarazada? Solo de pensarlo se le ponía la carne de gallina. La detestarían desde el primer momento. ¿Cómo podía hacerle esto? ¿O a sus padres?
Muy sencillo, haciéndole dar un paso tras otro y conduciéndola a lo largo del pueblo junto a él. A la casa de sus padres. Subiendo las escaleras. Cruzando el porche. Todo ese tiempo, Franny tragaba saliva para mantener a raya su estómago. En su cabeza, trataba de buscar la manera más fácil de salir de allí.
Demasiado tarde. Chase abrió la puerta principal, la hizo entrar y gritó:
—¡Mamá! ¡Tengo una sorpresa para ti!
Una sorpresa. ¡Dios santo! Ya no podía más, iba a vomitar. Apenas tenía conciencia de lo que la rodeaba. Un sofá de piel de caballo, tapetes de ganchillo, un suelo de madera encerada y alfombras de vivos colores. Al otro lado del salón vio una cocina de aspecto familiar dividida por una mesa larga de madera, la zona de los fogones a un lado y los armarios al otro. Era el tipo de casa que uno podía llamar «acogedora» y de las que recibían con amor a sus visitantes. Las contraventanas parecieron parpadear hacia ella detrás de unas cortinas almidonadas y bien cuidadas.
Desde lejos, Franny había visto a la madre de Chase e Índigo, Loretta Lobo, al menos una docena de veces y, según la recordaba ella, era una mujer pequeña de pelo dorado como la miel y siempre sonriente. Sin embargo, cuando la vio aparecer de una habitación que había a la izquierda, le pareció la peor de las pesadillas, una dama de los pies, negros y abotinados, a la cabeza. Llevaba un vestido de alpaca ligera tipo camisero, casi del mismo tono de azul que el de Franny, hermosamente fruncido a la cintura con intrincados pliegues, y un volante blanco muy fino en el cuello y en las mangas. En vez de caminar como las personas normales, ella parecía deslizarse. Cuando vio a la mujer que había al lado de su hijo, dudó un instante, y después se recuperó de la sorpresa y abrió sus grandes ojos azules con una expresión de bienvenida.
—Vaya, tenemos una invitada. ¡Qué bien! Acabo de hacer té.
Franny sintió el brazo de Chase sujetándola con fuerza.
—¿Es bueno el té para las náuseas de por la mañana?
El suelo desapareció. Al menos, así es como se sintió Franny. Miró horrorizada a su nuevo marido. Él sonreía como si no pasase nada.
—¿Náuseas? —Loretta arrugó el entrecejo—. El té de jengibre es lo mejor para eso. O de frambuesas. —Sus ojos azules se llenaron de preocupación cuando miraron a Franny—. ¿Te sientes mal, querida?
No podía imaginarse cuánto. Iba a desmayarse.
—Yo… sí, un poco.
—Madre —dijo Chase con desparpajo—, prepárate para una sorpresa.
Loretta le miró con los ojos muy abiertos. Después miró a Franny.
—Acabamos de casarnos —dijo Chase en tono cariñoso.
Por increíble que pareciese, Loretta Lobo apenas movió las pestañas al conocer la noticia. Su encantadora cara se transformó inmediatamente en una sonrisa de felicidad, y juntó las manos como si el hecho de que su hijo hubiese traído a rastras a la prostituta del pueblo fuese la respuesta a todas sus plegarias.
—¿Casados? ¡Ay, Señor, qué alegría!
Franny decidió que la pobre mujer no sabía quién era ella. O eso, o estaba mal de la cabeza. Loretta se apresuró hacia ellos y cogió a Franny por las manos.
—Oh, Chase, es verdaderamente encantadora.
Chase parecía un poco desilusionado.
—No pareces muy sorprendida.
Loretta besó a Franny en las mejillas para darle la bienvenida.
—Pues claro que no. Tu padre me dijo por dónde iban los tiros hace una semana. Habíamos empezado a preguntarnos si no habrías cambiado de idea. Ah, estoy tan contenta. Franny, ¿verdad? Índigo no hace sino hablar bien de ti. Entra, entra. Pondré té de jengibre en la tetera. En unos minutos, verás cómo te calma el estómago.
Con un remolino de faldas, salió de la cocina. Franny estaba tan asombrada que olvidó incluso sus ganas de vomitar. Chase le dio un empujoncito y, cuando ella levantó la vista hacia él, le guiñó un ojo.
—¿No te lo había dicho? No hay nada de lo que preocuparse. Después de ti, mi madre es la persona más buena del mundo.
—¡Te he oído! —gritó Loretta desde el otro lado de la cocina, donde estaban los fogones.
Chase se rio y condujo a Franny hasta la mesa. Después de hacer que se sentara, atravesó la cocina para ir a abrazar a su madre. Ella gritó sorprendida y después soltó una carcajada.
—¡Granuja! —Nadie podrá nunca reemplazarte.
Eso ya lo sabes.
Ella le dio un golpe en la frente.
—Solo estaba tomándote el pelo. Si no te pareciese la criatura más maravillosa de la Tierra entonces deberías hacerte examinar la cabeza por haberte casado con ella. —Loretta lanzó una mirada cariñosa a Franny—. Me alegro de que finalmente hayas recuperado el sentido común. Empezaba a pensar que no ibas nunca a darme un nieto.
—¿Te he engañado, verdad?
—Sí, bueno, nunca has hecho nada a la manera convencional. —Loretta se soltó del abrazo para regar con jengibre una pequeña tetera—. No lo tengo fresco —comentó sin dirigirse a nadie en particular—, pero el seco sirve igual de bien.
—¿Dónde está padre?
—Volverá a casa en breve. Sigue en la mina. —La tetera que había en el fogón de atrás empezó a silbar, y ella cogió unas manoplas para retirarla del fuego—. Tengo frambuesas secas, Franny. Cuando el jengibre te haya calmado el estómago, puedes cenar y tomarte unas frambuesas de postre. En un momento, estarás como nueva.
Franny así lo esperaba. Ahora que estaba sentada, su estómago había empezado otra vez a darle vueltas. Supuso que debía de tener la cara verde, porque, cuando Chase se giró para mirarla, sus ojos expresaron preocupación.
—Creo que deberías tumbarte un momento. Puedo llevarte el té a la cama.
—No, estoy bien, de verdad. —Franny se sentía fuera de lugar sentada a la mesa de su madre. Irse a la cama en su casa ya hubiese sido demasiado.
Chase no parecía darse cuenta. Antes de que Franny adivinase qué era lo que iba a hacer, la levantó del banco y la cogió en brazos. Lo siguiente que supo fue que la llevaba escaleras arriba al altillo. Construida en una pendiente, la escalera no hubiese parecido tan peligrosa si él se hubiese agarrado a la barandilla, algo imposible porque tenía los brazos ocupados. A cada paso que daba, Franny temía que fuesen a caer al suelo del salón, y se agarraba a su cuello con horror.
—Recuérdame que te suba al altillo más a menudo —bromeó él.
Franny vio algo así como una pared central que dividía los dos dormitorios. Chase se dirigió al de la derecha. La habitación tenía una ventana que la llenaba de luz. Sin soltarla, consiguió de alguna manera doblar la colcha de colores y echarla hacia atrás antes de ponerla en el borde de la cama. Franny se sentía demasiado débil como para protestar, por lo que se quedó allí sentada mientras él le quitaba los zapatos. Cuando se dispuso a abrir los botones de su corpiño, ella se puso rápidamente alerta.
—No, por favor, yo…
—No seas niña —quitándole las manos, empezó a desabrocharle los botones con total experiencia—, ahora soy tu marido, ¿recuerdas? Desvestir a mi esposa es uno de los muchos privilegios que se incluyen en ese honor.
Su marido. Dejó caer las manos entumecidas a ambos lados de la cadera. Dos botones, tres. Cerró los ojos, demasiado mareada como para resistirse a la situación y demasiado asustada como para contemplar hasta dónde llegaría él desvistiéndola. Pero ¿qué podía hacer? ¿Insistir en que no lo hiciera? Estaba segura de que su madre oiría cada palabra que se dijesen.
Con la maestría de un hombre bien entrenado en desvestir a señoritas, le bajó el corpiño por los hombros y le sacó las mangas. Tirando suavemente de ella para que se pusiera de pie, le desató rápidamente la combinación y los pololos y después se los quitó, así como las medias. Franny tembló. Por muy familiarizada que estuviese a los hombres, nadie la había desvestido desde que se iniciara en la profesión. Ningún hombre la había visto tampoco nunca en prenda interior.
Chase no se entretuvo mucho en contemplaciones. En el instante en que la tuvo solamente en ropa interior, la empujó suavemente hacia la cama y la ayudó a tumbarse, ahuecando la almohada de plumas y arropándola después con la colcha hasta debajo de los brazos. Franny hubiese preferido que le cubriese hasta la barbilla. Pero supuso que era pedir demasiado a un hombre recién casado. Naturalmente, él querría mirar a su esposa.
Y eso fue exactamente lo que se dispuso a hacer.
Franny se sentía como un insecto pinchado en una tabla de observación. Empezó a cerrar los ojos, pero Chase se lo impidió tocándole la mejilla con la punta del dedo. Ella clavó la mirada en su rostro moreno. Inclinado sobre ella como estaba, parecía tener unos hombros infinitos, y su pelo color caoba le caía en mechones brillantes por la frente. Las líneas morenas de su hermosa cara estaban solo a unos centímetros de la suya, cortándole la respiración. Su matrimonio había tenido lugar a una velocidad de vértigo, y se sentía atrapada. Era como quien mete el dedo de un pie en el agua fría solo para probarla y alguien la empuja desde detrás. Chocante. Se sentía como si la pusiesen boca abajo por tercera vez. Sin saber muy bien de dónde le salían las palabras, dijo:
—Ah, Chase, tengo tanto miedo.
Ella había casi esperado que se burlase de ella por ser tan absurda. Era una prostituta, por lo que la intimidad no debería ser nuevo para ella. Pero en vez de decir eso, Chase le colocó el pelo por detrás de las orejas y le dijo:
—Sé que no te encuentras bien, cariño. Ojalá mi madre tuviese la cura. Si fuese así, iría yo mismo a recolectar y secar la planta y te la daría a cucharadas gigantes.
La preocupación que notó en su voz hizo que Franny se pusiese a llorar.
—No funcionará. Sé que no funcionará.
Él se inclinó aún más cerca y clavó su mirada en la de ella.
—Franny, ¿te he mentido alguna vez?
—No.
—Entonces créeme cuanto te digo que sí funcionará. No deberías estar tan preocupada. No es bueno para nuestro hijo. Deberías pensar en cosas alegres y confiar en mí.
—¿Tienes polvos mágicos o algo?
—Quizá —dijo él en voz baja—. Un cuarto de mi sangre es comanche, ¿recuerdas? Tenemos hechizos, talismanes y encantamientos. Meteré mi mano en el bolsillo a ver qué encuentro. La pregunta es, ¿si encuentro algo mágico, creerás por fin en mí? No creo que funcione de otra manera.
Franny quería creerlo. Quería creerlo con todo su corazón. Pero en vez de ello se moría de miedo. Él la había obligado a entrar en su mundo. Y, ay, Dios, era todo lo que había soñado tener. Su madre era maravillosa. Su casa emanaba un calor indescriptible. Y cuando le miraba a los ojos, leía en ellos cientos de promesas en las que le aterrorizaba creer. Un marido increíblemente guapo, un hijo, una familia política que la acogía con los brazos abiertos. ¡Era el sueño de su vida! Un sueño imposible.
—¿Chase? ¡El té de jengibre está listo! —gritó su madre desde abajo.
Con los ojos aún fijos en los de ella, se irguió.
—Vuelvo enseguida.
Mientras desaparecía rodeando la pared divisoria, esas dos palabras sonaron en sus oídos, como un sencillo seguro de vida. Tenía miedo de creer incluso en eso. «Vuelvo enseguida.» En lo más profundo de su ser sabía que un día él no querría volver, que llegaría el momento en que la dejaría y seguiría su camino.
Lo que más le rompía el corazón era que, cuando esto ocurriese, ella no podría culparle.
El té de jengibre funcionó a las mil maravillas. Después de beberlo, Franny se sintió mucho mejor y cerró los ojos, consciente de que Chase le sostenía la mano y la observaba, aunque estaba demasiado cansada como para que esto le preocupase. Su mundo se había puesto patas arriba, y después patas abajo de nuevo, aunque nada era ya como antes. Nada volvería a ser como antes nunca más. Lo único que quería era evaporarse para no tener que enfrentarse a ello en ese momento.
Un prado lleno de margaritas, sol, una brisa dulce de verano, el sonido del agua borboteando entre las rocas. ¿Sueño o realidad? La línea que definía los dos mundos se había vuelto borrosa, pero a Franny no le importaba. Se sentía tan segura en su prado. Nada podía tocarla allí. Nada malo podía ocurrirle. Nada podía hacerle daño. Era un buen lugar para dormir. Un lugar seguro.
Cuando despertó, la ventana que tenía sobre ella estaba en penumbras. Asustada, Franny se irguió en la cama y agudizó el oído. La casa de los Lobo estaba en silencio. Un agradable olor a comida llegaba desde la planta baja y, como respuesta, su estómago rugió hambriento. Moviendo las piernas hasta el borde de la cama, Franny echó mano de su ropa.
Después de vestirse, bajó las escaleras del altillo. La casa estaba en silencio y vacía. Las lámparas que había posicionadas en lugares estratégicos por las habitaciones estaban aún apagadas, y las sombras avanzaban por el suelo de madera encerado. Más cómoda en la oscuridad que en la luz, Franny se relajó un poco y se detuvo en el centro del salón. Su vista fue a parar a un bonito piano Chickering, cuidadosamente encerado. Al lado, había un sofá de piel de caballo y, en la pared de encima, un conjunto de cuadros, algunos de retratos y otros de recuerdos. Dio un paso para poder verlos mejor, sonriendo un poco al ver las fotografías de Chase cuando era niño. Incluso entonces ya era muy guapo, con unos ojos chispeantes y vivos y una sonrisa de niño travieso.
—Mi mujer pone todos los recuerdos en la pared —comentó una voz profunda desde detrás—. Es porque cree que su cerebro es pequeño, ¿puede ser? La mayoría de los blancos piensan lo mismo. Creen que tienen espacio en sus cabezas para lo que les pasa aquí y ahora.
Franny dio un salto y se dio la vuelta. Después de escudriñar las sombras un momento, consiguió ver la forma oscura de un gran hombre sentado en la silla acolchada que había junto a la chimenea. Cazador Lobo. Desde la ventana del Lucky Nugget, le había visto a menudo caminar por la calle. Algo muy diferente a quedarse a solas con él.
Llevaba el torso descubierto y su pelo largo y moreno le daba un aire siniestro. Pareció abalanzarse sobre ella cuando se levantó y se movió sigilosamente hacia donde ella estaba. Vio que llevaba pantalones de ante, con flecos en las costuras laterales y los bajos recogidos con los botines a la altura de los tobillos.
—Te he asustado. Lo siento.
Se detuvo a un brazo de distancia. Levantando la vista hacia él, supuso que debía de ser de la misma altura que Chase, con anchos hombros y estrechas caderas. Franny podía ver de dónde había sacado su marido la piel morena y ese aire salvaje. Cazador Lobo llevaba un cuchillo en la cadera, y la empuñadura se veía pulida y oscurecida por el uso. No pudo evitar preguntarse a cuánta gente habría descabellado con él años atrás.
—Así que… —puso lentamente sus ojos oscuros sobre ella— tú eres Franny. Te he visto, claro. —Hizo un movimiento circular con la mano a la altura de la sien, que le hizo preguntarse por su inteligencia—. Siempre con el sombrero y… ¿cómo se llaman esos grandes volantes?
Aliviada de que estuviese refiriéndose a su sombrero, dijo:
—¿Frunces?
—Ah, sí, frunces —asintió, pensativo—. Te he visto muchas veces, pero sin verte. ¿No es así? La pequeña mujer sin rostro. —La estudió un momento—. Ahora que ya no te escondes debajo de esos frunces, ya veo por qué los pies de mi hijo le llevaban siempre a la taberna.
Franny sintió un rubor caliente en la nuca. Doblando la cabeza, miró ciegamente al suelo.
—Siento mucho imponerme así de esta manera a su esposa y a usted. Sé cómo ustedes deben…
—¿Imponerte? —le cortó él.
Se sorprendió tanto de que él le cogiese la barbilla con la mano que estuvo a punto de salir corriendo. Sin haberse todavía recuperado, él le levantó la cara.
—En esta casa, siempre mirarás hacia arriba, nunca hacia abajo.
—¿Pero yo…?
Él le puso un dedo en la boca para que guardase silencio, que sin duda era lo más conveniente, ya que Franny no tenía ni idea de lo que iba a decir.
—Sin peros. —Sus firmes labios dibujaron una sonrisa. En ese instante, le recordó muchísimo a Chase—. Aquí, nadie te pondrá la zancadilla, así que no necesitas mirar al suelo. Si pierdes el equilibrio, uno de nosotros te sujetará para que no caigas. Así que mira hacia arriba, ¿de acuerdo? Las mejores cosas de la vida están delante de ti, hija. Si dejas caer la cabeza, vas a perdértelas.
Con esto, la soltó y fijó la vista en la pared. Inclinando la cabeza sobre el retrato de familia, dijo:
—Estoy seguro de que conoces a la mayoría de estos poco atractivos rostros. La que está detrás de Chase es la hermana de mi mujer, Amy.
Franny sonrió para sí, ya que los Lobo eran una familia bien parecida, y ni uno de ellos podía entrar en la categoría de feo.
—Amy se parece bastante a su esposa.
—Sí, y algunos dicen que mi hijo se parece a mí —pareció considerar eso un momento—. Yo creo que yo soy más guapo.
Franny dejó escapar una carcajada. Él rio con ella. Después, cogiéndola del todo por sorpresa, le puso su gran brazo sobre los hombros y la acercó hacia él. No tuvo tiempo de sentirse atrapada o sofocada. Antes de que pudiera asimilar la cercanía, él le plantó un beso en la frente y la soltó.
—Bienvenida, Franny. A mi casa y a mi corazón.
De esta manera, se dio media vuelta y fue hacia la cocina. Franny se quedó allí parada, mirándole la espalda, asombrada.
—Chase ha ido a recoger tus cosas —le dijo por encima del hombro—. Mi mujer está en casa de Índigo hablando de cosas de mujeres. En la cena estabas dormida, por lo que me dejó órdenes precisas para que te alimentase cuando despertaras. ¿Tienes hambre?
Franny se puso la mano en el estómago.
—Un poco.
Él arqueó una ceja.
—¿Y el dolor de estómago? ¿Se ha ido?
Ella rio otra vez.
—Se ha ido, sí.
Cazador encendió una cerilla y con ella encendió la lámpara del escurreplatos. Una llama de luz repentina jugó con sus facciones oscuras y finamente cinceladas. Se parecía incluso más a Chase así. Al reír, mostró unos dientes blanquísimos.
—A veces me hago un lío con la lengua. Te acostumbrarás pronto.
Franny no había pretendido ofenderle.
—No creo que hable usted mal.
Él entrecerró los ojos.
—En esta casa no decimos verdades que no lo son. Ni siquiera para ser educados. —Su sonrisa le dijo que solo estaba bromeando, pero Franny tuvo la impresión de que había un trasfondo de seriedad en ellas—. Tengo expresiones raras. Normalmente hablo como los demás, pero mi forma extraña de decir las cosas nunca ha desaparecido. —Se encogió de hombros—. Quizás es porque me aferro a mis propias formas, ¿no? Para seguir siendo uno de los míos y no convertirme en uno de los blancos.
Franny se sentó a la mesa y se cogió nerviosamente las manos sobre ella.
—¿Se siente usted prejuzgado?
Él volvió a entrecerrar los ojos.
—Dímelo tú.
—Teniendo en cuenta la gente de la que se rodea, no lo creo.
—Eso está bien. Parece algo muy feo.
Ella volvió a reírse.
—¿No sabe lo que significa prejuzgado?
—Conozco muchas palabras de veinte dólares, pero esta no.
Tratando de encontrar una forma sencilla de explicarlo, dijo:
—Significa rechazar a alguien por su color o por su raza.
—Ah, tienes razón. No prejuzgo. Mi mujer tiene la cara blanca y a mí me gusta mucho.
Franny sonrió.
—Ella es una persona encantadora.
—Eso es porque no has olido sus pies.
Franny reprimió otra carcajada. Los ojos chispeantes de Cazador buscaron los de ella.
—Por eso es por lo que me tiene, sí. ¿Para tenerla caliente? Y no me importa, porque como dices, es encantadora. Con ella, soy como un oso junto a un árbol de miel, colgado a él por su dulzura.
—Chase dice que usted se la llevó cautiva —balbució Franny—. ¿Eso no es cierto, verdad?
—Ah, sí. Hace muchos inviernos, la robé de sus paredes de madera.
—¿Y la retuvo contra su voluntad?
—Durante un tiempo pequeño.
No parecía tener el más mínimo remordimiento. Franny le observó, sin envidiar lo más mínimo a Loretta por tener que estar a merced de un hombre de su envergadura.
—Parece una manera extraña de empezar un matrimonio.
—Lo que empieza muy mal solo puede terminar mejor —acabó de ajustar la mecha de la lámpara y puso la tulipa en su base. Se volvió para mirarla, con una expresión de repente solemne en los ojos—. ¿He oído alarma en tu voz? ¿Temes que mi hijo siga los pasos de su padre?
Franny se mordió la pared interna de la boca. Su primer impulso fue mentir, pero la mirada de Cazador Lobo era demasiado irresistible.
—Cuando su hijo se propone algo quiere que salga siempre a su manera. Eso me inquieta.
—¿A su manera o a la manera que debe ser? Es mi hijo. Él es más alto que sus hermanos y ve el mañana con unos ojos parecidos al cielo de medianoche. Confía en el camino que él sigue, Franny. Y él os llevará hasta allí de forma segura. Encontrará un camino que sea lo suficientemente grande para que tú puedas caminar junto a él.
Franny bajó los ojos. Cazador Lobo hacía que esta situación sonase incluso poética. En realidad, todo era un caos. Y tenía la vaga impresión de que serían ella y su hijo los que acabarían sufriendo.
De repente, la puerta principal se abrió de par en par. Con un hatillo de sábanas al hombro, Chase entró en la casa. Al ver a Franny, dijo:
—Ah, qué bien. Estás despierta. Empezaba a temer que pasases toda nuestra noche de bodas dormida.
Cazador guiñó un ojo a Franny.
—¿Y por qué no iba a hacerlo? Te has ido y la has dejado a solas con un anciano.
—Solo he salido media hora, y conociéndote seguro que la has mantenido entretenida. —Colocando el bulto cerca de la escalera del altillo, Chase se pasó una mano por el flequillo mientras se dirigía a la mesa. Como los de su padre, sus pies hacían poco ruido al andar, incluso aunque llevasen botas—. No creas ninguna de las mentiras que te diga sobre mí. Era Índigo la que llenaba el tarro de azúcar con sal y ponía ranas en el cántaro de agua de mi madre. —Se inclinó sobre Franny y la besó en la mejilla—. ¿Te sientes mejor? —preguntó suavemente.
—Sí, algo mejor.
Para Franny, la pequeña casa se había llenado de repente de demasiada presencia masculina y sentía que le faltaba el aire. Se sintió aliviada cuando Chase pasó por su lado para ir a la cocina. Inspeccionó el puchero que había en el fuego.
—Aún queda mucho guiso de carne. ¿Quieres un poco?
—Yo… pues… sí, me gustaría.
Chase cogió un cuenco de la estantería y empezó a servirlo. Su padre estaba de pie junto a él, poniendo rebanadas de pan de maíz en la sartén. Sacó una de ellas y la puso en el borde del cuenco. Después de sacar una cuchara del cajón, Chase vino hacia ella y, con una floritura, le puso el cuenco en la mesa, frente a ella.
—Baja la cabeza y a por ello.
Franny cogió la cuchara. Los dos hombres la observaban ilusionados. Ella esperó que no tuviesen intención de mirarla así durante toda la comida. Se metió una cuchara. Chase parecía estar contando el número de veces que ella masticaba.
—¿Quieres leche? —preguntó.
—No, gracias.
—¿Mantequilla para el pan? —ofreció Cazador.
Franny tenía otra vez la boca llena, por lo que negó silenciosamente con la cabeza.
—¿Mermelada? —preguntó Chase—. ¡Conserva de frambuesa! —Pasó junto a ella y fue a investigar en los armarios que había en la pared de detrás—. Recuerdo que madre ha dicho que las frambuesas son buenas para las náuseas. —Se oía el ruido de los cacharros al rebuscar—. Aquí está.
Volviendo a la mesa, puso la jarra cerca de su alcance y empezó a quitar la parafina con la punta del cuchillo. Franny solo pudo sonreír al ver su solícito comportamiento. Estaba claro que querían hacer que se sintiese cómoda y con su predisposición estaban consiguiendo justo lo contrario. Se le cerró la garganta al mirar primero a un hombre y luego al otro. Eran tal para cual. Ahora sabía de dónde venía esa expresión. Chase puso las conservas sobre su rebanada de pan. Satisfecho, al parecer, con el resultado, se acercó al fregadero y limpió la hoja del cuchillo.
—Tal vez deberías tomar más té de jengibre.
Franny asintió y hundió los dientes en la rebanada de pan. Estaba delicioso. Tan delicioso que le cogió desprevenida y le hizo olvidar momentáneamente su timidez.
—Mmm.
—Están ricas, ¿verdad? Las conservas de mi madre son fantásticas. Se llevó el lazo azul de la feria hace tres años.
—¿De verdad? —Franny dio otro bocado—. Ya veo por qué. Aunque la verdad nunca había probado antes conservas como para poder comparar.
La puerta de la chimenea sonó cuando Cazador la abrió para mover el fuego. Chase retiró el puchero de té del fuego.
—No tiene por qué estar muy caliente —dijo Franny—. Hace una noche calurosa. No querría que nadie se sofocase por el té.
—Nos llega una buena brisa del arroyo —la tranquilizó Chase—. Por las noches, abro la ventana de mi cama y la corriente de aire me mantiene tan fresco como un buen trago.
Como suponía que compartirían más tarde la cama, Franny no pudo pensar en nada más qué decir. El pánico la invadió de repente. La cama. La noche de bodas. Se metió un trozo de carne y lamentó al instante haberlo hecho. El trozo se hizo más y más grande mientras masticaba. En la habitación de Chase no había papel de margaritas para estimular su imaginación. Cuando él se le acercase, no habría reglas escritas que seguir. Gus no estaría en la planta de abajo si le necesitaba. Y lo peor de todo, Chase no tendría límite de tiempo para estar con ella. A la una de la mañana, su turno no habría terminado.
Ella no podría soportarlo más y el turno duraría una eternidad.
Franny se puso en pie de un brinco. El banco resonó en el suelo con el repentino movimiento. Chase y su padre se volvieron para mirarla, asombrados.
—Yo… esto… necesito un poco de aire.
De esta forma, Franny salió como una exhalación de la casa. Una vez en el porche principal, tragó con avidez una bocanada de aire, sintiéndose mareada y aturdida. Nunca se había sentido las piernas tan pesadas. Se acercó a la columna del porche y se agarró a ella. No tenía miedo de Chase, de verdad que no. ¿Entonces por qué le asustaba tanto tener relaciones íntimas con él?
—¿Estás bien?
El sonido de su voz le sobresaltó. Entre él y su padre, tendría suerte si no terminaba muriendo de un ataque al corazón. Le dirigió una mirada frustrada por encima del hombro.
—¿Es que tienes que estar siempre siguiéndome?
—No te seguía. Es solo que… —Se calló y suspiró. Acercándose a ella, se dobló y abrazó la columna con sus brazos. Con la vista fija en las nacientes sombras, se quedó sin decir nada unos segundos. Hacia el este, la luna se cernía en el cielo, brillando como una moneda de plata contra un cielo azul oscuro. Los majestuosos pinos dibujaban su silueta como con carboncillo sobre el mismo escenario—. Lo siento, Franny. Me parece que con nuestra voluntad de hacerte sentir en casa, hemos hecho justo lo contrario.
Esa disculpa le llegó al corazón. Nadie hubiese podido sentirse mejor recibida.
—Ah, Chase, no es culpa tuya. Es solo que estoy nerviosa.
—Lo sé, y nosotros solo hemos empeorado las cosas. —Se rio en voz baja—. Odio cuando la gente me mira mientras como. No sé en qué estaba pensando. Hicimos que te fueras sin que pudieses terminar de comer.
Franny dejó escapar otro gran suspiro.
—Comeré más. Solo necesitaba un poco de aire fresco; eso es todo, de verdad.
Él cambió el peso de su cuerpo y dobló la otra rodilla. Después de observarse las palmas de las manos un momento, suspiró.
—Entiendo que estés un poco nerviosa. Acerca de esta noche y eso. Sobre todo después de la manera en la que te he metido en esto. Mi padre cree que tienes algo de miedo por cómo voy a proceder después.
Franny empezó a quedarse sin aire de nuevo.
—Sí, bueno… lo tengo, solo un poco.
Él volteó las manos y se cogió los pulgares. Mirándose el resto de los dedos libres, que de repente le parecieron enormes a Franny, dijo:
—Nunca te haría daño. Lo sabes, ¿verdad?
—Desde luego.
—Y los perros rabiosos no muerden tampoco. ¿Correcto?
Ella le miró boquiabierta.
—Chase, yo no…
—No evitemos esta conversación, Franny. Estás nerviosa. Y como tú estás nerviosa, yo también estoy nervioso. —Se irguió y apoyó la cadera en el poste—. Sé que las pocas veces que no pusiste en blanco tu mente y estuviste con hombres no fueron muy agradables, y no te culpo por sentir aprensión hacia ello. De verdad, no me ofende.
—¿No? —dijo ella con cierto alivio.
Le temblaron las comisuras de los labios.
—No. ¿Por qué iba a ofenderme? Solo tienes que confiar en mí cuando te digo que no hay nada que temer.
—Gracias. Te agradezco que me lo digas.
—La pregunta es: ¿me crees?
—Quiero hacerlo.
Él le cogió la barbilla con el borde de su dedo y le levantó la cara.
—Cariño, si pudiera volver atrás nueve años y mandar al infierno a esos bastardos que te hirieron, lo haría sin pestañear. Pero solo puedo mirar hacia delante desde aquí y tratar de que conmigo las cosas sean lo más dulces para ti como me sea posible.
—Ah, Chase. No estoy comparándote con nadie. Ni siquiera había pensado…
—No.
—¿No qué?
—Mentir. He visto cómo me mirabas —dijo con brío— y lo leo en tus ojos. Has medido mi fuerza una docena de veces… no, cientos… y tiemblas al pensar que puedo utilizarla contra ti. No finjas que no lo has hecho. Es un insulto para mi inteligencia.
Franny se dio la vuelta y volvió a coger el poste.
—Durante nueve años, me he ganado la vida poniendo mi cuerpo a disposición de los hombres. Sería absurdo que tuviera miedo de pasar por lo mismo contigo.
—¿Así que eres absurda?
—No, yo… —Se calló y tragó saliva—. Está bien, sí, estoy siendo absurda. Es solo que…
—¿Qué?
—Que no será lo mismo contigo.
—Gracias a Dios.
—Tú quieres de mí más de lo que querían los otros hombres. Mucho más.
—Sí.
—Y tengo miedo de que… —le miró por encima del hombro—. Siempre me escapo. Sé que suena increíble, pero…
—Al principio, sí. No podía imaginar cómo lo hacías. O por qué lo hacías. Se supone que el sexo es… —Ahora fue él el que calló. Rio en voz baja—. Vamos, que lo dudé al principio. Pero ahora no. No después de lo que me dijiste de tu primera experiencia. Entiendo perfectamente que lo bloquees todo en tu mente. Es la manera en la que has podido sobrevivir, y lo entiendo.
—Siempre lo he hecho así. Ahora soy muy buena… quiero decir, en escaparme. Solo que, contigo, ¿esa noche en la que discutimos? —Se puso los dedos en la garganta—. Intenté… escapar, y no pude. En lugar de eso, me di cuenta de todo, de cada una de tus caricias, de cada latido de tu corazón… fue horrible. —Su voz se quebró—. Sé que suena estúpido, pero me pone nerviosa estar contigo porque tengo miedo de que… quedarme en mi cuerpo. Sé que no tiene mucho sentido, ¿verdad? —Se rio de forma estridente—. La gente no puede abandonar sus cuerpos. Pero de algún modo yo sí puedo, y…
—Franny… —Dio un paso por detrás de ella y la rodeó con el brazo por la cintura, aferrándose a ella por detrás, poniéndole la mano en el estómago y acariciando con el pulgar y el dedo índice la parte inferior de los pechos—. ¿Sientes esto?
El corazón empezó a latirle con fuerza, tan descontroladamente que pensó que él debía de estar sintiéndolo.
—Es tuyo —susurró él—. Mi brazo es tuyo. —Se inclinó sobre ella para acariciarle el pelo con la boca—. Su fuerza te protegerá de todo daño. Cuando necesites ayuda, estará allí para ayudarte. Cuando tengas frío, te acercaré a mí para calentarte. Pero nunca lo levantaré contra ti. Nunca. ¿Me entiendes?
—Ah, Chase.
—En cuanto a lo de estar conmigo, no necesitarás escapar, te lo prometo. Si estar consciente conmigo te parece horrible, o si te parece horrible que mis manos te toquen, solo tienes que decírmelo.
—¿Y?
Ella sintió que del pecho de él brotaba una carcajada.
—Prescindiremos de la parte horrible, claro.
—Tal vez no sea tan sencillo.
—Desde luego que sí. Te quiero, Franny, y creo que tú me amas también, estés o no lista para admitirlo. Cuando la gente que se quiere se toca, no hay lugar para lo horrible. Solo para una dulzura indescriptible. Así será entre nosotros, de una dulzura indescriptible. Y si no es así para ti, lo haré otra vez y empezaré de nuevo.
—Perdona que te diga esto pero, si vuelves a empezar de nuevo, solo conseguirás que sea más largo.
Al oír esto, su pecho volvió a agitarse.
—Ríete todo lo que quieras de mí.
—Cariño, no me río de ti, sino contigo.
—Yo no me río. Preferiría que fuese rápido y horrible que infinito y horrible mientras tratas de conseguir lo imposible. No me gusta, Chase. Nada de lo que implica. Me revuelve el estómago.
—Veremos cómo te sientes después de que haya acabado contigo.
A eso era precisamente a lo que Franny tenía miedo.
—Si es feo y desagradable, me escaparé —confesó ella—. No podré pararlo. Y me temo que entonces heriré tus sentimientos.
—No herirás mis sentimientos —le aseguró él—. Si eres capaz de escaparte mientras yo te hago el amor, será culpa mía y no tuya. Es mi trabajo procurar que tú no quieras escapar. No me llamaría Chase Lobo si no fuese capaz de conseguirlo.
Excelente. Ahora se había convertido en un reto para él. Franny cerró los ojos horrorizada. Volvió a abrirlos inmediatamente al ver que Chase levantaba la mano de su estómago y la llevaba al pecho. A través de la tela del vestido, notó unos dedos que se deslizaban tan suavemente como un susurro por uno de sus pechos, en busca de su redondez y tentando después su pezón con ligeros masajes. Se quedó sin respiración. Sintió cómo su carne empezaba a hincharse. La punta de su pezón se endureció y alargó para acomodarse a él. Bajando la cabeza, cogió el lóbulo de su oreja entre los dientes mientras pellizcaba la carne que él había provocado hasta la erección. Su respiración caliente y húmeda le raspaba la oreja, haciéndole cosquillas y poniéndole la carne del cuello en un estado de consciente hormigueo.
El estómago de Franny se retorció en un remolino de sensaciones. De repente se le debilitaron las piernas y tuvo que dejarse caer pesadamente contra él, por miedo a caer. Sujetándole las caderas con el otro brazo, la cogió fuerte contra su pecho, la mano aún entretenida con su pezón y asaltándole también con la boca la parte sensible que tenía justo debajo de la oreja.
—Ah, Dios —suspiró.
—Mmm.
—Chase, yo…
Él agarró la punta hinchada de su pezón y le dio un apretón que le hizo olvidar lo que iba a decir. Eso y todo lo demás. Sintió un temblor recorriéndole el cuerpo y gimió en voz baja, dejando que su cabeza cayera sobre el hombro de él de modo que su maravillosa boca pudiese hacer incursiones por debajo de su garganta.
—Dios mío —dijo él con un susurro ronco.
Abandonando su pecho, le puso la mano a la altura de las costillas. Estaba temblorosa y, por el lugar que ocupaban sus dedos, supo que estaba siguiendo el ritmo de los latidos de su corazón. Moviendo los labios en un susurro de besos que subieron hasta la sien, tomó una gran bocanada de aire, contuvo la respiración un momento y después exhaló con un temblor.
Franny volvió a la tierra con una sacudida. Inclinada todavía sobre él, la tensión volvió a su cuerpo. Fijó la vista en la copa de los árboles. Apenas podía creer que hubiese respondido a él de esa manera y dudaba que una dama pudiese hacerlo así. En este momento, él debía de estar pensando que era una desvergonzada. Supuso que, lo fuera o no, estaba condenada. Sintió que él levantaba la cabeza. Ella se sentía demasiado humillada como para encontrar sus ojos y tenía miedo de lo que pudiese encontrar en ellos.
Tomándola por los hombros, la giró lentamente para ponerla de cara a él. Ella fijó la mirada en su garganta, con determinación. Con los nudillos, le sujetó la barbilla y le hizo echar la cabeza hacia atrás. Sus ojos oscuros brillaban a la luz de la luna y hurgaron en los de ella al decir:
—Ah, Franny, eres tan increíble. —Riendo, bajó la cabeza y le mordisqueó el labio—. Y ahora te sonrojas. A veces me resulta imposible entenderte.
Sintió un hormigueo en el labio que él había mordido, por lo que se pasó la lengua por él sin darse cuenta de que estaba siendo observada. Sus ojos brillaron de deseo.
—Demonios —dijo él sin respiración.
Antes de poder preguntar nada, le selló la boca con un beso. Asombrada, Franny le puso las manos en el pecho, con la intención de apartarle, pero, en un segundo, se vio colgada de su camisa para sujetarse a él. Su boca. Nunca había experimentado algo tan caliente y suave. Al notar su lengua contra la de ella, pensó en una ciruela dulce y bien madura. Se enroscó alrededor de la de ella y después se deslizó al techo de la boca para explorarla: con un cosquilleo, suave y tentadora.
Entonces se apartó de ella con una brusquedad que la dejó tambaleándose. Se dio cuenta de que respiraba como si hubiese estado corriendo y, bajo la palma de sus manos, pudo sentir la fuerza de los latidos de su corazón en el pecho.
—Soy un imbécil —dijo suavemente.
Dando un paso atrás, se limpió la boca con la parte exterior de la muñeca, medio paralizado, con los ojos fijos en sus labios. Después de un momento, respiró y bajó la cabeza para frotar el tacón de su bota contra el porche. Con las piernas temblando, Franny se abrazó la cintura, con miedo a que estuviese enfadado. Cuando por fin levantó la vista, Chase se puso las manos en las caderas y miró a las vigas del tejado que tenía encima de él, riendo con sorna.
Dejando escapar otra vez la respiración, volvió a mirarla.
—Franny, lo siento. Yo… esto… —Se pasó los dedos por el pelo, claramente agitado—. Me juré a mí mismo que no haría esto. Es solo que… —Sacudió la cabeza y dijo—: ¡Vaya! Me sobrevino como una casa ardiendo. Lo siento.
—Está bien —dijo ella en voz baja para tranquilizarle.
Él la miró un buen rato, y después sonrió. Levantándole el dedo índice, dijo:
—Ven aquí, cariño. Déjame ver si puedo hacerlo bien esta vez.
Franny no entendía cómo podía él mejorar su técnica, pero su mirada la convenció y ella se acercó, con el pulso agitado al ver la ternura que desprendían sus ojos. A la luz de la luna, o sin ella, él era el hombre más guapo que había visto nunca, pero, en ese momento, resultaba absolutamente irresistible a su sensibilidad femenina, con su pelo moreno captando la luz plateada, su cara bruñida bañada de luces y sombras y sus dientes blanquísimos.
Enmarcando su rostro entre sus manos, él fijó lentamente la vista en ella como si tratase de memorizar cada una de sus líneas.
—¿Te he dicho lo hermosa que eres?
La tenía tan firmemente sujeta que Franny no podía mover la cabeza; mucho menos hablar.
—Eres tan guapa y tan increíblemente dulce. Creo que soy el hombre más afortunado de la Tierra.
Con esta confesión suave resonándole en los oídos, pasó los pulgares por sus mejillas e inclinó la cabeza para tocar solemnemente con su boca la de ella. Fue un beso tímido. Un beso de bienvenida. De los que Franny había una vez soñado recibir cuando tenía doce años y soñaba con jóvenes guapos capaces de besar el suelo que pisaba. Era tan maravilloso poder por fin experimentar esa sensación. Él movió su boca hasta sus pestañas, acercándolos. Después le besó la frente y la punta de la nariz.
—Te quiero —murmuró—. ¡Dios, cómo te quiero! Perdóname por buscarte como si fuera un hombre sediento en busca de bebida.
Franny abrió lentamente los ojos.
—Lo que ocurre es que llevo tanto tiempo esperando este momento, anticipándolo… —Apoyó su frente contra la de ella—. No tienes ni idea de lo que me duele tocarte, besarte. Ahora, sabiendo que eres mía, a los ojos de Dios y a los de la ley, me cuesta mucho contenerme, ¿sabes?
Contenerse. Los ojos de Franny se llenaron de lágrimas.
—Intentaré ir más despacio, lo juro —le aseguró.
Después de haber sentido la manera en la que había temblado, Franny dudaba de que pudiera conseguirlo. Solo deseaba que todo pudiese ser tan bonito como lo que acababa de pasar entre ellos.
—Imagino que el té ya estará listo —dijo él de repente—. ¿Qué te parece si vamos dentro antes de que haga más el idiota contigo de lo que ya lo he hecho?
Ella asintió.
—¿Así que estás de acuerdo con que he hecho el idiota?
Ella rio, asustada. El sonido resonó en el pecho de él. Rodeándola con el brazo, la atrajo hacia sí en un rápido abrazo y luego la soltó.
—Vamos a por ese té antes de que empieces a sentirte mareada de nuevo.